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domingo, 8 de octubre de 2017

El abuelo de la joroba y el hijo del banano

Cuento chino de la nacionalidad miao

El abuelo jorobado tenía una plantación de varios bananos a la orilla de un sinuoso arroyo. Los frutos crecían en grandes racimos y el anciano iba todos los días, con su espalda doblada, a venderlos en las calles. Así no tenía que preoocuparse por el sustento.

Estaba muy solo, no tenía ni un familiar que lo acompañara y cada vez que veía niños se acercaba a acariciarlos y no podía contener las lágrimas: "¡Ay! ¡Si yo tuviera un niño!" - pensaba.

No obstante, cuando se ponía de cuclillas a la orilla del arroyo y contemplaba los racimos de los bananos, se consolaba a sí mismo diciendo: "¿Acaso éstos no son mis niños?!

Pero un año cayó una gran nevada que estropeó todos los bananos. Luego sopló el viento del norte, tirando todos los frutos al suelo.

El abuelo sufrió un gran dolor.

En la primavera siguiente, sólo las raíces de un banano dieron brotes y el anciano se apresuró a regarle y ponerle fertilizantes. El árbol creció tan rápido que en tres meses ya había dado una banana. Nuestro amigo se sintió afligido al ver que sólo había dado un fruto, pero luego recapacitó y se dio cuenta de que aquello era mejor que nada.

La banana crecía cada vez más, hasta que alcanzó el grosor de un cubo de agua y al estar en la copa del árbol, dobló el tronco con su peso.

Cierto día, un hermoso pavoreal se acercó volando, le dio un picotazo a la fruta y volvió a levantar vuelo. La cáscara de la banana se abrió con ruido y un hermoso niño gordito salió de adentro, cayó y corrió hacia el abuelo, diciéndole, al tiempo que le abrazaba la pierna: "Papá, papá."

El anciano con su espalda encorvada alzó al niño en brazos, acercando hacia él la carita fresca y sonrosada y le llamó "Hijo del banano".

El hijo del banano fue creciendo año tras año. Padre e hijo transplantaron muchos bananos de otros sitios llenando la orilla del arroyo, y en el bosque de bananeros que quedó formado crecían los racimos a montones.

Pero la joroba del viejo crecía cada vez más y cada día se le hacía más dificultoso el trabajo.

El muchacho se sentía muy apenado al ver a su padre en ese estado y cierto día le dijo:

- Papá, voy a ir en busca de medicinas para curar tu espalda - y dicho esto partió.

En el camino, cada vez que se encontraba con alguien le preguntaba: "¿Hay alguna medicina para curar la joroba?" pero todo el mundo movía la cabeza y respondía: "No sé".

Un día que el hijo del banano llegó hasta una oscura montaña, vio a una mujer que, vestida con mucho colorido, se estaba cepillando su largo cabello a la orilla de un arroyo.

- Tía, ¿sabes de alguna medicina que cure la joroba? - le preguntó al acercársele.

La joven respondió:

Las cuevas de la montaña del este son profundas,
las estalactitas despiden brillo,
si se les traga hará bien a la cintura
se enderezará la espalda y se tendrá buen ánimo.


El muchacho, haciendo caso a las palabras de la joven, se dirigió a la montaña del este, penetró en la profundidad de las cuevas y vio una estalactita sobre una piedra; entonces la recogió y emprendió el regreso. Al llegar a una ladera vio que a un niño pastor que estaba echado en el suelo llorando. El pequeño tenía una mano rota y todo el cuerpo lleno de sangre. El hijo del banano se acercó a preguntarle por qué lloraba y el aludido contestó:

- Estaba peleando dos toros. Yo quise separarlos y una cornada me partió la mano.


"Si esto puede curar la joroba es posible que también pueda curarle la mano rota", pensó el muchacho y enseguida le hizo tragar la estalactita. Entonces la mano se curó y dejó de fluir la sangre.

El hijo del banano despidió al pequeño pastor y se dirigió a la oscura montaña a buscar a aquella tía.

Ella estaba en la orilla del arroyo lavando su larga cabellera. El muchacho le relató lo que había ocurrido y le rogó que le indicara dónde podría encontrar una medicina que curara la joroba.

La cima de la montaña del oeste es muy alta
y allí crece una seta roja
si se traga esta seta
se tendrán la espalda y la cintura rectas.


Haciendo caso de las palabras de l tía, el hijo del banano subió la alta cima de la montaña del oeste y vio una seta roja que crecía en la punta de una piedra. La arrancó, bajó la montaña y emprendió el regreso. Pero al llegar a la entrada de un bosque vio a un viejo de barbas blancas que estaba tirado en el suelo quejándose. Sucedía que un inmenso árbol había caído, apretando una de sus piernas.

Nuestro amigo se agachó y le habló, pero el viejo no podía hablar y sólo daban vueltas los ojos. Entonces le puso en la boca la seta roja y el anciano se levantó después de comerla, y se mesó su blanca barba, sonriendo.

El muchacho se despidió del abuelo y volvió otra vez a la oscura montaña donde había hallado a la tía.

La encontró a la orilla del arroyo cepillándose su larga cabellera y le contó todo lo que había sucedido, rogándole una vez más que le señalara cómo encontrar alguna medicina para curar la joroba.

A los pies de la montaña del sur el agua es muy profunda
la tortuga dorada es brillante
si se la toma la cintura y espalda se enderezarán,
y la sonrisa brillará en adelante.


Y agregó

- Pequeño hermanito, en el mundo sólo hay tres medicinas para curar la joroba, así que ya no me vengas a buscar más, pues ya no estaré en este lugar -. Y dicho esto se dio vuelta, se sumergió en el bosque y desapareció.

El muchacho marchó hacia la montaña del sur, se quitó la ropa y se zambulló en el agua en busca de la tortuga dorada, capturándola. Camino y caminó a grandes pasos hasta que llegó a un puente de piedra donde escuchó un llanto lastimoso. Bajó la cabeza y vio una mujer tirada en un arroyo seco y un bebé que mamaba de su regazo.

- Estaba caminando por el puente con el niño en brazos y en un descuido me caí rompiéndome la cintura. Ahora no puedo caminar - le dijo la mujer.

Hijo del banano pensó: "Si le doy la medicina a ella la joroba de mi padre jamás sanará; si no se la doy no sólo a ella sino también al niño le será difícil sobrevivir." Y luego de reflexionar corrió bajo el puente y le dio a la mujer la medicina. La doliente se levantó de golpe y le dijo, señalando un pequeño pavo real que había allí:

- Hermanito, tienes un gran corazón y te voy a regalar este pavo real.

- Gracias, pero no lo quiero.

La mujer alzó al niño, subió al puente y desapareció y a hijo del banano no le quedó más que volver a su casa con el pavo real. Cuando llegó le contó a su padre todo lo que había sucedido en el viaje, a lo cual su progenitor exclamó:

- Buen muchacho, ¡has hecho bien! ¡Has hecho muy bien!

El hijo acarició las hermosas plumas del pavo real.

- Pequeño pavo real, quédate aquí tranquilo, cuando encontremos a tu dueña volverás con ella.

Y el ave abrió el precioso plumaje de su cola y cantó una hermosa canción.

Cierto día al anciano le dolió un poco la joroba y quitándose la ropa, se puso a darse masajes. Entonces el pequeño pavo real se le vino encima volando y le dio unos picotazos en la parte encorvada de la espalda: el viejo cayó al suelo.

Hijo del banano, al ver aquello, se enfadó muchísimo y cogió una vara de bambú para darle al animal. Pero éste desplegó sus alas, dio un gran salto y en medio de un batir de alas se quitó las plumas, convirtiéndose en una hermosa muchachita.

Hijo del banano se quedó estupefacto.

La muchachita recogió un poco de agua del arroyo y le dio de beber al anciano, cuya columna se enderezó de golpe, desapareciéndole la joroba: se veía más joven.

Y desde entonces, la familia del abuelo, que ya tenía tres personas, vivió alegremente a la orilla del arroyo.
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domingo, 4 de diciembre de 2016

El rey de las hormigas

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De Cuentos chinos: relatos populares de la mitología china
de Richard Wilhelm

Érase que se era un sabio que se marchó de su hogar y se dirigió al pueblo más cercano. Allí había una casa de la que se decía que no era nada segura. Se encontraba en un sitio muy bonito y rodeada de un maravilloso jardín, así que la alquiló.

Una noche que estaba estudiando sus libros, llegaron de repente cien caballeros que entraron en la habitación. Eran muy pequeños y sus caballos eran  del tamaño de mosquitos. Tenían halcones para cazar y perros tan pequeños  como moscas y piojos. 

Fueron a la cama que estaba en el rincón y tuvieron allí una gran cacería. Se  podían distinguir claramente los arcos y las flechas, las redes y los lazos. Capturaron una gran cantidad de piezas y cobraron numerosos pájaros. Pero la caza  no era mayor que un grano de arroz.    

Cuando terminó la cacería, llegó una larga comitiva con banderas y es-  tandartes. Llevaban espadas al costado y esgrimían lanzas en la mano. Hicieron un alto en la esquina norte de la habitación. Les seguían algunos cientos de criados, que llevaban cortinas y ropa de cama, tiendas y palos, ollas y marmitas,  platos, tazas, mesas y sillas. Otros esclavos, también a cientos, llevaban todo  tipo de delicadas viandas y ofrecían agua y tierra. Otros iban de un lado a otro,  vigilando los caminos y llevando mensajes. El sabio acostumbró su vista paulatinamente. Aunque los hombrecillos eran minúsculos, podía distinguir claramente todos los detalles. 

Poco más tarde, apareció una bandera multicolor; tras ella iba un caballero con  un sombrero color escarlata y vestiduras púrpura. Iba rodeado de un cortejo de  varios cientos de personas. Ante él iban hombres a pie con bastones y látigos limpiando el camino.
 

Un hombre con casco de hierro y una lanza de oro en la mano gritó: «¡Su alteza se digna mirar los peces del lago púrpura!». A estas palabras, el del sombrero púrpura descendió del caballo y se dirigió con un séquito formado por varios cientos de hombres a la fuente que el sabio utilizaba en las festividades. Allí había tiendas montadas y un festín preparado. Había un gran número de invitados; los músicos y los bailarines estaban preparados. Los colores púrpura y escarlata, verde y rojo, se mezclaban en las vestiduras. Las flautas y los pitos, los violines y los timbales, empezaron a sonar y los bailarines desarrollaron la danza. La  música se oía muy bajo, pero se podían distinguir claramente las diferentes  melodías. Y todo lo que se hablaba: las conversaciones de la mesa, las órdenes,  las respuestas y las llamadas, todo se podía diferenciar. 

Tras tres golpes, habló el del sombrero escarlata: «¡Adelante, preparad los aparejos de pesca!». 

Al instante arrojaron las redes, y los cestillos en el agua que había en la fuente, y empezaron a pescar cientos de peces. Incluso el del sombrero escarlata lanzaba el anzuelo en las aguas poco profundas. Pescó una buena docena de carpas  rojas.

Luego le ordenó al jefe de los cocineros que cocinase los pescados. Se prepararon distintos platos, y el olor de la grasa y de las especias impregnó toda  la habitación.  

El del sombrero escarlata quería hacer una broma desde su alta posición. Señaló al sabio y le dijo: «Yo no sé nada de todos esos escritos y manuales de los santos y de los sabios, y, sin embargo, soy un rey muy honrado. Ese sabio de  ahí se esfuerza durante toda su vida sobre los libros y, sin embargo, es pobre y no le proporciona nada. Si se aviene a servirme como fiel funcionario, puede compartir nuestra comida».

El sabio se enfadó y les golpeó con un libro. Ellos se arremolinaron y se precipitaron hacia la puerta. Él los siguió y cavó la tierra del agujero a través del cual habían desaparecido. Encontró un hormiguero tan grande como un tonel, en el que se arremolinaban innumerables hormigas verdes. Hizo un fuego y las quemó.  
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jueves, 24 de noviembre de 2016

Sung Ting-Po atrapa a un fantasma

 Cuento chino
(De Notas sobre la metamorfosis de Juang Fu, dinastía Tang)

Cuando aún era joven, Sung Ting-po, natural de Nan­yang, provincia de Jonán se encontró de noche con un fantasma en pleno camino. 

- ¿Quién es usted? - preguntó. 

- Un fantasma, señor. 

y a su vez demandó: - ¿y usted? 

- Un fantasma como usted - mintió Sung.

- ¿A dónde va usted? 

- A Wanshi. 

- j Qué casualidad I Yo - también. 

Marcharon juntos durante varios li*

- Andar así lleva mucho tiempo y resulta muy fatigoso. ¿No será mejor cargamos por turno uno al otro? - sugirió el fantasma. 

- Muy buena idea - aprobó Sung. 
 
Para comenzar, el fantasma lo cargó durante un largo trecho. 

- Lo encuentro muy pesado - se asombró el fantas­ma -. ¿Es usted realmente un espectro?
- Soy un espectro reciente - respondió Sung -. Por eso aún soy pesado. 

A su vez cargó al fantasma, que no pesaba absoluta­mente nada. 

Y así siguieron por el camino, cargando uno al otro por turno. 
 
- Como soy un nuevo aparecido - observó Sung-, aún no sé lo que más debemos temer como fantasmas. 

- Hay una sola cosa que tememos: que un hombre nos escupa. 

Siguiendo el camino, llegaron a un arroyo. Sung invitó al fantasma a que lo atravesara primero. Así lo hizo, sin el menor ruido. En cambio, Sung atravesó la corriente con un gran alboroto de agua revuelta. 

- ¿Por qué hace tanto ruido? - preguntó el fantasma. 

- No hace mucho tiempo que he muerto - respondió 

Sung, con la intención de adormecer la vigilancia del fan­tasma -. Por eso aún no tengo el hábito de caminar sobre el agua. Le ruego perdone mi torpeza. 

Cuando se aproximaron a la ciudad de Wanshi, Sung echó al fantasma sobre su espalda y lo mantuvo allí fuerte­mente agarrado. El fantasma se puso a gritar, suplicándole que lo dejara en el suelo. Sin inquietarse de esos gritos, Sung apuró el paso hacia la ciudad. Cuando dejó al fan­tasma en el suelo, ya había tomado la forma de un cor­dero. Después de escupido, para evitar que tomara otra forma, Sung se apresuró a venderlo. Y se fue, enriquecido con mil quinientas monedas. 

En esa época, Shi Chung* comentó este hecho con los siguientes términos: 

"Sung Ting-po hizo algo inmejorable: “ganó mil qui­nientas monedas vendiendo un fantasma”.
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* Un li equivale a medio kilómetro.

* Un noble rico de la dinastía Tsin. El autor del cuento se vale de este nombre para probar la autenticidad de la historia. 
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domingo, 13 de noviembre de 2016

El árbol de la Mujer Dragón

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 Cuento popular naxi
 
En la región de Lijiang vivía un rey cruel y codicioso que solo pensaba en tener bajo su dominio todos los territorios que rodeaban su reino. Constantemen te organizaba expediciones guerreras para someter a los pueblos vecinos; y cuando no lo lograba por la fuerza, tramaba intrigas para apoderarse de ellos.

Este mal rey tenía una hija joven, bella, inteligen te y buena a la que todos llamaban Longnü, que significa «mujer dragón». La joven no estaba de acuerdo con la conducta de su padre, sobre todo por los sufrimientos que imponía al pueblo ese permanente estado de guerra.

El rey Mutián sabía que al norte, en el país de los pumi, había prosperidad. Y deseaba extender su dominio sobre esas tierras fértiles, esclavizar a la población y apoderarse de sus cultivos y sus gana dos. Como los pumi tenían un ejército poderoso, el rey decidió que, por el momento, una alianza le se ría más útil que la guerra. Envió un emisario al rey pumi para proponerle el casamiento de sus hijos.

El hijo del rey pumi era tan atractivo y tan valio so como la princesa naxi. En compañía de su padre, visitó el palacio del rey Mutián. En cuanto se conocieron, los príncipes se enamoraron perdidamente y se sintieron muy felices de que sus padres se pusieran de acuerdo en concertar las bodas. Longnü partió hacia el país de su marido y comenzó una nueva vida en paz y felicidad, respetada y amada por el pueblo pumi.

Poco tiempo después murió el padre del príncipe, que subió al trono. Entonces, el rey Mutián le envió mensajeros al nuevo rey exigiéndole que se convirtiese en su súbdito. Con el apoyo de su esposa, él se negó. Mutián hubiera deseado aplastarlo con su ejército, pero el reino pumi estaba muy lejos y cada vez le costaba más conseguir soldados. Enfurecido, tramó uno de sus malvados planes.
 
El primer paso fue mandar llamar a su hija, diciéndole que estaba muy enfermo. Cuando ella llegó y lo encontró perfectamente sano, quiso volver a Yongning, capital del país de los pumi, pero su padre no se lo permitió. La princesa se había convertido en una virtual prisionera en su propio palacio.

Una noche, Longnü paseaba por el patio a la luz de la luna, cuando escuchó una conversación en los aposentos del rey.

—... y le dirás al rey pumi que también su mujer ha enfermado gravemente. Que debe venir a buscarla. Cuando esté aquí, acabaré con él... Por fin será mío el país de los pumi.

Horrorizada por las intenciones de su padre, la princesa lloraba en su habitación cuando sintió una caricia suave y tibia. Era su fiel perro amarillo. Eso le dio una idea. Dos cargas de aceite para la lámpara gastó la princesa antes de terminar la larga carta que le escribió a su marido explicándole todo lo que había pasado. Cortó un trozo de tela, envolvió la carta y cosió el paquete por dentro del collar del perro. Le acarició la cabeza y le palmeó el lomo.

Estaba aclarando cuando el perro salió del palacio, trotando con energía.
Apenas recibió el mensaje de su esposa, el joven rey reunió a la caballería, se colgó al hombro el arco y las flechas, tomó su sable, y partió con su ejército hacia la capital de Lijiang. El joven era valiente, pero el viejo rey Mutián era astuto y tenía experiencia. En cuanto tuvo noticias de que el ejército pumi había salido de su reino, organizó una emboscada a mitad de camino. La sangre de los pumi tiñó las aguas del río. Lleno de heridas, atravesado por flechas y lanzas, el rey pumi murió en la batalla junto con la mayor parte de sus soldados. Entre sus ropas, el rey Mutián encontró la carta de su hija. ¡De su propia hija! Ahora su furia no tuvo límites.

— ¡Traicionaste a tu padre! — le gritó a su hija en el palacio.

— Cumplí con mi deber de esposa — contestó ella, orgullosa.

— Tu marido ha muerto.

— Entonces, solo me queda irme con él — dijo Longnü, deshecha en llanto.

— Si lo que quieres es morir, no lo conseguirás tan fácilmente — le aseguró su padre.
 
Para castigar a su hija, el rey dio órdenes de que encerraran a la princesa en el pabellón que había en el centro del Lago de Jade, sin darle de comer ni de beber. Siguiendo sus instrucciones, los soldados rompieron cientos de tejas y tazones de porcelana y desparramaron por el piso los trozos rotos, cubriéndolo por completo, para que los pies descalzos de la princesa se lastimaran pisándolos.

La desdichada Longnü podría ver desde el pabellón el campo de batalla donde estaba todavía tendido el cadáver de su amado esposo, la tierra y las piedras cubiertas de sangre. Desesperada, comenzó a llorar y a gritar, yendo y viniendo sobre los filosos trozos de porcelana, como si no sintiera el dolor. Sus pies heridos pronto tiñeron de rojo el suelo del pabellón.

Con el curso de los días, la pérdida de sangre y la sed terminaron por secar sus lágrimas. Sus labios se agrietaron. Longnü, bella, inteligente y buena, se tendió en el suelo sanguinolento y se dejó morir.
 
Pero su sacrificio no fue en vano. Enfurecidos por los crímenes cometidos por su rey, los súbditos se levantaron en rebelión. Dieron sepultura al cadáver del joven rey pumi, atacaron y vencieron a los soldados del rey Mutián, quemaron el pabellón del lago y celebraron una solemne ceremonia fúnebre en honor de Longnü.

En las ruinas del pabellón quemado brotó un manzano silvestre, que creció con milagrosa rapidez. Sus ramas verde jade caían sobre la superficie del lago como si estuvieran contando una historia de dolor y tristeza, como si fuera la reencarnación de la princesa denunciando la crueldad de su padre. Lo llamaron para siempre «el árbol Longnü». 

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Los naxis, una minoría china descendiente de nómadas tibetanos, vivían hasta hace muy poco organizados en familias matriarcales, es decir, dominadas por mujeres. Cuando una pareja se casaba, el hombre y la mujer seguían viviendo en sus respectivas casas. El muchacho podía pasar la noche en la casa de su esposa, pero debía volver a la de su madre durante el día y trabajar para ella. Los hijos pertenecían a la mujer, que era responsable de su crianza. Solo las mujeres podían heredar. Las disputas eran zanjadas por mujeres mayores que hacían de jueces. Los pumi, por su parte, son un grupo étnico muy pequeño, que hoy consta apenas de 30 000 personas, en la provincia de Yunnan, tam
bién de ascendencia tibetana.

Este cuento naxi nos muestra a una protagonista fuerte, inteligente y llena de recursos propios. Es muy poco común que en un cuento popular de origen oriental se aplauda el comportamiento de una joven que desafía la autoridad de su padre.
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miércoles, 1 de junio de 2016

Miedo y coraje

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Cuento chino

Un rey, famoso por su coraje y ecuanimidad, había perdido casi todo su reino y hasta el último de sus soldados, como consecuencia de los violentos ataques y saqueos de las hordas bárbaras.

No le quedaban más que dos servidores y su castillo era el último bastión que impedía a los conquistadores dominar sus territorios y esclavizar las aldeas diezmadas por el continuo acoso. Y llegó el día en que se supo que los bárbaros avanzaban hacia las puertas de la ciudad con la intención de poner cerco al palacio.

Se cuenta que esa noche, cuando llegaron las noticias del avance enemigo se vio el rostro del monarca marcado por el temor y la responsabilidad, pero en ningún momento abatido por el miedo. Al amanecer el rey ordenó a sus servidores que abrieran todas las puertas y ventanas, y acto seguido se instaló en una de las almenas a fin de observar la llegada de los invasores. Inmutable, les vio avanzar hasta la escalinata de palacio.

Pero su serenidad perturbó hondamente a los bárbaros. Éstos supusieron que les esperaba una trampa en su interior. En vez de poner cerco a aquel lugar, el jefe reunió a sus hombres y tocó a retirada.
El rey dijo entonces a sus servidores:

- Ved, y no olvidéis nunca que, una misma emoción, el miedo, a ellos les ha impulsado a huir atemorizados y a nosotros nos ha motivado a permanecer en nuestro puesto, encontrando una respuesta creativa a tan atemorizante situación.
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sábado, 12 de marzo de 2016

Huida de la sombra

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Cuento de Chuang Tzu 

Había un hombre que se alteraba tanto al ver a su propia sombra y se disgustaba tanto con sus propios pasos, que tomó la determinación de librarse de ambos. El método que se le ocurrió fue huir de ellos.

Así que se levantó y echó a correr. Pero cada vez que bajaba el pie había otro paso, mientras que su sombra se mantenía a su altura sin dificultad alguna.

Atribuyó su fracaso al hecho de que no estaba corriendo con la suficiente rapidez. De modo que empezó a correr más y más rápido, sin detenerse, hasta que finalmente cayó muerto.

No se dio cuenta de que, si simplemente se hubiera puesto a la sombra, su sombra se habría desvanecido, y si se hubiera sentado y quedado quieto, no habría habido más pisadas.
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lunes, 1 de junio de 2015

El mundo de los espejos y el mundo de los humanos

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De la introdución del libro "Espejo y Reflejo: del Caos al Orden"
(Guía ilustrada de la Teoría del Caos y la Ciencia de la totalidad)

de John Briggs y F. David Peat

Una antigua leyenda china nos brinda una metáfora de los enigmas del orden y el caos.

Según esta leyenda, hubo una época en que el mundo de los espejos y el mundo de los humanos no estaban separados como lo estarían después. En estos tiempos los seres especulares y los seres humanos tenían grandes diferencias de color y de forma, pero convivían en armonía y además era posible ir y venir a través de los espejos. Sin embargo, una noche las gentes especulares invadieron la tierra sin advertencia y se produjo el caos. Mejor dicho, los seres humanos pronto advirtieron que las gentes del espejo eran el caos.

Los invasores eran muy poderosos, y sólo se les pudo derrotar y regresar a los espejos gracias a las artes mágicas del Emperador Amarillo-. Para mantenerlos ahí, el emperador urdió un hechizo que obligó a esos seres caóticos a copiar mecánicamente los actos y la apariencia de los hombres.

La leyenda aclara que el hechizo del emperador era fuerte pero no eterno, y predice que un día el hechizo se debilitará y las formas turbulentas de los espejos empezarán agitarse. Al principio la diferencia entre las formas especulares y las formas conocidas pasará inadvertida, pero poco a poco se separarán pequeños gestos, se transfigurarán colores y formas, y de pronto ese mundo encarcelado del caos se volcará violentamente en el nuestro.

Tal vez ya esté sucediendo.
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miércoles, 25 de marzo de 2015

El néctar de los inmortales

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De Cuentos de los sabios taoístas
de Pascal Fauliot

Wang, que en chino significa "rey", era el nombre que llevaba de manera bastante irónica un humilde campesino que sólo reinaba sobre su miserable choza y su pedazo de tierra, en el valle del río Wei. Por más que se deslomaba en sus parcelas pedregosas, que se escalonaban sobre la ladera de una colina, el sudor no podía volver fértil una tierra ingrata. No todos los días saciaba su hambre y en ocasiones le  reprochaba al dios del Destino el haberle olvidado. Pero su corazón no estaba tan seco como su tierra y en más de una ocasión compartió su escasa comida con un vagabundo o con sus vecinos los gorriones.

Una noche en la que se había quedado dormido, exhausto, sobre su jergón, vio en sueños a uno de esos gorriones a los que a menudo obsequiaba algunas semillas. El pájaro le decía que saliera al exterior para probar suerte, ya que los Ocho Inmortales estaban atravesando el pueblo. Wang se despertó y sintió que un gorrión le estaba picoteando la cabeza. Se levantó, corrió hacia la puerta y, en medio de la bruma difusa que iluminaba un halo de luna, vio unas siluetas en la callejuela. Eran ocho.

Wang se puso su tunica, cogió su bastón, su bolsa, y se deslizó en medio de la noche, sin hacer ruido, para cerciorarse de si el pájaro estaba en lo cierto o si se trataba más bien de un grupo de bandidos, como le susurraba su instinto de campesino. Alcanzó a los viajeros y los observó manteniéndose a una istancia razonable. A través de la niebla creyó distinguir claramente a dos de los famosos inmortales fácilmente reconocibles: Zhang Guo Lao, que abría la marcha montando en su mula blanca, y Li Tieguai, que iba cojeando detrás de los demás con su muleta de hierro. Wang decidió seguirles discretamente con la esperanza de le condujeran al Reino de los Inmortales, donde los festines divinos se suceden en la despreocupación de la eterna juventud.

Al llegar ante el río Wei, el viejo que marchaba en cabeza dijo a su mula:

- Venga, despacio, bonita, procura caminar ligera para no salpicar a nuestros compañeros.

Y entonces Wang vio a la blanca montura cruzar el impetuoso curso de agua rozando apenas con sus pezuñas la superficie de las ondas. Tras ella, otros Inmortales caminaron a su vez sobre el río. Pero Li Tieguai, el mendigo cojo, llamó a sus compañeros y, sin girarse, les dijo a gritos:

- ¿Qué vamos a hacer con ese mortal que nos sigue? He Xiangu, la patrona de las magas, le contestó:

- ¡Si está preparado, pasará a la otra orilla; si no, se quedará en ésta! Hazle pasar la prueba.

Li Tieguai hizo señas a Wang para que se acercara y le dijo:

- Para cruzar el río sin ahogarte, debes cumplir tres condiciones. La primera, caminar sobre el agua mirando recto hacia adelante y sin pensamientos impuros. ¿Te sientes capaz de hacerlo?

Wang asintió con la cabeza. La perspectiva de entrar en el Reino de los Inmortales le daba alas.

- La segunda condición: debes abandonar todo lo que posees, sin tristeza.

- Eso tampoco es difícil, sobre todo para mí, que no tengo gran cosa!

Y Wang arrojó al río su bolsa y su bastón.

El mendigo deforme abrió su cantimplora, rió sarcásticamente y dijo:

- La tercera condición es harina de otro costal. Debes beber un trago de este remedio, que purificará tu cuerpo y lo hará tan ligero como una hoja. Tiéndeme el hueco de tus manos.

Li el cojo vertió en las palmas del pobre campesino un líquido verdoso, viscoso y nauseabuno. Wang quedó aún más  sorprendido por cuanto esperaba beber uno e esos legendarios licores divinos. Cuando acercó las manos a los labios, se le  encogió el estómago, y con una mueca de repugnancia dejó que la infame mixtura corriera entre sus dedos y se limpió las manos en el río.

- Miserable - refunfuñó el sabio inválido -, has desperdiciado el preciado Néctar de la Inmortalidad que con tanto esmero y paciencia prepara la Reina Madre de Occidente. ¡Que sacrilegio! Te has quedado en las apariencias. No eres digno de seguirnos.

- ¡Te lo ruego! - suplicó Wang -, dame otra oportunidad!

- Tu otra oportunidad - rió sarcásticamente Li el cojo - está en el hueco de tus manos. ¡Haz buen uso de ella!

Y mientras el inmortal desaparecía en la bruma, dando saltitos sobre la cresta de las olas con su muleta de hierro, Wang se miró la palma de las manos. Brillaba en la noche con un extraño resplandor, como dos lámparas de jade.

El campesino no tardó en descubrir el poder de sus manos. Aliviaba los dolores, curaba las enfermedades. Eran manos de curandero. Hizo buen uso de ellas, se convirtió en médico famoso. Se enriqueció porque sabía hacer que los poderosos le pagaran, pero hacía que los pobres se beneficiaran de ello. Se abstuvo de todo pensamiento egoísta y practicó sin descanso la compasión, condiciones principales para llegar a la otra orilla, la de los Inmortales. Afortunadamente, para él y para sus pacientes, ya que Li el cojo acudió en varias ocasiones, bajo la apariencia del más lamentable de los mendigos, para probar el corazón de nuestro curandero haciendo que le aliviara gratuitamente de sus dolencias. Y si Wang lo hubiese echado, habría perdido de inmediato su poder.

Los méritos de Wang quizá le permitieran más tarde encontrar el camino de la eterna juventud... En todo caso, quedó inmortalizado en la memoria de los chinos con el nombre de Rey de los dedos de Oro, y hay quienes le atribuyen la paternidad de la acupuntura digital, más conocida con su nombre japonés, shiatsu. ¡Una manera muy útil de hacerse inmortal!
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sábado, 14 de marzo de 2015

Venta de libros

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Cuento chino, de Wang Xiaoqian*

Mi amigo escritor Wang Fushun irrumpió en mi oficina con un montón de libros, los tiró sobre mi escritorio y dijo angustiado:

- Este es el libro que acabo de publicar. He intentado venderlo, pero no he salido de un solo ejemplar después de probar en varias oficinas. ¡Necesito tu consejo!

- Hoy en día, en la mayoría de los casos hay que cubrir el coste del libro que publicas. Aunque un editor se ofrezca a publicártelo, ellos preferirían pagarte los derechos de autor en libros, para imitar a sus colegas extranjeros, como hermosamente señalan. Por supuesto, tu libro no será una venta fácil... - dije mientras hojeaba un ejemplar.

Cuando vi su título: "Yin-yang, las profesiones y los caracteres chinos", aparte de la curiosidad me fijé en la sinopsis. Mientras más leía, más me interesaba.
 
En el libro, Wang decía que la obra era el resultado de sus cinco años de investigación sobre los rasgos únicos de los caracteres chinos. Los dos conceptos básicos yin y yang, que se originaron del I-Ching o Libro de los cambios, explicaban y representaban todo lo que existía en la naturaleza y la sociedad.
 
Básicamente, yang representaba lo masculino y lo positivo, yin lo femenino y lo negativo. Por ejemplo, la mayoría de los 160 caracteres que se asociaban con nü (femenino), eran peyorativos, tales como yiao para "demonio", lan para "codicia" y jian para "violación" o "malvado".
 
Por el contrario, casi todos los cincuenta caracteres que se asociaban con li (fuerza) que representaban lo masculino, eran encomiásticos, entre los que se incluían yong para "valiente", gong para "mérito" y bo para "vigoroso". Sin duda, en el proceso de creación de los caracteres chinos, los antepasados demostraron por completo su punto de vista del yin y el yang mediante la adoración del cielo, lo masculino y el yang, mientras rebajaban la tierra, lo femenino y el yin.
 
- ¡Pero... si has hecho un excelente trabajo! ¡Es un gran libro que vale la pena leer! -le comenté.
 
- Pero, ¿cómo debo promoverlo? Ya tengo una cuantiosa deuda por su causa. Sé que estás lleno de ideas. Tu libro San Idiota se vendió en poco tiempo. ¿Cómo lo lograste?
 
- No va a funcionar contigo pero puedo decirte cómo lo hice. De todas formas, no utilizaré el método de nuevo, pero por favor no le hables a nadie al respecto. Al principio, tampoco podía vender mis libros, por lo que di con la idea de venderlos a través de un anuncio de Se busca chica. Escribí mi anuncio de esta manera:
 
"Hombre de veintiocho años, multimillonario, busca a una mujer como futura esposa. Se requiere un temperamento similar al personaje llamado Tal-y-tal del libro San Idiota."
 
- En poco tiempo mi libro se agotó en todas las librerías del pueblo. Así de simple.
 
- ¡Magnífico! ¡Qué método más asombroso! ¡Pero no tengo un personaje específico en mi libro, así que no puedo usar tu método! - suspiró, parecía impotente.
 
Con el deseo de ayudarlo de alguna manera, le conté una historia que había leído en un libro sobre cómo un editor se aprovechó del Presidente cuando hacía sus anuncios.
 
Había un editor norteamericano que tenía un libro que no se vendía bien. Un día, se le ocurrió una idea y le envió un ejemplar al Presidente. Le pidió su opinión una y otra vez. Al final, el Presidente, que estaba ocupado con los deberes de su oficina, decidió librarse de la continua molestia, así que le escribió al editor una simple frase: El libro no es malo.
 
Pronto el libro se vendió. Poco tiempo después, el editor tenía otro libro de lenta salida, así que le envió un ejemplar al Presidente de nuevo. Esta vez el Presidente, que había sido engañado una vez, sencillamente dijo: El libro es pésimo.
 
Al conocer la respuesta del Presidente, el editor pensó por un momento y escribió su anuncio:

"El último libro que leyó nuestro Presidente está ahora a la venta.
"

Curiosos, muchos lectores comenzaron a comprar el libro, por lo que se vendió.
 
La tercera vez que el Presidente recibió un nuevo libro del editor, al recordar las primeras dos lecciones, ni siquiera respondió. Pero el editor incluso así aprovechó su silencio:
 
"Un libro que nuestro Presidente encuentra difícil de comentar está a la venta. Cómpralo hoy antes de que se agote."
 
Una vez más, el libro se vendió enseguida.
 
Wang puso una expresión de alegría y dijo que sabía qué hacer. Me dejó dos ejemplares en mi escritorio y salió deprisa de la oficina.
 
Dos meses después, un indignado Wang se sentó frente a mí, con un periódico en la mano. Incluso encendió un cigarro, que nunca había visto antes. No habló hasta un rato después.
-¿Qué debo hacer ahora? -dijo finalmente-. Le envié un ejemplar del libro a un renombrado lingüista de nuestro país, el profesor Tal-y-tal. Nunca me mandó respuesta, pero hoy ha publicado un artículo titulado Los caracteres chinos revelan la antigua filosofía china. Hizo unos pocos cambios y publicó mi investigación con otro título sin mencionar siquiera mi nombre. ¡Es vergonzoso!
 
Impactado por la noticia, sentí un tic nervioso.
 
- ¡Por Dios...! - grité como si golpeara sobre el escritorio - ¡es tu oportunidad!
 
- ¿Qué quieres decir? -Wang se puso de pie de un salto.
 
- Publica una declaración de que el profesor Tal-y-tal ha copiado tu investigación de Yin-yang, las profesiones y los caracteres chinos, o algo por el estilo. También di:

 "El libro fue un bestseller cuando salió a la venta. Cómpralo hoy".
 
Un mes después, Wang vino a mi oficina de nuevo. Esta vez comenzó a hablar antes de que lo saludara.
 
- Hermano, tu consejo es realmente valioso. He obtenido una gran ganancia con mi libro. Aquí hay algo de dinero para ti. Una muestra de agradecimiento por tu trabajo - dijo mientras sacaba un sobre.
 
- Olvídalo, no lo necesito. Guárdalo para tus pleitos judiciales.
 
- ¡Oh! En verdad, puedes predecir el futuro. Ese señor me ha escrito que realizó su investigación a partir de una perspectiva diferente a la mía. Quiere que retire mi artículo del periódico, o me llevará a la Corte.
 
- ¿No ayuda a que sigas vendiendo tu libro? Quizás tengas otras sorpresas agradables, ¡nunca sabes!
 
Se miraron uno al otro y estallaron de la risa.

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*王孝谦: Wang Xiaoqian (1964), nació en Fushun, Sichuan. Ha publicado aproximadamente dos mil páginas de trabajos literarios, entre los que se incluyen una compilación de cuentos cortos, una de literatura que no es de ficción y una de reportajes. También ha co-escrito un guión para una serie de la televisión, que se produjo y transmitió. Ha obtenido muchos premios, entre los que se incluye un tercer premio a nivel nacional.
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domingo, 18 de enero de 2015

La liberación del espíritu

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De Cuentos de los sabios taoístas
de Pascal Fauliot

Cuenta la leyenda que Li fue, hace mucho tiempo, uno de los discípulos de Lao Tse en persona, el patriarca de los taoístas. Li era un letrado de gran belleza, sumamente elegante. Estaba bastante orgulloso de su persona, sobre todo de su cuerpo, cuya eterna juventud conservaba con la gimnasia taoísta. Tenía al parecer, mucho éxito con las damas... sus poderes eran grandes. Médico, herbolario y taumaturgo, sabía preparar el elixir de los cinco elementos, remedio supremo, que siempre tenía a mano en su cantimplora. El arte del viaje astral tampoco tenía secretos para él. Pero no había alcanzado el grado más alto de realización espiritual, entorpecido sin duda por cierto narcisismo, y por tanto aún no se había forjado un cuerpo inmortal.

En su ermita, el bello Li tenía un discípulo a quien solía confiar la tarea de velar por su cuerpo cuando realizaba viajes astrales. Una tarde se acostó y le dijo a su aprendiz:

- Mi espíritu va a levantar el vuelo hacia el monte Hua, donde va a tener lugar un conciliábulo de Inmortales. Espero encontrar allí a mi Maestro y beber una vez más el néctar de sus palabras. El viaje será largo y peligroso, pues tendré que cruzar puertos ventosos infestados de demonios. Si en seis días no he abierto los ojos, destruirás mi cuerpo. Ya no tendré entonces ninguna posibilidad de regresar a él y no quisiera que un espíritu maligno lo poseyera. Pero debes esperar hasta que los primeros rayos del sol apunten en el horizonte, en la mañana del séptimo día, para encender la pira funeraria. 

Durante la sexta noche, el hermano del discípulo vino a avisarlo de que su madre estaba moribunda y lo había llamado a su lado Debían apresurarse; sin duda no pasaría de aquella noche.
 
Al joven adepto le afligía la idea de llegar demasiado tarde. Pensó que el espíritu de su maestro sin duda estaba prisionero en alguna parte o se había extraviado. Pensó que ya no volvería. Como el alba estaba próxima, apiló leña, depositó el cuerpo sobre la pira y le prendió fuego. Luego corrió a la cabecera de su madre.

Justo antes de que los primeros rayos del sol llegaran a lamer la cima de la montaña, el espíritu de Li sobrevoló la ermita. Cuando vio la hoguera incendiar la noche, comprendió que sus restos se estaban convirtiendo en humo. Se dijo que era una lección del destino, que de ese modo quedaba liberado de aquel cuerpo al cual había estado demasiado apegado. Pero necesitaba encontrar otro para acabar su evolución espiritual y alcanzar la inmortalidad. No quería perder los conocimientos adquiridos en esta vida y que sin duda olvidaría si se reencarnaba por las vías naturales. ¡A veces se requiere más de una vida para recordar lo que uno ya sabe! Debía encontrar un cuerpo enseguida, antes de que sus poderes psíquicos se disolvieran. Y si no lo hacía antes  del alba, su espíritu perdería la fuerza para animar un cadáver aún caliente. Le quedaba muy poco tiempo.
 
Buscó desesperadamente en los alrededores unos restos adecuados, pero no los encontraba. ¡Algunos cuerpos estaban demasiado fríos y totalmente rígidos; otros todavía no habían sido totalmente abandonaos por sus propietarios! El horizonte palidecía, al espíritu de Li le entró pánico. Finalmente percibió un alma que se escapaba de su envoltura carnal. Se precipitó en el cuerpo. ¡era el de un mendigo deforme con un rostro simiesco!
Y fue en este cuerpo poco agraciado donde el espíritu del bello Li alcanzó su objetivo. Así pues, como les gusta repetir a los sabios chinos:

¡Todos los hombres quieren verse libres
de la muerte.
Pero no saben liberarse
de su cuerpo!


Ésta es la razón por la que uno de los Ocho inmortales tiene la apariencia de un mendigo cojo y jorobado. Se le conoce popularmente con el nombre de Li TieGuai. Li el de la Muleta de hierro. Es el patrono de los pobres y de los médicos.cuento
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lunes, 8 de diciembre de 2014

La jovencita que cabalgaba un asno

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 Cuento chino

Un joven confucionista llamado Zhang En Tianjin, paseaba un día con algunos amigos por las afueras de la urbe, cuando una joven que cabalgaba en un asno paso por su lado. 

Aprovechándose de que ella iba sola, la insultaron con palabras sucias, persiguiéndola. La muchacha no respondía nada pero apresuraba al asno para escapar de los hombres que terminaron alcanzándola, pero el confucionista se había quedada rezagado. 

De repente, la mujer bajó del asno y comenzó a coquetear con sus acosadores. Cuando Zhang llegó, se dio cuenta de que la dama era nada menos que su esposa, hecho que lo sorprendió porque ella no sabía cabalgar, aparte de que la casa estaba lejos. 

Furioso y con dudas, reprochó a la mujer su actitud; deseaba golpearla; pero ella no paró sus coqueteos. Cuando el ofendido se acercó, rápida se subió al jumento y, en el acto, mudó su rostro por completo, diciendo: 

"Tan pronto ves a la esposa de otro, quieres insultarla y violarla; pero cuando ves que es la tuya la ofendida, te enfureces. Has estudiado muchas escrituras de Confucio pero todavía no sabes lo qué es perdonar. Así, ¿cómo podrás ser un personaje importante en el estado? Por eso no has pasado el examen estatal para ser funcionario." 

Después de esto, ella continuó su camino.

Zhang palideció por el susto, sin saber si la joven era un inmortal o un fantasma.
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martes, 29 de julio de 2014

El ladrón de conocimiento

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Cuento chino

Yang Lu Chan nació al comienzo del siglo XIX en el seno de una familia de campesinos. Desde joven no tenía más que una pasión: el Shuan-Shu, el arte del puño. Desde su infancia, frecuentó asiduamente las escuelas de artes marciales de su provincia y muy pronto alcanzó el rango de un experto de gran reputación. Pero los estilos que había practicado hasta entonces no le satisfacían. Sabía que desde la destrucción del monasterio de Shaolin, el arte del puño había lentamente degenerado en un método de combate que daba demasiada importancia a la técnica y a la fuerza muscular. A pesar de su búsqueda por todos los rincones de su provincia, Ho Pei, no conseguía encontrar un Maestro susceptible de enseñarle un arte más profundo que le condujera a la Vía de la armonía.

Su desesperación llegó a su término cuando oyó hablar del Tai Chi Chuan, arte que empezaba a ser popular en otra provincia, Honan.

Abandonando a sus padres y amigos, Yang emprendió un viaje a pie de más de 800 km. para dirigirse a la patria del arte que deseaba estudiar. Aprovechando un momento de oportunidad entró en los círculos cerrados de practicantes de Taichi. En el curso de sus conversaciones con ellos, un nombre volvía continuamente a su mente: el del Maestro Chen Chang Hsiang. Este hombre pasaba por tener el "Kung Fu" más perfecto de su época. Desgraciadamente enseñaba exclusivamente a los miembros de su familia, en el más estricto secreto.

Yang pensaba que después de un viaje tan largo tenía que estudiar con el mejor Maestro. Hábilmente consiguió interesar en casa de la familia Chen como criado. De esta manera, cada día se las arreglo para espiar secretamente el entrenamiento familiar bajo la guía del patriarca. Cuidadosamente disimulado, observaba atentamente los movimientos, bebía las palabras y los consejos del Maestro. Después, durante la noche, cuando todo el mundo dormía, se ejercitaba en hacer lo que había visto durante el día y pulía incansablemente los encadenamientos de movimientos que había aprendido los días precedentes.

Su espionaje continuó durante varios meses sin despertar sospecha... hasta que un día fue descubierto. Inmediatamente fue conducido delante del Maestro Chen. Se esperaba lo peor. En efecto, el anciano parecía muy enfadado. El tono de su voz dejaba ver una cierta irritación.

- Y bien, joven, parece que has abusado de nuestra confianza. Usted se ha introducido aquí con el único objetivo de espiar nuestra enseñanza, ¿no es verdad?.

- Efectivamente - confesó Yang.

- No se aún lo que vamos a hacer con Ud. Mientras tanto siento curiosidad por ver que es lo que ha aprendido en tales condiciones. ¿Puede usted hacerme una demostración?.

Yang ejecutó un encadenamiento con tal concentración y fluidez que el anciano Chen quedó profundamente impresionado al ver un reflejo tan fiel de su Arte. Pero se cuidó bien de manifestar su emoción y durante un largo instante se quedó en silencio. Después declaró:

- Sería estúpido dejarlo marchar con lo poco que conoce. Mancharía la reputación de nuestra familia mostrando nuestro arte de una manera tan incompleta. Mejor será que se quede aquí el tiempo necesario para terminar el aprendizaje. ¡Pero esta vez bajo mi dirección!

Yang permaneció aún varios años en la familia de Chen, integrándose cada vez más profundamente en el Arte Supremo del Tai Chi. Después de haber recibido la bendición de su anciano Maestro, Yang volvió a su provincia natal.

En Pekin, donde decidió instalarse para enseñar su arte, no tardó en ser conocido con el nombre del "insuperable". En efecto, a pesar de otros profesores y campeones jóvenes le desafiaron a menudo, nunca fue vencido. Sus combates contribuyeron a fortalecer la reputación del Tai Chi Chuan, sobre todo porque conseguía neutralizar a sus adversarios sin herirlos jamás
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Hijo de un buen nadador

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De Fabulas antiguas de China
(Discursos de Lü Buwei)

Un hombre iba caminando por la orilla del río, cuando vio a alguien que estaba por arrojar a un niño pequeño al agua. El niño gritaba, aterrorizado.

- ¿Por qué quiere lanzar a esa criatura al río? - pregunto el paseante.

- Su padre es un buen nadador - fue la respuesta.

No se puede concluir que el hijo de un buen nadador haya de saber nadar.

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viernes, 11 de julio de 2014

El árbol del ruiseñor

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Cuento chino

Hubo una vez un lindo ruiseñor que hacía su nido en la copa de un gran roble. Todos los días el bosque despertaba con sus maravillosos trinos.

La vida volvía a nacer entre sus ramas. Las hojas crecían y crecían. También lo hacían los polluelos del pequeño pajarito.

Su nido estaba hecho de ramitas y hojas secas.

Algunas ardillas curiosas se acercaban para ver como los polluelos picoteaban el cascarón hasta dejar un hueco en el que poder estirar su cuello. Empujaban con fuerza y lograban salir.

Sus plumitas estaban húmedas. En unas cuantas horas se habrían secado y los nuevos polluelos se sorprenderían de lo que les rodeaba.

El árbol estaba orgulloso de ellos. Él también era envidiado por los demás árboles no sólo por tener al ruiseñor sino por la belleza de su tronco y sus hojas. Era grandioso verlo en primavera.

Al llegar el otoño, las hojitas de los árboles volaban hacia el suelo. Con gran tristeza caían, pero el viento las mimaba y las dejaba caer con suavidad. Al pasar el tiempo éstas serían el abono para las nuevas plantas.

Al ruiseñor le gustaba jugar entre sombra y sombra. Revoloteaba haciendo piruetas, buscando la luz y cuando un rayo de sol iluminaba sus plumas, unas lindas notas musicales acompañaban su alegría y la de sus polluelos.

Un día un hongo fue a vivir con él. Ya lo conocía de antes se llamaba Dedi, bueno, tenía un nombre muy raro, pero ellos le llamaban así.

El roble comenzó a sentirse enfermo, tenía muchos picores y su piel se arrugaba.

De vez en cuando le corría un cosquilleo por el tronco.

Estaba un poco descolorido, ni siquiera tenía ganas de que los ciempiés jugaran alrededor de sus raíces.

Él hongo estaba celoso del árbol y de su amistad con el ruiseñor.

Pensó que si le enfermaba, el ruiseñor le haría mas caso a él. Envidioso de su amor no le importó hacerle sufrir.

Los demás animales convencieron al hongo para que abandonara al árbol. Así conseguiría, ser su amigo pero nunca por la fuerza.

A partir de aquel día siempre se juntaban para ver amanecer.

El hongo aprendió una gran lección, su poder y su fuerza debía utilizarlas, para algo bueno, para crear, no para destruir.
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martes, 4 de febrero de 2014

La cólera del Señor Dragón

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De Tratado de Lao Tse sobre la respuesta del Tao
De Li Ying-Chang
(Versión de Eva Wong)


En la ciudad de Tai-shang vivía un hombre extremadamente rico y cruel llamado Shen. Era inhumano con sus subordinados e inconsiderado con sus conciudadanos. Shen disfrutaba también dificultando la vida de los demás saboteando su trabajo. En secreto se las arreglaba para estropear las herramientas de la granja, caza y artesanía, con el solo objeto de divertirse con la desgracia de los demás.

En cierta ocasión, Shen contrató a un escultor llamado Lu para que esculpiese figuras en las vigas y en las columnas de una casa de huéspedes que estaba construyendo. Cuando el artista acabó el trabajo, Shen se negó a pagarle. Lu llevó el asunto ante el magistrado local, y el tribunal falló en contra de Shen. Éste montó en cólera y decidió vengarse del escultor.

Poco tiempo después, el tiemplo budista de la ciudad estaba construyendo una nueva sala. Los sacerdotes habían oído la fama de Lu como escultor y lo invitaron a esculpir las efigies de los Quinientos Arhats. Shen pensó que había llegado su oportunidad para vengarse de Lu. Contrató en secreto a un malhechor y le dio instrucciones para que se uniese al equipo de ayudantes de Lu. Cuando se encaminaba hacia el templo, el malvado cumplió el encargo de Shen dañando algunas de las herramientas del escultor y huyendo con el resto. Cuando Lu llegó al templo sin las herramientas apropiadas no pudo competir con los demás escultores. Como consecuencia, Lu perdió el trabajo al ser rechazado.

La nuera de Shen no aprobaba sus estratagemas malvadas y le dijo que, a menos que se enmendase, sus actos traerían la cólera de los Señores del Cielo y que el justo castigo recaería sobre él y su familia. Shen rechazó su advertencia y la reconvino por ser irrespetuosa y atrevida. La expulsó de su casa y le dijo que nunca más volviera.

La nuera había caminado apenas dos kilómetros desde la casa de Shen cuando oyó el estruendo de un trueno. Los rayos atravesaron el cielo y empezó a caer una lluvia torrencial. Corrió hacia los bosques y se refugió en una choza abandonada. A través de la ventana vio abrirse los cielos y salir de las nubes cargadas de lluvia un dragón color escarlata que descendí a la mansión de Shen. Instantáneamente se vinieron abajo todos los edificios de la misma y todo lo que había dentro fue destruido.

El único miembro del hogar de Shen que sobrevivió fue su nuera. Los señores del Cielo la favorecieron y ella vivió una larga y próspera vida.
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Notas de la traductora:

* Los Arhats son discípulos del Buda y son considerados guardianes del Dharma (los principios del budismo).
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jueves, 16 de enero de 2014

Ho-Kuan visita el reino de las hormigas

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De Tratado de Lao Tse sobre la respuesta del Tao
De Li Ying-Chang
(Versión de Eva Wong)

Ho-Kuan, nacido en el pueblo de Kuang-nan, era un hombre bondadoso que nunca había matado a ningún ser vivo en su vida. Ho-Kuan no era muy rico, pero tenía una vasija que contenía mil monedas de oro, que constituían todos los ahorros de su vida. Guardaba la vasija en un cofre de madera, pero una noche las termitas que habían infestado la zona donde vivía se introdujeron al cofre y se comieron parte de la plata.

Cuando su familia descubrió el hecho, siguió el rastro de las hormigas hasta una profunda cueva y encontró allí una colonia de millones de termitas. Decidió entonces aniquilar a las hormigas, pensando que esto podría servir para recuperar algo de la plata perdida. Sin embargo, Ho-Kuan se opuso al plan, diciendo: «No puedo soportar ver tantas criaturas matadas a cuenta de una pequeña cantidad de plata.» Así que la familia dejó correr el asunto.

Aquella noche, Ho tuvo un sueño. Había muchos soldados con armadura blanca que llegaban hacia él y le invitaba a ver a su rey en el palacio. Ho se montaba en el carruje que llevaba consigo y era conducido a una magnífica y próspera cudad. Numerosos dignatarios le encontraban a la puerta del palacio y le escoltaban. El rey se levantó cuando vio a Ho y descendió del trono para ir a su encuentro. Saludó a Ho y le dijo: «Gracias a tu bondad hemos sido salvados de nuestro enemigo. Sin embargo, te hemos causado molestia en este proceso. Debido a tu bondad, mis súbditos han escapado a una gran desgracia. Nunca podré agradecerte suficientemente lo que has hecho por mi reino. Hay un pequeño árbol cerca de tu casa. Detrás del árbol hay una vasija de plata que fue enterrada en antiguos tiempos. Desentiérrala y guarda el tesoro como muestra de nuestro agradecimiento. Tú representas lo mejor que hay en la humanidad. Es una pena que seas demasiado viejo para disfrutar de los frutos de tu bondad. Sin embargo, tus descendientes se beneficiarán de lo que has sembrado.»

Tras su audiencia con el rey, Ho-Kuan fue escoltado de vuelta hasta su propia casa por los soldados revestidos de armaduras blancas. Cuando se despertó de su sueño, se dio cuenta de que habían sido las hormigas las que habían venido a su encuentro. Encontró el árbol que la hormiga reina había descrito, cavó debajo de él y recuperó una jarra de plata. Sus descendientes disfrutaron de la prosperidad aportada por este tesoro durante muchas generaciones.
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