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(De Pensamientos y reflexiones
de Gibrán Jalil Gibrán)
Tenía yo un diente cariado en mi boca que me molestaba mucho. Durante el día no me dolía, pero en la tranquilidad de la noche, cuando los dentistas estaban dormidos y las farmacias cerradas, empezaba a dolerme.
Un día, me impacienté y fui al dentista. Le dije que me extrajera el maldito diente que me producía tal miseria y me negaba el gozo del sueño, convirtiendo el silencio de mi noche en quejido y conmoción.
El dentista negó con la cabeza diciendo: "Es tonto extraer un diente si puedo curarlo".
Entonces empezó a taladrar y limpiar la caries y utilizó todos los medios disponibles para restaurar el diente y librarlo de ésta. Al terminar de hacer esto llenó la cavidad con oro puro y dijo jactanciosamente: "Tu diente enfermo ahora es más fuerte y más sólido que los sanos". Yo le creí, le pagué y partí del lugar.
Pero antes de que terminara la semana, el diente volvió a enfermar, y la tortura que me infligía convirtió las hermosas canciones de mi alma en agonía y dolor.
Entonces acudí a otro dentista y le dije: "Extráigame este maldito diente sin preguntarme nada, pues no siente lo mismo la persona que recibe los golpes que las que los cuenta".
Obedeciendo mi petición me extrajo el diente. Mirando el diente después me dije: "Has hecho bien en haber pedido la extracción de este diente podrido".
En la boca de la sociedad existen muchos dientes cariados que afectan los huesos de la mandíbula. Pero la sociedad no hace ningún esfuerzo por extraerlos y librarse de la aflicción que le producen. Se contenta con las tapaduras de oro. Son muchos los dentistas que tratan los dientes cariados de la sociedad con oro brillante.
Y son numerosos los que ceden ante la tentación de tales reformadores y su destino es el dolor, la enfermedad y la muerte.
En la boca de la nación siria hay muchos dientes sucios, negros y podridos que supuran y hieden. Los doctores han intentado curarlos con tapaduras de oro en vez de extraerlos, y la enfermedad continúa.
Una nación con dentadura cariada está destinada a sufrir enfermedades estomacales. Son muchas las naciones afligidas por la indigestión.
Si desean echar una mirada a la dentadura cariada de Siria, visiten sus escuelas, donde los hijos e hijas de hoy se preparan para ser los hombres y mujeres de mañana.
Visiten las cortes y sean testigos de los actos de los proveedores de la justicia, corruptos y torcidos. Vean cómo juegan con los pensamientos y las mentes de la gente sencilla como un gato juega con un ratón.
Visiten las casas de los ricos donde reinan la hipocresía, la falsedad y la presunción.
Pero no olviden ir también a las chozas de los pobres donde habitan el temor, la ignorancia y la cobardía.
Después, visiten a los dentistas de manos ágiles, los que poseen delicados instrumentos, argamasas dentales y tranquilizantes, que se pasan los días tapando las caries de los dientes enfermos de la nación para ocultar su podredumbre.
Hable con aquellos reformadores que figuran como la inteligencia por excelencia de la nación Siria, y que organizan la sociedad, que dan conferencias y discursos públicos. Cuando hablen con ellos, escucharán melodías que probablemente les suenen más sublimes que la molienda de una piedra de molino y más noble que el croar de las ranas en las noches de junio.
Cuando les digan que la nación Siria roe su pan con dientes podridos, y que cada bocado que mastica se revuelve con saliva envenenada que lleva la enfermedad al estómago de la nación, ellos le contestarán: "Sí, pero estamos buscando mejores tapaduras y tranquilizantes".
Y si ustedes sugieren "extracción", se reirán y dirán que todavía no han aprendido el noble arte del dentista que encubre la enfermedad.
Si insisten ustedes, ellos se irán y los esquivarán diciendo para sí:
"Son muchos los idealistas en este mundo y sus sueños son débiles"
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