De Cuentos Folklóricos de Laos de Dr. Wajuppa Tossa y Prasong
Había una vez, un anciano y una anciana que vivían en una choza cerca de un campo de arroz. Era pareja muy trabajadora. Pero, aunque trabajaban duro todo el día, eran muy pobres. Trabajaban duro en su campo. Recorrían el bosque buscando plantas, hierbas y leña para vender. Pero aún así, seguían siendo muy pobres. Un día, mientras la pareja estaba removiendo un montículo de termitas del campo de arroz, el viejo golpeó algo duro con su azadón. Cavó hasta desenterrar el objeto por completo, y descubrió que era una vasija gigante. ¡Qué raro! La vasija estaba repleta de oro. El viejo llamo a su mujer.
- ¡Vieja, ven rápido! ¡Alguien ha escondido una vasija llena de oro en nuestro campo de arroz!
Su mujer vino corriendo y lo ayudó a despejar la tierra alrededor de la vasija. Estaba llena hasta el borde de oro. La mujer estaba contentísima.
- Viejo, encontremos rápido a alguien que nos lleve este oro a casa
Pero el anciano sacudió la cabeza.
- Querida vieja, no creo que eso sea una buena idea. Este oro no nos pertenece. Debemos dejarlo aquí
La anciana discutió con el viejo, pero él le dijo tranquilamente:
- Vieja, si nos pertenece, entonces vendrá a nosotros. No podemos tomar lo que claramente no es nuestro
De mala gana, la anciana estuvo por fin de acuerdo. Ella intentó convencer al viejo de que cambiara de opinión, pero él se mantuvo firme. Cuando llegaron a casa, la vieja les contó a los vecinos lo que habían encontrado, pero ellos sólo se rieron de ella. Nadie le creyó ni una palabra. Pero un día, unos comerciantes de búfalos que pasaban por ahí escucharon la historia. Encontraron el montículo de termitas y cavaron hasta desenterrar la vasija. Con gran cautela, removieron la tapa y retrocedieron saltando del susto ¡Que mentira! En la vasija no había más que una enorme serpiente enroscada en su interior, llenándola por completo con su cuerpo.
- No podemos dejar que se salgan con la suya contándonos semejante mentira. Vamos a enseñarles una lección a esos viejos
Los mercaderes encontraron una liana de enredadera fuerte en el bosque, la ataron alrededor de la vasija y así, lograron subirla a su carreta. Esa misma noche, muy tarde, dejaron caer la vasija frente a la puerta de la choza de los ancianos. Colocaron la vasija sobre un lado, retiraron la tapa y entornaron la puerta. Luego desaparecieron en la noche con rapidez, seguros de que la serpiente entraría en la casa y mordería a los viejos.
A la mañana siguiente, la vieja se levantó, como de costumbre, antes del amanecer para prepararle el desayuno a su esposo. Aún estaba oscuro cuando abrió la puerta y salió. Pero tropezó con la enorme vasija y dio un grito terrible de susto. Su marido saltó de su petate y corrió para ver lo que había sucedido. Ahí estaba la enorme vasija del campo de arroz tirada justo frente a su puerta.
- ¿Quién pudo haber traído esto hasta aquí? ¿Quién haría algo así?
El viejo estaba perplejo. Trajo una vela y ambos inspeccionaron la vasija. Estaba repleta de oro.
- ¿En verdad es oro? - jadeó la vieja - Querido esposo, ¿esto significa que el oro es nuestro?
- Sí -dijo el viejo -. Es tal como te dije, si nos pertenece, entonces vendrá a nosotros. Y ha venido, así que debe de ser nuestro.
La vieja cabeceó con solemnidad.
- Sí, querido, ahora veo que es tal como tú dijiste: si nos pertenece, entonces vendrá a nosotros .
- ¡Vieja, ven rápido! ¡Alguien ha escondido una vasija llena de oro en nuestro campo de arroz!
Su mujer vino corriendo y lo ayudó a despejar la tierra alrededor de la vasija. Estaba llena hasta el borde de oro. La mujer estaba contentísima.
- Viejo, encontremos rápido a alguien que nos lleve este oro a casa
Pero el anciano sacudió la cabeza.
- Querida vieja, no creo que eso sea una buena idea. Este oro no nos pertenece. Debemos dejarlo aquí
La anciana discutió con el viejo, pero él le dijo tranquilamente:
- Vieja, si nos pertenece, entonces vendrá a nosotros. No podemos tomar lo que claramente no es nuestro
De mala gana, la anciana estuvo por fin de acuerdo. Ella intentó convencer al viejo de que cambiara de opinión, pero él se mantuvo firme. Cuando llegaron a casa, la vieja les contó a los vecinos lo que habían encontrado, pero ellos sólo se rieron de ella. Nadie le creyó ni una palabra. Pero un día, unos comerciantes de búfalos que pasaban por ahí escucharon la historia. Encontraron el montículo de termitas y cavaron hasta desenterrar la vasija. Con gran cautela, removieron la tapa y retrocedieron saltando del susto ¡Que mentira! En la vasija no había más que una enorme serpiente enroscada en su interior, llenándola por completo con su cuerpo.
- No podemos dejar que se salgan con la suya contándonos semejante mentira. Vamos a enseñarles una lección a esos viejos
Los mercaderes encontraron una liana de enredadera fuerte en el bosque, la ataron alrededor de la vasija y así, lograron subirla a su carreta. Esa misma noche, muy tarde, dejaron caer la vasija frente a la puerta de la choza de los ancianos. Colocaron la vasija sobre un lado, retiraron la tapa y entornaron la puerta. Luego desaparecieron en la noche con rapidez, seguros de que la serpiente entraría en la casa y mordería a los viejos.
A la mañana siguiente, la vieja se levantó, como de costumbre, antes del amanecer para prepararle el desayuno a su esposo. Aún estaba oscuro cuando abrió la puerta y salió. Pero tropezó con la enorme vasija y dio un grito terrible de susto. Su marido saltó de su petate y corrió para ver lo que había sucedido. Ahí estaba la enorme vasija del campo de arroz tirada justo frente a su puerta.
- ¿Quién pudo haber traído esto hasta aquí? ¿Quién haría algo así?
El viejo estaba perplejo. Trajo una vela y ambos inspeccionaron la vasija. Estaba repleta de oro.
- ¿En verdad es oro? - jadeó la vieja - Querido esposo, ¿esto significa que el oro es nuestro?
- Sí -dijo el viejo -. Es tal como te dije, si nos pertenece, entonces vendrá a nosotros. Y ha venido, así que debe de ser nuestro.
La vieja cabeceó con solemnidad.
- Sí, querido, ahora veo que es tal como tú dijiste: si nos pertenece, entonces vendrá a nosotros .
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