viernes, 15 de marzo de 2013

El Sentido Original de Las Artes Marciales

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 Por Jose Savall

Desde tiempos inmemoriales, el ser humano en su afán por sobrevivir ha ideado formas de autodefensa que le protegieran de su entorno hostil. Esta búsqueda por la supervivencia le ha llevado a crear formas de lucha con o sin armas donde la familiaridad con la muerte y con situaciones extremas le han acercado al conocimiento de sí mismo abriéndole a dimensiones del ser humano más acordes con su verdadera naturaleza. Por tanto, ¿es correcto pensar que las Artes Marciales únicamente tienen la finalidad de establecer unas pautas de autodefensa y ataque contra uno o varios adversarios, o por el contrario podemos añadir un componente trascendente a su práctica? ¿Puede el acercamiento al límite mismo entre la vida y la muerte, conducirnos a una percepción de la realidad que va más allá de nuestra comprensión? El presente trabajo que se centrará en las artes marciales japonesas (Budo), tiene por finalidad la de añadir un poco más de luz sobre este tema.

Cuenta la leyenda que un coronel llamado Bradford, oficial retirado de la armada británica, marchó a oriente en busca de unas personas que según había oído decir, habitaban en algún lugar de los Himalayas y practicaban en una Lamasería unos ejercicios energéticos y espirituales que fortalecían el cuerpo de tal forma que según él, ”entraban viejos y salían jóvenes”. Dejando de lado el componente mítico y legendario, lo que sí se sabe con seguridad es que los monjes budistas tibetanos ya practicaban desde tiempos muy antiguos alguna forma de lucha corporal que formaría parte seguramente de su formación monacal, conscientes de la íntima relación entre el cuerpo, la mente y el espíritu. Más tarde en su peregrinación por Asia, estos monjes difundirían estos ejercicios como parte de su doctrina por los países de su entorno. Así debió ser como llegaron a la India y se desarrollaron adquiriendo las influencias filosóficas de la cultura hindú, favoreciendo la aparición del Yoga en sus diferentes formas.
Su llegada a China se produciría posiblemente de la mano del monje budista Bodhidharma, el cual a su llegada al Templo de Shaolin (al sur de China), encontró a sus monjes en lastimosas condiciones físicas. En toda la región proliferaban los ladrones y bandidos, por lo que se propuso mejorar físicamente a los monjes y para ello empezó a instruirles en un sistema de combate sin armas basado en formas autóctonas chinas e hindúes, (que a su vez eran herencia de las tibetanas) que les sirviera para hacer frente a situaciones comprometidas. De esta forma se establece la progresión en la enseñanza que demostraba que para alcanzar al espíritu primeramente es necesario el dominio del cuerpo, los pensamientos y las  emociones, marcando una clara directriz para la aparición posterior del Kung Fu y el Tai Chi.

Por aquella época, el comercio chino, japonés y filipino tenía como punto de encuentro un pequeño conjunto de islas situado al sur del Japón conocido como Okinawa. Allí los comerciantes intercambiaban productos y costumbres. Entre esos productos también estaban las Artes Marciales de cada región, produciéndose en la isla una fusión de todas ellas, dando como resultado un estilo denominado Okinawa-Te (Mano de Okinawa), antecesor del Karate. Japón que acababa de salir de una larga guerra civil aspiraba a poseer la riqueza y la cultura de las islas.
Así fue como en el siglo XV las invadió imponiendo sus leyes y estilo de vida. Este ambiente de tiranía favoreció entre la población, el sentido de resistencia al invasor. Los maestros de Okinawa ante esta situación tomaron la decisión de introducir en las artes de lucha a los habitantes de la isla, pero en secreto, ya que estaba prohibido por los japoneses. De esta forma comenzaron a celebrarse reuniones secretas a fin de enseñar a la gente las técnicas de lucha. Observamos aquí el componente clandestino en la enseñanza, algo que ya había ocurrido anteriormente en culturas mucho más antiguas. Para asegurarse que perdurara la enseñanza, los maestros seleccionaban a aquellos discípulos de confianza dignos de recibir los más valiosos secretos de su arte. Se aprecia aquí que en estas artes existía una parte exotérica y otra esotérica, sólo reservada a los alumnos más preparados. Cuando un arte no poseía continuidad en su parte esotérica, cuando ya no existían alumnos preparados para ello, sólo quedaba su parte exotérica, es decir, las técnicas corporales que no conducían a nada.

La influencia del Budhismo Zen y del Shintoismo en estas artes originó la aparición de auténticos guerreros del espíritu; ascetas que junto a un intenso entrenamiento físico que les ponía en contacto con aspectos más sutiles de su propio cuerpo como la energía vital (Prana o Ki), unieron prácticas de meditación, con la finalidad de trascender sus propias limitaciones físicas y alcanzar un estado de vacío mental que abriera las puertas al auto-conocimiento. La ceremonia del Té, el arreglo floral, la caligrafía y especialmente las artes caballerescas de los guerreros samurai son un ejemplo de formas de expresión con un marcado sentido trascendente, donde el control sobre los movimientos confiere a los actos cotidianos un exquisito sentido artístico fruto de la victoria no sobre un enemigo exterior, sino sobre otro mucho más peligroso e importante: la conquista sobre los propios instintos. Observamos que estas artes a condición de ser practicadas con fines fundamentalmente espirituales, constituyen un medio extraordinario para vivenciar la verdadera realidad de sí mismo. Las virtudes y los defectos, la fortaleza y la flaqueza, la sutileza y la torpeza quedan visibles para quién desea su propio enriquecimiento intimo. Los propios maestros no lo eran sólo de un único arte, sino que dominaban diversas facetas artísticas con la finalidad de alcanzar un mayor refinamiento de sus acciones, pensamientos y emociones. Existe una máxima japonesa que expresa que: “Quién alcanza la maestría, lo demuestra en todos sus actos.

Algunos de esos maestros como el fundador del Aikido, Morihei Ueshiba, considerado el más grande maestro de Artes Marciales que ha existido jamás, llegaron a alcanzar niveles espirituales extraordinarios que supieron plasmar en su arte. El maestro Ueshiba, que según afirman los historiadores, era la persona más religiosa del Japón, tuvo una vida repleta de hechos asombrosos perfectamente documentados y registrados. Esta persona fue y sigue siendo el ejemplo a seguir para muchas personas que más allá del aspecto meramente físico buscaron y siguen buscando el dominio de sus temores, instintos y debilidades no a través de vacías teorías y especulaciones, sino a través de una sufrida y constante práctica que con sinceridad y corazón les abrirá posiblemente el camino al conocimiento de sí mismos, de la Naturaleza y del Universo.

El mensaje que los antiguos maestros velaron bajo la forma de movimientos corporales de todo tipo, queda necesariamente oculto para aquellos corazones demasiado impacientes y soberbios para comprender, y visible para aquellos que con humildad y sencillez, y tras largos años de entrenamiento encontrarán el verdadero sentido que impulsó a tibetanos, hindúes, chinos, japoneses, etc., a crear unos sistemas de lucha externa e interna que conducen a los hombres que anhelan y buscan con sinceridad, a la verdadera y única realidad, convirtiéndolos en auténticos GUERREROS en su más amplio sentido. Actualmente se observa que algunas Artes Marciales por desgracia sólo constituyen una modalidad deportiva más, donde la meta a conseguir se limita a campeonatos y trofeos quedando la verdadera motivación de estas, casi totalmente desplazada, olvidando su esencia, despreciando la Tradición o adaptándola a sus propios intereses, alejándose de aquella que conduce a la auténtica liberación del individuo. Desde aquí un saludo a todos aquellos que desde el anonimato continúan buscando.
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