domingo, 28 de agosto de 2016

El viento y la harina

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Cuento hebreo

Había una vez en el reino de Israel una mujer muy bondadosa. Su nombre era Rebeca.

Todas las mañanas amasaba y cocía cuatro hogazas de pan iguales. Tres se las daba a los mendigos que acudían diariamente a la puerta de su casa para pedir alimento y la otra era para su familia.

Un día después de repartir las tres hogazas a los mendigos de siempre apareció un cuarto mendigo que le dijo:

- Tengo hambre. ¿Podrías darme algo de comer?

El mendigo parecía tan hambriento que Rebeca le dio la hogaza que guardaba para su familia.

Cuando se dispuso a meter la mano en la tinaja para volver a amasar, no quedaba harina. Entonces, Rebeca metió un poco de trigo en su saco y se fue al molino que estaba a orillas del mar.

Cuando terminó de moler el cielo se lleno de oscuros nubarrones que amenazaban tormenta. De repente, el viento empezó a soplar muy fuerte y arrancó a Rebeca el saco de la mano. Ella corrió desesperadamente tras el saco… pero fue inútil porque el viento lo lanzó al mar. Rebeca disgustada gritó:

- ¿Qué he hecho yo para merecer esta injusticia? ¿Con qué voy a alimentar ahora a mi familia?

Justo entonces empezó a llover y en el rostro de Rebeca las gotas de agua se mezclaron con las lágrimas. Estaba sola en medio de la playa, así que se apretó el manto al cuello y regresó a casa con las manos vacías.

Cuando estaba casi llegando a su casa, dio media vuelta y se dirigió al palacio del rey. En aquellos tiempos reinaba Salomón que era famoso por la sabiduría con la que aplicaba justicia.

Al llegar ante Salomón dijo:

- ¡Vengo a denunciar al viento!

- ¿Al viento? -preguntó Salomón sorprendido - ¿Y qué maldad te ha hecho el viento para que estés tan enfadada con él?

Rebeca le contó todo lo ocurrido al rey. Cuando acabó de contar su historia, el rey iba a decir algo pero no pudo porque diez hombres entraron en la sala cada uno con un saco enorme.

- ¿A que venís? ¿Que traéis en esos sacos tan grandes? - preguntó Salomón.

- Estos sacos están llenos de monedas de oro - dijo uno de los hombres-,

y queremos dárselos a la persona que nos salvó la vida.

- ¿Y quien os ha salvado ya vida? - preguntó Salomón.

- Por desgracia no lo sabemos. Esperamos encontrarla, pero, si no damos con ella, donaremos todo el dinero a los pobres de este reino.

- Hay algo que no entiendo - admitió Salomón -.¿cómo puede ser que no sepáis quien os ha salvado la vida?

Entonces un segundo hombre tomo la palabra.

- Hace un rato, íbamos navegando por el mar. Ya se veía el puerto en el horizonte cuando, de repente, se abrió una gran brecha en nuestro barco. El agua entró con tanta fuerza a bordo que el barco comenzó a hundirse. Os aseguro, Majestad, que ha faltado poco para que naufragáramos .

- Sin embargo -continuó un tercer hombre -, algo llegó de pronto desde el aire y taponó la brecha por la que entraba el agua al barco. Se trata de este saco que traemos aquí.

- Al parecer el saco contenía algo de harina que al mojarse formó una argamasa que taponó la brecha -dijo un cuarto hombre -. La persona que lanzó este saco al mar nos ha salvado la vida, y es justo que se lo agradezcamos.

El rey Salomón observó el saco que portaban los hombres y vio que en él se leía un nombre bordado, ”REBECA”. Entonces Salomón le preguntó a Rebeca si reconocía el saco. Rebeca respondió que sí.

- Si este saco es tuyo también lo será el oro que traen estos hombres. Te lo mereces por tu bondad. Ya ves tu saco de harina ha salvado diez vidas. Dime ahora si es justo castigar al viento… Ahora ya has descubierto, Rebeca, que Dios siempre premia a la persona generosa, aunque a veces elija el camino más largo y asombroso para hacerlo.

Salomón bendijo a Rebeca, le entregó los sacos de oro y ella se volvió a casa admirada por la valiosa lección que acababa de aprender.
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