.
De Cuentos chinos: relatos populares de la mitología china
de Richard Wilhelm
de Richard Wilhelm
Érase que se era un sabio que se marchó de su hogar y se dirigió al pueblo más cercano. Allí había una casa de la que se decía que no era nada segura. Se encontraba en un sitio muy bonito y rodeada de un maravilloso jardín, así que la alquiló.
Una noche que estaba estudiando sus libros, llegaron de repente cien caballeros que entraron en la habitación. Eran muy pequeños y sus caballos eran del tamaño de mosquitos. Tenían halcones para cazar y perros tan pequeños como moscas y piojos.
Fueron a la cama que estaba en el rincón y tuvieron allí una gran cacería. Se podían distinguir claramente los arcos y las flechas, las redes y los lazos. Capturaron una gran cantidad de piezas y cobraron numerosos pájaros. Pero la caza no era mayor que un grano de arroz.
Cuando terminó la cacería, llegó una larga comitiva con banderas y es- tandartes. Llevaban espadas al costado y esgrimían lanzas en la mano. Hicieron un alto en la esquina norte de la habitación. Les seguían algunos cientos de criados, que llevaban cortinas y ropa de cama, tiendas y palos, ollas y marmitas, platos, tazas, mesas y sillas. Otros esclavos, también a cientos, llevaban todo tipo de delicadas viandas y ofrecían agua y tierra. Otros iban de un lado a otro, vigilando los caminos y llevando mensajes. El sabio acostumbró su vista paulatinamente. Aunque los hombrecillos eran minúsculos, podía distinguir claramente todos los detalles.
Poco más tarde, apareció una bandera multicolor; tras ella iba un caballero con un sombrero color escarlata y vestiduras púrpura. Iba rodeado de un cortejo de varios cientos de personas. Ante él iban hombres a pie con bastones y látigos limpiando el camino.
Un hombre con casco de hierro y una lanza de oro en la mano gritó: «¡Su alteza se digna mirar los peces del lago púrpura!». A estas palabras, el del sombrero púrpura descendió del caballo y se dirigió con un séquito formado por varios cientos de hombres a la fuente que el sabio utilizaba en las festividades. Allí había tiendas montadas y un festín preparado. Había un gran número de invitados; los músicos y los bailarines estaban preparados. Los colores púrpura y escarlata, verde y rojo, se mezclaban en las vestiduras. Las flautas y los pitos, los violines y los timbales, empezaron a sonar y los bailarines desarrollaron la danza. La música se oía muy bajo, pero se podían distinguir claramente las diferentes melodías. Y todo lo que se hablaba: las conversaciones de la mesa, las órdenes, las respuestas y las llamadas, todo se podía diferenciar.
Tras tres golpes, habló el del sombrero escarlata: «¡Adelante, preparad los aparejos de pesca!».
Al instante arrojaron las redes, y los cestillos en el agua que había en la fuente, y empezaron a pescar cientos de peces. Incluso el del sombrero escarlata lanzaba el anzuelo en las aguas poco profundas. Pescó una buena docena de carpas rojas.
Luego le ordenó al jefe de los cocineros que cocinase los pescados. Se prepararon distintos platos, y el olor de la grasa y de las especias impregnó toda la habitación.
El del sombrero escarlata quería hacer una broma desde su alta posición. Señaló al sabio y le dijo: «Yo no sé nada de todos esos escritos y manuales de los santos y de los sabios, y, sin embargo, soy un rey muy honrado. Ese sabio de ahí se esfuerza durante toda su vida sobre los libros y, sin embargo, es pobre y no le proporciona nada. Si se aviene a servirme como fiel funcionario, puede compartir nuestra comida».
El sabio se enfadó y les golpeó con un libro. Ellos se arremolinaron y se precipitaron hacia la puerta. Él los siguió y cavó la tierra del agujero a través del cual habían desaparecido. Encontró un hormiguero tan grande como un tonel, en el que se arremolinaban innumerables hormigas verdes. Hizo un fuego y las quemó. .
.
Una noche que estaba estudiando sus libros, llegaron de repente cien caballeros que entraron en la habitación. Eran muy pequeños y sus caballos eran del tamaño de mosquitos. Tenían halcones para cazar y perros tan pequeños como moscas y piojos.
Fueron a la cama que estaba en el rincón y tuvieron allí una gran cacería. Se podían distinguir claramente los arcos y las flechas, las redes y los lazos. Capturaron una gran cantidad de piezas y cobraron numerosos pájaros. Pero la caza no era mayor que un grano de arroz.
Cuando terminó la cacería, llegó una larga comitiva con banderas y es- tandartes. Llevaban espadas al costado y esgrimían lanzas en la mano. Hicieron un alto en la esquina norte de la habitación. Les seguían algunos cientos de criados, que llevaban cortinas y ropa de cama, tiendas y palos, ollas y marmitas, platos, tazas, mesas y sillas. Otros esclavos, también a cientos, llevaban todo tipo de delicadas viandas y ofrecían agua y tierra. Otros iban de un lado a otro, vigilando los caminos y llevando mensajes. El sabio acostumbró su vista paulatinamente. Aunque los hombrecillos eran minúsculos, podía distinguir claramente todos los detalles.
Poco más tarde, apareció una bandera multicolor; tras ella iba un caballero con un sombrero color escarlata y vestiduras púrpura. Iba rodeado de un cortejo de varios cientos de personas. Ante él iban hombres a pie con bastones y látigos limpiando el camino.
Un hombre con casco de hierro y una lanza de oro en la mano gritó: «¡Su alteza se digna mirar los peces del lago púrpura!». A estas palabras, el del sombrero púrpura descendió del caballo y se dirigió con un séquito formado por varios cientos de hombres a la fuente que el sabio utilizaba en las festividades. Allí había tiendas montadas y un festín preparado. Había un gran número de invitados; los músicos y los bailarines estaban preparados. Los colores púrpura y escarlata, verde y rojo, se mezclaban en las vestiduras. Las flautas y los pitos, los violines y los timbales, empezaron a sonar y los bailarines desarrollaron la danza. La música se oía muy bajo, pero se podían distinguir claramente las diferentes melodías. Y todo lo que se hablaba: las conversaciones de la mesa, las órdenes, las respuestas y las llamadas, todo se podía diferenciar.
Tras tres golpes, habló el del sombrero escarlata: «¡Adelante, preparad los aparejos de pesca!».
Al instante arrojaron las redes, y los cestillos en el agua que había en la fuente, y empezaron a pescar cientos de peces. Incluso el del sombrero escarlata lanzaba el anzuelo en las aguas poco profundas. Pescó una buena docena de carpas rojas.
Luego le ordenó al jefe de los cocineros que cocinase los pescados. Se prepararon distintos platos, y el olor de la grasa y de las especias impregnó toda la habitación.
El del sombrero escarlata quería hacer una broma desde su alta posición. Señaló al sabio y le dijo: «Yo no sé nada de todos esos escritos y manuales de los santos y de los sabios, y, sin embargo, soy un rey muy honrado. Ese sabio de ahí se esfuerza durante toda su vida sobre los libros y, sin embargo, es pobre y no le proporciona nada. Si se aviene a servirme como fiel funcionario, puede compartir nuestra comida».
El sabio se enfadó y les golpeó con un libro. Ellos se arremolinaron y se precipitaron hacia la puerta. Él los siguió y cavó la tierra del agujero a través del cual habían desaparecido. Encontró un hormiguero tan grande como un tonel, en el que se arremolinaban innumerables hormigas verdes. Hizo un fuego y las quemó. .
.
No hay comentarios:
Publicar un comentario