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lunes, 12 de diciembre de 2016

Manawee

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Cuento africano
 
Un hombre fue a cortejar a dos hermanas gemelas. Pero el padre le dijo: "No podrás casarte con ellas hasta que no adivines sus nombres." Aunque Manawee lo intentó repetidamente, no pudo adivinar los nombres de las hermanas. El padre de las jóvenes sacudió la cabeza y rechazó a Manawee una y otra vez.

Un día Manawee llevó consigo a su perrito en una de sus visitas adivinatorias y el perrito vio que una hermana era más guapa que la otra y que la segunda era más dulce que la primera. A pesar de que ninguna de las dos hermanas poseía ambas cualidades, al perrito le gustaron mucho las dos, pues ambas le daban golosinas y le miraban a los ojos sonriendo.

Aquel día Manawee tampoco consiguió adivinar los nombres de las jóvenes y volvió tristemente a su casa. Pero el perrito regresó corriendo a la cabaña de las jóvenes. Allí acercó la oreja a una de las paredes laterales y oyó que las mujeres comentaban entre risas lo guapo y viril que era Manawee. Mientras hablaban, las hermanas se llamaban, la una a la otra por sus respectivos nombres y el perrito lo oyó y regresó a la mayor rapidez posible junto a su amo para decírselo.

Pero, por el camino, un león había dejado un gran hueso con restos de carne al borde del sendero y el perrito lo olfateó inmediatamente y, sin pensarlo dos veces, se escondió entre la maleza arrastrando el hueso. Allí empezó a comerse la carne y a lamer el hueso hasta arrancarle todo el sabor. De repente, el perrito recordó su olvidada misión, pero, por desgracia, también había olvidado los nombres de las jóvenes.

Corrió por segunda vez a la cabaña de las gemelas. Esta vez ya era de noche y las muchachas se estaban untando mutuamente los brazos y las piernas con aceite como si se estuvieran preparando para una fiesta. Una vez más el perrito las oyó llamarse entre si por sus nombres. Pegó un brinco de alegría y, mientras regresaba por el camino que conducía a la cabaña de Manawee, aspiró desde la maleza el olor de la nuez moscada.

Nada le gustaba más al perrito que la nuez moscada. Se apartó rápidamente del camino y corrió al lugar donde una exquisita empanada de kumquat se estaba enfriando sobre un tronco. La empanada desapareció en un santiamén y al perrito le quedó un delicioso aroma de nuez moscada en el aliento. Mientras trotaba a casa con la tripa llena, trató de recordar los nombres de las jóvenes, pero una vez más los había olvidado.

Al final, el perrito regresó de nuevo a la cabaña de las jóvenes y esta vez las hermanas se estaban preparando para casarse. "¡Oh, no! -pensó el perrito-, ya casi no hay tiempo." Cuando las hermanas se volvieron a llamar mutuamente por sus nombres, el perrito se grabó los nombres en la mente y se alejó a toda prisa, firmemente decidido a no permitir que nada le impidiera comunicar de inmediato los dos valiosos nombres a Manawee.

El perrito en el camino vio los restos de una pequeña presa recién muerta por las fieras, pero no hizo caso y pasó de largo. Por un instante, le pareció aspirar una vaharada de nuez moscada en el aire, pero no hizo caso y siguió corriendo sin descanso hacia la casa de su amo. Sin embargo, el perrito no esperaba tropezarse con un oscuro desconocido que, saliendo de entre los arbustos, lo agarró por el cuello y lo sacudió con tal fuerza que poco faltó para que se le cayera el rabo.

Y eso fue lo que ocurrió mientras el desconocido le gritaba: "¡Dime los nombres! Dime los nombres de las chicas para que yo pueda conseguirlas."

El perrito temió desmayarse a causa del puño que le apretaba el cuello, pero luchó con todas sus fuerzas. Gruñó, arañó, golpeó con las patas y, al final, mordió al gigante entre los dedos. Sus dientes picaban tanto como las avispas. El desconocido rugió como un carabao, pero el perrito no soltó la presa. El desconocido corrió hacia los arbustos con el perrito colgando de la mano.

"Suéltame, suéltame, perrito, y yo te soltaré a ti", le suplicó el desconocido.

El perrito le gruñó entre dientes: "No vuelvas por aquí o jamás volverás a ver la mañana." El forastero huyó hacia los arbustos, gimiendo y sujetándose la mano mientras corría. Y el perrito bajó medio renqueando y medio corriendo por el camino que conducía a la casa de Manawee.

Aunque tenía el pelaje ensangrentado y le dolían mucho las mandíbulas, conservaba claramente en la memoria los nombres de las jóvenes, por lo que se acercó cojeando a Manawee con una radiante expresión de felicidad en el rostro. Manawee lavó suavemente las heridas del perrito y éste le contó toda la historia de lo ocurrido y le reveló los nombres de las jóvenes. Manawee regresó corriendo a la aldea de las jóvenes llevando sentado sobre sus hombros al perrito cuyas orejas volaban al viento como dos colas de caballo. Cuando Manawee se presentó ante el padre de las muchachas y le dijo sus nombres, las gemelas lo recibieron completamente vestidas para emprender el viaje con él; le habían estado esperando desde el principio. De esta manera Manawee consiguió a las doncellas más hermosas de las tierras del río. Y los cuatro, las hermanas, Manawee y el perrito, vivieron felices juntos muchos años.

Krik Krak Krado, este cuento se ha acabado
Krik Krak Kron, este cuento se acabó
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jueves, 1 de diciembre de 2016

¡Que llueva, que llueva!

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 Cuento africano
 
En un lugar de la Tierra llamado África, vivía un niño llamado Jambó. Desde muy pequeño Jambo había aprendido los cantos mágicos de su abuelo y maestro, Abú.

Contaba la leyenda, que cuando el maestro Abú subía a la montaña y cantaba a los dioses la canción “Que llueva que llueva“, conseguía que durante unas horas estuviera lloviendo en todo el continente africano.

A Jambó le habían explicado desde muy pequeño que en el lugar en que vivía él y toda su familia, era un lugar muy seco ya que llovía muy poco,  y por eso había sequía, y muy poca agua. Así que desde muy pequeño Jambó supo lo importante que era cuidar el agua y no derrocharla.

Un día, Jambó iba paseando por medio del desierto y se encontró con una lagartija de color amarillo, ya que estaba camuflada, pues apenas se distinguía del suelo. Esto lo hacían para protegerse de otros animales.

– ¿Qué te pasa lagartija? no tienes buena cara…, le preguntó Jambó con preocupación.

– No puedo moverme de aquí porque no tengo fuerzas, llevo días sin beber ni una gota de agua, este verano está siendo muy duro para mí, jovencito... -, le respondió la lagartija.

– Yo te llevaré conmigo, intentaremos conseguir algo de agua.

Jambó llevó a la lagartija amarilla a un pequeño charco de agua para que pudiera beber, y después la dejó bajo unos pequeños matorrales donde daba la sombra.

Rápidamente Jambó fue a ver a su abuelo Abú, para decirle que debían de ir a cantar a los dioses a la montaña para que volviera a llover, pues los animales estaban en peligro, ya no quedaba casi agua.

Así que juntos subieron a la montaña y comenzaron a cantar la canción “Que llueva que llueva…”.

Los dioses escucharon cantar a Abú y Jambó, y a los pocos minutos comenzó a llover en África.

Así, gracias a la canción de la lluvia, en África había agua para que todos los seres vivos que allí vivían pudieran sobrevivir.
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martes, 20 de septiembre de 2016

¡Ubuntu, Ubuntu!

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Cuento sudafricano

Un antropólogo estudiaba los usos y costumbres de una tribu en África, y al estar siempre rodeado por los niños de la tribu, decidió hacer algo divertido para ellos. Preparó un cesto lleno de frutas riquísimas y luego dejó el cesto debajo de un árbol.
 
Así, llamó a los niños y preparó un juego, que consistía en que cuando el dijera “Ya”, tenían que correr hasta el árbol y el que primero agarre el cesto seria el ganador y tendría todas las frutas exclusivamente para él solo.

Los niños procedieron a colocarse en fila, esperando la señal acordada.

Cuando dijo “Ya”, inmediatamente todos los niños se tomaron de las manos y salieron corriendo juntos en dirección al cesto. Todos llegaron juntos y comenzaron a dividirse las frutas, y, sentados en el suelo, comieron felices.

El antropólogo fue al encuentro con ellos y preguntó porque tuvieron que ir todos juntos, cuando podrían haber tenido uno de ellos el cesto completo.

Fue ahí cuando ellos respondieron: 

“¡Ubuntu, Ubuntu! ¿Cómo solo uno de nosotros podría ser feliz si todo el resto estuviera triste?”

Ubuntu en la cultura Xhosa significa: “Yo soy lo que soy por lo que somos todos“
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sábado, 22 de junio de 2013

El Langosta y el sapo

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Cuento africano

La Langosta y el Sapo parecían ser buenos amigos. La gente siempre los veía juntos. Pero aún así, ellos nunca habían cenado juntos en la casa del uno ni del otro.  Un día, el Sapo le dijo a la Langosta:

- Querido Amigo, mañana ven a cenar a mi casa. Mi esposa y yo prepararemos una comida especial. La comeremos juntos.

Al día siguiente, La Langosta llegó a la casa del Sapo. Antes de sentarse, el Sapo se lavo las patas, e invitó a la Langosta a hacer lo mismo. Así lo hizo la Langosta, y con esto produjo un ruido muy alto.

- Amigo Langosta, ¿no podrías dejar de hacer ese chirrido? No puedo comer con semejante sonido - dijo el Sapo.

La langosta intentó comer sin frotar sus patas delanteras juntas, pero le resultó imposible. Cada vez que producía un chirrido, el Sapo se quejaba y le pedía estar en silencio. La Langosta estaba molesta y no podía comer.

Finalmente, le dijo al Sapo:

- Te invito a cenar mañana en mi casa.

Al día siguiente, El Sapo llegó a la casa de La Langosta. Tan pronto como la cena estubo servida, La Langosta se lavó sus patas delanteras e invitó al Sapo a que hiciera lo mismo. Así lo hizo el Sapo, y entonces este saltó hacia la comida.

- Deberías de volver a lavarte las patas - dijo La Langosta -. El haber saltado hizo que te ensuciaras las patas otra vez.

El Sapo saltó de nuevo en la jarra de agua y se volvió a lavar, entonces saltó nuevamente hacia la mesa, y estaba listo para comer algo de los platillos, cuando la Langosta lo detuvo:

- Por favor, no pongas las patas sucias en la comida. Ve y lávatelas otra vez.

El sapo estaba furioso.

- ¡Lo que pasa es que no quieres que coma contigo! - gritó -. Tú sabes muy bien que debo usar tanto mis patas delanteras como mis ancas para poder saltar. No puedo evitar que se ensucien un poco en el trayecto de la jarra de agua a la mesa.

El saltamontes respondió:

- Tú fuiste quien comenzó ayer. Tú sabes que no puedo frotar mis patas sin producir sonido.

Desde entonces y hasta la fecha, la Langosta y el Sapo dejaron de ser amigos.

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* Moraleja: Si deseas tener una verdadera amistad con alguien, hay que aprender a aceptar tanto las virtudes como los defectos de los demás.
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lunes, 10 de junio de 2013

Leyenda de la creación

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De Antología negra (Mitos, leyendas y cuentos africanos)
de Blaise Cendrars

Cuando las cosas no existían aún, Mebere, el Creador, hizo al hombre con tierra de arcilla. Tomó la arcilla y modeló un hombre. Así dio comienzo este hombre, y comenzó como lagarto. Al lagarto, Mebere lo colocó en una alberca de agua de mar. Cinco días, y aquí tienen: cinco días pasó con él en la alberca de las aguas, y lo sumergió dentro. Siete días: estuvo dentro siete días. Al octavo, Mebere fue a verlo, y asómbrate que el lagarto sale, y asómbrate que ya está fuera. Resulta que es un hombre. Y dice al Creador:

-  Gracias.
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domingo, 16 de septiembre de 2012

El Pollito que se hizo Rey


De Cuentos Africanos

Érase un pollito muy chiquitito a quien no gustaba ni pizca la miel.
Vino al mundo siendo ya huérfano, y dijo:

- ¡Mi padre ha muerto de hambre, y el rey le debía un grano de maíz!
Descolgó el zurrón de su difunto padre y, anda que te anda, partió a cobrar aquella deuda.

Apenas había andado media docena de pasos, cuando encontró en el camino un palo que le hizo tropezar y caer.
El Pollito se levantó y dijo:

- ¡Ah! Palo, ¿aquí estás tú?. No te había visto.

- ¿Adónde vas? - le preguntó el Palo.

- Voy - contestó - a cobrar un crédito de mi difunto padre.

- Vamos juntos - dijo el Palo.

El Pollito cogió al Palo y se lo metió en el zurrón.

Anda que te anda, encontróse con un gato que, al verle, exclamó:

- ¡Ah, qué bocado más tierno!

- No - replicó el Pollito; - yo no valgo la pena.

- ¿Y adónde vas? - preguntó el Gato.

- Voy a cobrar un crédito de mi padre.

- Pues vamos allá juntos - dijo el Gato; - tal vez encuentre allí algo bueno que comer.
El Pollito cogió al Gato y lo metió en el zurrón.

Y encontró a una hiena que le preguntó:

- ¿Adónde vas con el zurrón?

- Voy a cobrar un crédito de mi padre - explicó el Pollito.

- Vamos allá juntos - dijo la Hiena.

El Pollito cogió a la Hiena y la metió en el zurrón.

Anda que te anda encontró a un león.

- ¿Adónde vas?

- A cobrar un crédito de mi difunto padre.

- Vamos allá juntos - dijo el León.

El pollito cogió al melenudo animal y lo metió en el zurrón.

Encontró a un elefante que estaba hartándose de plátanos.

El Elefante le preguntó cordialmente:

- ¿Adónde vas, Pollito?

- A cobrar un crédito de mi difunto padre.

- Pues, entonces, vamos juntos - dijo el paquidermo.

El Pollito cogió al Elefante y lo metió en el zurrón.

Anda que te anda, encontró a un guerrero, que le preguntó:

- ¿Adónde vas con ese zurrón tan repleto?

- Voy a cobrar una deuda.

- ¿A casa de quién? - preguntó el Guerrero.

- Al palacio del rey - contestó el Pollito.

- Vamos juntos allá - dijo el Guerrero.

El Pollito lo cogió y lo metió en el zurrón.
Por fin llegó a la ciudad donde vivía el rey.
La gente corrió a anunciar al soberano que el Pollito había llegado y que pretendía cobrar el crédito de su difunto padre.

- Haced hervir un caldero de agua y tirádsela hirviendo; así ese insolente polluelo morirá y no tendremos que pagar la deuda.

La hija del monarca se puso a gritar:

- Yo le tiraré el agua hirviendo.

Al verla venir, el Pollito le dijo al Palo:

- ¡Palo, ahora es la tuya!

El Palo hizo tropezar y caer a la hija del rey. El agua hirviente se derramó y la hija del rey quedó escaldada.

La gente de la ciudad dijo entonces:

- Hay que encerrarlo en el gallinero con las gallinas, que lo matarán a picotazos.

Pero el Pollito sacó al Gato del zurrón y le dijo:

- ¡Te devuelvo la libertad!

El Gato mató a todos las gallinas, cogió la más gorda y se escapó con su botín.

La gente dijo entonces:

- ¡Que lo encierren en el corral con las cabras; allí lo pisotearán!

El Pollito dijo entonces:

- ¡Hiena, ya eres libre!

La Hiena mató a todas las cabras, escogió la más gorda y se escapó.
La gente dijo entonces:

- ¡Que lo encierren en el corral de los bueyes!

Y allí le metieron.

Pero el Pollito dijo:

- ¡León, ahora es la tuya!

El León salió del zurrón, degolló a los bueyes, escogió el más gordo y lo devoró en un santiamén.
Todo el pueblo estaba furioso y decía:

- ¡Este polluelo es un desvergonzado que no quiere morir! ¡Lo encerraremos con los camellos! Ellos lo pisotearán y matarán.

Lo encerraron. Pero el Pollito dijo:

- Buen amigo, compañero Elefante: sálvame la vida. Ahora es la tuya.

Y sacó al paquidermo del zurrón.

El Elefante miró a los camellos, los desafió y aplastó hasta el último.

La gente del pueblo fue a ver al rey y le dijo:

- Este insolente polluelo no morirá aquí; démosle lo que se debía a su padre y que se vaya. Lo atraparemos en el bosque, lo mataremos y recuperaremos su herencia.
El soberano ordenó abrir su real tesoro y se dio al Pollito el grano de maíz que se le debía.

Y el Pollito abandonó, con su tesoro, el pueblo.
Entonces, todo el mundo montó a caballo, hasta el mismo rey, y se lanzaron en pos del Pollito.

Pero el Pollito sacó al Guerrero del zurrón y le dijo:

- ¡Guerrero, he aquí llegada tu hora! ¡Demuestra que eres hombre de armas tomar!

El Guerrero hizo trizas a todos.

Y el Pollito volvió entonces a la ciudad del rey; se hizo el amo y se proclamó el soberano de aquel pueblo al que, en buena lid, había vencido.
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