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De 150 cuentos sufies, de Yalal Al-Din Rumi
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Un día, un cazador de serpientes salió de caza a las montañas. Pretendía capturar la mayor de las serpientes. Pues bien, una violenta tempestad de nieve se desencadenó en las alturas.
De pronto, nuestro cazador se quedó al acecho ante una enorme serpiente. Buscaba una serpiente pero acababa de encontrar un dragón. Presa de gran terror al principio, se dio cuenta enseguida de que el monstruo estaba entumecido por el frío. Decidió, pues, llevarlo al pueblo para que la población pudiese admirarlo.
Ya de vuelta en el pueblo, proclamó:
"¡Acabo de capturar un dragón! ¡Me ha dado mucho trabajo, pero, sin embargo, he conseguido matarlo!"
El cazador creía realmente muerta la serpiente, cuando sólo estaba adormecida por el frío. La multitud acudió para admirar el dragón mientras que el cazador contaba las peripecias imaginarias de esta captura. La gente, llena de curiosidad, no dejaba de agruparse y esperaba que el cazador alzase la manta bajo la cual había disimulado el animal. El cazador, por su parte, esperaba sacar un buen provecho de aquel público, pero el tiempo que pasaba y el calor acabaron por sacar a la serpiente de su sopor...
Cuando la multitud vio que aquella serpiente, supuestamente muerta, aún se movía, huyó gritando de horror. La gente se atropellaba para escapar más aprisa. En cuanto a la serpiente, se tragó de un solo bocado al cazador triturándole los huesos.
Las privaciones transforman a una serpiente en un gusano. La abundancia transforma al mosquito en halcón. ¡Anda! Mejor deja al dragón sepultado en la nieve. No lo expongas al sol. Desconfía del sol del deseo porque puede transformar al búho en halcón.
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