domingo, 8 de octubre de 2017

El abuelo de la joroba y el hijo del banano

Cuento chino de la nacionalidad miao

El abuelo jorobado tenía una plantación de varios bananos a la orilla de un sinuoso arroyo. Los frutos crecían en grandes racimos y el anciano iba todos los días, con su espalda doblada, a venderlos en las calles. Así no tenía que preoocuparse por el sustento.

Estaba muy solo, no tenía ni un familiar que lo acompañara y cada vez que veía niños se acercaba a acariciarlos y no podía contener las lágrimas: "¡Ay! ¡Si yo tuviera un niño!" - pensaba.

No obstante, cuando se ponía de cuclillas a la orilla del arroyo y contemplaba los racimos de los bananos, se consolaba a sí mismo diciendo: "¿Acaso éstos no son mis niños?!

Pero un año cayó una gran nevada que estropeó todos los bananos. Luego sopló el viento del norte, tirando todos los frutos al suelo.

El abuelo sufrió un gran dolor.

En la primavera siguiente, sólo las raíces de un banano dieron brotes y el anciano se apresuró a regarle y ponerle fertilizantes. El árbol creció tan rápido que en tres meses ya había dado una banana. Nuestro amigo se sintió afligido al ver que sólo había dado un fruto, pero luego recapacitó y se dio cuenta de que aquello era mejor que nada.

La banana crecía cada vez más, hasta que alcanzó el grosor de un cubo de agua y al estar en la copa del árbol, dobló el tronco con su peso.

Cierto día, un hermoso pavoreal se acercó volando, le dio un picotazo a la fruta y volvió a levantar vuelo. La cáscara de la banana se abrió con ruido y un hermoso niño gordito salió de adentro, cayó y corrió hacia el abuelo, diciéndole, al tiempo que le abrazaba la pierna: "Papá, papá."

El anciano con su espalda encorvada alzó al niño en brazos, acercando hacia él la carita fresca y sonrosada y le llamó "Hijo del banano".

El hijo del banano fue creciendo año tras año. Padre e hijo transplantaron muchos bananos de otros sitios llenando la orilla del arroyo, y en el bosque de bananeros que quedó formado crecían los racimos a montones.

Pero la joroba del viejo crecía cada vez más y cada día se le hacía más dificultoso el trabajo.

El muchacho se sentía muy apenado al ver a su padre en ese estado y cierto día le dijo:

- Papá, voy a ir en busca de medicinas para curar tu espalda - y dicho esto partió.

En el camino, cada vez que se encontraba con alguien le preguntaba: "¿Hay alguna medicina para curar la joroba?" pero todo el mundo movía la cabeza y respondía: "No sé".

Un día que el hijo del banano llegó hasta una oscura montaña, vio a una mujer que, vestida con mucho colorido, se estaba cepillando su largo cabello a la orilla de un arroyo.

- Tía, ¿sabes de alguna medicina que cure la joroba? - le preguntó al acercársele.

La joven respondió:

Las cuevas de la montaña del este son profundas,
las estalactitas despiden brillo,
si se les traga hará bien a la cintura
se enderezará la espalda y se tendrá buen ánimo.


El muchacho, haciendo caso a las palabras de la joven, se dirigió a la montaña del este, penetró en la profundidad de las cuevas y vio una estalactita sobre una piedra; entonces la recogió y emprendió el regreso. Al llegar a una ladera vio que a un niño pastor que estaba echado en el suelo llorando. El pequeño tenía una mano rota y todo el cuerpo lleno de sangre. El hijo del banano se acercó a preguntarle por qué lloraba y el aludido contestó:

- Estaba peleando dos toros. Yo quise separarlos y una cornada me partió la mano.


"Si esto puede curar la joroba es posible que también pueda curarle la mano rota", pensó el muchacho y enseguida le hizo tragar la estalactita. Entonces la mano se curó y dejó de fluir la sangre.

El hijo del banano despidió al pequeño pastor y se dirigió a la oscura montaña a buscar a aquella tía.

Ella estaba en la orilla del arroyo lavando su larga cabellera. El muchacho le relató lo que había ocurrido y le rogó que le indicara dónde podría encontrar una medicina que curara la joroba.

La cima de la montaña del oeste es muy alta
y allí crece una seta roja
si se traga esta seta
se tendrán la espalda y la cintura rectas.


Haciendo caso de las palabras de l tía, el hijo del banano subió la alta cima de la montaña del oeste y vio una seta roja que crecía en la punta de una piedra. La arrancó, bajó la montaña y emprendió el regreso. Pero al llegar a la entrada de un bosque vio a un viejo de barbas blancas que estaba tirado en el suelo quejándose. Sucedía que un inmenso árbol había caído, apretando una de sus piernas.

Nuestro amigo se agachó y le habló, pero el viejo no podía hablar y sólo daban vueltas los ojos. Entonces le puso en la boca la seta roja y el anciano se levantó después de comerla, y se mesó su blanca barba, sonriendo.

El muchacho se despidió del abuelo y volvió otra vez a la oscura montaña donde había hallado a la tía.

La encontró a la orilla del arroyo cepillándose su larga cabellera y le contó todo lo que había sucedido, rogándole una vez más que le señalara cómo encontrar alguna medicina para curar la joroba.

A los pies de la montaña del sur el agua es muy profunda
la tortuga dorada es brillante
si se la toma la cintura y espalda se enderezarán,
y la sonrisa brillará en adelante.


Y agregó

- Pequeño hermanito, en el mundo sólo hay tres medicinas para curar la joroba, así que ya no me vengas a buscar más, pues ya no estaré en este lugar -. Y dicho esto se dio vuelta, se sumergió en el bosque y desapareció.

El muchacho marchó hacia la montaña del sur, se quitó la ropa y se zambulló en el agua en busca de la tortuga dorada, capturándola. Camino y caminó a grandes pasos hasta que llegó a un puente de piedra donde escuchó un llanto lastimoso. Bajó la cabeza y vio una mujer tirada en un arroyo seco y un bebé que mamaba de su regazo.

- Estaba caminando por el puente con el niño en brazos y en un descuido me caí rompiéndome la cintura. Ahora no puedo caminar - le dijo la mujer.

Hijo del banano pensó: "Si le doy la medicina a ella la joroba de mi padre jamás sanará; si no se la doy no sólo a ella sino también al niño le será difícil sobrevivir." Y luego de reflexionar corrió bajo el puente y le dio a la mujer la medicina. La doliente se levantó de golpe y le dijo, señalando un pequeño pavo real que había allí:

- Hermanito, tienes un gran corazón y te voy a regalar este pavo real.

- Gracias, pero no lo quiero.

La mujer alzó al niño, subió al puente y desapareció y a hijo del banano no le quedó más que volver a su casa con el pavo real. Cuando llegó le contó a su padre todo lo que había sucedido en el viaje, a lo cual su progenitor exclamó:

- Buen muchacho, ¡has hecho bien! ¡Has hecho muy bien!

El hijo acarició las hermosas plumas del pavo real.

- Pequeño pavo real, quédate aquí tranquilo, cuando encontremos a tu dueña volverás con ella.

Y el ave abrió el precioso plumaje de su cola y cantó una hermosa canción.

Cierto día al anciano le dolió un poco la joroba y quitándose la ropa, se puso a darse masajes. Entonces el pequeño pavo real se le vino encima volando y le dio unos picotazos en la parte encorvada de la espalda: el viejo cayó al suelo.

Hijo del banano, al ver aquello, se enfadó muchísimo y cogió una vara de bambú para darle al animal. Pero éste desplegó sus alas, dio un gran salto y en medio de un batir de alas se quitó las plumas, convirtiéndose en una hermosa muchachita.

Hijo del banano se quedó estupefacto.

La muchachita recogió un poco de agua del arroyo y le dio de beber al anciano, cuya columna se enderezó de golpe, desapareciéndole la joroba: se veía más joven.

Y desde entonces, la familia del abuelo, que ya tenía tres personas, vivió alegremente a la orilla del arroyo.
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