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Cuento etíope
Un día como otro cualquiera, allá por el año seiscientos, un pastor llamado Kaldi salió con sus cabras a la montaña. Los montes eran frondosos, ricos en pastos y llenos del colorido que le daba una enorme variedad de plantas. Kaldi despertó de la siesta porque sus cabras se comportaban de manera extraña: estaban nerviosas, no paraban de saltar y más que balar parecía que se tronchaban de risa. En resumen, ¡estaban como cabras!. Observó a los animales y comprobó que la fiesta empezaba cuando comían unas apetitosas bayas rojas que crecían en racimos en un arbusto.
Cortó una rama de aquella especie de cerezas y se la llevó a un monje sabio de un convento que había en el valle. El sacerdote, tras escuchar la historia que le contó Kaldi, decidió cocinar aquellas frutas carnosas. El resultado fue tan amargo que arrojó con desprecio las ramas al fuego. Pero en ese instante, el agradable olor que desprendieron las semillas al tostarse con las brasas del fogón les hizo pensar que los animales no podían estar equivocadas cuando volvían una y otra vez a comer en los arbustos de frutas encarnadas.
Así fue como Kaldi y el monje sabio descubrieron que tostando las semillas se podía hacer una infusión rica y estimulante. Al pastor ya nunca le fallaron las fuerzas para, después de desperezarse y preparar una infusión de buna, subir montaña arriba con sus cabras.
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