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De 150 cuentos sufies, de Yalal Al-Din Rumi
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Un día, un hombre cayó desvanecido en medio del mercado de perfumes. Ya no tenía fuerza en las piernas. Le daba vueltas la cabeza, por lo molesto que se sentía a causa del incienso quemado por los comerciantes.
La gente se reunió a su alrededor para ayudarle. Algunos le frotaban el pecho y otros los brazos.
Otros incluso le vertían agua de rosas en el rostro, ignorando que aquella misma agua era la que lo había puesto en ese estado.
Otros intentaban quitarle sus vestiduras para permitirle respirar. Otros le tomaban el pulso. Los había que diagnosticaban un abuso de bebida, otros un abuso de hachís. Nadie, en definitiva, encontró el remedio.
Pues bien, el hermano de este hombre era curtidor. Tan pronto como supo lo qué sucedía a su hermano, corrió al mercado, recogiendo en su camino todos los excrementos de perro que pudo encontrar. Llegado al lugar del drama, apartó a la multitud diciendo:
- "¡Yo conozco la causa de su mal!" La causa de todas las enfermedades es la ruptura de los hábitos. Y el remedio consiste en recobrar
esas costumbres. Por eso existe el versículo que dice: "¡La suciedad ha sido creada para los sucios!"
Así pues, el curtidor, ocultando bien su medicamento, llegó hasta su hermano e, inclinándose hacia él como para decirle un secreto al oído, le puso la mano en la nariz. Al respirar el olor de esta mano, el hombre recobró enseguida el conocimiento y las gentes alrededor, sospechando algún truco de magia, se dijeron:
- "Este hombre tiene un aliento poderoso, pues ha logrado despertar a un muerto."
Ya ves. Toda persona que no se convenza por el almizcle de estos consejos se convencerá ciertamente por los malos olores. Un gusano nacido en los excrementos no cambiará de naturaleza al caer en el ámbar.
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