domingo, 18 de enero de 2015

La liberación del espíritu

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De Cuentos de los sabios taoístas
de Pascal Fauliot

Cuenta la leyenda que Li fue, hace mucho tiempo, uno de los discípulos de Lao Tse en persona, el patriarca de los taoístas. Li era un letrado de gran belleza, sumamente elegante. Estaba bastante orgulloso de su persona, sobre todo de su cuerpo, cuya eterna juventud conservaba con la gimnasia taoísta. Tenía al parecer, mucho éxito con las damas... sus poderes eran grandes. Médico, herbolario y taumaturgo, sabía preparar el elixir de los cinco elementos, remedio supremo, que siempre tenía a mano en su cantimplora. El arte del viaje astral tampoco tenía secretos para él. Pero no había alcanzado el grado más alto de realización espiritual, entorpecido sin duda por cierto narcisismo, y por tanto aún no se había forjado un cuerpo inmortal.

En su ermita, el bello Li tenía un discípulo a quien solía confiar la tarea de velar por su cuerpo cuando realizaba viajes astrales. Una tarde se acostó y le dijo a su aprendiz:

- Mi espíritu va a levantar el vuelo hacia el monte Hua, donde va a tener lugar un conciliábulo de Inmortales. Espero encontrar allí a mi Maestro y beber una vez más el néctar de sus palabras. El viaje será largo y peligroso, pues tendré que cruzar puertos ventosos infestados de demonios. Si en seis días no he abierto los ojos, destruirás mi cuerpo. Ya no tendré entonces ninguna posibilidad de regresar a él y no quisiera que un espíritu maligno lo poseyera. Pero debes esperar hasta que los primeros rayos del sol apunten en el horizonte, en la mañana del séptimo día, para encender la pira funeraria. 

Durante la sexta noche, el hermano del discípulo vino a avisarlo de que su madre estaba moribunda y lo había llamado a su lado Debían apresurarse; sin duda no pasaría de aquella noche.
 
Al joven adepto le afligía la idea de llegar demasiado tarde. Pensó que el espíritu de su maestro sin duda estaba prisionero en alguna parte o se había extraviado. Pensó que ya no volvería. Como el alba estaba próxima, apiló leña, depositó el cuerpo sobre la pira y le prendió fuego. Luego corrió a la cabecera de su madre.

Justo antes de que los primeros rayos del sol llegaran a lamer la cima de la montaña, el espíritu de Li sobrevoló la ermita. Cuando vio la hoguera incendiar la noche, comprendió que sus restos se estaban convirtiendo en humo. Se dijo que era una lección del destino, que de ese modo quedaba liberado de aquel cuerpo al cual había estado demasiado apegado. Pero necesitaba encontrar otro para acabar su evolución espiritual y alcanzar la inmortalidad. No quería perder los conocimientos adquiridos en esta vida y que sin duda olvidaría si se reencarnaba por las vías naturales. ¡A veces se requiere más de una vida para recordar lo que uno ya sabe! Debía encontrar un cuerpo enseguida, antes de que sus poderes psíquicos se disolvieran. Y si no lo hacía antes  del alba, su espíritu perdería la fuerza para animar un cadáver aún caliente. Le quedaba muy poco tiempo.
 
Buscó desesperadamente en los alrededores unos restos adecuados, pero no los encontraba. ¡Algunos cuerpos estaban demasiado fríos y totalmente rígidos; otros todavía no habían sido totalmente abandonaos por sus propietarios! El horizonte palidecía, al espíritu de Li le entró pánico. Finalmente percibió un alma que se escapaba de su envoltura carnal. Se precipitó en el cuerpo. ¡era el de un mendigo deforme con un rostro simiesco!
Y fue en este cuerpo poco agraciado donde el espíritu del bello Li alcanzó su objetivo. Así pues, como les gusta repetir a los sabios chinos:

¡Todos los hombres quieren verse libres
de la muerte.
Pero no saben liberarse
de su cuerpo!


Ésta es la razón por la que uno de los Ocho inmortales tiene la apariencia de un mendigo cojo y jorobado. Se le conoce popularmente con el nombre de Li TieGuai. Li el de la Muleta de hierro. Es el patrono de los pobres y de los médicos.cuento
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