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(De La Danza Final de Kali de Ibn Asad
(Capítulo 13: La información como ilusión de conocimiento)
(Capítulo 13: La información como ilusión de conocimiento)
En esta “era de la información” ya presentada, se ve sin dificultad la escasa o nula importancia que tiene el conocimiento. La información reemplaza –a efectos prácticos- el tradicional papel del conocimiento (llamada gnosis o jñana), tanto en su enunciación teórica (la cual se ha vuelto ya incomprensible para los modernos), como su expresión simbólica (la cual ya ha sido invertida al servicio de la modernidad, tal y como se ha visto en capítulos anteriores). Condenado a la ignorancia en términos metafísicos, el hombre moderno aspira tan sólo a “estar informado”, y –como se verá- ni tan siquiera esta aspiración resultará beneficiosa para él mismo. La información ejercerá –con todo rigor- de “ilusión”, de pesadilla mediática, de percepción de segunda mano sobre lo que el moderno identifica con torpeza como “el mundo”.
El papel tradicional que la “mitología” tenía para explicar el mundo bajo interpretación del criterio humano, ahora se invierte en una satánica red de proyección de figuras míticas (el massmedia) que impone una versión no interpretable de un mundo paupérrimo carente de realidad. La inversión luciferina se lleva hasta el máximo extremo concebible: si en el mundo humano “la verdad es”, en el Novus Ordo Seclorum la verdad ya no sólo “no es”, sino que “sucede”, y es valorada cuantitativamente mientras ésta es recogida por los medios de información. Desde este esquizofrénico punto de vista, lo que “no es noticia” ni existe ni es verdad; y lo que “es noticia” es mentira de la misma forma, pero la existencia que el massmedia le da, le otorgará una utilidad diabólica. La causalidad universal queda reducida intencionadamente a una deprimente “actualidad”, en la que agencias de información transnacionales determinarán qué, cómo, cuándo y por qué suceden las noticias.
Como piezas del engranaje de esta maquinaria, se encuentran los periodistas, profesión liberal moderna por excelencia, actividad cuyo único requisito fundamental para ser ejercida es la ausencia absoluta de capacidad crítica sobre la estructura que da sentido a dicho trabajo. Un moderno periodista será un tipo con alguna que otra habilidad como escritor, más o menos locuaz, más o menos cretino, más o menos inconsciente de su papel de condicionado observador a sueldo… pero siempre será alguien con la certeza arrogante de que lo que está “reportando” es cierto. “Yo lo vi.”, “Yo fui testigo.”, “Yo tengo fuentes de confianza.”, “Yo lo grabé.”… Inconscientes de que es su misma actividad la que da existencia a los hechos, los periodistas van contando al hombrecito común la historia pseudo-mitológica que explica –con la mayor torpeza posible- lo que sucede en el mundo.
Y lo que sucede en este fragmentadísimo mundo no es sino una serie de datos estructurados en diferentes categorías de programación mental, las “secciones” periodísticas: “internacional”, “nacional”, “economía”, “deportes”, “sociedad”…
Así es como se le cuenta la nueva explicación de su situación esclava al “nuevo hombre”. Lo peor es que éste se cree el cuento sin rechistar, y agradece la información con audiencias televisivas, entradas a internet, o subscripciones a periódicos. Se comprobará que las categorías de la información ya expresan explícitamente la taxonomía del sucedáneo gnoseológico de la modernidad: la “información”. Tal y como se vio con las “confesiones religiosas” o los “géneros cinematográficos”, la manipulación mental siempre se apoya en una clasificación tipológica de la estructura emocional humana a través de la cual el sujeto manipulado encuentra una identidad. En el caso de la “información”, esta ilusión tendrá como principio invertido, una unidad cuantitativa y mensurable. En la “era de la información”, la mercancía informativa (y su comercio) se registra a través de una unidad de medida: el dato.
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Así es como se le cuenta la nueva explicación de su situación esclava al “nuevo hombre”. Lo peor es que éste se cree el cuento sin rechistar, y agradece la información con audiencias televisivas, entradas a internet, o subscripciones a periódicos. Se comprobará que las categorías de la información ya expresan explícitamente la taxonomía del sucedáneo gnoseológico de la modernidad: la “información”. Tal y como se vio con las “confesiones religiosas” o los “géneros cinematográficos”, la manipulación mental siempre se apoya en una clasificación tipológica de la estructura emocional humana a través de la cual el sujeto manipulado encuentra una identidad. En el caso de la “información”, esta ilusión tendrá como principio invertido, una unidad cuantitativa y mensurable. En la “era de la información”, la mercancía informativa (y su comercio) se registra a través de una unidad de medida: el dato.
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