miércoles, 14 de diciembre de 2016

Un rey víctima de la ilusión

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De Secretos del Ser Desconocido
de Srila Bhaktivedanta Narayana Gosvami Maharaja

En la India antigua vivió un gran emperador muy poderoso  llamado Haricandra. Su mujer se llamaba Saibya, y su joven y apuesto hijo, Rohitasva. Haricandra era extremadamente veraz;  jamás decía una mentira ni toleraba la falsedad, y era famoso en el  mundo entero por su generosidad hacia todas las criaturas. Pero  aunque poseía esas cualidades, al sabio Visvamitra le preocupaba  su bienestar.

Visvamitra pensaba: “La verdad que persigue Haricandra  es solo una verdad mundana carente de valor real. Excepto los  devotos del Señor, nadie en este mundo puede decir realmente  la verdad. Si le preguntara: ‘¿Cómo te llamas?’, él respondería:

‘Haricandra’. ‘¿Quién eres?’ ‘Soy el emperador’. ‘¿Quién es ese?’  ‘Es mi hijo’. ‘¿Quién es ella?’ ‘Es mi esposa’. Pero, en realidad, solo  hay una verdad: No somos estos cuerpos mortales, sino almas  espirituales sirvientes de la Verdad Absoluta.”

Visvamitra Muni se sentía cada vez más preocupado. Sabía  que el rey Haricandra solo hallaría la felicidad y el bienestar eternos  con una comprensión espiritual correcta, y estaba convencido de  que la falta de esa comprensión sería su ruina.
 
Utilizando sus poderes místicos, una noche se apareció en  sueños ante el rey y le dijo:
 
— Eres un rey excelente. Eres muy generoso, dices siempre  la verdad y adoras a Dios. Como eres tan bondadoso, estoy seguro de que me darás cuanto te pida. Quiero que me des algo.
 
En ese momento, Haricandra se despertó y dijo en voz alta:
 
— Te daré todo lo que me pidas.

Visvamitra le dijo entonces:

— Quiero todo tu reino.

— Te lo daré — respondió Haricandra.

Visvamitra se marchó y el rey se volvió a quedar dormido.  A la mañana siguiente se despertó sin acordarse de lo ocurrido,  pero poco después Visvamitra se acercó a él y le preguntó:

— ¿Tuviste algún sueño anoche?

— Sí, recuerdo que tuve un sueño.

— Anoche me ofreciste todo tu reino.

— Puede que lo hiciera, pero era solo un sueño.

— No lo era. Yo fui en verdad a verte anoche.

El rey sabía que los grandes sabios pueden ir prácticamente  a cualquier parte y hacer grandes prodigios, de modo que creyó en sus palabras.

Visvamitra siguió diciendo:

— Ahora que estás despierto, debes decir: “Prometo entregarte todo mi reino”.

Haricandra dijo:

— Sí, yo declaro que el reino es tuyo.

Según la antigua cultura de la India, cuando alguien hace  una caridad entrega al mismo tiempo unas monedas. Visvamitra  pidió por tanto a Haricandra que le diera además algo de dinero.

— Si no me das unas monedas, la promesa no será completa

— dijo—. Me tienes que dar algo; aunque sea un uno por ciento del valor de tu regalo.

— Diez mil monedas de oro — respondió Haricandra

Y añadió dirigiéndose a su tesorero: — Da al sabio diez mil monedas de oro.
Visvamitra dijo sonriendo:

— Parece que te retractas de tu palabra. Si me has dado todo  tu reino, incluidas tus arcas, ¿cómo puedes ordenar a tu tesorero  que me dé oro? Tendrás que pensar en otro modo de hacer ese donativo.

Haricandra admitió que era cierto y dijo que pediría prestado a alguien del reino. Pero Visvamitra le recordó:

— Los ciudadanos también son míos. No puedes pedir prestado a ninguno de ellos.

El rey pensó: “Todo lo que me queda son mi esposa, mi hijo y yo mismo; no tengo nada más.

— Me venderé a mí mismo y tambén a mi mujer y a mi hijo, y entonces te pagaré.

— No puedes venderte dentro de mi reino. Tendrás que irte de aquí.

Puesto que el reino de Haricandra comprendía la tierra entera, el rey no supo qué responder. Entonces Visvamitra dijo:

— Aunque Kasi..., la morada del Señor Siva, se encuentra dentro de mi reino, no se considera parte de este mundo, de modo que puedes ir a venderte allí. Pero no olvides pagarme. 

Haricandra, su mujer y su hijo tuvieron que ir a Kasi... a pie, ya que los cuadrigas y las caballos pertenecían ahora a Visvamitra.

Después de viajar durante muchos días, finalmente llegaron a Kasi...,y enseguida Haricandra se puso a preguntar a sus habitantes si a alguien de allí le interesaría comprarlo. El guardían del crematorio, una persona de origen muy humilde, le dijo que le compraría si estaba dispuesto a trabajar en el horno crematorio. Como nadie más se había ofrecido a comprarlo, Haricandra aceptó el empleo por el cual el hombre le pagó cinco mil monedas de oro. Para conseguir las cinco mil restantes, vendió a su mujer y a su hijo a una persona muy cruel de la casta sacerdotal, y entonces pagó a Visvamitra.

Igual que cuando alguien vende una vaca deja de ser su propietario, Haricandra ya no era el rey y tampoco el esposo de  su mujer o el padre de su hijo, si bien de algún modo él seguía identificándose como tal. Pensaba: “Yo fui rey, soy el marido de 
Saibya y el padre de Rohitasva.”

Algún tiempo después, por el poder místico de Visvamitra, una serpiente mordió al hijo de Haricandra y lo mató. Era una noche oscura en plena estación de las lluvias y caía un fuerte aguacero acompañado de un viento gélido. El cruel dueño de
Saibya dijo a esta:

— Arréglatelas como puedas para incinerar a tu hijo. Yo ya te compré y no pienso gastar más en ustedes. Y ahora saca a ese cadáver de aquí.

Y en aquella noche desapacible, la desconsolada
Saibya  tomó a su hijo en sus brazos y lo llevó hasta el crematorio situado a orillas del Ganges, el mismo en el que su marido trabajaba de guardián. Haricandra no reconoció a la mujer y, aunque podía ver que era muy pobre, le dijo:

— No puedes incinerar a ese niño sin pagar.

Ella respondió que no tenía dinero; su única posesión era el cuerpo muerto de su hijo envuelto en aquel velo.

En ese momento, un rayo iluminó la escena y Haricandra pudo ver que quien estaba ante él era su propia esposa. Nunca imaginó que vería a su hijo en aquel lugar, muerto, ni a su mujer en aquella condición tan lamentable y desesperada. Sintiendo que no podía resistir más aquello, se echó a llorar.

— ¡Oh, Dios mío! ¿Qué ha ocurrido?

Pero en medio de aquel dilema, y a pesar de sus lágrimas, intentó ser fiel a su nueva identidad. Sintiendo que debía ser muy estricto con lo que él consideraba el sentido del deber, dijo a
Saibya:

—Aún así, tienes que pagarme. Soy el guardián de este crematorio.

—Lo único que puedo darte es la mitad de este velo — respondió ella.

Y cuando
Saibya empezó a rasgar el velo, Visvamitra junto con el Señor Narayana (una de las encarnaciones de la Suprema Personalidad de Dios), y semidioses como Yamaraja (el señor de la muerte) y el Señor Brahma (el creador del universo y líder de los semidioses) aparecieron en medio de la escena proclamando:

— ¡Rohitasva será rey!

Visvamitra colocó su mano sobre el cadáver y dijo:

— Levántate, hijo mío.

El joven se puso en pie de inmediato con los ojos mirando al cielo. Visvamitra dijo entonces a Haricandra:

— Te quité cuanto tenías y ahora te lo devuelvo todo. El reino vuelve a ser tuyo. Ahora que tienes una nueva comprensión de las cosas puedes abandonar tus responsabilidades mundanas e ir al bosque a meditar en Dios.

Le explicó que había estado sumido en la ilusión por haber confundido su cuerpo y las designaciones corporales con su verdadero ser.

— En este mundo nadie puede decir la verdad en el sentido real de la palabra —siguió diciendo—. Tú no eres Haricandra; ese es el nombre de tu cuerpo físico. ¿Y de qué está hecho el cuerpo? Es una mezcla de sangre, carne, orina y excremento.

Cuando piensas que eres padre, esposo, rey y demás, ¿qué hay de verdad en ello? Tú, el alma situada dentro del cuerpo, eres un sirviente eterno de Dios. Eres parte integrante de Krishna, el Señor Supremo. No eres de este mundo. Intenta servir a Dios y cantar Su santo nombre.

El rey Haricandra había tenido hasta entonces una concepción vaga del Supremo y Le había adorado sumisamente, pero en su corazón no había verdadera devoción ni entrega. Era cumplidor con las verdades relativas de este mundo. Por eso nunca había llegado a experimentar una felicidad auténtica a pesar de toda su opulencia. Por la misericordia de Visvamitra Muni había obtenido la liberación total de su naturaleza trascendental, la liberación que ansía todo ser viviente. Lo que habría tardado muchas vidas en alcanzar, lo había logrado en unos momentos gracias al poderoso sabio. E igual que aprendió él, también otros pueden aprender de esta historia de los Vedas.
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