lunes, 29 de julio de 2013

El Reino del Diablo

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De Éter, Dios y el Diablo de Wilhelm Reich
Capítulo V: El Reino del Diablo
(traducido por Josep Fernando Alemany)

El diablo representaba el «mal» absoluto tal como ha sido concretizado en la creación bien conocida del infierno por el pensamiento cristiano, tal como ha sido tan poderosamente personificado en el Mefistófeles de Goethe. El hombre ha sentido la tentación del mal. Se impone la cuestión de saber porqué nunca ha sido igualmente tentado por Dios. Si el diablo simboliza la naturaleza pervertida y Dios la naturaleza primaria, auténtica, ¿porqué el hombre se siente de tal suerte más atraído por el diablo que por Dios? ¿A qué bien podía servir el esfuerzo eternamente frustrante apuntando a librar al hombre del pecado (es decir de la tentación del diablo) puesto que la belleza, la armonía, la potencia vivificante de Dios eran postuladas de una manera tan evidente y tan convincente?

He aquí una vez más la respuesta:  "el diablo es tan atrayente y tan fácil de seguir porque representa las pulsiones secundarias caracterizadas por su accesibilidad. Dios es fastidioso y distante porque representa el núcleo de la vida hecha inaccesible por la coraza". Es por lo que Dios es el gran fin inaccesible, mientras que el diablo es una realidad omnipresente y devorante. Para que Dios llegue a ser una realidad viviente, la coraza deberá ser abolida. La identidad entre Dios y la vida original, entre el diablo y la vida deformada, firme y prácticamente establecida. Desgraciadamente, hay identidad entre Dios y el proceso vital que no se manifiesta en ninguna parte tan claramente como en la descarga orgástica. De momento, como esta aproximación a Dios estaba bloqueada, el diablo reinaba a su aire. ¡Y cómo reinaba! ¡Qué trágico e inmenso, este error del hombre, esta búsqueda interminable de un Dios inaccesible, búsqueda condenada a terminarse en el reino del diablo!

«Dios», símbolo de las fuerzas naturales de la vida, de la bioenergía en el hombre, el «diablo» símbolo de la perversión y de la distorsión de esas fuerzas vivas: he ahí las realizaciones últimas del análisis caracterial aplicado a la naturaleza del hombre. Por esta conclusión, me parece haber llevado a bien la tarea que me he asignado redactando esta obra. A partir de aquí, la palabra la tiene la física del orgón. En adelante es el problema del éter quien requiere nuestra vigilante atención; problema fundamental de toda teoría física y de toda filosofía naturalista. No siendo menos verdad que la "estructura caracterial" del hombre, observador de la naturaleza, y su núcleo biofísico, la "función del orgasmo", nos servirán de postes indicadores en el reino de la naturaleza no viviente. Esto es lo que es necesario no perder jamás de vista.
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