lunes, 8 de diciembre de 2014

天真正伝香取神道流

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De Iaido, el Arte de Cortar el Ego
de Michel Coquet

En 1387, durante el reinado del shogun Asikaga Yoshimitsu, nació uno de los más grandes maestros de sable de la historia: Lizasa Choisai Ienao.

Era este un hombre extremadamente culto, amante de las artes y de las letras, partidario de la paz, y atraído por la vida espiritual, que con el tiempo, se convertiría en monje budista. Se dice que en una ocasión uno de sus siervos lavó las patas de su caballo en las aguas de una fuente sagrada, cerca de un santuario y que el pobre animal, tras caer presa de convulsiones, murió.

El maestro Lizasa creyó que se trataba de un grave error y de una profanación del lugar santo, dedicado a la presencia de una divinidad shinto llamada Futsu Nushi No Mikoto. Así, tras una vida consagrada al sacrificio, a la purificación y al refinamiento del carácter, habiendo llegado a ser, según parece, maestro de armas del shogun Yoshimasa, pero hastiado de la corrupción política del ambiente cortesano, del egoísmo y la barbarie que le rodeaban, Lizasa Choisai decidió, a los sesenta años de edad, consagrarse a un periodo de austeridad, entrenamiento marcial y ascetismo de mil días (sen-nichi-gyo) en la soledad de los bosques cercanos al santuario Katori Jingu. 

Esta accesis (gyo-misogi) consistía en periodos de meditación y estudio de la filosofía budista, entrenamiento en el arte del sable, ayunos y austeridades que emanaban de la tradición esotérica de la escuela Shingon y del chamanismo animista de los «monjes que viven en las montañas», los célebres Yamabushi. 

Se dice que una noche tuvo una visión de la divinidad del santuario, bajo la forma de un muchacho sentado en las ramas de un ciruelo. En esa ocasión, Lizasa sensei recibió la enseñanza misteriosa y secreta de la escuela en un volumen de estrategia marcial (heiho shinsho).

Tras esa visión, creó su escuela de sable, impregnada de su profunda sabiduría e inspirada por su visión celestial: la Tenshin Shoden Katori Shinto Ryu. Cada enseñanza de la escuela es considerada , desde entonces, como «kami waza», una técnica divina.

Cuando algún estudiante o experto de otra escuela lo desafiaba, como era costumbre en la época, Lizasa Sensei le invitaba a tomar el té. Antes del encuentro, colocaba una pequeña esterilla sobre unos brotes tiernos de bambú, y se sentaba después sobre ellos, sin doblarlos ni romperlos. Los adversarios comprendían entonces que se trataba de un hombre santo, un verdadero maestro de la espada y se retiraban, prudente y humildemente, y otros, aún, se convirtieron en sus discípulos.

La escuela Katori Shinto, a diferencia de las otras ryu, añadió la profundidad del pensamiento budista y el ideal de la compasión al arte de la esgrima tradicional. Entre los mandatos de la escuela, que tenían un gran trasfondo budista y esotérico, no vinculados con el Zen, tan influyente en las otras tradiciones, se enseñaba a evitar el combate, sentir compasión hacia el enemigo y perdonar la vida. En una época de revueltas e intrigas políticas y de la búsqueda de la eficacia a cualquier precio, estas inconcebibles ideas constituyeron una verdadera revolución. Otro hecho inusitado era que Lizasa sensei permitía la entrada a su escuela a gentes de toda clase social.
 
Así, no solamente nobles o miembros de la casta de los samurai, sino también comerciantes, trabajadores de todos los gremios y campesinos eran aceptados, transformándose en sus discípulos y muchos de ellos en grandes maestros del sable.

Por medio de la meditación y de una práctica marcial severa, en la que la humildad, la discreción, la ausencia de ambición, liberada del egocentrismo sutil o evidente que caracteriza y revela con excesiva frecuencia a los estudiantes poco avanzados, y una total impersonalidad, las enseñanzas del maestro Lizasa inspiraban a cuantos se le acercaban un sentimiento de paz y de benevolencia.

Las verdaderas escuelas de Budo buscaban ya antaño la vía de la purificación y la iluminación por medio del refinamiento del espíritu, en que el sable, emblema de trascendencia, se convertía en un instrumento privilegiado de la alquimia sutil del ser, un objeto casi litúrgico para la poda del alma que convierte a un ser humano común, por el proceso místico de la fragua y el templado del ser (seishin-tanren) en un realizado, un tatsujin, un hombre de tao. A través del arte de la espada, Lizasa Choisai sensei enarboló, en una época turbulenta, el ideal de una reconciliación pacífica y no violenta con el adversario, con el mundo y con uno mismo.
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