miércoles, 12 de septiembre de 2012

El viejo Samurai


De Cuentos Zen


Jingaro sentado confortablemente delante de la chimenea se encontraba rodeado por sus juveniles nietos. Había servido en el Ejército del Emperador por largos 20 años, recibiendo los más altos honores por sus meritorios servicios en los campos de batalla. Comenzó como simple soldado hasta convertirse en sabio y respetado consejero no sólo en asuntos militares sino de alta política.

Ahora, cargado de medallas y de años, pasaba las horas recordando su vida y experiencias para sus traviesos nietos, los cuales se deleitaban al escuchar las entretenidas historias, las cuales enriquecían su cultura y conocimientos, claro está, a menudo interrumpían a su abuelo consultándole acerca de tantas parábolas. Como el caso, cuando uno de sus nietos exclamó…

- ¡Abuelo, no puedo comprender el sentido!

- ¿Qué es lo que no entiendes, Hana? - replicó el venerable anciano.

- ¿Por qué abuelo, el Samurai, confió en el otro hombre… Cómo podía saber que era una buena persona… Es que algunas veces debemos usar otros caminos, si queremos tener éxito en nuestras apreciaciones, Abuelo? ¿Cómo puedes conocer lo que no se puede ver?

El anciano lo tomó afectuosamente, lo atrajo hacia sí y le acarició su cabeza mientras le decía…

-Cierra tus ojos, querido hijito. - ordenó Jingaro - Ahora dime ¿puedes verme?

-¡No, abuelo! - exclamó el niño.

- Pero tú sabes que yo estoy aquí, respondió Jingaro.

Los niños soltaron la risa abriendo los ojos y exclamando:

- Por supuesto que lo sabíamos, nosotros te vimos antes de cerrar los ojos, además podíamos escucharte.

- Pero aún sin verme u oírme, yo estaría aún aquí - respondió el anciano.

Los jóvenes asintieron con la cabeza.

- Y ahora, díganme ¿de qué otro modo podían saber que yo me encuentro aquí?

El silencio fue la respuesta. Sólo después de transcurrido un tiempo, la voz de Hana se escuchó…

- Yo creo que podría sentir que estás cerca de nosotros, abuelo

-¿Qué tratas de decirme…? - respondió Jingaro.

-¡Qué puedo verte aún con los ojos cerraados, abuelo!

Los otros niños empezaron a reírse, pero el anciano con un gesto los detuvo.

-Escuchen hijos míos. Existen muchas maneras de conocer cosas sin verlas con los ojos o escucharlas con nuestros oídos. Estas habilidades son importantes. Pero valiosas… por ejemplo, el Alma… si ustedes se esfuerzan concentrándose correctamente pueden llegar a desarrollar un nuevo tipo de visión. Entonces ustedes estarán más allá de los límites de vuestros ojos y oídos.

Habían transcurrido varios días de aquella conversación, cuando Jingaro, sentado en su silla preferida reparaba una antigua arma; su pelo gris y cara surcada de arrugas reflejaban los años de dura labor, y aunque pasaba los 60, el viejo Samurai aún lucía el vigor y la energía de hombres mucho más jóvenes.
Los quietos pensamientos del anciano fueron de improviso interrumpidos por los gritos de su nuera y los relinchos de numerosos caballos que se acercaban.

-¡¿Qué está sucediendo?! - preguntó secamente el anciano -¡¿Qué pasa, qué es lo que ocurre? -inquiría una y otra vez. Luego, dirigiendo la vista al patio, sólo vio oscuridad.

De pronto su nuera, gimiendo y llorando, entró al cuarto y llena de angustia exclamó:

- ¡Abuelo, abuelo! ¡Por favor, cuide a llos niños! ¡Monjiro y sus bandidos han venido a robarnos, pero no sólo se llevaron el dinero, también han tomado prisioneros a Hana y han colgado a mi esposo y se aprestan a asesinarlo!

Colgándose de las ropas del anciano, le suplicó:

- ¡Debes tomar los niños y correr tratando de salvar sus vidas!

Jingaro comprendió que la huida no era el camino correcto, reaccionó como había sido entrenado años atrás. Instintivamente tomó su arma que colgaba en la pared. Luego se dirigió al exterior. Aún en ese momento crucial, para el anciano fue un agrado tomar nuevamente su arma (Kama-Hoz), de cuyo extremo pendía una cadena (Kusarigama). Jingaro escuchó los lamentos de la familia de su hijo y la terrible risa de los bandidos. El cielo estaba oscuro y caminó rápidamente al centro del patio. De inmediato voces a su alrededor cesaron y todos dirigieron su atención hacia el anciano que erguido los observó lentamente uno a uno.

- ¡Viejo! - exclamó en forma burlona uno de los bandidos-  ¿Qué crees tú que puedes hacer con esa arma? Los ancianos no pueden combatir y ni siquiera puedes ver de noche… esa arma que traes necesita ser usada por un guerrero diestro, no por un anciano decrépito.

Jingaro, sin perder la calma, murmuró:

- Tomen lo que desean y dejad mi familia en paz. Si Uds. rehúsan hacerlo tendré que matarlos.

Dos de los hombres se acercaron ondeando sus espadas sobre la solitaria figura, pero cuando se encontraban a una distancia adecuada, Jingaro atacó con su Kusarigama y en forma simultánea golpeó a uno de ellos en el cuello con la cadena y al otro lo hirió mortalmente con la hoja afilada de su Kama (Hoz). Los dos hombres cayeron heridos de muerte y nuevamente la voz del jefe de los bandidos se escuchó:

- Así que eres un verdadero guerrero. Lamentablemente para tí está demasiado oscuro y nos hubieras dado muchos problemas de haber contado con la claridad necesaria. Quedamos cuatro hombres, y todos tenemos excelente vista. ¡Prepárate a morir anciano!

Jingaro no replicó y se preparó para el siguiente ataque, escuchando cuidadosamente los movimientos de sus enemigos. Rápidamente tres de ellos tomaron posiciones rodeándole. Él respondió haciendo girar su cadena; en pocos segundos el extremo de la cadena se había convertido en un peligroso proyectil que giraba a una velocidad increíble. Jingaro haciendo un movimiento con su brazo hizo que la cadena alcanzara a su adversario más próximo, al cual le destrozó la cara, luego saltando al costado, el veterano combatiente enrolló la cadena alrededor de la espada de uno de los bandidos y haciéndole perder el equilibrio lo atrajo hacia él, matándole con la afilada hoja de su Kama. Antes que pudiese retomar su Kusarigama, el tercer asesino asestó un terrible golpe con su espada en la espalda del anciano Jingaro.
Sintiendo que el frío acero invadía su cuerpo, recorrió a sus muchos años de Yoroikumi-Uchi y volviéndose rápidamente con un poderoso movimiento envolvente, con sus piernas derribó a su sorprendido adversario para después, con veloz movimiento de su corta espada, terminar la técnica abriendo el cuello de su enemigo. Jingaro cubierto de sangre y mortalmente herido, enfrentó al líder de los bandidos Monjiro, el cual expresó:

- Has llegado al final del camino, anciano guerrero.

 Luego montando su caballo cargó contra el anciano, el cual lo esperaba con su ensangrentada Kusarigama. Monjiro a medida que se acercaba blandía furiosamente su espada, pero Jingaro presintiendo el ataque, saltó en el último instante, evitando así los terrible golpes; el caballo volvió una y otra vez, pero el anciano, el cual llegando casi al límite de sus fuerzas, dobló sus rodillas en el suelo esperando el último y decisivo ataque.

Al verlo arrodillado el bandido se acercó y levantando su espada se aprontó a descargar el último y mortal golpe. Jingaro decidido a salvar su familia y su honor de Samurai, reuniendo sus últimas energías se levantó lentamente del suelo mientras escuchaba el galope del caballo que se acercaba y en el momento apropiado evitó el ataque de la espada del bandido; luego con su cadena alcanzó el brazo del atacante derribándole del corcel, y finalmente con un golpe con la empuñadura de madera de su arma, eliminó al último de sus enemigos.

Jingaro permaneció parado por breves instantes saboreando su más importante triunfo en su larga y brillante carrera de guerrero. Su hijo, nuera y nietos que se habían liberado de sus ataduras, lo alcanzaron en el preciso instante que se desplomaba al suelo. Jingaro trató de ver el cielo pero solamente vio tinieblas; los nietos lloraban desconsoladamente, pero el anciano sonriendo, expresó:

 - Niños, por favor, recuerden lo que les he dicho, "deben de tratar de ver más allá de sus ojos, cierren los ojos y escuchen mi corazón”.

Entonces, Jingaro, ese anciano guerrero que había perdido la vista desde hacía más de 20 años, cerró sus ojos por última vez.

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