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A los quince, me dediqué en cuerpo y alma a aprender.
A los treinta había plantado el pie firmemente sobre la tierra.
A los cuarenta ya no sufría ante las perplejidades.
A los cincuenta sabía cuáles eran los mandatos divinos.
A los sesenta los escuchaba con oído dócil.
A los setenta podía seguir los dictados de mi propio
corazón, pues ya no deseaba ir más allá de los límites del bien.
A los treinta había plantado el pie firmemente sobre la tierra.
A los cuarenta ya no sufría ante las perplejidades.
A los cincuenta sabía cuáles eran los mandatos divinos.
A los sesenta los escuchaba con oído dócil.
A los setenta podía seguir los dictados de mi propio
corazón, pues ya no deseaba ir más allá de los límites del bien.
- kǒng zi (Confucio)
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