La concentración y la meditación son actos inseparables unidos a las prácticas tradicionales de Artes Marciales, sin embargo muy pocos son los que comprenden el sentido y la necesidad de su práctica.
Neófitos (¡y no tan neófitos! se preguntan por la razón de ser de las meditaciones durante las clases. Como siempre repiten la acción que ven realizar al Maestro, pero como éste realmente no hace nada visible, se encuentran desconcertados ante un inquietante silencio, ante una inexplicada situación en la que no hay indicaciones. ¿Es ésta una pérdida de tiempo? ¿Qué se supone que debemos hacer durante esos momentos? ¿En qué debemos pensar? ¿Qué sentido tienen tales prácticas? A éstas y otras preguntas espero poder responderos en este artículo.
Neófitos (¡y no tan neófitos! se preguntan por la razón de ser de las meditaciones durante las clases. Como siempre repiten la acción que ven realizar al Maestro, pero como éste realmente no hace nada visible, se encuentran desconcertados ante un inquietante silencio, ante una inexplicada situación en la que no hay indicaciones. ¿Es ésta una pérdida de tiempo? ¿Qué se supone que debemos hacer durante esos momentos? ¿En qué debemos pensar? ¿Qué sentido tienen tales prácticas? A éstas y otras preguntas espero poder responderos en este artículo.
Artículo de Alfredo Tucci
(De la revista Cinturón Negro, Año XVII, No. 182)
(De la revista Cinturón Negro, Año XVII, No. 182)
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Las meditaciones frecuentemente tienen lugar al final y al comienzo de las aulas. Sin embargo, el propio hecho de llegar al Dojo, liberarse de los ropajes cotidianos para enfundarnos nuestro Guidobok o lo que toque, colocarnos nuestro cinturón, es en sí mismo un acto de preparación para adaptar nuestra mente a ese otro espacio-tiempo que conforma nuestra práctica en el Do-jo (El lugar del despertar).
La meditación y los saludos iniciales son un paso más en el citado proceso. Incluso en su práctica exclusivamente formal dichas ceremonias facilitan el tránsito del ajetreado día a día, hasta una actitud distinta, donde los valores, los tiempos y hasta la medida de nuestro esfuerzo son muy diferentes. Aquí el dinero no manda, manda el Maestro; nuestro tiempo no nos pertenece, es en lo cotidiano, adquiere ahora un protagonismo distinto, se hace presente y llama a la mente y a las emociones a participar del esfuerzo. Un esfuerzo que no se realiza para conseguir ni dinero, ni objetos, ni sexo; un esfuerzo que sólo nos traerá un regalo: la autosuperación. Tal cambio no es baladí y requiere de un proceso de adaptación, de una especie de "cámara hiperbárica" del ánima para que ésta no "estalle" en la transición.
El Dojo tradicionalmente era un lugar sagrado. En realidad el Dojo es la expresión externa de un estado interior que debemos adquirir parando nuestro mundo, deteniendo el diálogo interno. Lo que hace sagrado al Dojo es penetrar nosotros mismos en un estado sagrado a través del abandono de nuestro pensamiento cotidiano, de nuestras inquietudes, molestias, obsesiones, del "run run" de nuestras tiranas mentes, siempre incapaces de parar de moverse de aquí para allá. Consciente de estos matices los Maestros antiguos dispusieron un ceremonial que nos emplazará a realizar el cambio para así obtener toda la atención de sus adeptos durante el aprendizaje.
Los verdaderos Maestros orientales enseñan mucho más desde el silencio que los occidentales. Esto se debe a dos razones. La primera que la cultura oriental es mucho más contenida y la segunda que el objeto de su enseñanza frecuentemente no se concentra en lo visible. En tal marco la razón no es una herramienta práctica, antes bien suele ser un estorbo para la evolución del neófito. Los occidentales verbalizamos todo sin parar y así no paramos nunca nuestra mente. El silencio de la meditación puede llegar a ser algo más que inquietante para quién por primera vez se acerca a una clase tradicional. El silencio puede incluso angustiar, tal es la plenitud que rebasa los límites de nuestra capacidad.
La meditación y los saludos iniciales son un paso más en el citado proceso. Incluso en su práctica exclusivamente formal dichas ceremonias facilitan el tránsito del ajetreado día a día, hasta una actitud distinta, donde los valores, los tiempos y hasta la medida de nuestro esfuerzo son muy diferentes. Aquí el dinero no manda, manda el Maestro; nuestro tiempo no nos pertenece, es en lo cotidiano, adquiere ahora un protagonismo distinto, se hace presente y llama a la mente y a las emociones a participar del esfuerzo. Un esfuerzo que no se realiza para conseguir ni dinero, ni objetos, ni sexo; un esfuerzo que sólo nos traerá un regalo: la autosuperación. Tal cambio no es baladí y requiere de un proceso de adaptación, de una especie de "cámara hiperbárica" del ánima para que ésta no "estalle" en la transición.
El Dojo tradicionalmente era un lugar sagrado. En realidad el Dojo es la expresión externa de un estado interior que debemos adquirir parando nuestro mundo, deteniendo el diálogo interno. Lo que hace sagrado al Dojo es penetrar nosotros mismos en un estado sagrado a través del abandono de nuestro pensamiento cotidiano, de nuestras inquietudes, molestias, obsesiones, del "run run" de nuestras tiranas mentes, siempre incapaces de parar de moverse de aquí para allá. Consciente de estos matices los Maestros antiguos dispusieron un ceremonial que nos emplazará a realizar el cambio para así obtener toda la atención de sus adeptos durante el aprendizaje.
Los verdaderos Maestros orientales enseñan mucho más desde el silencio que los occidentales. Esto se debe a dos razones. La primera que la cultura oriental es mucho más contenida y la segunda que el objeto de su enseñanza frecuentemente no se concentra en lo visible. En tal marco la razón no es una herramienta práctica, antes bien suele ser un estorbo para la evolución del neófito. Los occidentales verbalizamos todo sin parar y así no paramos nunca nuestra mente. El silencio de la meditación puede llegar a ser algo más que inquietante para quién por primera vez se acerca a una clase tradicional. El silencio puede incluso angustiar, tal es la plenitud que rebasa los límites de nuestra capacidad.
La meditación es un acto de vaciamiento no de llenado. No se trata de pensar en esto o aquello, se trata de simplemente dejar de pensar. En un primer momento esto es algo inconcebible para cualquier persona sin experiencia. Han educado nuestras mentes desde nuestro nacimiento para ser una herramienta que hace continuamente cosas para conseguir cosas; no esperéis que cambiar esta rutina sea algo fácil.
La idea del vacío que todo contiene es un concepto muy oriental y procede de la filosofía Taoísta. Esencialmente acceder a ese vacío es entrar en contacto con lo primordial y eterno que hay en todas las cosas. Para ello debemos liberar la atención de las distracciones. Muchas escuelas han desarrollado para ello técnicas de concentración basadas en redirigir la atención al acto más esencial que realizamos automáticamente, al acto que nos permite vivir cada segundo, a la respiración. Dichas técnicas no son desdeñables y ayudarán al principiante a encontrar un apoyo inicial. No deja esto sin embargo de ser un hacer, cuando la esencia de la meditación es precisamente "no acción". Esta "no acción" debe ser sin embargo consciente. ¡No se trata de dormirse! Algo más que frecuente al comienzo si la práctica se alarga demasiado. "La acción de la no acción", el "wu-wei" de los chinos, se asemeja más a la observación desapegada de nosotros mismos.
No os opongáis al "run run" de vuestros pensamientos, cualquier esfuerzo en este sentido creará probablemente el efecto opuesto. Dejarlos volar y pasar frente a vosotros como si tal acto fuera una especie de voyerismo mental. No los detengáis pero tampoco os dejéis enganchar por ninguno en concreto; dejad que la mente salte de uno a otro, como un ruido de fondo mientras sentís como el aire entra y sale de los pulmones a través de la nariz. Ni siquiera os identifiquéis con el que respira, hacedlo con el aire, en cada aliento ir y venid con él, en el flujo y reflujo de la marea de la vida, más allá, donde sólo hay silencio y quietud.
Lo habitual en la meditación es practicarla en la postura del loto o del diamante (Seiza). Lo único indispensable es mantener la columna erguida y perpendicular al suelo. Si la espalda os molesta acudid a un osteópata, ¡al menos la meditación os habrá servido para daros cuenta de algo!
La idea del vacío que todo contiene es un concepto muy oriental y procede de la filosofía Taoísta. Esencialmente acceder a ese vacío es entrar en contacto con lo primordial y eterno que hay en todas las cosas. Para ello debemos liberar la atención de las distracciones. Muchas escuelas han desarrollado para ello técnicas de concentración basadas en redirigir la atención al acto más esencial que realizamos automáticamente, al acto que nos permite vivir cada segundo, a la respiración. Dichas técnicas no son desdeñables y ayudarán al principiante a encontrar un apoyo inicial. No deja esto sin embargo de ser un hacer, cuando la esencia de la meditación es precisamente "no acción". Esta "no acción" debe ser sin embargo consciente. ¡No se trata de dormirse! Algo más que frecuente al comienzo si la práctica se alarga demasiado. "La acción de la no acción", el "wu-wei" de los chinos, se asemeja más a la observación desapegada de nosotros mismos.
No os opongáis al "run run" de vuestros pensamientos, cualquier esfuerzo en este sentido creará probablemente el efecto opuesto. Dejarlos volar y pasar frente a vosotros como si tal acto fuera una especie de voyerismo mental. No los detengáis pero tampoco os dejéis enganchar por ninguno en concreto; dejad que la mente salte de uno a otro, como un ruido de fondo mientras sentís como el aire entra y sale de los pulmones a través de la nariz. Ni siquiera os identifiquéis con el que respira, hacedlo con el aire, en cada aliento ir y venid con él, en el flujo y reflujo de la marea de la vida, más allá, donde sólo hay silencio y quietud.
Lo habitual en la meditación es practicarla en la postura del loto o del diamante (Seiza). Lo único indispensable es mantener la columna erguida y perpendicular al suelo. Si la espalda os molesta acudid a un osteópata, ¡al menos la meditación os habrá servido para daros cuenta de algo!
La idea de la posición para meditar es simplemente lograr el máximo de relajación posible. Adaptar el cuerpo a estas posturas a las que no estamos acostumbrados, puede llevar un tiempo. En Seiza los pies pueden molestar y si nuestra circulación no es buena podemos sentir hormigueo y hasta dolor o incomodidad. En el loto o medio loto pueden ser las rodillas las que se quejen o simplemente puede que no podamos ni siquiera hacerlos.
Una vez superados estos inconvenientes debemos en una primera fase practicar una relajación consciente, atendiendo por zonas a todo el cuerpo. Ayuda seguir algún tipo de orden para no dejarnos nada fuera del ejercicio. El objetivo es alcanzar un estado de ataraxia y relajación sin perder el tono y la atención. Los ojos entreabiertos o cerrados, según la escuela, deben "mirar sin ver".
Existen principalmente dos zonas donde podemos dirigir nuestra atención en esta primera fase, el hara, tándem, o la glándula pineal (tercer ojo). Los ojos en el primer caso miran al frente como a dos metros en el suelo por delante de nosotros. En la segunda se elevan cerrados hacia el entrecejo.
La meditación Zen, que es la que se practica normalmente en los Dojos, pone su atención en el tándem, no en vano su objeto es prepararnos para una práctica en la que dicho punto suele ser el anclaje y partida de nuestra acción. Las manos reposan sobre los muslos sin llegar a descansar sobre el abdomen. Con las palmas hacia arriba, los dedos pulgares se tocan imperceptiblemente cerrando el circuito energético. "Ni valle ni montaña" reza el dicho Zen, los pulgares están extendidos y reposan sin dejar de tener tono.
Existen infinidad de técnicas de concentración y meditación pero no podemos olvidar nunca cual es el objetivo estratégico de su práctica. Perderse en los detalles técnicos es otra forma de "cosificar" y por lo tanto de perdernos de nuevo en las ramas que nos impiden ver el bosque.
Las Artes Marciales son meditación en movimiento, sin embargo al principio, y especialmente al final de las clases, una vez liberadas las tensiones y abiertos los canales energéticos, la ejecución de la meditación aporta al practicante una ocasión única para desacelerarse, templar y aquietar la agitación, tomar perspectiva, ralentizar el ritmo y acceder a un espacio de paz verdadera y perdurable.Ignorar en los entrenamientos, como vero que ocurre cada vez más en los gimnasios, esta disciplina, es el resultado de la aceleración y la angustia que nos produce nuestra forma de vida moderna.
Aunque de forma imperceptible primero, el tiempo invertido en la meditación se devuelve con creces, favoreciendo el crecimiento y la asimilación de todas las bondades implícitas en la práctica marcial. Mejora la atención en las clases y cada vez más rápidamente podemos acceder a ese estado mental adecuado para atender a nuestro entrenamiento con los cinco sentidos.
La transición hacia un estado de consciencia alerta, pero templado, es un logro descomunal para un ser humano. Lo malo es que al llegar allí no te dan una medalla, un premio o algo que te puedas colgar, nada que te sirva para justificarte desde una perspectiva puramente pragmatista, ésa en la que hemos sido educados con fervor. Sin embargo los logros inmateriales de ese entrenamiento poseen una influencia mucho más honda en lo que nos importa en el mundo, en nuestro "bienestar". Pero ya se sabe, lo dice el refrán: "No hay atajo sin trabajo" y parece que la práctica de "lo inútil" puede paradójicamente convertirse en lo más útil.
Si las Artes Marciales no son una puerta hacia la transformación de la consciencia, quedarían reducidas a prácticas físicas de habilidades casi siempre inútiles, pues a la postre ¿cuántas veces nos toca pegarnos en la vida? Y sin embargo, cada día, cada segundo, no nos queda otra opción que "cohabitar" con ese tipo angustiado, estresado y frustrado, que tiene que pagar facturas, ganarse el afecto y el respeto de otros, cumplimentar sus necesidades, ¡y encima sabe que tiene fecha de caducidad!... ese tipo que vemos cada mañana cuando nos miramos al espejo. ¿No podríamos invertir un poco, unos minutos en él? ¡Al fin y al cabo no deja de ser un buen muchacho! al que todo se le complicó... ¡echémosle una cuerda!
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