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Cuento chino de Zhao Danian
Las historias que se cuentan sobre pozos del tesoro son cada vez más estrafalarias.
"La Aldea de los Melocotones Mágicos excavó un Pozo del Tesoro durante la repoblación forestal del Norte; si pones un huevo, sacarás en el acto una gallina".
- ¿Y si pones huevos de patos salados?.
- ¡Entonces podrás sacar patos salados!
- ¡Caray! ¿Y qué ocurriría si echaras un pollo vivo?.
- ¡Pues empezarías a sacar pollos vivos! Uno tras otro; y otro, y otro...
- ¡Caray! Ya estoy viendo que lo mejor seria poner un billete en el pozo.
- Si; y el billete más grande: ¡uno de 10 yuanes! Los contarías más rápido que las cajeras
de los bancos; en una hora podrías sacar hasta 10.000 yuanes.
- ¡Caray! En la Aldea de los Melocotones Mágicos ya deben estar nadando en la
abundancia.
- ¡No! Los cuadros de la aldea discutieron tres días y tres noches para decidir lo que al fin pondrían en el pozo. El alcalde — un hombre culto, con alguna noción de economía — dijo: "El aumento de la masa monetaria es una tarea que no nos corresponde y que puede ser plenamente asumida por las planchas del Banco del Pueblo; si hubiera dos casas emisoras de moneda, la inflación sería ineluctable, reinaría la confusión en los ámbitos crematísticos y sería perjudicial para el país. Puesto que nos llamamos Aldea de los Melocotones Mágicos, ¡produzcámoslos en el Pozo del Tesoro!".
La aldea construyó entonces una barraca en la que se turnaban día y noche 10 muchachas trabajando. Eligieron un carozo de calidad superior y lo tiraron al pozo; rápidamente brotó un pequeño melocotonero enramado y frondoso, que daba frutos inmensos y de una blancura arrebolada. Las muchachas se ocupaban exclusivamente de la recolección, y mientras más recolectaban, más había. Las canastas rebosantes llegaban al mercado sin interrupción, durante las cuatro estaciones; y el nombre de la aldea comenzó a resonar.
La marea de visitantes ya no habría de cesar: reporteros chinos y extranjeros, fotógrafos, científicos, novelistas, poetas, cuadros de la propaganda, inspectores, cobradores de impuestos, solícitos funcionarios; había por lo menos 10 arribazones cotidianas. Y todos probaban el fruto con gran amplitud de criterios, sirviéndose y llevándose melocotones con gran liberalidad. Se financiaron filmes y telefilmes de difusión que atrajeron a nuevos comensales a la mesa de la aldea; y asegurar el pozo contra robos costó un platal.
Aquel día, el Director de la Sección Comercial fue con su hija boba y poco estudiosa a efectuar una visita de trabajo a la aldea. Todo el mundo se hallaba atareadísimo dándose empujones y arrebatándose los duraznos, cuando la muchacha boba — que calzaba tacones altos — dio un resbalón y se fue para adelante. El Director acudió precipitadamente a rescatarla, pero desgraciadamente perdió también el equilibrio y fue a encontrarse con su hija al fondo del pozo. Que el árbol se hubiera roto era lo de menos; ¡lo importante era salvar al Director! Pero cuando acudieron en su ayuda... ¡Ay! ¡Ay! ¡Ay!, sacaban a un Director... ¡y en el pozo quedaba un Director! Sacaban a una hija boba... ¡y en el pozo quedaba otra hija boba! ¡A la gente le iba aumentando el pánico a medida que sacaba! ¿Qué marido querría el día de mañana de tantas muchachas bobas? ¿Qué organismo, ministerio, elenco teatral o estudio cinematográfico querría emplearlas? ¿Quién podría adjudicarles un departamento especial de tres o cuatro ambientes con living y cocina? ¡Ni siquiera tantos Directores bastarían para arreglarles tantos problemas!
La aldea construyó entonces una barraca en la que se turnaban día y noche 10 muchachas trabajando. Eligieron un carozo de calidad superior y lo tiraron al pozo; rápidamente brotó un pequeño melocotonero enramado y frondoso, que daba frutos inmensos y de una blancura arrebolada. Las muchachas se ocupaban exclusivamente de la recolección, y mientras más recolectaban, más había. Las canastas rebosantes llegaban al mercado sin interrupción, durante las cuatro estaciones; y el nombre de la aldea comenzó a resonar.
La marea de visitantes ya no habría de cesar: reporteros chinos y extranjeros, fotógrafos, científicos, novelistas, poetas, cuadros de la propaganda, inspectores, cobradores de impuestos, solícitos funcionarios; había por lo menos 10 arribazones cotidianas. Y todos probaban el fruto con gran amplitud de criterios, sirviéndose y llevándose melocotones con gran liberalidad. Se financiaron filmes y telefilmes de difusión que atrajeron a nuevos comensales a la mesa de la aldea; y asegurar el pozo contra robos costó un platal.
Aquel día, el Director de la Sección Comercial fue con su hija boba y poco estudiosa a efectuar una visita de trabajo a la aldea. Todo el mundo se hallaba atareadísimo dándose empujones y arrebatándose los duraznos, cuando la muchacha boba — que calzaba tacones altos — dio un resbalón y se fue para adelante. El Director acudió precipitadamente a rescatarla, pero desgraciadamente perdió también el equilibrio y fue a encontrarse con su hija al fondo del pozo. Que el árbol se hubiera roto era lo de menos; ¡lo importante era salvar al Director! Pero cuando acudieron en su ayuda... ¡Ay! ¡Ay! ¡Ay!, sacaban a un Director... ¡y en el pozo quedaba un Director! Sacaban a una hija boba... ¡y en el pozo quedaba otra hija boba! ¡A la gente le iba aumentando el pánico a medida que sacaba! ¿Qué marido querría el día de mañana de tantas muchachas bobas? ¿Qué organismo, ministerio, elenco teatral o estudio cinematográfico querría emplearlas? ¿Quién podría adjudicarles un departamento especial de tres o cuatro ambientes con living y cocina? ¡Ni siquiera tantos Directores bastarían para arreglarles tantos problemas!
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