jueves, 1 de diciembre de 2016

Travesuras, aventuras y desventuras de Ikkyū Sōjun

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De Wabi Sabi: El arte de la impermanencia japonés
de Andrew Juniper
(Capítulo "La ceremonia del té")

Ikkyu fue el hijo ilegítimo del emperador Go-komatsu. Su potencial político le granjeó, desde el momento de nacer, muchos enemigos, por lo que su madre, una dama de la corte de Kioto, y él, fueron obligados a abandonar el palacio. Al cabo de varios años Ikkyu entrócomo novicio en el monasterio zen de Ankoku-jí, donde recibió una extensa formación en las artes y los clásicos japoneses y chinos.

Dede una temprana edad demostró tener una inteligencia increíblemente aguda, y en la actualidad circulan aún algunas historias sobre sus travesuras. Una de esas historias cuenta que en el monasterio donde residía Ikkyu había un abad que sentía una gran debilidad por un dulce que guardaba celosamente en su habitación, y siempre estaba asustando a los jóvenes acólitos que intentaban hacerse de él diciéndoles que era un dulce venenoso para los niños.

Por desgracia para el abad, el pequeño Ikkyu no se creyó ésta patraña y en una ocasión, tras entrar en la habitación del abad y compartir la golosina con sus amigos, rompió adrede una pieza de cerámica que había en ella. Cuando el abad regresó a su habitación después de cumplir con sus obligaciones, el joven Ikkyu le contó que había roto sin querer la pieza de cerámica y que para reparar su falta había intentado suicidarse ingiriendo el dulce venenoso. Pero como al probar el primer bocado no había sentido nada, se había visto obligado a comérselo todo para que el veneno surtiera efecto. Al dejar en evidencia las mentiras y la hipocresía del abad, éste no pudo darle un castigo ejemplar al joven Ikkyu.

La pícara naturaleza de Ikkyu ni siquiera se suavizó cuando el sogún Yoshimitsu le hizo llamar. Al preguntar a Ikkyu si podría cazar a un tigre, el muchacho contestó afirmativamente. El sogún le pidió irónicamente que usara la cuerda que le ofrecía para atrapar al tigre que aparecía en la pintura de un biombo. Sin la menor vacilación, el joven monje se levantó de un salto y, apostándose ante el biombo, le pidió al sogún que hiciera salir al tigre de allí.
A pesar de su evidente sentido del humor, era en realidad un estudiante de zen muy motivado y sincero que sentía un vivo deseo por alcanzar la verdadera sabiduría en esta vida. La corrupción que había en el monasterio donde residía no tardaría en defraudarle y el siguiente poema, que compuso al abandonarlo, capta su estado de ánimo en aquella épica:
 
Tan avergonzado me siento,
que no puedo callar por más tiempo,
las victoriosas fuerzas demoníacas están suplantando
a las enseñanzas zen
Los monjes deberían estar hablando del zen
en lugar de jactare de sus antecedentes familiares.

Decidió continuar sus estudios con un monje ermitaño llamado Ken´o que vivía en las colinas que rodeaban Kioto y cuyas enseñanzas resonaban con la sinceridad y la coherencia que Ikkyu tanto deseaba.

Ikkyu sirvió fielmente a su maestro Kenó, a quien amaba profundamente, y al morir éste se quedó tan consternado que cuatro años más tarde intentó suicidarse lanzándose al lago Biwa, pero el sirviente de  su madre, que había sido enviado para que vigilara al abatido joven monje, se lo impidió.

Al cabo de varios años decidió estudiar bajo el estricto régimen de otro maestro llamado Kaso, el cual le otorgaría el preciado inká, un certificado que acreditaba que Ikkyu había alcanzado la iluminación, pero él se lo lanzó de nuevo rechazándolo, a pesar de saber que al hacerlo estaba excluyendo de la posibilidad de llevar una vida lucrativa como abad en otro monasterio. Ikkyu no estaba interesado en adquirir un certificado oficial que acreditara que había obtenido la iluminación ni el prestigio que éste le confería, sino que tan sólo aspiraba a alcanzar una completa libertad personal.

La deteriorada relación que mantenía con su maestro acabó rompiéndose al cabo de un tiempo e Ikkyu se dedicó a llevar una vida de monje itinerante vagando por las calles de Kioto y durante los cincuenta y cinco años restantes de su vida nunca llegaría a establecerse en ningpun lugar.

Su excéntrica conducta y su agudo ingenio le granjearon el cariño de los habitantes más ricos de la ciudad, lo cuál le permitió disfrutar de algunos de los placeres más sensuales de Kioto, incluyendo los del "mundo flotante".

Ikkyu era bastante inusual al mostrar abiertamente su afición por el sexo femenino y el evidente placer que le proporcionaba, y en lugar de negar los hechos defendía que era una actividad muy saludable tanto para los laicos como para monjes.

Con su pasión por la vida y su desdén por la formalidad y las reglas Ikkyu promovió la ceremonia del té e inclusó llegó a sugerir que podía ser más productiva que las horas pasadas en solitaria meditación. Con su sentido del zen cambió las ostentosas muestras de riqueza de la ceremonia del té por una comunión espiritual entre dos o más personas que, entrando en un estado de sereno y controlado abandono, podían meditar sobre la belleza y la fugacidad de la vida.

Aunque se suele decir que Sen-no Rikyu fue el padre de la ceremonia del té, Ikkyu fue el promotor de muchas de las ideas originales y de la adopción de los  utensilios rústicos para la misma. La influencia que ejerció sobre el espíritu del té fue de gran alcance y posiblemente tan importante como la contribución que más tarde aportaría Sen-no Rikyu.
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