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viernes, 10 de febrero de 2017

La seguridad del molusco

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Cuento japonés

Un molusco estaba muy orgulloso de su caparazón. Le decía a un pez:

- Sí señor; el mío es un castillo muy fuerte. Cuando lo cierro, nadie puede hacer más que apuntarme con el dedo.

Así, mientras estaban hablando, se sintió un chapoteo. El pez huyó prestamente, mientras que el otro se encerró en su envoltorio.

Pasó un buen rato y el molusco empezó a preguntarse qué había sucedido.

Como todo parecía muy tranquilo, abrió sus valvas para indagar y notó que ya no se hallaba en su medio habitual.

Efectivamente, estaba junto a cientos de otros animales semejantes a él, en un puesto de mercado, debajo de un cartel que decía:

"A $1000 el kilo"
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jueves, 1 de diciembre de 2016

Travesuras, aventuras y desventuras de Ikkyū Sōjun

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De Wabi Sabi: El arte de la impermanencia japonés
de Andrew Juniper
(Capítulo "La ceremonia del té")

Ikkyu fue el hijo ilegítimo del emperador Go-komatsu. Su potencial político le granjeó, desde el momento de nacer, muchos enemigos, por lo que su madre, una dama de la corte de Kioto, y él, fueron obligados a abandonar el palacio. Al cabo de varios años Ikkyu entrócomo novicio en el monasterio zen de Ankoku-jí, donde recibió una extensa formación en las artes y los clásicos japoneses y chinos.

Dede una temprana edad demostró tener una inteligencia increíblemente aguda, y en la actualidad circulan aún algunas historias sobre sus travesuras. Una de esas historias cuenta que en el monasterio donde residía Ikkyu había un abad que sentía una gran debilidad por un dulce que guardaba celosamente en su habitación, y siempre estaba asustando a los jóvenes acólitos que intentaban hacerse de él diciéndoles que era un dulce venenoso para los niños.

Por desgracia para el abad, el pequeño Ikkyu no se creyó ésta patraña y en una ocasión, tras entrar en la habitación del abad y compartir la golosina con sus amigos, rompió adrede una pieza de cerámica que había en ella. Cuando el abad regresó a su habitación después de cumplir con sus obligaciones, el joven Ikkyu le contó que había roto sin querer la pieza de cerámica y que para reparar su falta había intentado suicidarse ingiriendo el dulce venenoso. Pero como al probar el primer bocado no había sentido nada, se había visto obligado a comérselo todo para que el veneno surtiera efecto. Al dejar en evidencia las mentiras y la hipocresía del abad, éste no pudo darle un castigo ejemplar al joven Ikkyu.

La pícara naturaleza de Ikkyu ni siquiera se suavizó cuando el sogún Yoshimitsu le hizo llamar. Al preguntar a Ikkyu si podría cazar a un tigre, el muchacho contestó afirmativamente. El sogún le pidió irónicamente que usara la cuerda que le ofrecía para atrapar al tigre que aparecía en la pintura de un biombo. Sin la menor vacilación, el joven monje se levantó de un salto y, apostándose ante el biombo, le pidió al sogún que hiciera salir al tigre de allí.
A pesar de su evidente sentido del humor, era en realidad un estudiante de zen muy motivado y sincero que sentía un vivo deseo por alcanzar la verdadera sabiduría en esta vida. La corrupción que había en el monasterio donde residía no tardaría en defraudarle y el siguiente poema, que compuso al abandonarlo, capta su estado de ánimo en aquella épica:
 
Tan avergonzado me siento,
que no puedo callar por más tiempo,
las victoriosas fuerzas demoníacas están suplantando
a las enseñanzas zen
Los monjes deberían estar hablando del zen
en lugar de jactare de sus antecedentes familiares.

Decidió continuar sus estudios con un monje ermitaño llamado Ken´o que vivía en las colinas que rodeaban Kioto y cuyas enseñanzas resonaban con la sinceridad y la coherencia que Ikkyu tanto deseaba.

Ikkyu sirvió fielmente a su maestro Kenó, a quien amaba profundamente, y al morir éste se quedó tan consternado que cuatro años más tarde intentó suicidarse lanzándose al lago Biwa, pero el sirviente de  su madre, que había sido enviado para que vigilara al abatido joven monje, se lo impidió.

Al cabo de varios años decidió estudiar bajo el estricto régimen de otro maestro llamado Kaso, el cual le otorgaría el preciado inká, un certificado que acreditaba que Ikkyu había alcanzado la iluminación, pero él se lo lanzó de nuevo rechazándolo, a pesar de saber que al hacerlo estaba excluyendo de la posibilidad de llevar una vida lucrativa como abad en otro monasterio. Ikkyu no estaba interesado en adquirir un certificado oficial que acreditara que había obtenido la iluminación ni el prestigio que éste le confería, sino que tan sólo aspiraba a alcanzar una completa libertad personal.

La deteriorada relación que mantenía con su maestro acabó rompiéndose al cabo de un tiempo e Ikkyu se dedicó a llevar una vida de monje itinerante vagando por las calles de Kioto y durante los cincuenta y cinco años restantes de su vida nunca llegaría a establecerse en ningpun lugar.

Su excéntrica conducta y su agudo ingenio le granjearon el cariño de los habitantes más ricos de la ciudad, lo cuál le permitió disfrutar de algunos de los placeres más sensuales de Kioto, incluyendo los del "mundo flotante".

Ikkyu era bastante inusual al mostrar abiertamente su afición por el sexo femenino y el evidente placer que le proporcionaba, y en lugar de negar los hechos defendía que era una actividad muy saludable tanto para los laicos como para monjes.

Con su pasión por la vida y su desdén por la formalidad y las reglas Ikkyu promovió la ceremonia del té e inclusó llegó a sugerir que podía ser más productiva que las horas pasadas en solitaria meditación. Con su sentido del zen cambió las ostentosas muestras de riqueza de la ceremonia del té por una comunión espiritual entre dos o más personas que, entrando en un estado de sereno y controlado abandono, podían meditar sobre la belleza y la fugacidad de la vida.

Aunque se suele decir que Sen-no Rikyu fue el padre de la ceremonia del té, Ikkyu fue el promotor de muchas de las ideas originales y de la adopción de los  utensilios rústicos para la misma. La influencia que ejerció sobre el espíritu del té fue de gran alcance y posiblemente tan importante como la contribución que más tarde aportaría Sen-no Rikyu.
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lunes, 1 de agosto de 2016

La túnica de luz

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De Los más bellos cuentos Zen
seguido de El Arte de los Haikus
de Henri Brunel

Había una vez un pobre pescador llamado Hakyu Ryu, que encontraba muy pocos peces y que subsistía a duras penas. Vivía solo -pues no tenía bastante dinero para casarse - en una mísera cabaña situada cerca de un hermoso pinar al pie del monte Fuji Yama, cuya cumbre está cubierta de nieves eternas. Ante su puerta se extendía una larga playa de arena blanca, y contemplaba hasta el horizonte el azul deslumbrante del océano Pacífico. Hakyu apreciaba aquel paisaje encantador, y soñaba a menudo. Eso lo ayudaba a vivir.

Una mañana de primavera, estaba atravesando el pinar cuando de pronto vio colgada de una rama una túnica magnífica, estaba hecha de ligeras plumas plateadas y doradas, el paño parecía tejido de luz, y Hakyu quedó como aturdido al verla. Tentado, vaciló, echó una ojeada por los alrededores. Estaba solo. Cogió la túnica, se la llevó a su cabaña, y la escondió bajo una pila de leña. Aquella noche, en su tatami, antes de caer en el sueño, calculó  los beneficios que le procuraría su latrocinio.

"Mañana iré al mercado, venderé esa túnica a buen precio, compraré redes nuevas y fuertes, quizás una barca, y así pescaré mucho, me haré rico, y entonces me casaré..."Con estas visiones maravillosas, se quedó dormido.

Durante la noche, tuvo un sueño. Se le apareció una muchacha muy hermosa: "Soy un ángel - le dijo -, vengo de los cielos para visitar el mundo. Pero me habéis quitado la túnica. ¡Os suplico que me la devolváis!"

Hakyu la interrumpió: "No entiendo lo que decís, yo no os he quitado vuestra túnica, nunca la he visto! Pero, puesto que estáis en mi casa a estas horas de la noche, venid y compartir la cama conmigo". Y llevado por un brusco deseo, la abrazó y quiso besarla. Entonces despertó. Aquel sueño le dejó en la boca un sabor amargo, y sintió vergüenza. "¡¿Cómo?! - se dijo -, robo una túnica magnífica, le digo una mentira a la muchacha a quien pertenece, y quiero obligarla a acostarse conmigo". Se acordó de un maestro zen cuyas enseñanzas había seguido él en su juventud: "No tendrás paz ni felicidad si no practicas la justicia, si te apartas de la verdad, si no sientes compasión". Hakyu decidió entonces buscar a la muchacha por todas partes y no descansar hasta haberle devuelto la túnica de luz.

A la mañana siguiente, muy temprano, se fue a la playa y escrutó el horizonte, pero en vano. Se acercó al pinar, y allí, bajo un árbol, vio a la muchacha de su sueño, que estaba llorando. Le devolvió la túnica. Ella le dio las gracias con mucha alegría y muy efusivamente. Cuando se puso la túnica de luz, se transformó y se convirtió en un ángel que ascendió suavemente a los cielos danzando con gracia inaudita.

El teatro No representa a menudo aquella danza del ángel. Es un espectáculo extraordinario, uno de los más hermosos que se puedan imaginar. Hakyu fue el primero en haberlo visto, y cayó en éxtasis. Regresó a su cabaña, y los días siguientes pescó tanto pescado como podían contener sus redes. Se casó, tuvo muchos hijos, y todos vivieron felices durante mucho, mucho tiempo.

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¿Es un cuento zen? ¿un cuento de hadas? La moraleja parece clásica, y podría expresarse así: "La sinceridad, la equidad y la compasión son virtudes recompensadas. No hay que robar". Pero este cuento nos dice otra cosa más, simbolizada por la túnica de luz, que es lo único que permite acceder al cielo y que magnifica toda realidad. Que cada cuál siga aquí el silencio y su propia intuición.

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                           - ¡Maestro, qué alta brilla la luna clara y apacible!

                          - ¡Sí, está muy lejos!

                          - Maestro, ayudadme a elevarme hasta ella

                          - ¿Para qué? ¿No viene ella a ti?".

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lunes, 18 de enero de 2016

Se va el amor

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De Los más bellos cuentos Zen
seguido de El Arte de los Haikus
de Henri Brunel

El capullo que se abre florece, se desarrolla, se marchita y se convierte en polvo. Toda forma que aparece desparece. Todo lo que nace muere; todo lo que viene se va y manifiesta así el eso, el eterno Atma, que es lo único que permanece. 

*
 
Un hombre joven y pobre llamado Iruka amaba con toda la locura de su corazón a una muchacha rica y bella a más no poder. Puesto que era letrado, Iruka escribió a su amada una carta de amor cada dia durante tres largos años sin fallar una sola vez. Al tercer año, se atrevió a sugerirle que le hiciera un signo durante la fiesta del Bon (Fiesta de difuntos). Pero la amada no respondió, ni siquiera lo miró, ni le mostró nunca el menor interés. Entonces el corazón de Iruka se cansó. Pensó hacerse monje, y lo hizo y pasó el tiempo...

Una mañana de primavera. iba a buscar agua a un pozo situado cerca de su ermita, cuando Iruka se encontró a Chujo por primera y última vez en su vida. Ella se hechó a sus pies:

-¡Iruka! - exclamó- ¡He caminado durante meses antes de encontrarte, y por fin te veo , admirable iruka! Tu amor, del que dan testimonio mil cartas, ha terminado por tocarme el corazón.
 
Al decir aquellas palabras, descubrió su rostro, hasta aquel momento cubierto por un velo de seda, y era tanta su belleza que hacía palidecer la luz del día.

- Soy tuya, Iruka, ahora te amo como me amabas tú entonces.

Iruka le respondió:

- Es demasiado tarde, Chujo, he cortado todos los lazos con esta clase de amor. Soy monje.

Y sin una mirada, la dejó.

Chujo, desesperada, se tiró al río y se ahogó.

Enterado de la noticia, Iruka compuso este poema:


No queda en la rama,
la flor del cerezo
Antes del verano muere.

 *

Esta historia pertenece ahora al pasado. Todo lo que nace muere. Todo lo que se viene se va, y no permanece más que en el eterno Atma.
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martes, 1 de diciembre de 2015

El picador de piedras

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Cuento japonés

Cuenta la leyenda que un humilde picador de piedra vivía resignado en su pobreza, aunque siempre anhelaba con deseo convertirse en un hombre rico y poderoso. Un buen día expresó en voz alta su deseo y cuál fue su sorpresa cuando vio que éste se había hecho realidad: se había convertido en un rico mercader.

Esto le hizo muy feliz hasta el día que conoció a un hombre aún más rico y poderoso que él. Entonces pidió de nuevo ser así y su deseo le fue también concedido. Al poco tiempo se cercioró de que debido a su condición se había creado muchos enemigos y sintió miedo.

Cuando vio cómo un feroz samurai resolvía las divergencias con sus enemigos, pensó que el manejo magistral de un arte de combate le garantizaría la paz y la indestructibilidad. Así que quiso convertirse en un respetado samurai y así fue.

Sin embargo, aún siendo un temido guerrero, sus enemigos habían aumentado en número y peligrosidad. Un día se sorprendió mirando al sol desde la seguridad de la ventana de su casa y pensó: "él si que es superior, ya que nadie puede hacerle daño y siempre está por encima de todas las cosas. ¡Quiero ser el sol!".

Cuando logró su propósito, tuvo la mala suerte de que una nube se interpuso en su camino entorpeciendo su visión y pensó que la nube era realmente poderosa y así era como realmente le gustaría ser.

Así, se convirtió en nube, pero al ver cómo el viento le arrastraba con su fuerza, la desilusión fue insoportable. Entonces decidió que quería ser viento. Cuando fue viento, observó que aunque soplaba con gran fuerza a una roca, ésta no se movía y pensó: ¡ella sí que es realmente fuerte: quiero ser una roca! Al convertirse en roca se sintió invencible porque creía que no existía nada más fuerte que él en todo el universo.

Pero cuál fue su sorpresa al ver que apareció un picador de piedra que tallaba la roca y empezaba a darle la forma que quería pese a su contraria voluntad. Esto le hizo reflexionar y le llevó a pensar que, en definitiva, su condición inicial no era tan mala y que deseaba de nuevo volver a ser el picador de piedra que era en un principio.
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lunes, 23 de noviembre de 2015

Las Distracciones

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Cuento Zen

En un monasterio budista dos discípulos destacaban particularmente por su brillante inteligencia, si bien fueran muy diferentes el uno del otro.

El primero solía pedir al abad que le dejara salir del monasterio para ver el mundo y en él poder poner en práctica su zen. El otro se contentaba con la vida monástica y, aunque le hubiera gustado ver el mundo, esto no le creaba ningún afán en absoluto.

El abad, que nunca había accedido a los pedidos del primer monje, pensó un día que tal vez los tiempos eran maduros para que los jóvenes monjes fueran puestos a prueba. Les convocó, anunciándoles que había llegado el momento de que se fueran por el mundo durante todo un año. El primer monje exultaba. Dejaron el templo el día siguiente al amanecer.

El año transcurrió rápido y los dos monjes regresaban al monasterio con muchas experiencias para contar. El abad quiso verles para conocer lo que ese año había supuesto para ellos y qué habían descubierto durante su estancia en el mundo laico.

El primer monje, el que quería conocer el mundo material, dijo que la sociedad está llena de distracciones y tentaciones, y que es imposible meditar ahí fuera. Para practicar el zen no existe mejor lugar que el monasterio.

El otro, por el contrario, dijo que salvo algunos aspectos superficiales no encontró gran diferencia a la hora de meditar y practicar el zen en el mundo exterior. Por tanto, a su parecer, quedarse en el templo o vivir en sociedad, le resultaba igual.

Tras haber escuchado ambos relatos, el abad les dio a conocer su decisión: al segundo monje le concedió la autorización para que se fuera. Al primero le dijo: "será mejor que tú te quedes aquí, todavía no estás preparado".
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jueves, 5 de marzo de 2015

Tanabata

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 Cuento japonés

Hace mucho, mucho tiempo, en algún lugar vivía un joven que un día volviendo del trabajo encontró una tela en el camino, la tela más bella que jamás había visto. "¡Qué tela tan bella!", dijo impresionado y la metió en su canasta.

En ese momento alguien lo llamó, y al voltear se sorprendió mucho al ver aparecer a una mujer muy bonita quien le dijo: "Me llamo Tanabata. Por favor devuélveme mi 'hagoromo'."
 
El joven le preguntó: "¿Hagoromo? ¿Qué es un hagoromo?"

La mujer le contestó: "Hagoromo es una tela que uso para volar. Vivo en el cielo. No soy humana. Descendí para jugar en aquella laguna, pero sin mi "hagoromo" no podré regresar. Por eso le pido que me la devuelva.

El joven avergonzado no pudo decir que él la había ocultado y le dijo: "¡Yo no sé de qué me hablas!"

Tanabata no pudo volver al cielo y no tuvo más remedio que quedarse en la tierra.

Con el tiempo ambos se hicieron muy amigos y posteriormente se casaron.

Después de unos años, Tanabata, cuando hacía la limpieza de la casa, encontró el hagoromo. Sorprendida se dirigió a su marido y le dijo: "¡Ah! Tú fuiste el que tomó mi hagoromo. Ahora que ya la he encontrado tengo que regresar al cielo. Si tú me amas, haz mil pares de sandalias de paja y entiérralas en torno a un bambú. Si lo haces podremos vernos nuevamente. Hazlo por favor. Te estaré esperando."
 
Diciendo estas palabras Tanabata subió al cielo.

El joven se quedó muy triste y empezó a hacer las sandalias de paja que Tanabata le había mencionado y así poder verla.

Un día hizo mil pares de sandalias de paja y las enterró en torno a un bambú. En ese momento el bambú se alargó muy alto hasta el cielo.

El joven se sorprendió mucho y dijo: ¡Ah, Treparé el bambú y podré ver a Tanabata!". Y así lo hizo, subió y subió y llegó a la punta del bambú pero éste no llegaba al cielo. Le faltaba sólo un poco para llegar.

En realidad le faltaba un par de sandalias para completar el millar.

El joven dijo: "Me falta sólo un poco para alcanzar el cielo" y exclamó "¡Tanabata! ¡Tanabata!"

Su voz alcanzó a Tanabata quien se puso muy contenta y enseguida extendió su brazo y lo alzó.

Ellos muy felices se tomaron de las manos.

En ese momento apareció el padre de Tanabata quien le preguntó: "¿Quién es ese hombre?"

Tanabata le contestó: "Este es mi esposo."

El joven dijo: "Mucho gusto."

Al padre no le gustaba que Tanabata se haya casado con un humano y preguntó al joven: "¿Que trabajo tiene?"

El joven le contestó: "Soy labrador."

El padre dijo: "Bueno durante tres días cuida mis tierras."

"Sí. Entendido.", respondió el joven.

Tanabata le dijo a su marido que su padre le estaba haciendo una trampa y que aunque tuviese sed no comiese ninguna fruta pues le ocurriría algo malo."

El joven se puso a cuidar las tierras. Pasaron los días y empezó a tener mucha sed. "Tengo mucha sed. Ya no puedo aguantar. Sólo un poco....."

En eso, las manos del joven se dirigieron a la fruta inconscientemente. La tocó y de ella empezó a salir mucha agua, convirtiéndose en un río, el "Amanogawa".

El joven y Tanabata quedaron separados por Amanogawa y ambos se convirtieron en estrellas, las estrellas Vega y Altaír.

Desde entonces, la pareja con el permiso del padre, puede encontrarse sólo un día al año, el siete de julio. Ambas estrellas aún brillan en el cielo.
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lunes, 8 de diciembre de 2014

天真正伝香取神道流

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De Iaido, el Arte de Cortar el Ego
de Michel Coquet

En 1387, durante el reinado del shogun Asikaga Yoshimitsu, nació uno de los más grandes maestros de sable de la historia: Lizasa Choisai Ienao.

Era este un hombre extremadamente culto, amante de las artes y de las letras, partidario de la paz, y atraído por la vida espiritual, que con el tiempo, se convertiría en monje budista. Se dice que en una ocasión uno de sus siervos lavó las patas de su caballo en las aguas de una fuente sagrada, cerca de un santuario y que el pobre animal, tras caer presa de convulsiones, murió.

El maestro Lizasa creyó que se trataba de un grave error y de una profanación del lugar santo, dedicado a la presencia de una divinidad shinto llamada Futsu Nushi No Mikoto. Así, tras una vida consagrada al sacrificio, a la purificación y al refinamiento del carácter, habiendo llegado a ser, según parece, maestro de armas del shogun Yoshimasa, pero hastiado de la corrupción política del ambiente cortesano, del egoísmo y la barbarie que le rodeaban, Lizasa Choisai decidió, a los sesenta años de edad, consagrarse a un periodo de austeridad, entrenamiento marcial y ascetismo de mil días (sen-nichi-gyo) en la soledad de los bosques cercanos al santuario Katori Jingu. 

Esta accesis (gyo-misogi) consistía en periodos de meditación y estudio de la filosofía budista, entrenamiento en el arte del sable, ayunos y austeridades que emanaban de la tradición esotérica de la escuela Shingon y del chamanismo animista de los «monjes que viven en las montañas», los célebres Yamabushi. 

Se dice que una noche tuvo una visión de la divinidad del santuario, bajo la forma de un muchacho sentado en las ramas de un ciruelo. En esa ocasión, Lizasa sensei recibió la enseñanza misteriosa y secreta de la escuela en un volumen de estrategia marcial (heiho shinsho).

Tras esa visión, creó su escuela de sable, impregnada de su profunda sabiduría e inspirada por su visión celestial: la Tenshin Shoden Katori Shinto Ryu. Cada enseñanza de la escuela es considerada , desde entonces, como «kami waza», una técnica divina.

Cuando algún estudiante o experto de otra escuela lo desafiaba, como era costumbre en la época, Lizasa Sensei le invitaba a tomar el té. Antes del encuentro, colocaba una pequeña esterilla sobre unos brotes tiernos de bambú, y se sentaba después sobre ellos, sin doblarlos ni romperlos. Los adversarios comprendían entonces que se trataba de un hombre santo, un verdadero maestro de la espada y se retiraban, prudente y humildemente, y otros, aún, se convirtieron en sus discípulos.

La escuela Katori Shinto, a diferencia de las otras ryu, añadió la profundidad del pensamiento budista y el ideal de la compasión al arte de la esgrima tradicional. Entre los mandatos de la escuela, que tenían un gran trasfondo budista y esotérico, no vinculados con el Zen, tan influyente en las otras tradiciones, se enseñaba a evitar el combate, sentir compasión hacia el enemigo y perdonar la vida. En una época de revueltas e intrigas políticas y de la búsqueda de la eficacia a cualquier precio, estas inconcebibles ideas constituyeron una verdadera revolución. Otro hecho inusitado era que Lizasa sensei permitía la entrada a su escuela a gentes de toda clase social.
 
Así, no solamente nobles o miembros de la casta de los samurai, sino también comerciantes, trabajadores de todos los gremios y campesinos eran aceptados, transformándose en sus discípulos y muchos de ellos en grandes maestros del sable.

Por medio de la meditación y de una práctica marcial severa, en la que la humildad, la discreción, la ausencia de ambición, liberada del egocentrismo sutil o evidente que caracteriza y revela con excesiva frecuencia a los estudiantes poco avanzados, y una total impersonalidad, las enseñanzas del maestro Lizasa inspiraban a cuantos se le acercaban un sentimiento de paz y de benevolencia.

Las verdaderas escuelas de Budo buscaban ya antaño la vía de la purificación y la iluminación por medio del refinamiento del espíritu, en que el sable, emblema de trascendencia, se convertía en un instrumento privilegiado de la alquimia sutil del ser, un objeto casi litúrgico para la poda del alma que convierte a un ser humano común, por el proceso místico de la fragua y el templado del ser (seishin-tanren) en un realizado, un tatsujin, un hombre de tao. A través del arte de la espada, Lizasa Choisai sensei enarboló, en una época turbulenta, el ideal de una reconciliación pacífica y no violenta con el adversario, con el mundo y con uno mismo.
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viernes, 28 de noviembre de 2014

¿Por qué el búho solo sale de noche?

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Cuento japonés

Hace mucho, mucho tiempo, había un búho que trabajaba de tintorero. Todos los pájaros acudían a él para que tiñera sus plumas de los colores más inverosímiles. El búho era tan bueno en su trabajo, que todos los pájaros estaban encantados con él. Todos excepto el cuervo, que estaba tan orgulloso de su plumaje blanco inmaculado que despreciaba su trabajo.

Pero un día, cansado de tanto blancor, el cuervo se acercó al búho y le dijo:

- Tiñe también mis plumas, pero de un color único, nunca visto en un ave.

El búho pensó mucho antes de decidir qué color usar y, finalmente, se decidió por el negro.

- Ahora tus plumas son de un color como no se ha visto antes en el cielo - dijo el búho después de haber terminado su trabajo.

Cuando el cuervo se dio cuenta de que sus plumas eran totalmente negras, como si estuviera cubierto de hollín de la cabeza a los pies, se enfadó muchísimo. Pero ya no podía hacer nada, así que se tuvo que resignar. Y a partir de entonces todos los cuervos son negros.

Pero aunque se resignaron, nunca perdonaron al búho. Cada vez que le ven, se le echan encima y, si pudieran, acabarían con él. Es por eso que los búhos decidieron dormir de día y salir a cazar de noche, cuando los cuervos están durmiendo y no corren peligro de ser atacados.

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martes, 25 de noviembre de 2014

El diamante mágico

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Cuento japonés

Dentro de un bosque frondoso, oculto en la húmeda sombra de sus árboles andaba un hombre solo con sus pensamientos. El hombre caminaba pensando en sus problemas y se encontraba vacío, y muy, muy triste. Mientras andaba y andaba por el bosque su desesperación ganaba terreno, pues no sabía darle un sentido a su existencia. Pero de repente, alicaído y melancólico, se encontró un bello diamante que se encontraba justo en medio del camino.

A pesar de su angustia cogió el diamante y lo puso suavemente en su mano. Después de soplar para quitarle el polvo empezó a observarlo detenidamente mientras se alejaba de su preocupación. ¡Un diamante muy bello!

Como hipnotizado por el diamante continuó quieto, inamovible en aquel rincón oscuro del bosque hasta que empezó a contemplar algo que brillaba dentro de aquella piedra preciosa tan valiosa: un rostro bello y afable se empezaba a dibujar en el diamante.

La belleza de aquel rostro de hada hizo estremecer a aquel hombre que se sentía absorto mientras unos grandes ojos pestañeaban repetidamente. Finalmente los labios de aquella preciosa hada se entreabrieron:

- Me llaman hada del bosque. Durante siglos he otorgado deseos a quién me lo ha pedido. Me puedes pedir aquello que más desees y te será concedido.

Aquellas palabras hicieron despertar el alma de aquel hombre absorto en sus pensamientos. ¡De repente se dió cuenta que una maravillosa hada le podía proporcionar aquello que quisiera!

- Pídeme aquello que más desees - repitió el hada del bosque.

La voz resonó tan dulcemente en sus pensamientos que el hombre no sabía como resolver sus deseos. En cambio aquella voz le parecía dulce y hermosa, como música para sus oídos. Así pues no sabía qué decidir, hasta que finalmente afirmó:

- Hada del bosque que habitas en este diamante, sólo te pido que hagas aquello que tú consideres mejor.

Y el hada contestó:

- ¡Oh amigo desdichado! Eso me pediste cuando eras un animal y te convertí en el hombre triste que ahora eres!

La felicidad no es algo que puedas adquirir con tan solo pedir un deseo, la felicidad comienza por aceptarse a si mismo y aceptar las pequeñas cosas bellas que pasan todos los días...
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lunes, 17 de noviembre de 2014

La persistencia del gorrioncito

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Cuento japonés de Carlos Kasuga Osaka

Había una vez un bosque en donde vivían muchos animalitos. De repente este bosque se empieza a incendiar y todos los animalitos empiezan a huir. Sólo hay un gorrión que va al río, moja sus alas, vuela sobre el bosque incendiado y deja caer una gotita de agua, tratando de apagar el incendio. Va al río, moja sus alitas, vuela sobre el bosque incendiado y una o dos gotitas de agua deja caer sobre el bosque incendiado, tratando de apagar el incendio.

Pasa un elefante y le grita al gorrioncito: ¡No seas tonto! ¡Huye como todos! ¡No ves que te vas a achicharrar! El gorrioncito voltea y le dice ¡No!, este bosque me ha dado todo, familia, felicidad; me ha dado todo y le tengo tanta lealtad que no me importa que me muera, pero voy a tratar de salvar este bosque.

Va al río, moja sus alitas y revolotea sobre el bosque incendiado y deja caer una o dos gotitas de agua.

Ante esta actitud, los dioses se compadecen y dejan caer un tormentón y el incendio se apaga.

Y este bosque vuelve a reverdecer y florecer, y todos los animalitos regresan a ser felices, más felices de lo que eran antes.
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jueves, 11 de septiembre de 2014

La apuesta del viejo guerrero

De El Camino del Guerrero de Tajima

El señor Naoshige declaró un día a Shimomura Shoun, uno de sus más viejos samurais:

- La fuerza y el vigor del joven Katsuchige son admirables para su edad. Cuando lucha con sus compañeros vence incluso a los mayores que él.

- A pesar de que ya no soy joven estoy ddispuesto a apostar que no conseguirá vencerme - afirmó el anciano Shoun. Para Naoshige fue un placer organizar el encuentro que tuvo lugar esa misma noche en el patio del castillo, en medio de un gran número de samurais. Estos estaban impacientes por ver lo que le iba a suceder al viejo farsante de Shoun.

Desde el comienzo del encuentro, el joven y poderoso Katsushige se precipitó sobre su frágil adversario agarrándolo firmemente, decidido a hacerlo picadillo. Shoun estuvo a punto de caer varias veces al suelo y de rodar en el polvo. Sin embargo, ante la sorpresa general, cada vez se restableció en el último momento. El joven, exasperado, intentó dejarle caer de nuevo poniendo toda su fuerza en el empeño, pero esta vez, Shoun aprovechó hábilmente su movimiento y fue él quien desequilibró a Katsushige arrojándolo al suelo.

Después de ayudar a su adversario semi-inconsciente a levantarse, se acercó al señor Naoshige y le dijo:

- Sentirse orgulloso de su fuerza cuando aún no se domina la fogosidad es como vanagloriarse públicamente de sus defectos.
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lunes, 14 de julio de 2014

Una enseñanza acelerada

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De El camino del Guerrero de Tajima

Matajuro Yagyu, hijo de un célebre Maestro del sable, fue renegado por su padre quien creía que el trabajo de su hijo era demasiado mediocre para poder hacer de él un Maestro. Matajuro, que a pesar de todo había decidido convertirse en Maestro de sable, partió hacia el monte Futara para encontrar al célebre Maestro Banzo. Pero Banzo confirmó el juicio de su padre:

- No reúnes las condiciones.

- ¿Cuántos años me costará llegar a ser Maestro si trabajo duro? - insistió el joven.

- El resto de tu vida - respondió Banzo.

- No puedo esperar tanto tiempo. Estoy dispuesto a soportarlo todo para seguir su enseñanza. ¿Cuánto tiempo me llevará si trabajo como servidor suyo en cuerpo y alma?

- ¡Oh, tal vez diez años!

- Pero usted sabe que mi padre se está haciendo viejo, pronto tendré que cuidar de él. ¿Cuántos años hay que contar si trabajo más intensamente?

- ¡Oh, tal vez treinta años!

- ¡Usted se burla de mí. Antes eran diez, ahora treinta. Créame, haré todo lo que haya que hacer para dominar este arte en el menor tiempo posible!

- ¡Bien, en ese caso, se tendrá que quedar usted sesenta años conmigo! Un hombre que quiere obtener resultados tan deprisa no avanzará rápidamente - explicó Banzo.

- Muy bien - declaró Matajuro, comprendiendo por fin que le reprochaba su impaciencia - acepto ser su servidor.

El Maestro le pidió a Matajuro que no hablara más de esgrima, ni que tocara un sable, sino que lo sirviera, le preparara la comida, le arreglara su habitación, que se ocupara del jardín, y todo esto sin decir una palabra sobre el sable. Ni siquiera estaba autorizado a observar el entrenamiento de los demás alumnos.

Pasaron tres años. Matajuro trabajaba aún. A menudo pensaba en su triste suerte, él, que aún no había tenido la posibilidad de estudiar el arte al que había decidido consagrar su vida.
Sin embargo, un día, cuando hacía las faenas de la casa, rumiando sus tristes pensamientos, Banzo se deslizó detrás de él en silencio y le dio un terrible bastonazo con el sable de madera (boken). Al día siguiente, cuando Matajuro preparaba el arroz, el Maestro le atacó de nuevo de una manera completamente inesperada. A partir de ese día, Matajuro tuvo que defenderse, día y noche, contra los ataques por sorpresa de Banzo.


Debía estar en guardia a cada instante, siempre plenamente despierto, para no probar el sable del Maestro. Aprendió tan rápidamente que su concentración, su rapidez y una especie de sexto sentido, le permitieron muy pronto evitar los ataques de Banzo, el Maestro le anunció que ya no tenía nada más que enseñarle.
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jueves, 3 de julio de 2014

El Secreto de la eficacia

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Cuento Zen

Ito Ittosai, incluso después de haberse convertido en un experto y en un profesor famoso en el arte del sable, no estaba satisfecho de su nivel. A pesar de sus esfuerzos, tenía conciencia de que desde hacia algún tiempo no conseguía progresar. En efecto, los sutras cuentan que el Buda se sentó bajo una higuera para meditar con la firme resolución de no moverse hasta que no recibiera la comprensión última de la existencia del Universo. Determinado a morir en ese mismo sitio antes que renunciar, el Buda realizó su voto: despertó la Suprema Verdad.

Ito Ittosai se dirigió pues a un templo con el fin de descubrir el secreto del arte del sable. Durante 7 días y 7 noches estuvo consagrado a la meditación.

Al alba del octavo día, exhausto y desalentado por no haber conseguido saber algo más se resignó a volver a su casa, abandonando toda esperanza de penetrar el famoso secreto.

Después de salir del templo tomó una carretera rodeada de árboles. Cuando apenas había dado unos pasos, sintió de pronto una presencia amenazante detrás de él y sin reflexionar se volvió al mismo tiempo que desenvainaba el sable.

Entonces se dio cuenta que su gesto espontáneo acababa de salvarle la vida. Un bandido yacía a sus pies con un sable en la mano.
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jueves, 8 de mayo de 2014

La espada de la invulnerabilidad

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Cuento Budista japonés

En una ocasión, un fiero samurái escuchó hablar de un asceta que vivía en el profundo bosque que rodeaba una montaña sagrada. Se decía de él que poseía el don de materializar de la nada una «espada de invulnerabilidad» que le concedía la victoria sobre cualquier adversario.

El samurai escaló la montaña y no tardó en encontrar al asceta. Orgulloso de su fuerza y de su habilidad, le preguntó al monje: ¿Es verdad que eres capaz de materializar una espada que concede la invulnerabilidad? El anciano, observando atentamente al guerrero, le respondió afirmativamente, a la vez que, mágicamente, hacía aparecer de la nada la misteriosa espada.
Asombrado, el samurai intentó esgrimirla impetuosamente, pero el monje lo detuvo con un gesto: «¡Detente, insensato, si la tocas ahora, morirás inmediatamente!». Algo turbado, el samurái retrocedió unos pasos. El ermitaño le dijo entonces: «Si de verdad quieres poseer esta espada, debes hacer cuanto yo te diga. Tienes que volver al mundo y durante veinte años, practicar la prudencia, la compasión hacia todas las criaturas, entregarte a largas horas de profunda meditación cada día; deberás también cantar cada mañana y cada tarde el Sutra del Corazón, llevar una vida sobria, casta, austera, huir de los combates y de los placeres del mundo; ser caritativo, hasta con tus enemigos, asumir las peores tareas, los penosos trabajos que los demás rechacen, y dedicarte en cuerpo y alma a purificar tu mente y tu espíritu. ¡ Olvídate de ti mismo y sé una bendición para cuantos se te acerquen¡ Si lo haces, podrás volver aquí y materializaré para ti la “espada de invulnerabilidad”.

El samurái comprendió y guardó silencio. Descendió de la montaña y durante largos veinte años se consagró a poner en práctica, seguro de su ki, las enseñanzas del monje. Transcurrido ese tiempo, volvió a la montaña y encontró sentado al asceta. El anciano le miró profundamente. El rostro del samurái, ya arrugado, reflejaba el paso de los años. Su cabello, encanecido, brillaba bajo la luz de la luna y sus párpados pendían, seguramente de tanto llorar .Sus ojos, esos ojos otrora vehementes, que antaño reflejaban el deseo, el orgullo y a menudo la cólera que caracteriza a los hombres de armas, a los guerreros, expresaban ahora una serena espera, una compasión cálida, una trémula ternura y una profundidad abismal. Sin mediar palabra, el anciano monje materializó la mágica espada, que brilló iluminando la noche, y se la entregó al samurái. Este, desapegadamente, la sostuvo entre sus manos un instante, y sonriendo, la devolvió al monje diciendo: ¡ya no la necesito!

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lunes, 24 de junio de 2013

La leyenda de Urashima Tarō

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Leyenda japonesa

Hace muchos y muchos años, vivía Urashima en una isla del Japón. Era el único hijo de un matrimonio de pescadores muy pobres cuyas únicas pertenencias eran una red, una pequeña barca y una casita cerca de la playa. Pese a ser tan pobres, los padres de Urashima querían mucho a su hijo, un muchacho sencillo y muy bueno.

Un día, cuando Urashima volvía de pescar vió como unos niños estaban maltratando a una enorme tortuga. En ese momento Urashima se enfadó mucho y fue hacía los críos para reprenderlos y salvar a la tortuga. Cuando acabó de hablar con los niños y estos se fueron cabizbajos, cogió la tortuga y la llevó al mar. Cuando vió que la tortuga reaccionaba al contacto con el agua y se podía mover y nadar, regresó a casa la mar de contento.

Al cabo de un tiempo, Urashima se fue a pescar. Todo estaba tranquilo en el mar y Urashima tiraba al agua y recogía su red con entusiasmo. Una de las veces, al subir la red vio que estaba la tortuga que el había echado al mar unos días antes. Ésta le dijo: "Urashima, el gran señor de los mares se ha maravillado con la buena acción que hiciste conmigo, y me ha enviado para que te conduzca a su palacio. Además te quiere dar la mano de su hija, la hermosa princesa Otohime". Urashima accedió gustoso y juntos se fueron mar adentro, hasta que llegaron a Riugú, la ciudad del reino del mar. Era maravillosa. Sus casas eran de esmeralda y los tejidos de oro; el suelo estaba cubierto de perlas y grandes árboles de coral daban sombra en los jardines; sus hojas eran de nácar y sus frutos de las más bellas pedrería.

Urashima se casó con Otohime, la hija del rey del mar, y pasaron una semana de una felicidad completa. Pero al cabo de esos días, Urashima pensó que sus padre debían de estar preocupados por él, y decidió subir a la superficie para decirles que se encontraba bien y que se había casado. Otohime comprendió a su marido, y dio un pequeña caja de laca atada con un cordón de seda. Cuando se la dio, le dijo que si quería volver a verla no la abriera.

Cuando Urashima llegó al pueblo, todo había cambiado, ya no reconocía ni las casas ni a las personas. Y cuando busco la casita de sus padres sólo vio un gran edificio en el que nadie sabía nada de unos ancianos. Finalmente, un anciano, viendo la desesperación de Urashima empezó a recordar y le explicó que no lo recordaba muy bien, porque había pasado mucho tiempo, pero que recordaba a su madre haberle contado sobre la desdichada suerte de un par de ancianitos cuyo único hijo salió a pescar y no regresó jamás. Urashima empezó a comprender: mientras vivió en la ciudad del mar había perdido la noción del tiempo. Lo que le había parecido sólo unos cuantos días habían sido más de cien años.

Se dirigió a la playa, y sin saber que hacer abrió la caja que le había dado su mujer. Al instante un viento frío salió de la caja y envolvió a Urashima. Éste recordó lo que le había dicho su mujer pero de pronto se sintió muy cansado, sus cabellos se volvieron blancos y cayó al suelo. Cuando a la mañana siguiente fueron los muchachos a bañarse, vieron tendido en la arena a un anciano sin vida. Era Urashima que había muerto de viejo.
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lunes, 29 de abril de 2013

No era idiota


De Cuentos Zen

Yagyu Tajima no Kami tenía un mono como mascota. Éste asistía a menudo a los entrenamientos de los discípulos. Siendo por naturaleza extremadamente imitador, este mono aprendió la manera de coger un sable y de utilizarlo. Se había convertido en un experto, en su género.

Un día, un Ronin (Guerrero errante) expresó su deseo amistoso de confrontar su habilidad en el manejo de la lanza con Tajima. El Maestro le sugirió que combatiera primero con el mono. El visitante se sintió amargamente humillado. Pero el encuentro tuvo lugar.
Armado con su lanza, el Ronin atacó rápidamente al mono que manejaba un shinai (sable de bambú). El animal evitó ágilmente los golpes de la lanza. Pasando al contraataque, el mono consiguió acercarse a su adversario y golpearlo. El Ronin retrocedió y puso su arma en una guardia defensiva. Aprovechando la ocasión, el mono saltó sobre el mango de la lanza y desarmó al hombre. Cuando el Ronin volvió avergonzado a ver a Tajima éste le hizo la siguiente observación:

- Desde el principio sabía que usted no era capaz de vencer al mono.

El Ronin dejó de visitar al Maestro desde ese día. Habían pasado varios meses cuando apareció de nuevo. Volvió a expresar su deseo de combatir con el mono. El Maestro, adivinando que el Ronin se había entrenado intensamente, presintió que el mono se negaría a combatir. Por lo tanto no aceptó la petición de su visitante.
Pero éste insistió y el Maestro acabó por ceder.
En el mismo instante en el que el mono se puso frente al hombre, arrojó su sable y emprendió la huida gritando.

Tajima no Kami terminó por concluir:

- ¿No se lo dije? No lo iba a vencer...

Poco tiempo después, gracias a su recomendación, el Ronin entró al servicio de uno de sus amigos.
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viernes, 26 de abril de 2013

La reunión de Artes Marciales de los Gatos

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De Cuentos Zen

Hace 200 años, en Japón, antes de la Restauración Meiji, existió un maestro de Kendo llamado Shoken, su hogar estaba invadido por una inmensa rata. Esta es una historia inusual de gatos y ratas
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Cada noche la rata grande llegaba a la casa de Shoken y lo mantenía despierto. Tenía que dormir durante el día. Consultó a un amigo que se dedicaba a criar gatos, algo así como un entrenador de gatos. Shoken le dijo: "Préstame tu mejor gato".

El entrenador le prestó un gato de callejón, extremadamente rápido y un muy ávido cazador de ratas, con garras firmes y músculos de gran fuerza. Pero cuando se enfrentó cara a cara con la rata en la habitación, la rata no cedió terreno y el gato tuvo que darse la vuelta y correr. Había algo decididamente especial con aquella rata.

Shoken consiguió entonces un segundo gato, uno de color jengibre, con un ki increíble y una personalidad agresiva. Este segundo gato no cedió terreno, de esta manera el gato y la rata lucharon; pero la rata lo superó y el gato tuvo que realizar una presurosa retirada.

Buscó un tercer gato, uno de color blanco y negro, lo enfrentó a la rata pero no corrió mejor suerte que los dos anteriores.

Shoken consiguió un gato más, el cuarto; era negro, viejo y no estúpido, pero no era tan fuerte como el gato de callejón o el gato color jengibre. Entró al cuarto, la rata lo miró un poco y avanzó. El gato negro se sentó, imperturbable, y se mantuvo completamente inmóvil. Un titubeo cruzó la mente de la rata. Se acercó cautamente poco a poco; estaba sólo un poquito asustado. Repentinamente el gato la agarró por el cuello, la mató y se la llevó arrastrando.

Posteriormente Shoken fue a ver a su amigo entrenador de gatos y le dijo: "Cuantas veces he perseguido a esa rata con mi espada de madera, pero en vez de golpearla me rasguñaba; ¿cómo pudo tu gato negro deshacerse de ella?"

El amigo le dijo: "Lo que deberíamos hacer es citar a una reunión y preguntarle directamente a los gatos. Tu eres un maestro de Kendo, tú haz las preguntas; estoy bastante seguro de que todos entienden sobre artes marciales".

Así que hubo una reunión de gatos, era presidida por el gato negro que era el más viejo de todos. El gato de callejón tomó la palabra y dijo: "Soy muy fuerte".

El gato negro preguntó: "¿Entonces por qué no la venciste?"

El gato de callejón respondió: "Créanme, soy muy fuerte; sé cientos de diferentes técnicas para atrapar ratas. Mis garras son fuertes y mis músculos me dan un largo alcance. Pero esa rata no era una rata común y corriente".

El gato negro dijo entonces: "Entonces tu fuerza y tus técnicas no se compararon con las de aquella rata. Tendrás mucho músculo y muchas waza, pero la habilidad sola no fue suficiente. ¡De ninguna manera!"

El gato jengibre habló: "Soy enormemente fuerte, estoy constantemente ejercitando mi ki y mi respiración a través de zazen. Me alimento de vegetales y sopa de arroz, por ello tengo tanta energía. Pero me fue imposible vencer a la rata. ¿Por qué?

El gato negro respondió: "Tu actividad y energía son grandes, es cierto, pero la rata estaba más allá de tu energía; eres más débil que la gran rata. Si estás fijándote en tu ki, orgulloso de él, se transforma en algo así como grasa. Tu ki es sólo una explosión transitoria, no puede durar y todo lo que queda es un gato furioso. Tu ki puede compararse con el agua que fluye de una llave; pero el de la rata es como un gran geyser. Esa es la razón por la cual la rata fue más fuerte. Aunque tengas un ki muy fuerte, en realidad es débil pues confías demasiado en ti mismo."

Le llegó el turno de hablar al gato blanco y negro, quien también había sido vencido. El no era muy fuerte, pero era inteligente. Tenía satori, había terminado con waza y utilizaba todo su tiempo practicando zazen. Pero no era mushotoku (eso es, sin metas ni deseos de victoria), y él también se vio forzado a correr para sobrevivir.

El gato negro le dijo: "Eres extremadamente inteligente y fuerte también. Pero no pudiste vencer a la rata pues tenías un objetivo, de tal manera la intuición de la rata fue más efectiva que la tuya. En el instante que entraste a la habitación entendió tu actitud y estado mental y fue por eso que no pudiste vencerla. Te fue imposible armonizar tu fuerza, tu técnica y tu conciencia activa; se quedaron separadas en vez de unirse en una.
"Mientras que yo, en un instante único, usé todas esas tres facultades inconscientemente, natural y automáticamente, y de esa manera me fue posible matar a la rata"

"Pero conozco un gato, en un pueblo no muy lejos de aquí, que es más fuerte aún que yo. El es muy, muy viejo y sus bigotes son grises. Lo conocí una vez, y ciertamente no hay nada que indique que es fuerte! Duerme todo el día. Nunca come carne ni siquiera pescado, sólo genmai (sopa de arroz), aunque a veces toma unas gotas de sake. Nunca ha atrapado una sola rata pues le tienen un miedo mortal y se apartan de él como hojas al viento. Se mantienen tan alejadas que nunca tiene la oportunidad de atrapar ni siquiera una. Un día entró en una casa completamente infestada de ratas; bueno, todas las ratas desaparecieron en ese mismo instante y se fueron a vivir en otras casas. Las podía espantar en sus sueños. Ese gato barbagris es misterioso e impresionante. Deben ser como él: más allá de las posturas, más allá de la respiración, más allá de la conciencia." 

Para Shoken, el maestro de kendo, esta fue una gran lección. En zazen, ya estás más allá de posturas, más allá de la respiración, más allá de la conciencia.
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miércoles, 19 de septiembre de 2012

La Grulla Agradecida



De Antiguos cuentos del Japón

Erase una vez había un joven que vivía solo en una casita al lado del bosque. De regreso a casa durante un día de invierno bastante nevoso, oyó un ruido extraño. Se puso a caminar hacia un campo lejano de donde venía el sonido, y allí descubrió una grulla tumbada sobre la nieve llorando de dolor. Una flecha incada en la ala tenía, pero el joven, muy cariñoso, se la quitó con mucho cuidado. El pájaro, ya libre, voló hacia el cielo y desapareció.
El hombre volvió a casa. Su vida era muy pobre. Nadie le visitaba, pero esa noche a la puerta sonó un frap-frap-frap. "¿Quién será, a esta hora y en tanta nieve?" pensó él. ¡Qué sorpresa al abrir la puerta y ver a una mujer joven y bonita! Ella le dijo que no podía encontrar su camino por la nieve, y le pidió dejarla descansar en su casa, para lo cual él fue muy dispuesto. Se quedó hasta el amanecer, y también el día siguiente.

Tan dulce y humilde era la mujer que el joven se enamoró y le pidió ser su esposa. Se casaron, y a pesar de su pobreza, se sentían alegres. Hasta los vecinos se alegraban de verlos tan contentos. Pero el tiempo vuela y pronto llegó otro invierno. Se quedaron sin dinero y comida, tan pobres como siempre.

Un día, para poder ayudar un poco, la mujer joven decidió hacer un tejido y su marido le construyó un telar detrás de la casa. Antes de empezar su trabajo ella pidió a su marido prometerla nunca entrar al cuarto. El lo prometió. Tres días y tres noches trabajó ella sin parar y sin salir del cuarto. Casi muerta parecía cuando la mujer joven por fin salió, pero a su marido le presentó un tejido hermoso. El lo vendió y consiguió un buen precio.

El dinero les duró bastante tiempo pero cuando se acabo todavía seguía el invierno. Ya que, otra vez se puso a tejer la mujer joven, y otra vez su marido le prometió no entrar al cuarto. Fueron no tres sino cuatro días cuando ella, viéndose peor que la vez siguiente, salió del cuarto y le dio a su marido un tejido de tan gran maravilla que, al venderlo en el pueblo, consiguieron dinero suficiente para dos inviernos duros.
 
Mas seguros para el futuro que nunca, desafortunadamente el hombre se hizo avaro. Tormentazo, tanto por el deseo de ser rico como por los vecinos siempre preguntándole que cómo se podía tejer sin comprar hilo, el joven le pidió a su señora hacer otro tejido. Ella pensaba que tenían bastante dinero y que no había necesidad, pero el avaricioso no dejaba de insistir. Puesto que, después de recordarle a su marido la promesa, la mujer se metió en el cuarto a trabajar.

Esta vez la curiosidad no le dejaba al hombre en paz. Ignorando su promesa, fue al cuarto donde su señora trabajaba y abrió un poquito la puerta. La sorpresa de lo que vio le hizo escapar un grito. Manejando el telar estaba no su señora sino un pájaro hermoso, cual de las plumas que se iba arrancando de su propio cuerpo hacia un tejido igualmente hermoso. Cuando el pájaro, al oírle gritar, se dio cuenta de que alguien la miraba dejó de trabajar y de repente su forma se convirtió a la de la mujer joven.
 
Entonces, ella le explicó su historia, que ella era esa grulla cual él ayudó y que, agradecida, se convirtió a mujer, y que empezó a tejer para ayudarle no ser pobre, esto a pesar del sacrificio que tejer con las plumas de su propio cuerpo le costaba. Pero, ahora que él sabía su secreto, tendrían que dejar de ser juntos. Al oír esto, el prometió que la querría más que todo el dinero del mundo, pero ya no había remedio. Cuando acabó su historia, ella se convirtió a grulla y voló hacia el cielo.
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martes, 18 de septiembre de 2012

La boda de los ratones


De Cuentos japoneses para niños


Hace mucho, mucho tiempo, en algún lugar había una pareja de ratones. Ellos estaban muy enamorados.
Pero el padre de la ratoncita era un ratón muy terco y todos los días se decía: "Tengo que casar a mi hija con el más fuerte del mundo, es decir, ¡con el Sol!"

Los novios estaban desalentados y muy tristes.
En ese momento pasaba una ratona vieja que al darse cuenta del desaliento de
la pareja, se paró y preguntó:

- ¿Qué les pasa?

El ratón le contó acerca del padre de la ratoncita.
La ratona vieja oyó la historia y les dijo:

- Voy a conversar con su padre

Y se fue en su búsqueda.

En eso encontró al padre, se le acercó y le preguntó:

- ¿De veras el sol es el más fuerte del mundo? Pero el sol se oculta tras las nubes.

El padre le dijo:

- ¡Es verdad! ¡Entonces tengo que casar a mi hija con una
nube!

La ratona vieja le dijo:

- Pero las nubes pasan llevadas por el viento.

El padre le preguntó:

- ¿El viento es el más fuerte del mundo?

La ratona contestó:

- No. Ni siquiera un viento fuerte puede pasar una pared de la forma en que nosotros la horadamos.

El padre exclamó:

- Entonces, ¡nosotros somos los más fuertes del mundo!
¡Tengo que casar a mi hija con el ratón más fuerte entre todos los jóvenes!

Y empezó una competición de fuerza entre todos los jóvenes.
De todas maneras el joven ratón quería casarse con la ratoncita y se enfrentó al más fuerte de los ratones.
Era imposible que él pudiera ganar pero no  quería renunciar al amor de la ratoncita.
Se lanzó contra el enemigo muchas veces, hasta que el adversario se dió por vencido y dijo:

- No puedo vencer a su fuerza de voluntad. Es increíble.

El padre dijo al enamorado de su hija: "¡Cásate con mi hija.! ¡Una resolución firme es lo más fuerte del mundo!

Los novios se pusieron muy contentos y vivieron felices para siempre.
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