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De La cultura de la mente de Manly Palmer Hall
Las conocidas leyes de expansión y contracción, tan fundamentales en el campo de la física, tiene su analogía filosófica en las cualidades de optimismo y pesimismo. En el plano ético, el optimismo es la expresión de la ley de expansión, y el pesimismo, de la ley de contracción.
Hay dos tipos distintos de optimista. Uno, es aquel que es feliz porque nunca asumió sus responsabilidades; el otro, aquel que es feliz enfrentándolas, y viendo el resultado de las responsabilidades dispone de ellas en forma satisfactoria. Ambos son optimistas - el primero, decididamente objetable; el segundo, glorioso y deseable. Uno, es el hombre que ríe cuando juega, y el otro, quien ríe cuando trabaja. La única diferencia entre el trabajo y el juego consiste en la actitud mental. El trabajo, es la cosa que tenemos que hacer; el juego es la cosa que hacemos por nuestro gusto. Por eso, cuando un individuo ama a su trabajo, éste se convierte, realmente, en juego. Pero esa actitud se encuentra raramente.
Hay, igualmente, dos tipos de pesimista. El primero, es el individuo cuyo ánimo está destrozado por los golpes del destino. El segundo tipo, es aquel que, a pesar de no haber experimentado reales infortunios, ¡esta lleno de temor de que los llegue a sufrir! Hubo un pesimista de este tipo, del cual se dijo que tenía un dicho así: “Si tu fuerza es capaz de mover montañas, ¡puede ser que muevas un grano de mostaza!”.
Como regla, el optimista se desliza sobre la superficie de la vida, en tanto que el pesimista tiene la particularidad de arrastrarse hasta el fondo de todo agujero o foso que encuentra en su camino. Ambos, el optimista y el pesimista, se asemejan a los caballeros antiguos, tocados con su coraza de hierro, estando el optimista fortalecido en su actitud contra las tinieblas y el pesimista contra cada simple rayo de sol. Sin embargo, ni el optimista ni el pesimista conocen realmente la vida tal como es.
Si vosotros tendríais que elegir entre uno y otro, sed optimistas; porque es casi seguro que el pesimismo tendrá como resultado: reumatismo, anquilosis prematura, disminución o endurecimiento de las arterias, y una legión de otros males físicos. El pesimismo es una actitud, que fundamentalmente, nos retrae, limita, estrecha y enceguece, mientras que el optimismo, a menudo, expande la naturaleza física, y siempre, la mental. Pero, entre ambos, está el punto de equilibrio - la posición más perfecta que puede la mente ocupar. El hombre deriva del optimismo no sólo la creencia en la universalidad de la bondad sino también el coraje de seguir adelante para lograr el triunfo. Del pesimismo proviene no sólo la franca revelación de su propia flaqueza sino también un excesivo grado de cautela que vampiriza toda iniciativa. El optimismo es impulsivo; el pesimismo rechaza, repele.
Las zonas frígidas pueden ser relacionadas con el espíritu del pesimismo. En él todo se contrae y la vida es una interminable lucha para subsistir. El optimismo tiene una analogía similar a la zona tórrida, en donde todas las responsabilidades quedan reducidas al mínimo y en cada árbol hay colgando un vale para comida. Los pensadores del mundo, sin embargo, no están constituidos ni por el esquimal ni por el hotentote, sino más bien por las razas que habitan las zonas templadas, en donde se mezcla el enervante calor del sur con los paralizantes fríos del norte. Así como el gran trabajo del mundo es hecho por aquellos que viven en climas templados, así también, por analogía, los pensamientos universales alcanzan verdadera y plena expresión en las mentes templadas.
Hay dos tipos distintos de optimista. Uno, es aquel que es feliz porque nunca asumió sus responsabilidades; el otro, aquel que es feliz enfrentándolas, y viendo el resultado de las responsabilidades dispone de ellas en forma satisfactoria. Ambos son optimistas - el primero, decididamente objetable; el segundo, glorioso y deseable. Uno, es el hombre que ríe cuando juega, y el otro, quien ríe cuando trabaja. La única diferencia entre el trabajo y el juego consiste en la actitud mental. El trabajo, es la cosa que tenemos que hacer; el juego es la cosa que hacemos por nuestro gusto. Por eso, cuando un individuo ama a su trabajo, éste se convierte, realmente, en juego. Pero esa actitud se encuentra raramente.
Hay, igualmente, dos tipos de pesimista. El primero, es el individuo cuyo ánimo está destrozado por los golpes del destino. El segundo tipo, es aquel que, a pesar de no haber experimentado reales infortunios, ¡esta lleno de temor de que los llegue a sufrir! Hubo un pesimista de este tipo, del cual se dijo que tenía un dicho así: “Si tu fuerza es capaz de mover montañas, ¡puede ser que muevas un grano de mostaza!”.
Como regla, el optimista se desliza sobre la superficie de la vida, en tanto que el pesimista tiene la particularidad de arrastrarse hasta el fondo de todo agujero o foso que encuentra en su camino. Ambos, el optimista y el pesimista, se asemejan a los caballeros antiguos, tocados con su coraza de hierro, estando el optimista fortalecido en su actitud contra las tinieblas y el pesimista contra cada simple rayo de sol. Sin embargo, ni el optimista ni el pesimista conocen realmente la vida tal como es.
Si vosotros tendríais que elegir entre uno y otro, sed optimistas; porque es casi seguro que el pesimismo tendrá como resultado: reumatismo, anquilosis prematura, disminución o endurecimiento de las arterias, y una legión de otros males físicos. El pesimismo es una actitud, que fundamentalmente, nos retrae, limita, estrecha y enceguece, mientras que el optimismo, a menudo, expande la naturaleza física, y siempre, la mental. Pero, entre ambos, está el punto de equilibrio - la posición más perfecta que puede la mente ocupar. El hombre deriva del optimismo no sólo la creencia en la universalidad de la bondad sino también el coraje de seguir adelante para lograr el triunfo. Del pesimismo proviene no sólo la franca revelación de su propia flaqueza sino también un excesivo grado de cautela que vampiriza toda iniciativa. El optimismo es impulsivo; el pesimismo rechaza, repele.
Las zonas frígidas pueden ser relacionadas con el espíritu del pesimismo. En él todo se contrae y la vida es una interminable lucha para subsistir. El optimismo tiene una analogía similar a la zona tórrida, en donde todas las responsabilidades quedan reducidas al mínimo y en cada árbol hay colgando un vale para comida. Los pensadores del mundo, sin embargo, no están constituidos ni por el esquimal ni por el hotentote, sino más bien por las razas que habitan las zonas templadas, en donde se mezcla el enervante calor del sur con los paralizantes fríos del norte. Así como el gran trabajo del mundo es hecho por aquellos que viven en climas templados, así también, por analogía, los pensamientos universales alcanzan verdadera y plena expresión en las mentes templadas.
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