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Cuento peruano
Una mañana, unas hermosas garzas blancas volaban muy temprano en
busca de las playas, y un sol resplandeciente anunciaba que en la selva
sería un día alegre.
Ese día don Mashico, en compañía de su mujer y uno de sus hijos, se
fue a sus chacras que estaban a un kilómetro de distancia del pueblo,
mientras los menores – una mujercita y un varoncito – se quedaron al
cuidado de la casa.
Pasada una hora desde que sus padres se habían ido, los niños vieron
llegar a una mujer igual a su mamá y ella, dirigiéndose a Juanita, la
niña, le ordenó: “Agarra tu machete y nos vamos a la chacra.”
Ella obediente al mandato de su supuesta madre tomó su machete y la
siguió. Sin embargo, se trataba del chullachaqui, el diablillo del
monte, que con su magia convirtió a Juanita en una shipash y la escondió
en el monte.
Los padres, al regresar a casa con la comida para toda la semana, se
percataron de que su Juanita no se encontraba y don Mashico le preguntó a
su hijo pequeño: “¿Pepito, dónde está tu hermanita?” A lo cual él
contestó: “Vino mi mamá y se la llevó a la chacra.” “Pero cómo!? Tu
mamá no vino en ningun momento a la casa porque estuvimos huactapeando
todo el día en el platanal!”
En ese momento empezó a invadir la tristeza a toda la familia. Llegó
la noche y prendieron mecheros para iniciar la búsqueda llamándole
por entre los bosques y al no encontrar huella alguna, cansados y
ensimismados de tristeza, regresaron a casa a golpe de la media
noche. Se acostaron a dormir y en sueños, don Mashico vio que el
chullachaqui le robaba a su Juanita.
Al despertar le contó a su mujer lo que había soñado y juntos
ordenaron sus ideas y se pusieron a cumplir con las indicaciones del
anciano. Después de la velada, pasaron cuatro días y don Mashico se
encontraba aún más triste porque Juanita no aparecía. Sin embargo, una
tarde, cultivando su maizal, salió de repente del monte la shipay.
Don Mashico al ver a la niña emprendió una veloz carrera y con gran
esfuerzo pudo atraparla. Juanita trataba de escaparse dándole fuertes
mordiscones a su padre, se jalaba de los pelos, gritaba palabras
incoherentes, se mostraba como un animal salvaje. Don Mashico haciendo
grandes esfuerzos logró amarrarle al tronco de un árbol y llamó a su
familia para llevarla a su casa. Estando en reposo echada en la tarima
no quería comer ni dormir, suspiraba a cada rato pensando en el
chullachaqui.
Los padres al ver que no mejoraba, mandaron a llamar al brujo Ishtán
para que la tratara. Este sacó su cigarro y le comenzó a soplar el humo
acompañado de sus ícaros.
La niña comenzó a reaccionar mostrando una lenta mejoría y luego una
rápida recuperación. El curandero recomendó a sus padres que la
convidasen a chapo de plátano cantín asado en carbón a fuego lento.
Con unos cuantos soplos más acompañados de sus icaradas, Juanita se
recuperó y pocos días después, ya toda dicharachera, se puso a
contar cómo la engañó y se la llevó al monte el chullachaqui
haciéndose pasar por la madre.
Y contó que pudo escapar y que así fue como llegó al lindero de la chacra donde el padre la vio y pudo atraparla.
Don Mashico, para evitar que sus hijos volvieran a sufrir este tipo
de percance decidió irse con su familia a otro pueblo donde aún viven
felices hoy en día.
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