lunes, 3 de noviembre de 2014

ツ Diario de LSD. Parte XI ツ

.
Me encontraba ahí en el fondo del centro del corazón del núcleo de la luz azul. Y era agradable ahí, en el útero de alguna estrella masiva en algún lugar del cosmos. Era la paz, era el Salaam, el Shalom. Pero me sentía incómodo de estar en paz, pero al menos me encontraba fuera de peligros terrestres, como estar alucinando que estaba en un desierto celeste como la vez pasada, cuando en realidad me encontraba extraviado entre las calles.

En el flotar, hubo un momento en que me di cuenta de que también había estado rotando, y fue precisamente en una de esas rotaciones cuando sentí que debía de tener una cabeza. Una cabeza con ojos testigos conscientes y observadores, que deberían de poseer un cuerpo. Que se necesitaba un centro sensorial para poder estar viendo esas luces fantásticas, escuchando los “pulsos magnéticos telepáticos” de pensamientos de ballenas y criaturas marinas, sintiendo la rotación en ese lugar.

Fue casi poco después de éste “descubrimiento obvio” que comencé a distinguir que tenía dos brazos difusos a mis lados y frente a mí. En un principio los brazos eran pequeños y borrosos, no podía distinguir la separación entre los dedos, como si estos estuvieran pegados, aún no formados. Y un par de minutos después, entre el aletargamiento y con un poco de concentración para verme mejor, la visión mejoró, sólo para verse algo menos borroso pero aún ilegible, como estar dentro de una piscina de “aguas de aurora boreal”, luego, finalmente pude ver mis brazos tal cuales, iguales que la vez pasad, tal como los describí: con los poros súper-dilatados y respirando, como las vellosidades de las estrellas de mar y las anémonas marinas. Pero ésta vez había algo diferente. Los poros eran pequeños estanques circulares conteniendo ésta “agua de auroras boreales” y los vellos parecían finos relámpagos suspendidos en el tiempo, a la vez que ondulaban, reaccionando con el entorno azulado. 

Pude ver hacia abajo, mi pecho desnudo, mi abdomen, y bajo éste, el mismo pantalón con el mismo cinturón que tenía puesto en la primer viaje. Me cruzaron 4 cosas por la mente al mismo tiempo: 1.- ¿Me encontraba aún, en alguna fase del viaje pasado? Es decir ¿el viaje de la vez pasada no era pasada, sino que seguía ocurriendo? Tenía el mismo pantalón de aquella vez, 2.- ¿por qué? 3.- ¿Era acaso la ropa parte de los componentes que pueden afectar un viaje? Y 4.- ¿En qué momento me había quitado la playera?

“¡Eso es!” Sentí un micropunto de alivio “Viaje, estoy viajando. Puedo recordar que estoy viajando, aunque no recuerde cómo llegué aquí, recuerdo que tomé LSD, sí fue el LSD. Ya he pasado por esto. No puedo recordar que hubo antes de esto, pero sé que fue por el LSD y de lo que recuerdo del LSD es que puede haber momentos de amnesia. Ya he pasado por esto, vamos. Sé que puedo salir de esto” 

Di también por hecho, que el viaje estaba conectado con el primero, o que en realidad el viaje nunca terminaba. Que la vida misma era parte de ese gran viaje y todos los incontables sueños a lo largo de todos los días de plazo en el mundo, así como las fantasías y las ensoñaciones formaban también parte del “viaje interminable”. Me sentía raramente iluminado. Y razones no me faltaban, estaba en el centro de la iluminación de un astro. 

No obstante, también percibía mis brazos de distinto tamaño, como los de un niño de 12 años, y vino a mí un miedo inminente. Algo estaba sucediendo, estaba retrocediendo en mi desarrollo, o me estaba formando, no lo sabía, pero la suposición más inmediata era de que, en verdad me encontraba en un útero e iba a renacer. Y me daba miedo nacer. Sabía aquí que tenía un pasado, que provenía de algún lado, que no había terminado de ser y de hacer lo que se supone que debía, es decir, vivir a plenitud la plenitud. 

Como si la luz circundante fuese perceptiva y pudiese leer mi mente (sí, de hecho sentía transparencia, que no había dentro de mí nada oculto, que todo lo que pensara estaba a la vista, a merced del “átomo-canica-estrella”. El sentimiento de insignificancia volvía a manifestarse. Pero ésta vez, fue paradójico. Sí, ya volvían los pensamientos paradójicos, era parte del “viaje” con ácido, podía recordarlo. Ese sentimiento de insignificancia era a su vez un “sentimiento de omnipotencia quebrantado”, dentro de la infinita pequeñez que experimentaba, también sentía infinita grandeza, pues, además de que el tiempo no tenía ninguna influencia en estos reinos, al parecer tampoco el tamaño. Era lo mismo un grano de arena que la estrella más inmensa imaginable e inimaginable. Era como… “Estoy en el centro del poder absoluto, y a su vez, soy nada si no tengo manifestaciones en otros reinos, soy inmensamente poderoso, pero soy nada si nadie ni yo mismo tampoco puedo percibirme ni definirme”

Y de inmediato las tonalidades de las luces y del entorno comenzaron a cambiar, “atardeciéndose” “anocheciéndose y amaneciéndose” de pronto, las luces azules se tornaron “ultra-violetas”, “ultra-rojas” y a final quedé flotando en una “incertidumbre de miel oscura”. 

Esto último lo describo como estar en el interior cavernoso, de una “nuez de miel cristalizada” y nuevamente una cruz de pensamientos duales me atravesaron los costados: “Estoy en un panal” y “Estoy en un vientre materno, ya no de una estrella, sino de una mujer ordinaria, estoy por renacer” 

Me agité mientras todo alrededor mutaba y terminaba de reconstruirse. No me agradaba la idea de estar una “nuez de miel cristalizada” o un “panal de miel” o bien, en una matriz humana. Pero la cuestión era que no quería renacer, ni como larva de abeja ni como bebé humano. 

Como sea, estas ideas se disiparon cuando me convencí de que no nacería en ninguna de las dos formas, pues seguía teniendo el pantalón puesto y no tenía forma de larva de abeja.

“¡Sí, puedo recordar, recuerdo que es una larva de abeja, un panal, una mujer humana, nacer, renacer!” recordé “tengo coherencia, puedo pensar, no me he perdido aún” 

Strawberry Letter 23. After party del Macrocosmos proyectándose desde el Microcosmos. Constelaciones celulares y glandulares. ¡Oúh Yéah!
Y vino algo curioso: me di cuenta de que “nunca me había ido de ahí”, de que nunca había estado en el fuego nuclear de una estrella inmensa o de un átomo. Me encontraba en la habitación de Tampico, de rodillas, sujetando los lados de mi cabeza, como evitando que se me fuese a caer de mi cuello, y otra canción, que esta vez sí había escuchado repetidamente en los últimos días, sonaba “de fondo”:  Strawberry Letter 23” de TheBrothers Johnson.

Aquí fue el “Despertar de los misterios” Comprendí que en verdad sí había estado dentro de la estrella azul de paz, y que había permanecido ahí por varios años, “gestándome”, “gestando una nueva forma de pensar” y que a la vez, sólo había permanecido un minuto en la recámara que a su vez estaba soñando. 

Y la canción se me hacía como formada de “enigmas”, enigmas enlazados por olas de patrones de colores rosas, rojos, morados que iban volviéndose dorados conforme la canción progresaba en su “solo”. Me encontraba escuchando otro sólo, y ya se encontraban pronto también con las “voces voladoras” en coro de los Hermanos Johnson

Sentí aquí la “manifestación de los descubrimientos”, con cada “tintineo” de los riffs de la canción, ciertos poros respondían con luces, a modo de acompañamiento sincronizado de estos riffs, en forma de “constelaciones”. “Genial” pensé “mis poros también están conectados entre sí, y no sólo entre los poros aledaños, sino también con otros distintos, distantes, como en constelaciones” Y no sólo los poros, también hubieron conjuntos de “órganos-constelaciones” que respondían al mismo patrón musical repetido en la canción “Tin-tin tín-tin /Tín-tin-tin-tín” 

Así, la base genital se conectaba con los riñones y el hígado, el hígado con el bazo y con el estómago, el estómago con los pulmones, el corazón y la tráquea, y a su vez la tráquea con la boca, la nariz, los ojos, los oídos, y luego, los oídos con el centro del cerebro y la frente. 

De pronto era ya un cuerpo contenedor de constelaciones glandulares que reaccionaban con tintineos luminosos de patrones perfectamente sincronizados con la música. Ahora era yo quién poseía en su interior la estrella azul, cientos, miles de estrellas azules, y rosas, y amarillas en mi interior. Albergaba galaxias lejanas, que eran ahora cercanas a mí. En mi interior. 

“Es… es el infinito, está en mi interior” dije- pensé asombrado “en verdad el infinito está dentro de mí, lo eterno y lo interno se intersectan, se traspasan, se vuelven uno” 

Era como si tuviese un proyector, un cinescopio proyectando videos del universo en alta, ultra-definición sobre todo mi cuerpo. Era yo mismo una bóveda celeste. Y no sólo yo, todo a mi alrededor era parte de esa proyección cósmica proveniente del interior de todos los objetos y seres vivos visibles e invisibles. 

Sentí que de alguna manera, esa era parcialmente mi recompensa por no haber cedido ante el pánico de tan patético modo, como la vez anterior, de la primera ingesta con el LSD. 

La canción proseguía y me daba cuenta paulatinamente de que ya no había tejido hexagonal de panal entrelazando las cosas, de que la proyección de imágenes galácticas pronto se desvanecía y de que me encontraba poco a poco en la “realidad” de la recámara. Y no recordaba en lo absoluto de que estaba teniendo un sueño lúcido ¡Estaba convencido de que esa era la “realidad” y de que realmente había consumido LSD por segunda vez!

Las luces volvieron entonces a su estado normal. La lámpara de ventilador del techo iluminaba con su sobria luz el lugar. La música se desvanecía, poco a poco, reduciendo su volumen, retrayendo tras de sí su ambiente festivo.

Cuando la música y el fondo galáctico que lo recubría todo, tuve la impresión de que ya se había acabado todo, de que había vuelto a la normalidad. Vi el monitor de la computadora de escritorio y ahí estaban sus íconos en la pantalla de inicio, tal cuales, sin moverse de posición ni ninguna cosa rara de la que sucede aleatoriamente en los sueños. Seguía en estado de “Sueño lúcido” aunque no recordaba que estaba soñando. Todo era muy real en el sueño. Y me seguía “curando” la resaca mental del último viaje, estaba nervioso, y de seguro tenía las pupilas dilatadísimas, cubriendo la totalidad de mis ojos. “¡Eso era!” tenía que verme en el espejo para comprobarlo. Ya me sentía fuera de peligro de malas bromas de subconsciente, me sentía más fresco, aliviado. 

Fui hacia el espejo de la recámara y me vi casi igual que la vez del viaje pasado. Todo despeinado, con os cabellos vueltos ramas y enredaderas, con el cuerpo pálido y como si hubiese perdido 20 o 30 kilos. Ahí estaban mis venas, mis nudillos, los poros respirando, claro. Y os ojos, tal como pensaba, con las pupilas dilatadas y emanando pequeños destellos que atribuí a os efectos cada vez más debilitados del LSD. 

No hubo manifestaciones ni pensamientos relacionados con Otros Yoes, ésta vez. Estaba sobrio, ¡Bien!, seguía pensando en muchas de las cosas recién sucedidas, pero había algo que me hacía sentir raro, con algo de temor, sentía como que si permanecía más tiempo en mi recámara, iba a colapsar, que algún vórtice oscuro se abriría desde algún rincón impensable de la casa y se la tragaría conmigo adentro. Por lo que sin pensarlo dos veces, decidí salirme de ahí. No sin antes, ponerme la playera y apagar la computadora de escritorio. Sentía que era mi deber apagarla, como presintiendo que aún sin saber que me encontraba soñando, que era, quizá por superstición, dejar algo encendido dentro de un sueño. 

Me puse una playera roja (distinta de la del viaje anterior), apagué la máquina, saltándome el prótocolo de apagado, simplemente resionando el botón de On/off y me salí de la recámara, con la intención de bajar las escaleras y salir de la casa antes de su hipotético colapso inminente. 

Más, antes de poner mi pie en el primer escalón para descender, tuve una extraña sensación acompañada de ñañaras. Creo que presentía que algo extraño, verdaderamente desconocido me esperara al terminar de bajar: bichos raros, momias, fantasmas, demonios, Otro Yo, mi cuerpo sin vida, la muerte misma en su versión de la catrina, o peor aún “La nada”.  

Como sea, no quería permanecer tampoco ahí arriba en “mi” recámara, así que aceleré mi paso, formando un “mudra” de protección contra fuerzas negativas, entrelazando en forma de aros eslabonados, mis dedos medios con pulgares de ambas manos. Al llegar al umbral de la puerta de mi casa, metí rápidamente mi mano derecha en el bolsillo de mi pantalón y saqué la llave ¡la llave de mi casa! Podía verla y sentirla con todas sus texturas y temperatura metálica.

Era de noche, o más bien, estaba anocheciendo, el sol apenas acababa de ocultarse en el horizonte, por lo que la casa se encontraba a oscuras. Encendí la luz de la sala, de la cocina y del exterior de la casa. Salí y…
De nuevo… los colores eran bellos, armónicos, las plantas y árboles del patio frontal resplandecían bellísimas luces de vida, como si estuvieran purificadas luego de mi años de oración constante. Las plantas, las flores y los árboles parecían seres pensantes en perfecta cama búdica, eran Budas. Plantas-Budas. El miedo se esfumó de inmediato, sentí sólo respeto y paz de templo en mi corazón. Contemplé el cielo, que parecía también inhalar y exhalar, azules marinos con ondulaciones turquesas. De hecho, creo que las ondulaciones turquesas eran las corrientes de aire del cielo, cuando éste exhalaba con toda tranquilidad de monje Zen en meditación profunda. 

Y ahí estaban las estrellas, alegres, amigables, llenas de felicidad que podría describir como “adolescente”, eran estrellas jóvenes. Eternamente jóvenes. Las estrellas parecían también estar cantando un coro silencioso a la vez que también respiraban. Todo alrededor parecía obedecer esta característica de apariencia respiratoria. 

Las casas de los vecinos tenían las luces encendidas y podía escuchar televisores encendidas, por lo que estaba seguro de que no me encontraba solo, y para mayor satisfacción, lejos de todo peligro, real o imaginario.

Oda de grillos y Beatles al Astro del Amor. Entregándose al placer del viaje, de la Creación. Reverencia obligada.
 Decidí entregarme al placer del “período refractario” del LSD (seguía teniendo la certeza de que había consumido LSD hacía apenas unos horas, aunque la percepción tota del recorrido era también la de unos cuantos miles de años y unos minutos. Volví entrar a la casa, sólo para apagar las luces del exterior y disfrutar la oscuridad luminosa de la noche. 

Una vez apagada la luz de la entrada, fui hacia la hamaca, la cual estaba atada de sus extremos a dos palmeras, la desenredé y me recosté en ella, no sin pasar por alto que la estructura de las redes era también hexagonal, y emanaba destellos de luces metálicas.

Me acosté y me impulsé un poco con el pie, subiéndolo de inmediato para disfrutar del movimiento pendular horizontal de la ligera cama de red hexagonal de panal.  

Podía sentir la oscilación, sensual, reconfortante, como un abrazo maternal y paternal, a la vez que con algo de “ligereza de pensamiento infantil”. “Esto es” me vino a la asociación a la mente “las dos palmeras as las que está sujeta la hamaca son como dos padres amorosos, que han enlazado sus caminos, sus posiciones, sus destinos, para brindarle paz y soporte, serenidad y sabiduría a una nueva vida, una vida que ha elegido llegar y estar entre sus redes de luz, ésta hamaca. Tan sólo para darle el placer de disfrutar, de deleitarse con el movimiento, el movimiento de la vida, con el meneo de las redes de unión que forman la hamaca” 

Sonreía, sonreía plácidamente. Me sentía querido y bienvenido, amado. Amado por mis padres las Plantas, por su unión que resultaba en mecedora, donde yo volvía a ser un niño, un niño puro, carente de deseos egoístas, que se aceptaba a sí mismo, que confiaba totalmente en sus padres humanos y en sus adres botánicos. Tragué saliva, que me resultaba ahora dulce. Miré a mis padres-palmeras, y estos parecían felices, satisfechos, al igual que todas las plantas alrededor, me sentía en paz, en comunión con mis “ancestros-plantas”. En paz con la tierra de la que provenía y habría de volver, con la que compartía materia, tiempo y espacio.

Enfoqué mi vista en el cielo, vi partículas interactuando en el viento, cruzando de un lado a otro como peces ovalados transparentes. Las estrellas, las estrellas que seguían cantando en silencio en la lontananza sideral, algún canto de adoración y agradecimiento por la existencia. Seguía sonriendo. El sentimiento que me abrazó a continuación, fue el de la “extrema fortuna”: me sentía tremenda e inexplicablemente afortunado de estar ahí en ese momento, de estar rodeado de gemas y diamantes celestiales, de estar en paz conmigo mismo, aceptándome tan cual era, sin recuerdos de identidad, como sabiendo que siempre había estado ahí, y que siempre lo estaría, y de que tendría ese tipo de momentos, de mutuos reconocimiento existencial, de mí mismo y de todo lo que me rodeaba. “Dios… por todas partes hay tesoros, todos somos tesoros vivientes, la vida es un tesoro, pensar, hablar, poder expresarnos, sentir, todo es un tesoro” y este pensamiento se re reafirmó y se potenció cuando escuché un grillo que parecía aceptar, hacer “segunda voz” a mis descubrimientos poéticos mentales. No sabía de dónde provenía el sonido del grillo, pero no me inquietaba descubrir en dónde estaba, pues podía ver-escuchar-sentir su vibración en las plantas, en la hamaca, las paredes de la casa, de las bardas, las cortezas y ramas de los árboles, las hojas y en todas las células del cuerpo. 

Todos nuestros contornos estaban delineados por luces de neón. Las estrellas parecían también vibrar ante el sonido, el sonido se volvió un cántico celestial. Y en seguida supe que el grillo se encontraba entre las macetas. Era de un azul profundo, “filosófico”, y tenía ciertas áreas metalizadas de color verde “profundidad selvática” y “morado-realeza” ondulando en su exoesqueleto.  Podía verlo detrás de las macetas, interpretando su “melodía” de corazón, como un cantante de ópera. Concentrado en su excelente interpretación llamada “Ser” en la que el insecto expresaba todo su sentir a la noche. 

Pronto percibí más cantos de otros grillos “ocultos” entre las bases de otros árboles y hendiduras de bardas. Todos cantaban a misma oda de vida. Todos estábamos hermanados. Y sin ver, sentí también la presencia de pájaros camuflados entre las ramas de los árboles aledaños, que aunque tenían sus ojos cerrados, escuchaban ceremonialmente y con respeto las canciones de los grillos. Sentí las presencias de chicharras “dormidas”, y otros insectos en reposo. Unas pocas ardillas, y gatos en las cercanías, a dos cuadras de distancia. Sentí a los perros, y sabía que a pesar de los crueles encierros por parte de sus dueños, ese momento tan espiritual era suyo, ¡nuestro! Ninguna barrera física o psicológica podía contenernos, era el Ser en Libertad. La libertad de ser. 

Estaba atravesando una nueva fase de tranquilidad, distinta a la que había experimentado “espiritualmente” en el interior de la fusión nuclear de la Súper estrella. Me sentía bien, más que bien, feliz de poseer un cuerpo físico, mi cuerpo, poder sentirlo, poder sentirme. Estaba agradecido, sí, “agradecimiento” era el sentimiento que lo llenaba todo en ese momento. Más era un “agradecimiento específico” el de poseer un cuerpo orgánico, una cáscara, percibir a través de sentidos limitados (ahora ilimitados), de poder ver otros cuerpos, ojos, los planos físicos. Y a la ve, poseer también imaginación, una mente, una mente poderosa capaz de expresarse, imaginar, ver, visualizar, pensar, soñar, simular, prever…

Mientras escuchaba a los grillos, evoqué inconscientemente esa canción de los Beatles “Sun King” y como si fuera parte del regalo divino, la canción “floreció” entre las plantas, desde sus primeros acordes, arpegios y melodías. 

Aquí la paz fue amplificada a su máxima potencia. Una “sombra de tenue luz” se expandió desde el “centro de todo” hacia “afuera de todo” recubriéndolo todo.  “Esa, esta canción verdaderamente es mágica, los Beatles eran todos unos genios” Pensé sin palabras. Y todo parecía ir en cámara lenta, hasta el punto en que el tiempo parecía detenerse. Podía observar las hojas de los árboles siendo movidas casi imperceptibles por el viento, con movimientos tan lentos y armónicos, como si los árboles practicaran una “danza” de Tai Chi, con la más bella de las lentitudes. 

Y para cuando Los Beatles cantaron sus primeras palabras “Here comes the sun King” La iluminación se hizo presente. De pronto de todos las “esquinas” del cielo, llegaron como “reyes magos” todas las partes de un SoLuna que se entronó en el centro del cielo. Era la luna con una corona solar. Era un Sol con una corona lunar. De algún modo intuía que me encontraba ante un fenómeno estelar único y repetible sólo cada millón o billón de años. Eran el Rey y la Reina del cosmos desposándose en el firmamento. Y ni la una ni el otro eran inferior o superior simbólica y astrológicamente hablando. Todos los dragones y los ángeles hacían reverencia hincados, con la mano sobre el pecho, derramando lágrimas producidas por el sentimiento más sublime e inexplicable con palabras, pero que se asemejarían en su expresión con sólo 5 a: “Lágrimas de felicidad de Dios”.

También me encontraba llorando, petrificado, y mis “Padres-Palmas” también se reclinaban en señal de postración. Las plantas parecían rendidas, desmayadas en éxtasis. Todo procedió luego a la “embriaguez de vida” “la embriaguez del éxtasis místico” No sólo las plantas yacían enmudecidas, “inconscientes-ultra-conscientes, todos los pájaros, las chicharras, los insectos, todos escuchábamos la canción manifestándose en visiones de Amor celestial. 

El Sol y la Luna se volvían reamente uno, y ese Uno se volvió un nuevo astro… ¡Una estrella azul! ¡Un sol azul! 

Creí reconocerlo, y su familiaridad se me hizo tan… “familiar”, le reconocí. ¡Era la Estrella-canica-átomo” en la que había pasado miles de años adentro, que para el Gran Astro eran solo un par de segundos.  Era un Rey-Reyna. Un Algo, que ciertamente emanaba excesivas cargas de “Buena vibra” El cielo era Azul eléctrico, y todas las estrellas al parecer seguían estando ahí, tras el velo de la noche, indistinguibles, por el potente efecto luminoso del Nuevo Astro SoLunar. 

¡¿Pero cómo?! ¿Acababa de llegar esa esfera de luz? ¿Me había “encontrado”? O ¿estaba experimentando una regresión temporal, una paradoja? No me importaba, ahora ya estaba completo, o casi… no me importaría pasar una eternidad así, en un Verdadero e indiscutible Buen Viaje. Y cuando los Beatles dijeron “Everybody is laughing” “Everybody is happy”, se hizo la felicidad y las risas. Risas de locos, risas de auténtica felicidad, de quién encuentra algo que había pasado toda su vida buscando, Risa de quién por fin obtiene la respuesta que sabe que es la correcta, Risa de quién encuentra a alguien a quién no veía en años, a su alma gemela. Risa sana. Risas de bebés, risas de niños, risas frenéticas de vértigo de quien se sube a altísimos juegos mecánicos giratorios, risas de enamorados que ríen de cualquier tontería mientras se ven a los ojos, risas de quién descubre que por obra milagrosa, inexplicable, se ha curado de una enfermedad incurable. Risas de ave. Risas de quién ha descubierto el secreto de la inmortalidad y decide compartirlo con los seres más puros del mundo, para preservarlos.

Y volteé a ver hacia las casas vecinas, resultándome lo más increíble de todo, el que todos parecieran ignorar por completo que afuera se llevaba a cabo la vida, la Gran Obra Maestra. Me daba risa también esto. Afuera sucedía el mundo, la Realidad, La fusión de realidades en una Realidad única. El nacimiento de aquello que no tiene principio ni fin. Del Amor eterno, de belleza eterna, ¡y todos se lo estaban perdiendo!

Sentí que era mi ineludible deber, mi obligada responsabilidad, el tener que decirle a mis vecinos “¡Oigan, tienen que ver esto, es el espectáculo de sus vidas, La Oda Suprema, vengan, vengan, salgan de sus casas!”

Y entonces me levanté de la hamaca dispuesto a compartir la visión con mis vecinos…
つづく
Continuará...
.

No hay comentarios:

Publicar un comentario