viernes, 25 de enero de 2013

La historia del noble ermitaño Tsien Pa Mai

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De la revista Dojo No.250, enero de 1999


Tsien Pa Mai nació en el seno de una familia de la nobleza china, recibiendo desde su más tierna infancia una esmerada educación. Era el segundo hijo de la familia, por lo que la tradición lo destinaba a convertirse en soldado del emperador. Así que cuando Tsien cumplió los diez años, su padre lo confió a un maestro de armas y artes marciales. Tuvo así que compaginar sus lecciones de filosofía, historia y arte con las clases marciales.
Tsien era despierto y hábil, por lo que su progreso en las artes marciales fue sobresaliente.

Pocos años después entró en el cuerpo de cadetes de la guardia imperial y comenzó a destacar por su astucia y arrojo.
Tsien se sentía un gran patriota, quería luchar para defender a los suyos, para proteger el honor y las vidas de su país. Ante sus amigos, superiores y familiares, el joven cadete no perdía ocasión de exaltar las virtudes de la vida castrense: la disciplina y el honor de defender la patria.
Todo indicaba que se convertiría en un gran militar. Apenas cumplió su mayoría de edad, tuvo por fin ocasión de entrar en combate. En una región del imperio, un mandarín se había levantado en armas y amenazaba con tomar el control del feudo. El regimiento en el que estaba destinado Tsien partió hacia el lugar para sofocar la sublevación.
En su primer encontronazo con las tropas rebeldes Tsien destacó como un magnifico estratega en el campo de batalla, capaz de resolver cualquier situación e incluso adelantarse a los acontecimientos.
A los pocos días fue ascendido a suboficial con una veintena de hombres a su mando. Sin embargo, Tsien tenía un problema: aunque derrochaba valentía y entusiasmo a la hora de dirigir un ataque, en el cuerpo a cuerpo descubrió que era incapaz de matar al adversario; algo en el último segundo detenía siempre su espada. Todas las mañanas se repetía a sí mismo que los adversarios eran feroces enemigos, traidores, miserables y que merecían morir una y mil veces, y así lo gritaba a sus hombres antes de entrar en combate... pero cuando en el fragor de la batalla tenía a su merced a algún adversario, no podía evitar ver en el a un ser humano como cualquier otro, como sus hermanos, sus amigos o sus vecinos, y lo dejaba escapar.

Un funesto día Tsien, tras dirigir un audaz ataque hasta el mismo corazón de las tropas rebeldes, se topó de frente con un alto oficial enemigo. Hubo un feroz duelo que finalizó cuando Tsien logró desarmar al adversario, alzó su espada y... la volvió a bajar permitiendo que el oficial huyera.
Numerosos soldados fueron testigos del extraño duelo y Tsien fue llevado a un tribunal militar acusado de traición y cobardía, y fue expulsado del ejército. Tan sólo su sangre noble evitó que fuera decapitado. Sus compañeros y soldados, indignados por la hipocresía de alguien que exaltaba constantemente los valores militares y luego era incapaz de matar al enemigo, también lo repudiaron.

Al regresar a casa de su padre, furioso y avergonzado, lo desheredó y renegó de él. Así que Tsien cogió algo de ropa y comida y salió del feudo, dispuesto a empezar una nueva existencia lejos de las armas y las batallas.
Vagabundeó durante años, trabajando en todo lo que se le ofreciera, hasta que aprendió el oficio de carpintero y se instaló en una pequeña ciudad costera. Ahí conoció a la bella Mi Lei, hija de un comerciante, con la que contrajo matrimonio.
Tsien estaba profundamente enamorado de Mi, y no cesaba de cantar sus alabanzas a diestro y siniestro. La trataba como a una princesa, componiendo poemas y esculpiendo estatuillas en su honor. Todos los que les conocían se maravillaban del estrecho amor que unía a la pareja.

Pero de nuevo, Tsien tenía un problema: a las clases de talla de madera que daba en su tiempo libre se apuntaron numerosas damiselas del lugar, principalmente hijas de adinerados comerciantes. La cultura y sensibilidad de Tsien les resultaba irresistible a estas jovencillas, y él por su parte era incapaz de resistirse a sus encantos. Así, sin dejar de amar locamente a su esposa Mi, Tsien tenía constantes aventuras. Cuando finalmente fue descubierto en brazos de otra mujer, Tsien intentó explicar que seguía queriendo a Mi con la misma intensidad que el primer día y que el amor que daba a estas jóvenes no restaba ni un ápice del que dedicaba a su mujer, cosa que parecía cierta pues ésta nunca había sospechado nada, tanta era la entrega y sinceridad de su marido. Pero el consejo vecinal, embargado por la indignación, decidió el destierro del adúltero.

Así, con el alma ahogada en lágrimas, Tsien decidió retirarse al monte y llevar una vida de ermitaño para encontrar la tranquilidad. Para olvidarse de las mujeres hizo votos de castidad y se convirtió en un santón que vagaba por las montañas del norte de China. Allí se dedicó a predicar entre las tribus nómadas las virtudes de la bondad y el amor universales. El ermitaño Tsien era muy apreciado por los lugareños por su sabiduría y honestidad, hasta el día en que un leñador le dijo: "Tú nos hablas constantemente del amor hacia todos los seres, y sin embargo no tienes mujer ni amante conocida. Mis tres hijas están deseosas de amarte así que elige una de ellas". Tsien confundido por la propuesta, afirmó que había hecho votos de castidad y que no podía unirse a ninguna mujer, a lo que el leñador respondió indignado: "¿Y tú nos predicas sobre el amor? Si no eres capaz de amar ni dejarte amar por una compañera, más vale que te vayas a engañar a otros..."
Al escuchar esto, Tsien Pa Mai se quedó totalmente desconsolado porque, hiciera lo que hiciera, siempre ocurría algo que venía a romper su equilibrio y felicidad.
Tras meditar algunos días sobre esta cuestión, llegó a la conclusión de que el problema no radicaba en él, sino en los demás, que no le entendían. Por lo tanto tomó una descisión: partió hacia las cumbres nevadas y nunca más se supo de él...

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Predicar el ejemplo nunca es cosa fácil, porque el ser humano y la sociedad están llenos de contradicciones. El taoísmo nos enseña que no existe una única respuesta a las grandes respuestas vitales. Es como la historia del nombre ermitaño Tsien Pa Mai, quien buscando la rectitud chocaba siempre con la honestidad.
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