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miércoles, 5 de junio de 2013

El arroz despilfarrado

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 De 101 cuentos clásicos de la China recopilados por Chang Shiru y Ramiro Calle

 
La Dinastía Song tuvo dos capitales: primero la el Norte y después la del Sur. El traslado de la capital se debió fundamentalmente a las invasiones de los mongoles.
A pesar de la amenaza constante contra la inseguridad del imperio, tanto el emperador como los ministros se entregaban a un desmesurado despilfarro y ostentación.

Había un ministro corrupto llamado Wang Fu, quien, amparado por el favor monárquico, vivía con mucha opulencia. Mandó construir una majestuosa residencia que igualaba en lujo al Palacio Imperial. Trajeron hermosas piedras para adornar el precioso jardín privado, poblado de plantas exóticas. Todos los recintos de su residencia eran decorados con pinturas y caligrafías de firmas consagradas, y una cantidad de objetos de jade, oro y marfil, como testimonio de su perverso enriquecimiento durante los años en que ocupaba el cargo público.

En las tres suculentas comidas no faltaba nunca lo más delicioso del mar y lo más nutritivo de las montañas: aletas de tiburón, huevos de golondrina, holoturias, setas «cabeza de mono»,  manitas de oso pardo, y otras mil delicias vegetales y animales.

El arroz que acompañaba la exquisitez culinaria era de «perla», una especie muy apreciada ya que se trataba de tributos a la corte. Sus granos redondos lucían un color de marfil casi transparente.
Al final de cada banquete cotidiano, cubos enteros de «perla» se tiraban a un canal de desagüe que corría hacia un monasterio vecino. Un monje veía que todos los dlías las aguas del curso superior arrastraban kilos de arroz blanco. Indignado con tal despilfarro, recogía las «perlas» blancas con un colador, las lavaba con agua limpia y las ponía al sol para secarlas.

Cuando pasaba algún mendigo, le regalaba el arroz deshidratado que tenía almacenado. Así, al cabo de dos años, con el saldo que se quedaba tenía en su poder varias tinajas de «perlas» disecadas.

Cuando los mongoles sitiaron la capital del Norte, el emperador huyó hacia el sur, dejando en el trono decadente a su hijo que se proclamó nuevo monarca.
Las protestas contra la corrupción no se hicieron esperar. Para calmar el descontento general, el nuevo emperador mandó encarcelar a varios ministros corruptos, entre ellos el que tiraba las «perlas» blancas.

En la antigüedad, para alimentarse, los presos dependían de la comida que los amigos o parientes les enviaban a la cárcel. Pero ese ex-ministro corrupto no tenía a nadie que le enviara alimentos.
Al cabo de tres días el hambre lo corroía, drama que se enfatizaba con el contraste de los exquisitos platos que llenaron su mesa durante los días de lujo y poder. Cuando iba a desmayarse de hambre ,vino un monje desconocido que le dio un cuenco de arroz tostado, que le pareció un manjar. Después de terminar con el último grano de arroz, el preso le dijo lleno de gratitud:

- Usted me ha salvado la vida. Le estaré eternamente agradecido. Le suplico que no me abandone Que vuelva mañana con la misma delicia. Mil gracias, santo maestro que tiene un corazón de Buda de misericordia...

El monje le cortó secamente:

- ¿No sabe que este arroz que ha comido viene del canal de desagüe de su casa? En sus tiempos de opulencia no pensó jamás que la vida es una rueda. De la noche a la mañana se puede cambiar el destino. Del rey al plebeyo y de la riqueza a la miseria. Es la Rueda de la Ley Budista. A unos les quita y a otros les da. Hay que ser precavidos ante los cambios dramáticos.  Ayer podías tener mucho, y hoy puedes morir de hambre.
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lunes, 3 de septiembre de 2012

El Arte de la Caligrafía

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De 101 cuentos clásicos de la China recopilados por Chang Shiru y Ramiro Calle
 

Xian Zhi era hijo del famoso calígrafo Yi Zhi. Cuando su padre trabajaba en el estudio, el pequeño solía contemplar cómo trazaba los ideogramas en el papel de arroz. Con los pinceles chorreando tinta, el artista plasmaba espíritu y personalidad en los papeles. Poco a poco, el hijo también adquirió el hábito de escribir. A los pocos meses progresó tanto que los amigos y vecinos empezaron a alabarlo sin cesar. El pequeño se sentía engreído creyéndose ya un buen calígrafo.

Cierto día escribió una docena de caracteres y se los mostró a su padre, esperando de él un generoso elogio. Después de examinarlo un momento, el famoso calígrafo, que se había dado cuenta de la vanidad de su hijo, no hizo ningún comentario. Cogió el pincel y agregó un pequeño trazo en un ideograma, convirtiéndolo en otro carácter distinto, y le dijo:

- Enséñaselo a tu madre, a ver qué dice.

El pequeño fue a buscar a su madre en espera de un juicio alentador.

- Mamá, ¡mira lo que he escrito! Se parece al estilo de mi padre, ¡¿verdad que sí?!

Aunque la señora no era calígrafa, entendía la técnica de ese arte y solía emitir unas opiniones muy acertadas al respecto. Después de mirar durante un instante la obra de su hijo, le dijo:

- Has progresado, pero te falta mucho para conseguir el brío y la perfección de su caligrafía. En este carácter que has escrito, sólo este trazo se parece mucho a su estilo, y lo demás no tiene nada que ver señaló, poniendo el dedo justo en el trazo que acababa de agregar el calígrafo.

Avergonzado, el niño se dirigió a su padre y le preguntó:

- Después de tantos días de práctica, ¿por qué no he podido dominar aún el secreto de tu arte?

- Es muy sencillo, hijo, ¿ves las tinajas que hay en el patio? Cuando empecé a aprender la caligrafía, me dijeron que había que llenar de agua las dieciocho tinajas. Y el día que se agotara el agua haciendo tinta para los ejercicios, sería un buen calígrafo. Lo hice, por eso escribo mejor.

Sin decir una palabra más, el niño entendió perfectamente. Corrió hacia el patio y durante toda la mañana estuvo trabajando para llenar de agua aquellas enormes tinajas. Se puso a practicar día y noche.

Veinte años después, cuando agotó la última gota del agua, llegó a tal dominio de la caligrafía china que fue consagrado como el «Santo de los Pinceles».
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jueves, 16 de agosto de 2012

Interpretar el sueño

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De 101 cuentos clásicos de la China recopilados por Chang Shiru y Ramiro Calle

El Rey Qi Jing estaba enfermo. No había podido levantarse de la cama desde hacía un mes.

El médico del palacio hizo lo imposible para curarlo. Pero el rey no respondió positivamente al tratamiento. Se sentía pesimista y desesperado. Tenía terror a la muerte y se aferraba a la vida por todos los medios.
Una noche tuvo una pesadilla. Soñó que luchaba contra dos soles. Fue derrotado y quemado por unas bolas enormes de fuego. Las llamas al rojo vivo lo abrasaban despiadadamente. Despertó gritando en su delirio, bañado en sudor frío. No pudo volver a conciliar el sueño. Aguantó hasta el amanecer, hasta que vino el consejero, a quien le dijo casi en un tono agonizante:

- Ya no puedo vivir mucho tiempo. Anoche soñé que luchaba contra dos oles. Me derrotaron y me quemaron hasta la muerte. Eso supondrá el fin de mi vida.

Su inteligente consejeró trato de consolarlo:

- No se desespere. Voy a llamar al adivino de los sueños para que le dé su explicación.

Envío un carruaje para traer al divino enseguida. Lo esperó en la antesala. Al cabo de un momento, llegó el vidente y preguntó al consejero:

- ¿Me llamaba para algo? Aquí me tiene a su entera disposición.

- Mire - empezó a ponerlo en antecedentes -, anoche Su Majestad tuvo una pesadilla en la que soñó que luchaba contra dos soles. Lo quemaron hasta la muerte. Este sueño le ha causado gran malestar y miedo. Por eso lo hemos convocado para darle una explicación adecuada.

- Para eso necesito consultar el libro de los sueños - dijo el adivino mientras abría el grueso manual.

- No es necesario - se lo impidió el consejero -, porque la enfermedad que padece nuestro rey es del yin, mientras que el sol es el yang. El hecho de que el yin haya sido derrotado por dos yang supone que su enfermedad será curada. Por eso el sueño es un buen augurio. Vaya a interpretar su pesadilla en estos términos.

Cuando entró el mago en el dormitorio real, el monarca se sintió tan próximo a la muerte que casi ni tuvo fuerzas para contarle su pesadilla. Terminó con los ojos cerrados, agónico.
El mago ya tenía su versión preparada. Le dijo con un tono lleno de júbilo:

- Majestad, permítame felicitarlo.

- ¿Por qué me felicita? - el monarca abrió enseguida los ojos.

- Porque este sueño significa que se va a mejorar inmediatamente. El mal que padece es el yin, el sol es el yang. El hecho de que el yin haya sido derrotado por el yang significa que pronto mejorará sustancialmente su salud.

El rey se incorporó a la cama con ánimo. Sintió que su espíritu, agobiado por el pesimismo, se aliviaba, y se impregnó de una inaudita vitalidad.
Al tercer día se recuperó totalmente. Para celebrar su repentino restablecimiento se entrevistó con el mago que le pronosticó el cambio en la evolución de su enfermedad:

- Realmente estoy muy agradecido. Tú fuiste la persona que me dio ánimo y vitalidad cuando me encontraba en estado crítico. Dime si quieres una recompensa en dinero o en algún puesto público.

El mago no pudo más que decir la verdad:

- Majestad, fue su consejero personal quien me dio las directrices para la interpretación de su pesadilla.

El rey convocó a su consejero para manifestar su gratitud. Éste le dijo:

- Lo que hice fue disipar las excesivas preocupaciones que le agobiaban y le causaban pesadez espiritual. Pero si se lo hubiera dicho yo no me hubiera creído. Por eso, el mérito ha sido del intérprete de sueños.

A pesar de la modestia de su consejero, el rey decidió premiar generosamente a los dos.
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