.
Me encontraba ahí en el fondo del centro del corazón del núcleo de la luz azul.
Y era agradable ahí, en el útero de alguna estrella masiva en algún lugar del
cosmos. Era la paz, era el Salaam, el Shalom. Pero me sentía incómodo de estar
en paz, pero al menos me encontraba fuera de peligros terrestres, como estar
alucinando que estaba en un desierto celeste como la vez pasada, cuando en
realidad me encontraba extraviado entre las calles.
En
el flotar, hubo un momento en que me di cuenta de que también había estado
rotando, y fue precisamente en una de esas rotaciones cuando sentí que debía de
tener una cabeza. Una cabeza con ojos testigos conscientes y observadores, que
deberían de poseer un cuerpo. Que se necesitaba un centro sensorial para poder
estar viendo esas luces fantásticas, escuchando los “pulsos magnéticos
telepáticos” de pensamientos de ballenas y criaturas marinas, sintiendo la
rotación en ese lugar.
Fue
casi poco después de éste “descubrimiento obvio” que comencé a distinguir que
tenía dos brazos difusos a mis lados y frente a mí. En un principio los brazos
eran pequeños y borrosos, no podía distinguir la separación entre los dedos,
como si estos estuvieran pegados, aún no formados. Y un par de minutos después,
entre el aletargamiento y con un poco de concentración para verme mejor, la
visión mejoró, sólo para verse algo menos borroso pero aún ilegible, como estar
dentro de una piscina de “aguas de aurora boreal”, luego, finalmente pude ver
mis brazos tal cuales, iguales que la vez pasad, tal como los describí: con los
poros súper-dilatados y respirando, como las vellosidades de las estrellas de
mar y las anémonas marinas. Pero ésta vez había algo diferente. Los poros eran
pequeños estanques circulares conteniendo ésta “agua de auroras boreales” y los
vellos parecían finos relámpagos suspendidos en el tiempo, a la vez que
ondulaban, reaccionando con el entorno azulado.
Pude
ver hacia abajo, mi pecho desnudo, mi abdomen, y bajo éste, el mismo pantalón
con el mismo cinturón que tenía puesto en la primer viaje. Me cruzaron 4 cosas
por la mente al mismo tiempo: 1.- ¿Me encontraba aún, en alguna fase del viaje
pasado? Es decir ¿el viaje de la vez pasada no era pasada, sino que seguía
ocurriendo? Tenía el mismo pantalón de aquella vez, 2.- ¿por qué? 3.- ¿Era
acaso la ropa parte de los componentes que pueden afectar un viaje? Y 4.- ¿En
qué momento me había quitado la playera?
“¡Eso
es!” Sentí un micropunto de alivio “Viaje, estoy viajando. Puedo recordar que
estoy viajando, aunque no recuerde cómo llegué aquí, recuerdo que tomé LSD, sí
fue el LSD. Ya he pasado por esto. No puedo recordar que hubo antes de esto,
pero sé que fue por el LSD y de lo que recuerdo del LSD es que puede haber
momentos de amnesia. Ya he pasado por esto, vamos. Sé que puedo salir de esto”
Di
también por hecho, que el viaje estaba conectado con el primero, o que en
realidad el viaje nunca terminaba. Que la vida misma era parte de ese gran
viaje y todos los incontables sueños a lo largo de todos los días de plazo en
el mundo, así como las fantasías y las ensoñaciones formaban también parte del
“viaje interminable”. Me sentía raramente iluminado. Y razones no me faltaban,
estaba en el centro de la iluminación de un astro.
No
obstante, también percibía mis brazos de distinto tamaño, como los de un niño
de 12 años, y vino a mí un miedo inminente. Algo estaba sucediendo, estaba
retrocediendo en mi desarrollo, o me estaba formando, no lo sabía, pero la
suposición más inmediata era de que, en verdad me encontraba en un útero e iba
a renacer. Y me daba miedo nacer. Sabía aquí que tenía un pasado, que provenía
de algún lado, que no había terminado de ser y de hacer lo que se supone que
debía, es decir, vivir a plenitud la plenitud.
Como
si la luz circundante fuese perceptiva y pudiese leer mi mente (sí, de hecho
sentía transparencia, que no había dentro de mí nada oculto, que todo lo que
pensara estaba a la vista, a merced del “átomo-canica-estrella”. El sentimiento
de insignificancia volvía a manifestarse. Pero ésta vez, fue paradójico. Sí, ya
volvían los pensamientos paradójicos, era parte del “viaje” con ácido, podía
recordarlo. Ese sentimiento de insignificancia era a su vez un “sentimiento de
omnipotencia quebrantado”, dentro de la infinita pequeñez que experimentaba,
también sentía infinita grandeza, pues, además de que el tiempo no tenía
ninguna influencia en estos reinos, al parecer tampoco el tamaño. Era lo mismo
un grano de arena que la estrella más inmensa imaginable e inimaginable. Era
como… “Estoy en el centro del poder absoluto, y a su vez, soy nada si no tengo
manifestaciones en otros reinos, soy inmensamente poderoso, pero soy nada si
nadie ni yo mismo tampoco puedo percibirme ni definirme”
Y de
inmediato las tonalidades de las luces y del entorno comenzaron a cambiar,
“atardeciéndose” “anocheciéndose y amaneciéndose” de pronto, las luces azules
se tornaron “ultra-violetas”, “ultra-rojas” y a final quedé flotando en una
“incertidumbre de miel oscura”.
Esto
último lo describo como estar en el interior cavernoso, de una “nuez de miel
cristalizada” y nuevamente una cruz de pensamientos duales me atravesaron los
costados: “Estoy en un panal” y “Estoy en un vientre materno, ya no de una
estrella, sino de una mujer ordinaria, estoy por renacer”
Me
agité mientras todo alrededor mutaba y terminaba de reconstruirse. No me
agradaba la idea de estar una “nuez de miel cristalizada” o un “panal de miel”
o bien, en una matriz humana. Pero la cuestión era que no quería renacer, ni
como larva de abeja ni como bebé humano.
Como
sea, estas ideas se disiparon cuando me convencí de que no nacería en ninguna
de las dos formas, pues seguía teniendo el pantalón puesto y no tenía forma de
larva de abeja.
“¡Sí,
puedo recordar, recuerdo que es una larva de abeja, un panal, una mujer humana,
nacer, renacer!” recordé “tengo coherencia, puedo pensar, no me he perdido aún”
Strawberry Letter 23. After party del Macrocosmos proyectándose
desde el Microcosmos. Constelaciones celulares y glandulares. ¡Oúh Yéah!
Y
vino algo curioso: me di cuenta de que “nunca me había ido de ahí”, de que
nunca había estado en el fuego nuclear de una estrella inmensa o de un átomo.
Me encontraba en la habitación de Tampico, de rodillas, sujetando los lados de
mi cabeza, como evitando que se me fuese a caer de mi cuello, y otra canción,
que esta vez sí había escuchado repetidamente en los últimos días, sonaba “de
fondo”: “Strawberry Letter 23” de TheBrothers Johnson.
Aquí
fue el “Despertar de los misterios” Comprendí que en verdad sí había estado
dentro de la estrella azul de paz, y que había permanecido ahí por varios años,
“gestándome”, “gestando una nueva forma de pensar” y que a la vez, sólo había
permanecido un minuto en la recámara que a su vez estaba soñando.
Y la
canción se me hacía como formada de “enigmas”, enigmas enlazados por olas de
patrones de colores rosas, rojos, morados que iban volviéndose dorados conforme
la canción progresaba en su “solo”. Me encontraba escuchando otro sólo, y ya se
encontraban pronto también con las “voces voladoras” en coro de los Hermanos
Johnson
Sentí
aquí la “manifestación de los descubrimientos”, con cada “tintineo” de los
riffs de la canción, ciertos poros respondían con luces, a modo de
acompañamiento sincronizado de estos riffs, en forma de “constelaciones”.
“Genial” pensé “mis poros también están conectados entre sí, y no sólo entre
los poros aledaños, sino también con otros distintos, distantes, como en
constelaciones” Y no sólo los poros, también hubieron conjuntos de
“órganos-constelaciones” que respondían al mismo patrón musical repetido en la
canción “Tin-tin tín-tin /Tín-tin-tin-tín”
Así,
la base genital se conectaba con los riñones y el hígado, el hígado con el bazo
y con el estómago, el estómago con los pulmones, el corazón y la tráquea, y a
su vez la tráquea con la boca, la nariz, los ojos, los oídos, y luego, los
oídos con el centro del cerebro y la frente.
De
pronto era ya un cuerpo contenedor de constelaciones glandulares que
reaccionaban con tintineos luminosos de patrones perfectamente sincronizados
con la música. Ahora era yo quién poseía en su interior la estrella azul,
cientos, miles de estrellas azules, y rosas, y amarillas en mi interior.
Albergaba galaxias lejanas, que eran ahora cercanas a mí. En mi interior.
“Es…
es el infinito, está en mi interior” dije- pensé asombrado “en verdad el
infinito está dentro de mí, lo eterno y lo interno se intersectan, se
traspasan, se vuelven uno”
Era
como si tuviese un proyector, un cinescopio proyectando videos del universo en
alta, ultra-definición sobre todo mi cuerpo. Era yo mismo una bóveda celeste. Y
no sólo yo, todo a mi alrededor era parte de esa proyección cósmica proveniente
del interior de todos los objetos y seres vivos visibles e invisibles.
Sentí
que de alguna manera, esa era parcialmente mi recompensa por no haber cedido
ante el pánico de tan patético modo, como la vez anterior, de la primera
ingesta con el LSD.
La
canción proseguía y me daba cuenta paulatinamente de que ya no había tejido
hexagonal de panal entrelazando las cosas, de que la proyección de imágenes
galácticas pronto se desvanecía y de que me encontraba poco a poco en la “realidad”
de la recámara. Y no recordaba en lo absoluto de que estaba teniendo un sueño
lúcido ¡Estaba convencido de que esa era la “realidad” y de que realmente había
consumido LSD por segunda vez!
Las
luces volvieron entonces a su estado normal. La lámpara de ventilador del techo
iluminaba con su sobria luz el lugar. La música se desvanecía, poco a poco, reduciendo
su volumen, retrayendo tras de sí su ambiente festivo.
Cuando
la música y el fondo galáctico que lo recubría todo, tuve la impresión de que
ya se había acabado todo, de que había vuelto a la normalidad. Vi el monitor de
la computadora de escritorio y ahí estaban sus íconos en la pantalla de inicio,
tal cuales, sin moverse de posición ni ninguna cosa rara de la que sucede
aleatoriamente en los sueños. Seguía en estado de “Sueño lúcido” aunque no
recordaba que estaba soñando. Todo era muy real en el sueño. Y me seguía “curando”
la resaca mental del último viaje, estaba nervioso, y de seguro tenía las
pupilas dilatadísimas, cubriendo la totalidad de mis ojos. “¡Eso era!” tenía
que verme en el espejo para comprobarlo. Ya me sentía fuera de peligro de malas
bromas de subconsciente, me sentía más fresco, aliviado.
Fui
hacia el espejo de la recámara y me vi casi igual que la vez del viaje pasado.
Todo despeinado, con os cabellos vueltos ramas y enredaderas, con el cuerpo
pálido y como si hubiese perdido 20 o 30 kilos. Ahí estaban mis venas, mis
nudillos, los poros respirando, claro. Y os ojos, tal como pensaba, con las pupilas
dilatadas y emanando pequeños destellos que atribuí a os efectos cada vez más
debilitados del LSD.
No
hubo manifestaciones ni pensamientos relacionados con Otros Yoes, ésta vez.
Estaba sobrio, ¡Bien!, seguía pensando en muchas de las cosas recién sucedidas,
pero había algo que me hacía sentir raro, con algo de temor, sentía como que si
permanecía más tiempo en mi recámara, iba a colapsar, que algún vórtice oscuro
se abriría desde algún rincón impensable de la casa y se la tragaría conmigo
adentro. Por lo que sin pensarlo dos veces, decidí salirme de ahí. No sin
antes, ponerme la playera y apagar la computadora de escritorio. Sentía que era
mi deber apagarla, como presintiendo que aún sin saber que me encontraba
soñando, que era, quizá por superstición, dejar algo encendido dentro de un
sueño.
Me
puse una playera roja (distinta de la del viaje anterior), apagué la máquina, saltándome el prótocolo de apagado, simplemente resionando el botón de On/off y
me salí de la recámara, con la intención de bajar las escaleras y salir de la
casa antes de su hipotético colapso inminente.
Más,
antes de poner mi pie en el primer escalón para descender, tuve una extraña
sensación acompañada de ñañaras. Creo que presentía que algo extraño,
verdaderamente desconocido me esperara al terminar de bajar: bichos raros,
momias, fantasmas, demonios, Otro Yo, mi cuerpo sin vida, la muerte misma en su
versión de la catrina, o peor aún “La nada”.
Como
sea, no quería permanecer tampoco ahí arriba en “mi” recámara, así que aceleré
mi paso, formando un “mudra” de protección contra fuerzas negativas,
entrelazando en forma de aros eslabonados, mis dedos medios con pulgares de
ambas manos. Al llegar al umbral de la puerta de mi casa, metí rápidamente mi
mano derecha en el bolsillo de mi pantalón y saqué la llave ¡la llave de mi
casa! Podía verla y sentirla con todas sus texturas y temperatura metálica.
Era
de noche, o más bien, estaba anocheciendo, el sol apenas acababa de ocultarse
en el horizonte, por lo que la casa se encontraba a oscuras. Encendí la luz de
la sala, de la cocina y del exterior de la casa. Salí y…
De
nuevo… los colores eran bellos, armónicos, las plantas y árboles del patio
frontal resplandecían bellísimas luces de vida, como si estuvieran purificadas
luego de mi años de oración constante. Las plantas, las flores y los árboles
parecían seres pensantes en perfecta cama búdica, eran Budas. Plantas-Budas. El
miedo se esfumó de inmediato, sentí sólo respeto y paz de templo en mi corazón.
Contemplé el cielo, que parecía también inhalar y exhalar, azules marinos con
ondulaciones turquesas. De hecho, creo que las ondulaciones turquesas eran las
corrientes de aire del cielo, cuando éste exhalaba con toda tranquilidad de
monje Zen en meditación profunda.
Y
ahí estaban las estrellas, alegres, amigables, llenas de felicidad que podría
describir como “adolescente”, eran estrellas jóvenes. Eternamente jóvenes. Las
estrellas parecían también estar cantando un coro silencioso a la vez que
también respiraban. Todo alrededor parecía obedecer esta característica de
apariencia respiratoria.
Las
casas de los vecinos tenían las luces encendidas y podía escuchar televisores
encendidas, por lo que estaba seguro de que no me encontraba solo, y para mayor
satisfacción, lejos de todo peligro, real o imaginario.
Oda de grillos y Beatles al Astro del Amor. Entregándose
al placer del viaje, de la Creación. Reverencia obligada.
Decidí
entregarme al placer del “período refractario” del LSD (seguía teniendo la
certeza de que había consumido LSD hacía apenas unos horas, aunque la
percepción tota del recorrido era también la de unos cuantos miles de años y
unos minutos. Volví entrar a la casa, sólo para apagar las luces del exterior y
disfrutar la oscuridad luminosa de la noche.
Una
vez apagada la luz de la entrada, fui hacia la hamaca, la cual estaba atada de
sus extremos a dos palmeras, la desenredé y me recosté en ella, no sin pasar
por alto que la estructura de las redes era también hexagonal, y emanaba
destellos de luces metálicas.
Me
acosté y me impulsé un poco con el pie, subiéndolo de inmediato para disfrutar
del movimiento pendular horizontal de la ligera cama de red hexagonal de panal.
Podía
sentir la oscilación, sensual, reconfortante, como un abrazo maternal y
paternal, a la vez que con algo de “ligereza de pensamiento infantil”. “Esto es”
me vino a la asociación a la mente “las dos palmeras as las que está sujeta la
hamaca son como dos padres amorosos, que han enlazado sus caminos, sus
posiciones, sus destinos, para brindarle paz y soporte, serenidad y sabiduría a
una nueva vida, una vida que ha elegido llegar y estar entre sus redes de luz,
ésta hamaca. Tan sólo para darle el placer de disfrutar, de deleitarse con el
movimiento, el movimiento de la vida, con el meneo de las redes de unión que
forman la hamaca”
Sonreía,
sonreía plácidamente. Me sentía querido y bienvenido, amado. Amado por mis
padres las Plantas, por su unión que resultaba en mecedora, donde yo volvía a
ser un niño, un niño puro, carente de deseos egoístas, que se aceptaba a sí
mismo, que confiaba totalmente en sus padres humanos y en sus adres botánicos.
Tragué saliva, que me resultaba ahora dulce. Miré a mis padres-palmeras, y
estos parecían felices, satisfechos, al igual que todas las plantas alrededor,
me sentía en paz, en comunión con mis “ancestros-plantas”. En paz con la tierra
de la que provenía y habría de volver, con la que compartía materia, tiempo y espacio.
Enfoqué
mi vista en el cielo, vi partículas interactuando en el viento, cruzando de un
lado a otro como peces ovalados transparentes. Las estrellas, las estrellas que
seguían cantando en silencio en la lontananza sideral, algún canto de adoración
y agradecimiento por la existencia. Seguía sonriendo. El sentimiento que me
abrazó a continuación, fue el de la “extrema fortuna”: me sentía tremenda e inexplicablemente
afortunado de estar ahí en ese momento, de estar rodeado de gemas y diamantes
celestiales, de estar en paz conmigo mismo, aceptándome tan cual era, sin
recuerdos de identidad, como sabiendo que siempre había estado ahí, y que
siempre lo estaría, y de que tendría ese tipo de momentos, de mutuos reconocimiento
existencial, de mí mismo y de todo lo que me rodeaba. “Dios… por todas partes
hay tesoros, todos somos tesoros vivientes, la vida es un tesoro, pensar,
hablar, poder expresarnos, sentir, todo es un tesoro” y este pensamiento se re
reafirmó y se potenció cuando escuché un grillo que parecía aceptar, hacer “segunda
voz” a mis descubrimientos poéticos mentales. No sabía de dónde provenía el
sonido del grillo, pero no me inquietaba descubrir en dónde estaba, pues podía ver-escuchar-sentir
su vibración en las plantas, en la hamaca, las paredes de la casa, de las bardas,
las cortezas y ramas de los árboles, las hojas y en todas las células del
cuerpo.
Todos
nuestros contornos estaban delineados por luces de neón. Las estrellas parecían
también vibrar ante el sonido, el sonido se volvió un cántico celestial. Y en
seguida supe que el grillo se encontraba entre las macetas. Era de un azul
profundo, “filosófico”, y tenía ciertas áreas metalizadas de color verde “profundidad
selvática” y “morado-realeza” ondulando en su exoesqueleto. Podía verlo detrás de las macetas,
interpretando su “melodía” de corazón, como un cantante de ópera. Concentrado
en su excelente interpretación llamada “Ser” en la que el insecto expresaba
todo su sentir a la noche.
Pronto
percibí más cantos de otros grillos “ocultos” entre las bases de otros árboles
y hendiduras de bardas. Todos cantaban a misma oda de vida. Todos estábamos hermanados.
Y sin ver, sentí también la presencia de pájaros camuflados entre las ramas de
los árboles aledaños, que aunque tenían sus ojos cerrados, escuchaban ceremonialmente
y con respeto las canciones de los grillos. Sentí las presencias de chicharras “dormidas”,
y otros insectos en reposo. Unas pocas ardillas, y gatos en las cercanías, a
dos cuadras de distancia. Sentí a los perros, y sabía que a pesar de los crueles
encierros por parte de sus dueños, ese momento tan espiritual era suyo,
¡nuestro! Ninguna barrera física o psicológica podía contenernos, era el Ser en
Libertad. La libertad de ser.
Estaba
atravesando una nueva fase de tranquilidad, distinta a la que había
experimentado “espiritualmente” en el interior de la fusión nuclear de la Súper
estrella. Me sentía bien, más que bien, feliz de poseer un cuerpo físico, mi
cuerpo, poder sentirlo, poder sentirme. Estaba agradecido, sí, “agradecimiento”
era el sentimiento que lo llenaba todo en ese momento. Más era un “agradecimiento
específico” el de poseer un cuerpo orgánico, una cáscara, percibir a través de
sentidos limitados (ahora ilimitados), de poder ver otros cuerpos, ojos, los planos
físicos. Y a la ve, poseer también imaginación, una mente, una mente poderosa
capaz de expresarse, imaginar, ver, visualizar, pensar, soñar, simular, prever…
Mientras
escuchaba a los grillos, evoqué inconscientemente esa canción de los Beatles “Sun King” y como si fuera parte del regalo divino, la canción “floreció”
entre las plantas, desde sus primeros acordes, arpegios y melodías.
Aquí
la paz fue amplificada a su máxima potencia. Una “sombra de tenue luz” se
expandió desde el “centro de todo” hacia “afuera de todo” recubriéndolo todo. “Esa, esta canción verdaderamente es mágica,
los Beatles eran todos unos genios” Pensé sin palabras. Y todo parecía ir en
cámara lenta, hasta el punto en que el tiempo parecía detenerse. Podía observar
las hojas de los árboles siendo movidas casi imperceptibles por el viento, con
movimientos tan lentos y armónicos, como si los árboles practicaran una “danza”
de Tai Chi, con la más bella de las lentitudes.
Y para
cuando Los Beatles cantaron sus primeras palabras “Here comes the sun King” La
iluminación se hizo presente. De pronto de todos las “esquinas” del cielo,
llegaron como “reyes magos” todas las partes de un SoLuna que se entronó en el
centro del cielo. Era la luna con una corona solar. Era un Sol con una corona
lunar. De algún modo intuía que me encontraba ante un fenómeno estelar único y
repetible sólo cada millón o billón de años. Eran el Rey y la Reina del cosmos desposándose
en el firmamento. Y ni la una ni el otro eran inferior o superior simbólica y astrológicamente
hablando. Todos los dragones y los ángeles hacían reverencia hincados, con la
mano sobre el pecho, derramando lágrimas producidas por el sentimiento más
sublime e inexplicable con palabras, pero que se asemejarían en su expresión
con sólo 5 a: “Lágrimas de felicidad de Dios”.
También
me encontraba llorando, petrificado, y mis “Padres-Palmas” también se
reclinaban en señal de postración. Las plantas parecían rendidas, desmayadas en
éxtasis. Todo procedió luego a la “embriaguez de vida” “la embriaguez del
éxtasis místico” No sólo las plantas yacían enmudecidas, “inconscientes-ultra-conscientes,
todos los pájaros, las chicharras, los insectos, todos escuchábamos la canción manifestándose
en visiones de Amor celestial.
El
Sol y la Luna se volvían reamente uno, y ese Uno se volvió un nuevo astro… ¡Una
estrella azul! ¡Un sol azul!
Creí
reconocerlo, y su familiaridad se me hizo tan… “familiar”, le reconocí. ¡Era la
Estrella-canica-átomo” en la que había pasado miles de años adentro, que para
el Gran Astro eran solo un par de segundos. Era un Rey-Reyna. Un Algo, que ciertamente
emanaba excesivas cargas de “Buena vibra” El cielo era Azul eléctrico, y todas
las estrellas al parecer seguían estando ahí, tras el velo de la noche,
indistinguibles, por el potente efecto luminoso del Nuevo Astro SoLunar.
¡¿Pero
cómo?! ¿Acababa de llegar esa esfera de luz? ¿Me había “encontrado”? O ¿estaba
experimentando una regresión temporal, una paradoja? No me importaba, ahora ya
estaba completo, o casi… no me importaría pasar una eternidad así, en un
Verdadero e indiscutible Buen Viaje. Y cuando los Beatles dijeron “Everybody is
laughing” “Everybody is happy”, se hizo la felicidad y las risas. Risas de
locos, risas de auténtica felicidad, de quién encuentra algo que había pasado
toda su vida buscando, Risa de quién por fin obtiene la respuesta que sabe que
es la correcta, Risa de quién encuentra a alguien a quién no veía en años, a su
alma gemela. Risa sana. Risas de bebés, risas de niños, risas frenéticas de
vértigo de quien se sube a altísimos juegos mecánicos giratorios, risas de enamorados que ríen de cualquier tontería
mientras se ven a los ojos, risas de quién descubre que por obra milagrosa, inexplicable, se ha curado de una enfermedad incurable. Risas de ave. Risas de quién ha descubierto el secreto de
la inmortalidad y decide compartirlo con los seres más puros del
mundo, para preservarlos.
Y
volteé a ver hacia las casas vecinas, resultándome lo más increíble de todo, el que
todos parecieran ignorar por completo que afuera se llevaba a cabo la vida, la
Gran Obra Maestra. Me daba risa también esto. Afuera sucedía el mundo, la
Realidad, La fusión de realidades en una Realidad única. El nacimiento de
aquello que no tiene principio ni fin. Del Amor eterno, de belleza eterna, ¡y todos
se lo estaban perdiendo!
Sentí
que era mi ineludible deber, mi obligada responsabilidad, el tener que decirle a mis
vecinos “¡Oigan, tienen que ver esto, es el espectáculo de sus vidas, La Oda Suprema,
vengan, vengan, salgan de sus casas!”
Y
entonces me levanté de la hamaca dispuesto a compartir la visión con mis
vecinos…
つづく
Continuará...
Continuará...
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