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De Aprender a vivir, Aprender a morir de Ramiro Calle
Las películas superpuestas de la mente se suceden sin cesar y cada fotograma se superpo ne al otro distorsionándolo. Las memorias corrompen la percepción del presente y la empastan; se termina por creer las propias fantasmagorías mentales. Los pensamientos, como el más hábil de los ilusionistas, escamotean la realidad tal cual es y consiguen engañar a las personas. ¿Cómo salir de esa prisión particular?, solamente utilizando la primera herramienta: la atención. Esta es como la lámpara para un caminante en la oscuridad de la noche.
El hombre es la única criatura que puede ejercitar conscientemente su atención, pero no es la atención mecánica la que interesa trabajar, sino la atención consciente, plenamente ejercitada, capaz de percibir lo agradable y lo desagradable sin reaccionar neuróticamente, aprendiendo de lo grato y de lo ingrato por igual. Es la atención que percibe al desnudo, directa e inmediatamente, y que al hacerlo, como se abre al momento presente, olvida mucho de lo pasado. Es un olvido reconfortante que hace que la persona sienta haber abandonado un pesado fardo. Es la atención que está más allá de prejuicios porque se convierte en maestra de vida; aparece como hermosa y plena pero al mismo tiempo requiere un cultivo tenaz. No puede ser de otro modo porque solamente estando atento se aprende a estar atento.
A menudo es más importante desaprender que aprender; liberar que seguir acumulando. Sólo cuando los nubarrones se disipan, se presenta el sol en todo su esplendor.
El hábito proviene de una acción o reacción repetitiva que termina dejando un curso e imponiendo su presión. El hábito roba frescura y automatiza. La meditación es un método de desautomatización.
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