viernes, 11 de mayo de 2012

El Bastardo del Gigante Verlioka


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Resulta que en los ratos libres que he estado teniendo, me he puesto a leer muchos cuentos de distintas latitudes del planeta (sí, esto se ha evidenciado en los últimos posts que he publicado) y apenas hace unas horas, me puse a leer una colección de cuentos rusos de Alekander Nikolaevich. Confieso que nunca había tenido ni la gentileza ni el interés de leer algo de por aquéllos rumbos. 
Pero después de leer ya media centena de páginas (no podía despegar los ojos de las hojas), no pude evitar el querer compartir algunos de sus escritos, ya que me parecieron lo suficientemente grotescos y bizarros como para no dejarlos de lado.

No solamente son bizarros, sino que son de esas cosas que le funden el fusible de la razón a uno.  Es algo que bien podría entrar en la categoría de metainfrarrealismo

Es increíble como se manejan conceptos de muerte y sucesos violentos con tanta naturalidad, casi con indiferencia. No sé si sea una cuestión propia del autor o si los cuentos rusos en general son así, aunque no me extrañaría.

Y bien, no se diga más, comparto a continuación uno de esos cuentos aquí. Decidí poner éste por ahora, debido a que es uno de los más cortos, por consiguiente más "fácil" de digerir para los lectores habituales de éste blog y también pues para los despistados que se extravían y van a parar aquí. 

Entonces, vayamos con el cuento:


El gigante Verlioka


(Aunque si yo hubiese sido el autor del cuento, lo hubiera intitulado El Gigante hijo de mil P$#"tas Verlioka)

De Cuentos Populares Rusos, de Aleksandr Nikolaevich Afanasev

En tiempos remotos vivían en una cabaña un anciano con su mujer y dos nietas huérfanas, y tan preciosas y dóciles, que sus abuelos estaban constantemente alabándolas.
Un día el anciano sembró en su huerto guisantes. Los guisantes crecieron y se cubrieron de flores; el anciano contemplaba su huerto con gran satisfacción, pensando para sus adentros: ‘Durante todo el invierno próximo podré comer pasteles con guisantes.’
Pero, para desgracia del anciano, los gorriones invadieron el huerto y empezaron a picotear los guisantes. Viendo en peligro su cosecha, mandó a su nieta menor que espantase los gorriones, y ésta, provista de una rama seca, se sentó en el huerto al lado de los guisantes y empezó a amenazar a los pájaros malhechores, gritándoles: 

–¡Fuera, fuera, gorriones! ¡No se coman los guisantes de mi abuelito!

De pronto se oyó un espantoso ruido por el lado del bosque y apareció el gigante Verlioka. Era de un aspecto terrible: tenía un solo ojo, la nariz como un garfio, la barba como un haz de paja, el bigote de una vara de largo y la cabeza cubierta con púas de puerco espín; andaba apoyándose en un enorme cayado y sonreía con una sonrisa espantosa.
Cuando se encontraba con algún ser humano lo estrechaba entre sus robustos brazos hasta que le hacía crujir los huesos y lo mataba. No tenía piedad ni de viejos ni de jóvenes, y lo mismo acometía a los cobardes que a los valientes. Apenas Verlioka divisó a la nieta del anciano, la mató con su cayado.


El abuelo esperó un rato a la niña, y al ver que no volvía, envió a buscarla a su nieta mayor; pero Verlioka la mató también.
El anciano, cansado de esperarlas, perdió la paciencia y dijo a su mujer:

–¿Por qué tardan tanto en volver las niñas? Se habrán entretenido charlando con los mozos; mientras tanto los gorriones devorarán mis guisantes. Ve y llámalas a casa.

La anciana bajó de su lecho, sobre la estufa, cogió un bastón, salió al patio y se encaminó al huerto, donde se encontró a sus nietas sin vida; al percibir a Verlioka comprendió que aquella desgracia era obra del gigante, y, llena de dolor y de ira, se abalanzó a él y se agarró a sus barbas, con lo que Verlioka la mató con mucha más facilidad.

En tanto, el anciano, lleno de impaciencia, se levantó de la mesa, rezó sus oraciones y se fue despacito al huerto para ver lo que les había sucedido a su mujer y a sus nietas. Una vez allí vio a sus queridas niñas tendidas en el suelo como si durmiesen tranquilamente; pero una de ellas tenía toda la frente ensangrentada y en el cuello de la otra se veía la señal de cinco dedos; en cuanto a la anciana, estaba tan destrozada que era imposible reconocerla.


El desgraciado viejo lloró con desconsuelo, gimiendo y lamentándose durante un largo rato; pero poco a poco se tranquilizó, volvió a su cabaña, cogió un cayado de hierro y, lleno de ira y de ideas de venganza, se dirigió en busca de Verlioka para matarlo.

Después de andar bastante tiempo llegó a un estanque donde estaba nadando una Oca sin cola, la cual al ver al anciano empezó a gritarle:

 –¡Así! ¡Así! Estaba segura de que vendrías; por eso te esperaba.

–¿Cómo te va, abuelo?

–Buenos días, Oca. ¿Por qué me esperabas?

–Porque sabía que no perdonarías ni aun al mismo Verlioka la muerte de tu mujer y de tus nietas.

–¿Y tú conoces a ese monstruo?

–¡Ya lo creo! ¿Cómo no he de conocerle? Me acuerdo muy bien del día en que se puso a pegar en este mismo sitio a un desgraciado. Yo entonces tenía la costumbre de decir ¡Ay!, ¡Ay!, Y mientras Verlioka se divertía en la orilla, yo le gritaba sentada en el agua: ‘¡Ay!, ¡Ay!’ Entonces él, después de matar a aquel pobre hombre, corrió a mí, gritándome: ‘¡Yo te enseñaré a defender a los demás!’ Y me cogió por la cola. Pero yo nunca he sido cobarde y, haciendo un esfuerzo, me escapé, dejando mi cola entre sus manos espantosas. Claro está que la cola no es una cosa imprescindible; pero, de todos modos, siento haberla perdido y nunca se lo perdonaré a Verlioka. Desde entonces no soy tan tonta, y ya no grito ‘¡Ay!, ¡Ay!’, Si no que siempre apruebo: ‘¡Así!, ¡Así!, ¡Así!’; de lo que resulta que vivo más tranquila y la gente me respeta más. Todos dicen: ‘Esta Oca no tendrá cola, pero es muy lista.’

–Está bien – dijo el anciano –; entonces, ¿podrás enseñarme dónde vive Verlioka?

–¡Así! ¡Así! –Contestó la Oca, saliendo del agua, y balanceándose sobre sus torpes patas se encaminó por la orilla, delante del anciano.

Así anduvieron hasta que se encontraron en el camino una Cuerdecita, que les dijo:

–Buenos días, abuelito.

–Buenos días, Cuerdecita.

–¿Cómo estás? ¿Adónde vas?

–Estoy ni bien ni mal y voy a castigar a Verlioka, quien ha ahogado a mi vieja mujer y matado a mis dos nietas. ¡Tan hermosas y buenas que eran!

–Conocía a tus nietas y a tu mujer y quiero ayudarte. ¡Llévame contigo!

El anciano pensó: ‘¡Quién sabe! Quizá me sirva para atar a Verlioka.’
Y contestó:
–Pues bien, ven con nosotros si conoces el camino. La Cuerdecita se arrastró tras ellos como si fuese una culebra. Anduvieron los tres un buen rato y vieron un Pisón tendido en la carretera, el cual les dijo: 

–Buenos días, abuelito.

–Buenos días, Pisón.

–¿Cómo estás? ¿Adónde vas?

–Estoy ni bien ni mal y voy a castigar a Verlioka, que ha ahogado a mi vieja mujer y matado a mis dos nietas. ¡Si supieses qué hermosas y buenas eran!

–Llévame contigo y te ayudaré.

–Bueno, anda si conoces el camino –le dijo el anciano, pensando: ‘Realmente, el Pisón podrá ayudarnos mucho.’

El Pisón se levantó, se apoyó con el asa en el suelo y se puso a caminar a saltos. Así anduvieron hasta que encontraron una Bellota, que les dijo: 

–Buenos días, abuelito.

–Buenos días, Bellota.

–¿Adónde vas?

–Voy a matar a Verlioka; no sé si lo conocerás.

–Ya lo creo que lo conozco. Es necesario castigarlo; llévame contigo y te ayudaré.

–Pero tú, ¿de qué me vas a servir?

–No me desprecies, abuelito. Acuérdate del proverbio que dice: No escupas en el pozo, porque tendrás que beber su agua.

El anciano pensó: ‘No hay inconveniente en que venga con nosotros; cuanta más gente haya, mejor será.’
Y luego, en alta voz, dijo:

–Vente detrás.

Pero la Bellota se puso a saltar delante de todos.
Al fin llegaron a un espeso bosque y vieron una cabaña en cuyo interior no había nadie. La lumbre del horno estaba apagada y sobre el hogar había un puchero lleno de gachas de mijo.
La Bellota se metió de un salto en el puchero, la Cuerdecita se tendió en el umbral de la puerta, el Pisón se subió encima de ésta, la Oca se sentó detrás de la estufa y el anciano se escondió en un rincón al lado de la puerta.
Pronto llegó Verlioka, echó un haz de leña al suelo y se puso a encender la lumbre del horno. Entonces la Bellota, desde dentro del puchero, empezó a cantar:

–¡Pi, pi, pi, han venido a matar a Verlioka!

–¡Calla, papilla de mijo, o te echaré en el cubo! –Exclamó Verlioka.

Pero la Bellota no le obedeció y siguió cantando su canción. Verlioka se enfadó, cogió el puchero y de un golpe vertió las gachas en el cubo. Al choque, la Bellota saltó y fue a dar en el único ojo de Verlioka, dejándole ciego. El gigante quiso escapar y echó a correr; pero apenas llegó al umbral, la Cuerdecita se le enredó a los pies y lo tiró al suelo. El Pisón saltó de la puerta, y el anciano se precipitó sobre Verlioka desde el rincón donde estaba escondido y ambos se pusieron a pegarle.

Mientras tanto, la Oca, sentada detrás de la estufa, aprobaba diciendo: ‘¡Así!, ¡Así!, ¡Así!’
Esta vez no le sirvió a Verlioka su fuerza, pues el anciano, con la ayuda de sus buenos amigos, logró matarlo y librar a la gente de un monstruo espantoso.

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Tremendo hijo de pluta que era ese tal Verlioka, ¿eh?
Luego subo más, así como también ya en unas dos semanas que esté más o menos libre de pendientes y apuros, subiré quizás algunos subtítulos, quizá el de Ganglemedo. 

Mientras y para que éste post no quede muy soso, comparto también una caricatura inspirada en el cuento que data de 1957 y cuyo desarrollo y final es un "poco diferente" al cuento original. Supongo que quienes hicieron la animación estaban conscientes de que algún día con la globalización, sería visualizada por otros niños de otros países y otros tiempos, en donde un cuento como ese hubiese resultado no tan "correcto" (Aunque para como están las cosas...)

La caricatura:


Y bien, ya me despido, hasta entonces, gracias y buen y bonito viernes para todo el mundo =D.
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