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Cuento Mongol
Nasan era un anciano que vivía feliz en la gran estepa de Mongolia. Haciendo honor a su nombre, que significa “larga vida” en mongol, 
estaba a punto de cumplir los cien años, pero todavía podía cuidar de 
sus caballos, ovejas y camellos.
Cada día se despertaba muy temprano, salía de la tienda en la que 
vivía durante la primavera y el verano, y se paraba para ver salir el 
sol por detrás de la estepa. Tenía la convicción de que esa costumbre de
 saludar al sol cuando este salía era lo que le daba la vitalidad que 
tenía pese a su edad.
Además de cuidar de los caballos, Nasan también ordeñaba sus yeguas. Con la leche que conseguía hacía aarul, su comida favorita. El aarul es
 un producto parecido al queso, que Nasan ponía en unas cajas de madera y
 colocaba en el techo de su tienda para que fermentara al sol. Con la 
leche también hacía una bebida de sabor parecido a la cerveza, el airag.
Un día, Nasan vestía como casi siempre: con sus botas acabadas en punta, su del, que es una casaca larga anudada a la cintura, sus pantalones anchos y un gorro en forma de casquete. Nasan cogió un poco de aarul para el camino y una bota de airag para cuando tuviera sed y salió en busca de sus rebaños.
Mientras Nasan cabalgaba, vio al lado del camino a un chico, de unos 
12 años de edad, que parecía muy triste. A Nasan le dio pena y decidió 
pararse a hablar con él.
 
– ¿Qué te ocurre muchacho? - preguntó Nasan.
 
– ¿Qué me ocurre? ¡Todo me ocurre! ¡Mi vida es una desgracia! - empezó a 
lamentarse el joven-. ¡Hubiera sido mejor que no hubiese nacido!
Nasan se apiadó del chico y le dijo:
 
– No digas eso, pequeño. A ver, cuéntame lo que te pasa. Dicen que las 
penas compartidas dejan de ser penas. Para empezar, ¿cuál es tu nombre?
 
– Me llamo Bat – contestó el chico.
 
– Bat significa “firme” en mongol, pero la verdad es que no pareces muy 
firme-. Eso hizo que el chico mirase sorprendido al anciano.
 
– Ahora eso no me importa mucho, la verdad. Si supieras lo que me ha 
pasado me entenderías -añadió Bat. Y continuó explicándole su historia 
en un tono muy triste -. Me he quedado solo en el mundo. Mis padres han 
muerto y no tengo ni caballos, ni ovejas ni siquiera un techo en el que 
cobijarme. ¡No tengo nada!
 
– Lo siento-. A Nasan le dio mucha pena que Bat hubiese perdido a sus 
seres queridos.- Pero tienes toda la vida por delante, no lo puedes ver 
todo tan negro.
 
– ¿Es que no lo ves? ¡No tengo nada! ¿Como viviré a partir de ahora si 
no tengo nada?-exclamó el chico mientras bajaba la cabeza, intentando 
aguantarse las lágrimas delante del anciano.
 
– ¿Tú crees que no tienes nada? Pues yo veo que tienes muchos tesoros.
El chico subió la cabeza de golpe y miró a Nasan abriendo mucho los ojos.
 
– ¿Es una broma? Anciano, por favor, no te burles de mí-. Dijo abatido el niño.- ¡No ves que no tengo nada!
 
– No me estoy burlando de ti. Pero te repito que yo veo que tienes muchos tesoros y, si quieres, podemos hacer un trueque.
 
– Pero si no tengo nada que cambiar- repitió el niño-. Y menos un tesoro o algo valioso como un rebaño de ovejas o de caballos.
 
– Pues, a ver que te parece esto. Yo te doy mi rebaño de ovejas, pero a cambio tú me tienes que dar un ojo-, explicó Nasan.
 
– ¿Mi ojo? ¡No, no! ¡Cómo quieres que cambie mi ojo por un rebaño de ovejas!-, se asustó el pequeño.
 
– ¿No quieres? Pues a ver qué te parece esto: si me das tus brazos yo te
 daré una manada de camellos. Me parece un buen cambio, ¿no?- ofreció el
 anciano.
 
– ¿Mis brazos? ¡No me interesa en absoluto!-se quejó Bat.
 
– Pues entonces podemos cambiar mi tienda y todo el oro que hay en ella por una de tus piernas.
 
– ¡Estás loco! ¿Como quieres que te dé una de mis piernas? ¡No cambiaría
 mi pierna por nada del mundo!- Exclamó Bat, que cada vez estaba más 
alterado.
Nasan se puso la mano en la barbilla y siguió preguntando:
 
– ¿No? ¿Y si me vendieras un brazo, una pierna y un ojo, el lote 
completo? Por todo eso te daría mis caballos, mis ovejas, mis camellos, 
la tienda y toda la plata y el oro que tengo. ¿Aceptas? - preguntó Nasan.
 
– ¡No, no! ¡Ni por todo el oro, caballos o camellos del mundo!
Entonces Nasan se incorporó y se echó a reír a grandes carcajadas.
 
– ¿Lo ves? Tú mismo lo dices. Aunque me digas que no tienes nada, cuando
 te ofrezco comprarte algo que es tuyo me contestas que ni por todos mis
 animales ni por todo el oro del mundo. ¡Tú mismo lo estás diciendo! ¡Es
 mucho más valioso lo que tienes que todas mis posesiones y dinero!
 
Bat se irguió de pronto al escuchar al viejo y empezó a reflexionar sobre las palabras de Nasan.
 
– Tus tesoros son la salud, la fortaleza y la juventud. ¿No lo ves? ¡Tú 
mismo eres tu tesoro! Y si en lugar de estar aquí lamentándote, te pones
 a utilizar tu cabeza y tus brazos y piernas podrás conseguir lo que te 
propongas -, explicó Nasan.
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