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De Secretos del Ser Desconocido
de Srila Bhaktivedanta Narayana Gosvami Maharaja
de Srila Bhaktivedanta Narayana Gosvami Maharaja
En la India antigua vivió un gran emperador muy poderoso llamado Haricandra. Su mujer se llamaba Saibya, y su joven y apuesto hijo, Rohitasva. Haricandra era extremadamente veraz; jamás decía una mentira ni toleraba la falsedad, y era famoso en el mundo entero por su generosidad hacia todas las criaturas. Pero aunque poseía esas cualidades, al sabio Visvamitra le preocupaba su bienestar.
Visvamitra pensaba: “La verdad que persigue Haricandra es solo una verdad mundana carente de valor real. Excepto los devotos del Señor, nadie en este mundo puede decir realmente la verdad. Si le preguntara: ‘¿Cómo te llamas?’, él respondería:
‘Haricandra’. ‘¿Quién eres?’ ‘Soy el emperador’. ‘¿Quién es ese?’ ‘Es mi hijo’. ‘¿Quién es ella?’ ‘Es mi esposa’. Pero, en realidad, solo hay una verdad: No somos estos cuerpos mortales, sino almas espirituales sirvientes de la Verdad Absoluta.”
Visvamitra Muni se sentía cada vez más preocupado. Sabía que el rey Haricandra solo hallaría la felicidad y el bienestar eternos con una comprensión espiritual correcta, y estaba convencido de que la falta de esa comprensión sería su ruina.
Utilizando sus poderes místicos, una noche se apareció en sueños ante el rey y le dijo:
— Eres un rey excelente. Eres muy generoso, dices siempre la verdad y adoras a Dios. Como eres tan bondadoso, estoy seguro de que me darás cuanto te pida. Quiero que me des algo.
En ese momento, Haricandra se despertó y dijo en voz alta:
— Te daré todo lo que me pidas.
Visvamitra le dijo entonces:
— Quiero todo tu reino.
— Te lo daré — respondió Haricandra.
Visvamitra se marchó y el rey se volvió a quedar dormido. A la mañana siguiente se despertó sin acordarse de lo ocurrido, pero poco después Visvamitra se acercó a él y le preguntó:
— ¿Tuviste algún sueño anoche?
— Sí, recuerdo que tuve un sueño.
— Anoche me ofreciste todo tu reino.
— Puede que lo hiciera, pero era solo un sueño.
— No lo era. Yo fui en verdad a verte anoche.
El rey sabía que los grandes sabios pueden ir prácticamente a cualquier parte y hacer grandes prodigios, de modo que creyó en sus palabras.
Visvamitra siguió diciendo:
— Ahora que estás despierto, debes decir: “Prometo entregarte todo mi reino”.
Haricandra dijo:
— Sí, yo declaro que el reino es tuyo.
Según la antigua cultura de la India, cuando alguien hace una caridad entrega al mismo tiempo unas monedas. Visvamitra pidió por tanto a Haricandra que le diera además algo de dinero.
— Si no me das unas monedas, la promesa no será completa
— dijo—. Me tienes que dar algo; aunque sea un uno por ciento del valor de tu regalo.
— Diez mil monedas de oro — respondió Haricandra
Y añadió dirigiéndose a su tesorero: — Da al sabio diez mil monedas de oro.
Visvamitra dijo sonriendo:
— Parece que te retractas de tu palabra. Si me has dado todo tu reino, incluidas tus arcas, ¿cómo puedes ordenar a tu tesorero que me dé oro? Tendrás que pensar en otro modo de hacer ese donativo.
Haricandra admitió que era cierto y dijo que pediría prestado a alguien del reino. Pero Visvamitra le recordó:
— Los ciudadanos también son míos. No puedes pedir prestado a ninguno de ellos.
El rey pensó: “Todo lo que me queda son mi esposa, mi hijo y yo mismo; no tengo nada más.
— Me venderé a mí mismo y tambén a mi mujer y a mi hijo, y entonces te pagaré.
— No puedes venderte dentro de mi reino. Tendrás que irte de aquí.
Puesto que el reino de Haricandra comprendía la tierra entera, el rey no supo qué responder. Entonces Visvamitra dijo:
— Aunque Kasi..., la morada del Señor Siva, se encuentra dentro de mi reino, no se considera parte de este mundo, de modo que puedes ir a venderte allí. Pero no olvides pagarme.
Visvamitra le dijo entonces:
— Quiero todo tu reino.
— Te lo daré — respondió Haricandra.
Visvamitra se marchó y el rey se volvió a quedar dormido. A la mañana siguiente se despertó sin acordarse de lo ocurrido, pero poco después Visvamitra se acercó a él y le preguntó:
— ¿Tuviste algún sueño anoche?
— Sí, recuerdo que tuve un sueño.
— Anoche me ofreciste todo tu reino.
— Puede que lo hiciera, pero era solo un sueño.
— No lo era. Yo fui en verdad a verte anoche.
El rey sabía que los grandes sabios pueden ir prácticamente a cualquier parte y hacer grandes prodigios, de modo que creyó en sus palabras.
Visvamitra siguió diciendo:
— Ahora que estás despierto, debes decir: “Prometo entregarte todo mi reino”.
Haricandra dijo:
— Sí, yo declaro que el reino es tuyo.
Según la antigua cultura de la India, cuando alguien hace una caridad entrega al mismo tiempo unas monedas. Visvamitra pidió por tanto a Haricandra que le diera además algo de dinero.
— Si no me das unas monedas, la promesa no será completa
— dijo—. Me tienes que dar algo; aunque sea un uno por ciento del valor de tu regalo.
— Diez mil monedas de oro — respondió Haricandra
Y añadió dirigiéndose a su tesorero: — Da al sabio diez mil monedas de oro.
Visvamitra dijo sonriendo:
— Parece que te retractas de tu palabra. Si me has dado todo tu reino, incluidas tus arcas, ¿cómo puedes ordenar a tu tesorero que me dé oro? Tendrás que pensar en otro modo de hacer ese donativo.
Haricandra admitió que era cierto y dijo que pediría prestado a alguien del reino. Pero Visvamitra le recordó:
— Los ciudadanos también son míos. No puedes pedir prestado a ninguno de ellos.
El rey pensó: “Todo lo que me queda son mi esposa, mi hijo y yo mismo; no tengo nada más.
— Me venderé a mí mismo y tambén a mi mujer y a mi hijo, y entonces te pagaré.
— No puedes venderte dentro de mi reino. Tendrás que irte de aquí.
Puesto que el reino de Haricandra comprendía la tierra entera, el rey no supo qué responder. Entonces Visvamitra dijo:
— Aunque Kasi..., la morada del Señor Siva, se encuentra dentro de mi reino, no se considera parte de este mundo, de modo que puedes ir a venderte allí. Pero no olvides pagarme.
Haricandra, su mujer y su hijo tuvieron que ir a Kasi... a pie, ya que los cuadrigas y las caballos pertenecían ahora a Visvamitra.
Después de viajar durante muchos días, finalmente llegaron a Kasi...,y enseguida Haricandra se puso a preguntar a sus habitantes si a alguien de allí le interesaría comprarlo. El guardían del crematorio, una persona de origen muy humilde, le dijo que le compraría si estaba dispuesto a trabajar en el horno crematorio. Como nadie más se había ofrecido a comprarlo, Haricandra aceptó el empleo por el cual el hombre le pagó cinco mil monedas de oro. Para conseguir las cinco mil restantes, vendió a su mujer y a su hijo a una persona muy cruel de la casta sacerdotal, y entonces pagó a Visvamitra.
Igual que cuando alguien vende una vaca deja de ser su propietario, Haricandra ya no era el rey y tampoco el esposo de su mujer o el padre de su hijo, si bien de algún modo él seguía identificándose como tal. Pensaba: “Yo fui rey, soy el marido de Saibya y el padre de Rohitasva.”
Algún tiempo después, por el poder místico de Visvamitra, una serpiente mordió al hijo de Haricandra y lo mató. Era una noche oscura en plena estación de las lluvias y caía un fuerte aguacero acompañado de un viento gélido. El cruel dueño de Saibya dijo a esta:
— Arréglatelas como puedas para incinerar a tu hijo. Yo ya te compré y no pienso gastar más en ustedes. Y ahora saca a ese cadáver de aquí.
Y en aquella noche desapacible, la desconsolada Saibya tomó a su hijo en sus brazos y lo llevó hasta el crematorio situado a orillas del Ganges, el mismo en el que su marido trabajaba de guardián. Haricandra no reconoció a la mujer y, aunque podía ver que era muy pobre, le dijo:
— No puedes incinerar a ese niño sin pagar.
Ella respondió que no tenía dinero; su única posesión era el cuerpo muerto de su hijo envuelto en aquel velo.
En ese momento, un rayo iluminó la escena y Haricandra pudo ver que quien estaba ante él era su propia esposa. Nunca imaginó que vería a su hijo en aquel lugar, muerto, ni a su mujer en aquella condición tan lamentable y desesperada. Sintiendo que no podía resistir más aquello, se echó a llorar.
— ¡Oh, Dios mío! ¿Qué ha ocurrido?
Pero en medio de aquel dilema, y a pesar de sus lágrimas, intentó ser fiel a su nueva identidad. Sintiendo que debía ser muy estricto con lo que él consideraba el sentido del deber, dijo a Saibya:
—Aún así, tienes que pagarme. Soy el guardián de este crematorio.
—Lo único que puedo darte es la mitad de este velo — respondió ella.
Y cuando Saibya empezó a rasgar el velo, Visvamitra junto con el Señor Narayana (una de las encarnaciones de la Suprema Personalidad de Dios), y semidioses como Yamaraja (el señor de la muerte) y el Señor Brahma (el creador del universo y líder de los semidioses) aparecieron en medio de la escena proclamando:
— ¡Rohitasva será rey!
Visvamitra colocó su mano sobre el cadáver y dijo:
— Levántate, hijo mío.
El joven se puso en pie de inmediato con los ojos mirando al cielo. Visvamitra dijo entonces a Haricandra:
— Te quité cuanto tenías y ahora te lo devuelvo todo. El reino vuelve a ser tuyo. Ahora que tienes una nueva comprensión de las cosas puedes abandonar tus responsabilidades mundanas e ir al bosque a meditar en Dios.
Le explicó que había estado sumido en la ilusión por haber confundido su cuerpo y las designaciones corporales con su verdadero ser.
— En este mundo nadie puede decir la verdad en el sentido real de la palabra —siguió diciendo—. Tú no eres Haricandra; ese es el nombre de tu cuerpo físico. ¿Y de qué está hecho el cuerpo? Es una mezcla de sangre, carne, orina y excremento.
Cuando piensas que eres padre, esposo, rey y demás, ¿qué hay de verdad en ello? Tú, el alma situada dentro del cuerpo, eres un sirviente eterno de Dios. Eres parte integrante de Krishna, el Señor Supremo. No eres de este mundo. Intenta servir a Dios y cantar Su santo nombre.
El rey Haricandra había tenido hasta entonces una concepción vaga del Supremo y Le había adorado sumisamente, pero en su corazón no había verdadera devoción ni entrega. Era cumplidor con las verdades relativas de este mundo. Por eso nunca había llegado a experimentar una felicidad auténtica a pesar de toda su opulencia. Por la misericordia de Visvamitra Muni había obtenido la liberación total de su naturaleza trascendental, la liberación que ansía todo ser viviente. Lo que habría tardado muchas vidas en alcanzar, lo había logrado en unos momentos gracias al poderoso sabio. E igual que aprendió él, también otros pueden aprender de esta historia de los Vedas. .
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