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martes, 21 de enero de 2014

El día más feliz de mi vida

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Resulta que durante la década de los noventa del pasado siglo, en Cadereyta N.L, existieron unos seres fantásticos, mitológicos y hermosos. Los seres más nobles de los que yo tenga conocimiento.

Estos seres eran llamados comúnmente "camaleones" (aunque no tengan la capacidad del camuflaje) ahí en aquél pequeño pueblo del norte de México. Su nombre científico era "frinosoma corotata/coronatum. También entre los conocedores del tema, es llamado adecuadamente "sapo cornudo o lagarto cornudo.

En aquén entonces era niño, y como todo buen pequeño explorador fascinado, interesado por develar los misterios del mundo, me aventuraba en los áridos y extensos montes de Cadereyta. Siempre teniendo en mente ideas de que encontraría tarde o temprano, lugares y seres de ensueño, como oasis, portales dimensionales, fantasmas, espíritus de la naturaleza, e híbridos de humanos con insectos, cosas así.

Y sí, las expediciones diarias a altas temperaturas a los confines de las tierras cadereytanas llevaban eventualmente a encuentros con seres reales e imaginados ( quizá los calores y fluctuaciones geomagnéticas que rompían termómetros y brújulas provocaba alucinaciones ) hacían que las salidas con amigos o en solitarios resultaran fructíferas, exitosas.

Eso y las imaginaciones frescas de unos críos apartados de la civilización carente de alma, corazón y mente propia.

A veces volvía a casa con "insectos-palo, viudas negras, capulinas (sí, allá son dos especies distintas, aunque emparentadas), alacranes, serpientes de cascabel...

Reflexionando ahora, me resulta increíble que nunca haya sido letalmente mordido o picado por algunos de estos bichos del desierto. 

Entonces, decía yo, fue durante las 3:00 PM de un sábado allá por 1994 cuando tuve mi primer encuentro cercano del primer tipo con uno de estos "camaleones", lo tomé entre mis manos con familiaridad y alegría. Lo llamé "Anquilito" en honor al Gran Anquilosaurio, del cuál era descendiente, y lo llevé a casa. En casa compartí recámara,  viajes a la la escuela, la ciudad, al norte y al sur del país, y así. Hasta que - con el correr de los meses - se extravió (quiero pensar que logró fugarse con éxito de la pequeña casa, para él inmensa cárcel).

Esto me hizo interesarme más, ya no por los artrópodos e insectos, pues ya tenía tantos conocimientos en la materia como para ser todo un pequeño entomólogo, sino por el fascinante mundo de los reptiles. ¡Ah! Los descendientes de aquellos monstruos que dominaban la tierra hace millones de años, antes de que los mamíferos vinieran a arruinar el balance del mundo.

Se hizo 1995, tenía ya 10 años y estaba en quinto de primaria. En aquél entonces aún no había internet y los únicos modos de obtener información en aquél remoto lugar era buscando en los libros de los estantes de la casa y de la biblioteca municipal.

Ni tardo ni perezoso fui a intentar descubrir todo lo referente al "frinosoma" sin tanto éxito, pues la información referida era superficial y no pasaba de "su modo de defensa contra los depredadores es disparando chorros de sangre por sus ojos" (Más tuve la grata fortuna de que nunca me consideraran un depredador, y si lo fue sí, quizá fui el depredador más amoroso, servicial y proveedor para con ellos) Y aunque yo ya sabía que comían única y exclusivamente hormigas y que bebían poca agua y de sus hábitos de descanso y de sueño. Quería saber más, como era su interacción con los de sus especie, con el sexo opuesto. Como era juntar dos, tres, cuatro, veinte. Esto resultaba tan excitante que no quería perder más tiempo sólo imaginando. Tenía que tenerlos, poseerlos.

Decidí a aventurarme y buscarlos personalmente, aprender de ellos. Se me hizo un emocionante rutina el llegar de la escuela y - luego de comer con prisa, imaginando los encuentros con los pequeños saurios - salir de casa a "cazarlos" (es decir, atraparlos, y que nunca me pasó ni me pasará por la cabeza el atreverme a hacerles daño).

Fue así como, con el correr de los meses llegué a tener media centena de estos hermosos animalitos y no tardaron algunos compañeritos de la escuela en unirse a la "cacería", más no todos corrían con la misma suerte de toparse con algunos, pues no sé, para poder verlos había que tener la mente en blanco, es decir, debido a sus colores, se mimetizaban con la tierra y como son muy estáticos, pasaban desapercibidos. Entonces debías ir con la mente de un monje zen para poder percibir cualquier lívido movimiento y sonido proveniente de entre las rocas y los arbustos (había que tomar precauciones y estar alerta, pues en esta empresa, las serpientes de coralillo y de cascabel - cuyas conocidas toxinas son mortales - era ocasionales protagonistas de terroríficas, pero de algún modo divertidos sustos y - afortunadamente esporádicas -  persecuciones  de infarto.

Y aprendí todo sobre ellos, sus reacciones a los sonidos de las melodías de la flauta mía (me gustaba tocarles la conocida danza egipcia para ver si tendrían efectos hipnóticos en ellos como esas serpientes danzantes que salen de jarrones siguiendo zigzagueantes las flautas de los encantadores de serpientes de la India y Pakistán), sus reacciones a las elevadoras canciones del disco "Cross of changes" de Enigma o las canciones de los álbumes Abbey Road y Magical Mistery Tour de los Beatles. Intenté la conversación telepática con ellos, aunque sin mucho éxito, pues en aquél entonces creía que este tipo de comunicación era mediante mensajes mentales  con palabras.

Aprendí a descifrar sus miradas: cuando estaban cansados, irritables, cuando querían salir, tomar el sol, comer, beber, escapar. De sus necesidades básicas, supe de lo que daban a entender por medio de sus movimientos, que defecarían, si querían espacio si necesitaban estar solos, etcétera. Lo que más me maravilló fue descubrir que también tenían sus sonrisas, reservadas a dos cosas: la satisfacción total luego de comer hasta el hartazgo sus manjares fórmicos y cuando ejecutaban sus danzas de cortejo. ¡Caray! Sus danzas de cortejo me resultaban bellas, mágicas. Todo desplazamiento y retroceso, giro, acercamiento, todo movimiento era tan sutil y cargado de energías hipnóticas. El apareamiento.

Todo en ellos era bello. Luego vino la preñez, los cambios anímicos (sí, las reptiles también tienen notables e importantes cambios, amigos), el desove, y todo lo que conlleva a la bienvenida de los nuevos pequeños lagartos al mundo.

¡Ah, que tiempos aquellos!  Más no fue sino, luego de haber logrado tener números alrededor de la centena, en 1996 que encontré al camaleón más bello de todos los tiempos. Era un macho y todos sus átomos, desde la punta de su cornamenta hasta la punta de los dedos de sus pies estaba hecho de oro, de oro eterico. Resplandecía, con la misma aura dorada de las auroras y los atardeceres Nuevo-leoneses, como la atmósfera irreal de quienes se encuentran tomando un viaje de ácido lisérgico en una tarde de Verano sobre las plays de Beirut.

Ese camaleón no tenía comparación. Ninguno de los otros machos por más grandes y dominantes que fueran, no podían competir contra sus formas, su pose, su actitud, sus miradas de Buda, y sobre todo su resplandor dorado. Tampoco hubo hembra alguna entre las que tenía de mi harén de camaleones que tuviera ese encanto sutil y seductor que tenía él.

Estaba embelesado con su imagen y ciertamente le adoré, así como la gran mayoría de los camaleones que tenía en casa. Los machos parecían respetarlos y las hembras lo seguían, aun cuando él no mostraba el más absoluto interés en "socializar" o interaccionar de maneras más íntimas.

Cuando hablo de él, él que no tuvo nombre, pues no podía hallar un nombre digno apropiado a su belleza física y espiritual, hablo de que ya sólo tenía unos 16 lagartos cornudos en casa.

Era toda una tremenda tarea y labor el tener que formarlos en grupos para ir al hormiguero a hacerles comer, a llevarles a que tomaran sus baños de sol, etcétera.

Más, con el pasar de los días, el pequeño camaleón de origen divino se resistía a comer y beber. Mientras todos los demás lo hacían sin aparentes problemas, él se quedaba quieto, cerraba los ojos y se quedaba buen rato así, inmóvil, ni siquiera intentaba escapar.

El pobre se veía triste, y en efecto, adelgazó. Y la peor de las angustias vino cuando, no sólo había pasado de ser el Buda Chino rechoncho de la prosperidad y la abundancia, o el iluminado y resplandeciente Shakyamuni, sino el Buda asceta y esquelético, sino que había perdido su característico y regocijante tono y fulgor dorado de su piel, y el brillo de sus ojos. Me lastimaba profundamente verlo sí, e intentaba cualquier método para animarle, reanimarle: Lo acariciaba de más, le procuraba la mejor de mis sonrisas, le contaba chistes, intentaba la telepatía, transmitirle vibras positivas, lo dejaba tiempo extra bajo el sol, le daba prologados baños con agua tibia, esperando que, tal vez así, bebiera agua. Lo colocaba junto a todas las hembras para ver si así podía provocarle algún estímulo placentero que lo animase a vivir y brillar. Más nada.

La cosa estaba mal, él empeoraba y yo me sentía terrible. Malo, como un tirano y como el más imbécil de entre los imbéciles que no podía hacerse cargo del bienestar de una pequeña Gran criatura. También llegué a perder el apetito y los ánimos, pues estuviera en la escuela o afuera con mis camaradas de infancia, no podía dejar de pensar en él. En que llegaría y lo encontraría aún más flaco, con débiles inhalaciones que hacían entrever sus frágiles costillas. Me aterraba y me deprimía la idea de llegar a casa y encontrarlo sin vida. Ya que en los últimos días, y ni siquiera quería abrir los ojos, y cuando lo hacía, ya no veía más los brillos de la vida, sino agujeros, vacíos.

Y yacía ahí, apagado. Ya no era más un sol encarnado en camaleón, ya ni siquiera un camaleón, sino un estropajo.

Fue así que una tarde de abril a las 3:00 PM, la misma hora en que había encontrado a mi primer camaleón dos años atrás, decidí dejarlo en libertad, esperando que pudiese reunir las fuerzas suficientes para arrastrarse al hormiguero más cercano y probar por fin bocado. Fui con un caminar lento y pesaroso, sin despegar mi baja vista de mi "objeto" amado que yacía cadavérico entre mis manos.

Luego de recorrer un camino que parecía un océano de espigas en un retirado monte, a tres kilómetros de mi casa, llegué a una pequeña colina y ahí, con el viento fresco - cosa rara en aquella época del año y lugar - atravesando ondulante nuestros rostros.

Me hinqué con lentitud, lo coloqué en el suelo, con tal delicadeza, como si se su cuerpo estuviese formado por esas flores llamadas "diente de león" y lo entregué al suelo.

Contemplé al pequeño ser, tendido, y no pude pronunciar otras palabras más que "perdón" seguido de un "por favor, vive".

Y en seguida, después de haber dicho la palabra "vive" el camaleón abrió sus ojitos con lentitud, alzó la cabeza, me miró y vi por fin como recuperó sus brillos de vida en ambos ojos. Su piel pareció encenderse nuevamente y casi estoy seguro de que escuché su corazón palpitar con alegría, y el mío, latiendo al unísono. Llenos de vigor, de vida.

El viento pareció también alegrarse porque sopló más fuerte, desacomodando mis cabellos. Y entonces, como todo lo que rodeaba al precioso lagarto, como magia, se levantó de su posición derrumbada, me miró diciéndome sin palabras, clara y sencillamente "gracias"

Sin remordimientos, sin exigencias, sin nada, sólo un "Gracias", dio la vuelta y - como si nunca hubiese perdido sus fuerzas - se fue corriendo a toda velocidad.

Me iluminé, y también en un arranque irracional me fui corriendo todo el monte, camino de regreso, atravesando arbustos espinosos y enormes olas de espigas, todo el trayecto hasta mi casa, al igual que el camaleón, a toda prisa, llorando y riendo a carcajadas. Todos los tres kilómetros sin parar.

Sintiendo la agitación, los pulmones incendiados, la falta de aire, pero sin parar. Corriendo y corriendo y soltando lágrimas de la más pura felicidad, riendo, carcajeándome como si hubiese visto la escena más graciosa de la historia del cine.

Finalmente, cundo llegué al hogar mío, completamente fuera de mí. Sofocado, con los tendones y las articulaciones de mis piernas adoloridas, sudado y sin poder agarrar aire, y sin dejar de reír y sonreír, tomé a todos los demás camaleones que tenía en la recámara y los dejé en libertad en otro lugar del monte que estaba frente a mi casa.

Ese día a esa corta edad comprendí que sólo cuando somos realmente libres podemos encontrar el amor de verdad y que el verdadero amor te hace libre. Incluso libre de desear el amor de verdad.

Ahora cada vez que encuentro en mi camino algún otro ser de la creación, llámese pájaro, iguana, basilisco, perro, gato, zarigüeya, lo que sea, sólo saludo, y ocasionalmente si uno de mis acompañantes trae consigo cámara le pido que nos tome fotos juntos y vuelvo a dejar al "hermanito/a" en donde estaba, continuando cada quien nuestro viaje. 
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Y es que continuamente se nos dice que cuando se ama a alguien debes demostrárselo pasando todo el tiempo con esa persona, procurarle el mayor número de cosas, de satisfacer sus necesidades y apetitos. Que es propio del enamoramiento. De hacer todo lo posible para que quiera mantenerse a nuestro lado. Y se insiste en que el afecto debe ser recíproco, que para lograr ese afecto recíproco, debes entonces esforzarte en lograr su atención y su cariño.

Si le sumamos a esos tétricos temores infundados, la presión social de que debes de tener una pareja, unirte a ella en sagrado matrimonio y fundar una familia sin existir un verdadero deseo de querer ver y hacer feliz a tu pareja, dejándole ser como realmente es, vemos como, al igual que el camaleón de mi historia - con el correr del tiempo - una o ambas partes van perdiendo su esplendor inicial, sus ganas de vivir. Se apagan los brillos de los ojos, las risas, los deseos sensuales, los ánimos, las ganas de probar cosas nuevas. El mundo alrededor se torna gris. Se pierde la forma física, la salud, la alegría de los frescos y mágicos días de juventud. Todo.

Y la cosa se complica aún más cuando uno no sabe quién y que se es realmente, y sobre todo, de los potenciales casi ilimitados que se poseen.

Pero para eso, para saber qué y quienes somos realmente, y para conocer la verdadera libertad, tenemos que atrevernos a conocernos, a pasar tiempo a solas con nosotros mismos, sin temores, ni presiones. Identificarnos e identificarnos, saber que en realidad no somos dueños de nada ni de nadie y que tampoco somos posesión de nada ni de nadie. Si queremos conocer lo que en verdad es la liberación y la libertad, debemos antes haber sido ambas cosas: oprimidos y opresores. Y sobre todo, perder el miedo a la libertad.

Porque hay pocos sentimientos más bellos y dadores de felicidad, que el de la libertad. La libertad de ser y elegir. Sí, eso y hacer felices a quienes amamos, dejándolos ser y dándoles la libertad de que encuentren su camino. Y ahora que si el camino del bienamado se intersecta y forma uno sólo con el nuestro con total naturalidad Pues ¡¿qué más!? ¡Bienaventurados!
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miércoles, 23 de noviembre de 2011

Soñando con arañas y tarántulas : algunas breves anécdotas

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Según el confiabilísimo internet y sus confiabílismas páginas de dudosas fuentes, me encontré con que las interpretaciones habituales de soñar con arañas significan enredos y situaciones problemáticas, dependiendo de si los arácnidos son pequeños e inofensivos o grandotes y por ende con más autoconfianza para atacarnos.

Bien, sí, sí, creo estar de acuerdo con que soñar con arañas pudiera en contextos financieros jugar un papel de complots, trampas y traiciones. Tiene su lógica.
También, según estas páginas, si se sueña que uno las mata, la deducción indica que uno triunfará por encima de esos problemas.
Si en el sueño uno es mordido por estas criaturas, es indicio de posible infidelidad por parte de la pareja y cosas así.
Por otro lado, soñar con tarántulas (cosas que son más intimidantes y ciertamente aflojadoras de esfínteres) pudiera denotar que se tienen perspectivas distorsionadas acerca de la salud y el placer, así como tristes y dramáticas decepciones amorosas.

No obstante, creo que no todos estos significados se pueden aplicar como regla general.
Habría que hacer un minucioso análisis de la persona que tiene estos sueños y las implicaciones que tienen y han tenido los arácnidos en la vida de los soñadores.
Hay que tomar en cuenta desde la edad, sexo, profesión, estudios, la impresión que tiene uno de las arañas y sus especies, y sobre todo y lo más importante, las experiencias vividas alrededor de ellas. Es decir, de ser posible, tratar de llegar a la primera vez que se tuvo contacto con estos seres, si fue en vivo y en directo, si fue a través de una película, serie, documental, caricatura, etcétera. Incluso tratar de hacer una regresión hasta el primer sueño o "pesadilla" relacionada con los artrópodos.

Por ejemplo, y aunque no me gusta hacerlo, habré de comentar la interpretación que tengo acerca de estos sueños recurrentes que me atormentan, y el porqué de este terror y fascinación que tengo por ellas.

La primer memoria impresionante que tuve fue mientras desarrollaba mi capacidad del habla, esto es, tendría unos 3 años de edad, cuando en casa de un primo que obviamente era mucho mayor que yo, vi una pecera en la que había una tarántula grande y peluda aguardando hambrienta por recibir a su víctima: una pobre, indefensa y desesperada cucaracha que corría para todos lados como loca sin poder escapar mientras que la tarántula esperaba paciente en posición de inminente ataque certero, hasta que sucedió lo inevitable. La cucaracha dio un paso en falso y fue atrapada entre las mandíbulas de imponente, acojonante tarántula
negra...
Fue ahí donde tuve contacto visual directo tanto con la tarántula como con la cucaracha, y a pesar de que estos animales no tienen músculos faciales que puedan sugerir emociones evidentes, pude percibir el horror de la cucaracha mientras era triturada entre crujientes mordeduras de la enorme tarántula que saciaba su apetito succionando la esencia de la infeliz.

Con esta primer experiencia tuve suficiente para quedarme traumado de por vida. Luego, vi ocasionalmente algunas otras arañas en caricaturas de Disney (también con actitudes un tanto abusivas y mamilas)
Pero la incipiente problemática psicológica no comenzaría a agudizarse sino hasta la primer pesadilla que recuerdo haber tenido, a los tiernos 5 añitos, cuando la imaginación se encuentra al rojo vivo.
Desperté en mi cama exaltado por haber visto en el tétrico escenario onírico una gran araña con muchos ojos verdes, fosforescentes (este elemento debido con gran probabilidad por haber visto películas de terror sobre muertos vivientes y monstruos que no eran arácnidos) que se acercaba hacía, sabiéndose dominante y conocedora del territorio donde habría de engullir a su pobre víctima, o séase yo.
La cosa no acabó ahí, inmediatamente al despertar, vi a esa misma araña en el mundo real, desde la parte superior de la televisión, con sus ojos clavados sobre mi, para segundos después lanzarse frenética sobre mi rostro.
No grité porque se me fue la voz, y de hecho me sentí propiamente dicho, cucaracha. Esto fue, evidentemente, una alucinación, mi primera alucinación.
No lo conté a nadie, ni a mis padres ya que lo consideraba un hecho incuestionable, algo que se encontraba normal dentro del rango de acciones que suceden en la vida que apenas comienza.

Paso otro año y ya tenía muy bien reconocido que eran los arácnidos y plena consciencia de la variedad de especies animales y vegetales. Ya reconocía a las inofensivas arañas patonas que había en algunos rincones de la casa, y hasta creo que les tenía cierta simpatía, sobre todo porque "dejaban" que les vertiera mis "experimentos y fórmulas químicas" sobre ellas (los cuales consistían - en mis fantasías infantiles - en agua colorada con pincelines)

Otro año y luego vino una película sobre una tarántula gigante que me rentaron y luego vino aracnofobia, la película y ¡oh Dios! en aquél entonces, en los años de descubrimientos, sentí más bien un interés fascinante en lugar de un terror insondable por tales cosas. Fue en ese año específico de 1994 que, entre mis diversiones de recreo eran ir a capturar junto con otro amigo, la infinidad de arañas que habían debajo de las mesitas y bancas de la escuela...
Inconscientes totalmente del peligro, lejos de estar preocupados, estábamos fascinados por los vivos y coloridos diseños de las arañas que caían en nuestros frascos que cerrábamos descuidadamente.
Yep, se trataban de las escalofriantes Latrodectus mactans o viudas negras...uy uy uuuuyyy...

Aquí una de las responsables del dolor abdominal más insoportable y de erecciones involuntarias, jéh.La Viuda Negra.

De hecho, ahora que lo pienso, sin querer-queriendo llegamos a salvar algunas vidas inocentes de traumas inolvidables.

Pero bien, estas cosas apenas platicarlas, proseguiré con la elipsis.

Me olvidé por completo del asunto, ya que me distraje en otras actividades más divertidas con otros amigos y compañeros.
Fue hasta mediados del cuarto grado que volví al tema, ya que re-descubrí entonces el fascinante mundo de los reptiles, ofidios y anfibios en esos paisajes desérticos de Cadereyta Nuevo Léon.
Mi fascinación declinó más bien por los reptiles y de ahí en adelante mis encuentros con los arácnidos fueron más bien esporádicos, pero muy intensos.
Leía libros ilustrados sobre insectos, mamíferos, reptiles y demás, pero de todos los seres vivos, ninguno me intrigaba más que las arañas.
Me resultaban seres muy...muy oscuros, muy demoníacos, muy crueles, muy-muchas cosas que luego me ponía a imaginar en la desesperación que sentían los pobrecitos bichitos que caían en sus redes o en sus cuevas.
Luego vino la película ESO (It, de Stephen King) y con ella en la segunda parte, la imagen de la araña nuevamente. Caramba...

La verdadera apariencia del payaso Eso

Fue hasta que inició la secundaria que ya en forma, tomé plena consciencia del doloroso peligro de las toxinas de estas.
Fui testigo de como un niño de mi edad fue mordido en el muslo por una tarántula que él estaba toreando y fregando constantemente, hasta que ésta dio un salto preciso desde el tronco del árbol dónde ésta estaba siendo molestada. No se diga más, el pobre niño dio de alaridos y literalmente chilló como un cerdo mientras está siendo
brutalmente ejecutado al estilo mexicano.
En ese punto de esta historia, decidí que dentro de esas laaaaargas actividades de sano esparcimiento infantil (o puberto ya) retomaría la de andar buscando bichos en el monte, encontrándome así
con varios alacranes, arañas patonas e incluso en dos ocasiones, encontré dos ejemplares de la temible, imponente y agresiva Loxosceles laeta o Araña Reclusa Parda...¡Horror!

Otra de las arañas con una de las más mortíferas e indescriptiblemente dolorosa de las mordeduras, La temible Araña reclusa.

Para aquél entonces ya estaba consciente de las indicaciones e historias acerca de sus mordeduras y los épicos desgarres psicológicos que conllevaban estos fatale encuentros.
Mi padre también me comentó por aquellos días de dos casos de pacientes que llegaban a la sala de urgencias del hospital y que eran trasladados de emergencia por el terrible e insoportable dolor debido a las mordeduras de la viuda negra. Recuerdo en especial uno en la que me platicó de un pobre campesino que llegó con una mordedura de viuda negra en los testículos...y antes de que imaginen cualquier cosa, esto fue porque el infeliz se sentó en una letrina donde debido a tal ofensiva acción del hombre, la araña se sintió agredida y pues...paso lo que pasó.

En fin, todas estas imágenes e historias de la imaginería se desarrollaban y se acumulaban en mi cerebro y ¡ah! sí, ¿que qué hacía con todas esas arañas que capturaba?...
Bueno, las de la primaria no recuerdo mucho, pero las que ya agarraba en mi etapa de secundaria, algunas las metía en un contenedor más grande y las hacía pelear
contra otras especies de arañas. Después de que morían en batalla, las conservaba en un gran fasco con formol.

Posteriormente, dejé de lado todo eso de andar buscando y recolectando bichos en el monte y me conformaba con leer libros de entomología y de insectos.
Cambiando así mi gran trauma de los arácnidos por el de los parásitos llegándome a traumatizar el hecho de que vivimos rodeados por trillones de infinitillones de bichos microscópicos
que libran batalla contra nuestros sistemas inmunológicos día a día. Pero ese es mole de otro pollo...o como se diga. Otra historia pues. Otra tela de otra araña, jéh.

Y hablando de pollos y plumíferos, ¿No es ésta araña come-pájaros motivo suficiente para provocarnos preocupación y un miedo irracional paralizante? Hoy comen pájaros y roedores, mañana humanos...

Bueno y ya para llegar a lo que quería llegar.
Todos estos factores en resumidas cuentas afectaron los mecanismos que dispararían hasta ahora los sueños recurrentes en donde tengo encuentros muy cercanos con arañas y tarántulas que me atacan sin motivo aparente, sólo por el placer de atacarme y verme miado de miedo, aunque sea en sueños.

Hasta hace unos meses y hasta la fecha, las arañas y las tarántulas se volvieron en las protagonistas estelares de mis pesadillas, y cada vez es más frecuente, por lo cual no me ha quedado de otra más que pseudopsicoanalizarme y llegar al meollo del asunto.

He tenido desde sueños normales en donde estas criaturas del mal me persiguen, otras donde tejen sobre mi, otras donde caigo en sus redes, otra y la más traumática
del mes de junio del presente año, donde habían "tarántulas voladoras" sí, y eso había sido el más cabrón infortunio onírico que había tenido la desdicha de experimentar. Luego, en lo que fue Octubre, se agudizaron estos sueños y ya fui mordido por una tarántula en mi brazo, ya fui rodeado por cientos, miles de arañas, viudas negras, arañas lobo y arañas violinistas y reclusas y ya fui testigo de una lluvia de tarántulas...en fin...casi todas las variantes posibles...

Hasta que, hace apenas una semana, tuve una pesadilla en donde me encontraba en la estepa, era de noche y podía ver casi toda la galaxia entera en el cielo...
No había nada más que hierba siendo mecida por el viento nocturno. Ahí, había una tarántula gigante, como del tamaño de un elefante, y pude ver sus ocho ojos reflejando ese cielo estrellado, con su mirada fija en mi (mientras esto escribo se me acelera el ritmo cardíaco tanto como cuando lo viví ahí en el sueño) y por primera vez, la tarantulota habló:

- ¿Por qué me tienes miedo? ¿Por qué huyes de mi?

- ¡¿Por qué?! ¡Vaya pregunta! ¡Eres una tarántula! ¡¿Mejor dicho ¿por qué me persigues, qué quieres de mi?!

- Comerte

- ¡Y luego no quieres que te tenga miedo! ¡¿Pero para qué?! - le pregunté angustiado, mientras trataba de vislumbrar algún árbol o piedra, refugio, bunker o cualquier fregadera que pudiese rescatarme, consciente de que cualquier movimiento en falso y la tarantulota saltaría sobre mi y me haría crujir entre sus mandíbulas.

- Para tenerte dentro de mi

- ¿Pero por qué? - insistí - ¿Qué hay dentro de ti? ¿qué ganarías con comerme?

- Para que entres al infinito

- ¡¿El infinito?! No es verdad, voy a perder la consciencia y ya no voy a existir

- Vamos a ser uno sólo y ya no tendrás que preocuparte por morir, serás eterno

- Pero me va a doler

- Tiene que doler...

Y ya, ahí desperté, y afortunadamente sin ataques, pero si, fue una experiencia terrible ver semejante animalón sugiriendo ser comida.

Entonces, luego de andar buscando las razones de dicho sueño, caí en cuenta de que se trataba de muchos factores, tales como:

1.- Que Kine, a sabiendas de mi fobia/fascinación por las tarántulas me dijo que se compraría una tarántula de rodillas rojas. Por lo cuál me negué rotundamente, pero luego dijo que me compraría como regalo de navidad una enorme tarántula de peluche a la cuál abrazar por las noches, y muchas otras broma crueles (aunque divertidas para ella).

2.- Que había estado viendo arañas últimamente y hasta había estado teniendo sesiones fotográficas con algunas de ellas. Aquí dos de las fotos de ese día en la playa (sí, aquí en Tampico es más fácil encontrar arañas en el mar ):

Aquí intentando ser discreto, cauteloso, a sabiendas de que a las arañas no les gusta en el ojo de la cámara...

Aquí la arácnida percátandose de mi imprudencia, dirigíendose encabritada hacia mi rostro para que se me quite lo metiche

3.- Que había estado soñando y retroalimentando esos sueños con imágenes de tarántulas mediante expresiones pseudopoéticas y pseudo-artísticas.
Días antes había dibujado al Monster-coño, o Coño tarantulezco, para molestar a cierto amigo que tiene aversión por las vaginas haha.

El susodicho Coñotaranulezco devorador de hombres


4.- Que por motivos de mi próxima partida y todo el impacto emocional que eso siempre representa en mi, mis pensamientos mórbidos se intensifican y me pongo muy sensible, fatalista, estresado y retrospectivo, pero lo que más, me hace recordatorio constante de que soy mortal y que en algún momento determinado por el azar habré de entregarme tal y como la tarántula lo mencionó...al infinito, a lo desconocido, a la noche...

No te resistas, acepta tu destino, déjate engullir por la existencia...

Pero oops...ya escribí mucho y tengo que salir así que continuaré en el próximo post, ahora sí con las interpretaciones y significado, desde el punto de vista psicológico, esotérico, sexual y surrealista, así como sus posibles vías para afrontarlos y superarlos, en caso de que ocasionen trastornos importantes.

Bueno, ya, saludos =P
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lunes, 26 de septiembre de 2011

Rupert-Primavera-Kimchi

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Este es Rupert, también conocido como Primavera y Kimchi.
Y aunque en teoría se trata de un pájaro-primavera (unas de las aves con los cantos más bonitos) la verdad es que tenía alma de águila, el condenado.

Fue lo mejor que sucedió en Acayucan en los últimos dos meses.
Fue mi padre quien lo trajo a la casa, ya que él pasaba por el parque, un día en que uno de esos políticos que no saben hacer otra cosa que destruir el mundo, fue a esa pequeña ciudad a rebuznar sus promesas pre-electorales de campaña. Las bocinas que estaban colocadas por todo el parque y la multitud de acarreados, vagos, ingenuos e incautos, asustaron a los pájaros que se encontraban entre los ramajes de los árboles, fue ahí que posiblemente, aturdido, confundido y asustado, cayó Rupert de su nido, de uno de esos árboles y fue mi padre quien lo socorrió, trayéndolo a la casa donde estábamos.

Era apenas un pequeño pájarito, silencioso, pero podía verse en sus ojos ese espíritu de esas aves que se auto-incineran cada 1000 años, sólo para resurgir rejuvenecidas de sus cenizas.

Desde los primeros días se le dio libertad, casi total, de que estuviese en interiores. Luego, a los 3 días, ya podía estar afuera. Me lo llevaba al patio a buscar lombrices de tierra, y fue así como aprendió a cazar.

Con el correr de los días, ese pajarito de apenas unos 50 gr. de peso, mantuvo una dieta que consistía aproximadamente 50 lombrices diarias, y de buen tamaño, así como media banana y un cuarto de patata. Claro, también amaba el chocolate y sobre todo los chocolates rellenos de malvavisco y jalea de fresa, jaha. Comía a intervalos de una o dos horas y ahí estaba friegue y friegue de que quería más.
También tomaba mucha agua. En pocas palabras, tragaba como 3 veces su peso (y como zurraba el condenado...)
Llegué a la conclusión de que las aves no tienen un sistema digestivo complejo, es más, es inexistente, es sólo una especie de tubo digestivo que va del pico al recto, ya que casi inmediatamente de ingerir bocado ahí andaba zurrando por todos lados a diestra y siniestra.

Ya por las noches, se dormía en la recámara con nosotros, encima del cortinero.
Por las mañanas, era más efectivo y funcional que cualquier despertador. Comenzaba a chiflar silbar (o pitar, más bien) a las 7 de la mañana, reclamando salir para ir a comer. Y si uno quería seguir intimando con la almohada y postergar la vigilia un poco más, el pequeño plumífero volaba directo a mi rostro, cual niño inquieto.

Pasaron 4 semanas y aprendió a volar por completo, aunque todas sus maniobras seguían siendo a escasa elevación.
Cada vez se alejaba más y más y regresaba a las dos-tres horas, aunque más que para exigir comida era más bien para brindar su compañía y sí, también para que le diera de comer.

Luego, en una de esas en que se iba de vago, ya conociendo el mundo de los pájaros, su verdadero mundo, volvió un día con dos amigos, otros pájaros-primavera, quienes mantenían la distancia, mirando extrañados como era posible que pudiera mantener un contacto tan cercano con un "humano". No obstan te Rupert con toda confianza se me acercaba.

Rupert posando para la foto...para luego atascarse de comida y dormir la siesta

Una mañana fue muy gracioso, porque ya entrado en sus "años difíciles", es decir, su acelerada adolescencia (esto fue, al mes y medio de haber llegado a casa) me dirigí al patio trasero para hacerle el llamado especial para que viniera a comer, y ahí estuve chiflando y trinando, buscando con la mirada entre los frondosos árboles y las altas palmeras, hasta que apareció con su "pandilla". Al parecer lo habían vuelto líder al canijo. Una vez ahí, le mostré unas rebanadas de plátano y unos suculentos chocolates, pero él sólo volaba alrededor sin descender para recibir sus sagrados alimentos. Finalmente, tras mi insistencia, se dignó a bajar, pero manteniendo su distancia, como diciendo "No, por favor, ahora no. No delante de mis amigos, me estás humillando" jehe...Pero finalmente accedió a acercarse completamente para comer, un poco indignado, mientras que - probablemente - sus camaradas contemplaban susurrando y con risitas en la distancia, luego silbaron como diciendo "Ay, ay, me dan comida directo en el piquito. Ay, ay, el nene de papá" jaha. Después de estas últimas burlas plumíferas, Rupert-primavera-Kimchi se alejó gritándome algo como "Déjame, yo puedo comer sólo" y se regresó con sus amigos a andar de vago o a buscar pajaritas con quienes flirtear.
Pero cuando no estaban sus amigos presentes, se mostraba con toda naturalidad y afectividad de siempre.

En fin, pasaron dos meses y sus apariciones eran cada vez más esporádicas, era toda un águila, o un águila-fénix. Un águila- fénix enano.
La última vez que nos vimos fue un sábado a las 6:30 de la tarde. Me encontraba en la hamaca y el sólo llegó volando desde un árbol cercano y se acomodó sobre mi pecho. No quería comer ni nada, sólo pasar un último momento bien, agradable. Fue así que - quizás - me avisó - que ya estaba listo para partir y hacer su vida por su cuenta, y que me agradecía por todo. Le puse mi mano para que se acomodara, y así lo hizo. Luego, me levanté de la hamaca
y me dirigí hacia el patio. Y lo dejé volar.
Ya después de eso, jamás lo volví a ver o escuchar, pero supongo que está bien y es hoy en día es todo un sabio entre la comunidad de los pájaros.
Él aprendió del idioma de los humanos (al menos el español) y yo aprendí el de los pájaros-primavera.

La mirada de un futuro pájaro sabio en formación

Rupert Primavera Kimchi fue lo mejor que me pasó en estos últimos meses que estuve en el estado de Veracruz.
Después de que él partió, volví a la realidad, y volví a darme cuenta que ese estado está en total putrefacción y es ya insalvable. Necesita un exterminio total.

Ahora me encuentro en Tampico ya tramitando todo para estar bien y feliz en Noruega por una muy larga temporada y olvidarme de todas esas mierdas tóxicas que suceden aquí.
Pero claro, llevaré en la memoria un recuerdo muy bonito, el de haber convivido en total armonía con un pájaro-primavera.
Digo, ya lo había hecho antes, pero con reptiles, mamíferos, roedores e insectos, pero ciertamente esta fue la primera vez que tuve un contacto tan cercano
con un plumífero.

Como sea, ya escribí mucho y esto podría convertirse en una serie de renglones de divagación pura.
Me despido por ahora y saludos.
Respeten a las aves. Y puto el que tenga aves en jaulas. Merece la amputación de brazos y piernas. Y punto.

Hasta otra.
Sean felices.
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