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De Alquimia espiritual de Robert Ambelain
Creemos útil agregar algunas precisiones particulares en un dominio donde la lucha es particularmente difícil y penosa, el del deseo sexual y de las violentas pasiones amorosas que a veces genera, fuente de tantos errores, hasta de decaimientos o de crímenes.
La Llave de esta liberación reside en una justa apreciación del carácter impermanente de la belleza corporal y de las alegrías puramente carnales. Es muy simple y antigua.
Recordaremos en primer lugar, que la necrosis que gana rápidamente en la tumba el cadáver corporal cuando el Alma lo abandonó, consiste en una negrura progresiva de las carnes, las cuales viran poco a poco del matiz blanco-rosado a un negro absoluto de ébano. Entonces, sobre estas carnes necrosadas, se desarrollan extraños hongos, de un verde color de jade muy intenso, de siete a doce milímetros de diámetro en la cabeza y de alrededor de un centímetro como máximo. En la oscuridad, estos hongos brillan con una luminiscencia verdosa.
Y la técnica purificadora del deseo sexual consiste entonces, en el curso de meditaciones, desprovistas de todo sahumerio, en visualizar la “mujer-ideal” (o el hombre-ideal), tal como uno se lo imagina desde siempre, dotado de todo el brillo y de todo el encanto posible, destacándose en forma luminosa sobre un fondo totalmente oscuro, la silueta apareciendo iluminada del interior, y sentada, inmóvil en la posición del “Loto” (es la sentada llamada “a la turca”, manos apoyadas sobre los muslos). Pero, solo la cara, el busto, los brazos, están dotados de esta perfección ideal, en esta visualización. Las caderas, las piernas, el abdomen y las partes sexuales son totalmente necrosadas, como describo arriba. Las uñas serán visualizadas muy largas, arrolladas sobre ellas mismas en volutas, como en la realidad (debido a su crecimiento post-mortem y la descarnadura de los dedos del pie, que deja las raíces expuestas).
Estas meditaciones pueden tomar por objeto, en lugar del personaje ideal imaginario, el objeto mismo de una pasión de la cual uno desea liberarse.
Los novicios de los conventos tibetanos practicaban, no hace mucho tiempo, frente a un osario, lo que sus maestros llamaban “la meditación sobre el Horrible”. El entrenamiento consistía luego en visualizar, bajo cualquier forma humana viviente, el esqueleto que volverá a ser fatalmente un día, símbolo de esta Muerte que el ser lleva en él, en potencia latente.
Se puede entonces, a la técnica descripta anteriormente, adjuntar este procedimiento. Entonces, quizás se pueda alcanzar la liberación obtenida por Louis Claude de Saint-Martin, del cual un “vidente” de la época podía exclamarse viéndolo de lejos: “Este ha tirado ahora el Mundo detrás de sí …”
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