martes, 4 de junio de 2013

La mente subconsciente: sigo llamando y nadie responde

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De La Biología de las creencias de Bruce H. Lipton

Mientras que la naturaleza «pensante» de la mente consciente evoca la imagen del «fantasma de la máquina», no existe una conciencia similar en el subconsciente. La mecánica de ésta se parece más a la de un tocadiscos cargado de programas conductuales, todos listos para usarse tan pronto como aparezcan las señales medioambientales adecuadas y presionen el botón. ¿Cuántos gritos y discusiones hay que darle al tocadiscos para cambiar la lista de reproducción cuando no nos gusta la canción que está sonando? En mi época de estudiante, vi a muchos compañeros borrachos que maldecían en vano y le daban patadas a la máquina cuando no sonaba la canción que ellos querían. Del mismo modo, debemos darnos cuenta de que, sin importar los gritos o las patadas que dé la mente consciente, no podremos cambiar los «discos» de comportamiento almacenados en el subconsciente. Una vez que comprendamos lo inútil que resulta esa táctica, podremos dejar de enzarzamos en una batalla perdida con el subconsciente y utilizar una forma más serena de reprogramarlo. Enzarzarse en una batalla con el subconsciente es tan inútil como pegarle patadas al tocadiscos con la esperanza de que cambie la canción.

La futilidad de luchar contra el subconsciente es un mensaje difícil de entender, ya que uno de los programas que la mayoría de nosotros almacenamos cuando éramos jóvenes es que «la fuerza de voluntad es admirable». Así pues, intentamos una y otra vez superar nuestra programación subconsciente. Por lo general, dichos esfuerzos se encuentran con distintos grados de resistencia, ya que las células se ven obligadas a seguir el programa subconsciente.

Las tensiones entre la fuerza de voluntad consciente y la programación subconsciente pueden derivar en graves trastornos neurológicos. A mi parecer, un magnífico ejemplo de por qué no se debe desafiar a la mente subconsciente puede verse en la película Shine. En esta película, basada en una historia real, el pianista australiano David Helfgott se marcha a Londres para estudiar música en contra de los deseos de su padre. El padre de Helfgott, un superviviente del Holocausto, programó el subconsciente de su hijo con la creencia de que el mundo era un lugar traicionero, de que si «destacaba» de alguna forma podría poner su vida en peligro. Su padre insistió en que sólo estaría a salvo si se quedaba cerca de su familia. A pesar de la implacable programación de su padre, Helfgott sabía que era uno de los mejores pianistas del mundo y que necesitaba alejarse de su padre para cumplir su sueño.
En Londres, Helfgott interpretó el complicadísimo Concierto para piano número tres de Rachmaninov en una competición. La película muestra el conflicto entre su mente consciente, que desea el éxito, y su subconsciente, preocupada porque el hecho de destacar, de ser reconocido internacionalmente, suponía una amenaza para su vida. Mientras interpreta el concierto se le llena la frente de sudor. La mente consciente de Helfgott lucha por mantener el control mientras su mente subconsciente, temerosa de ganar, trata de tomar las riendas de su cuerpo. Helfgott se obliga de forma consciente a mantener el control durante el concierto hasta que toca la última nota. Después se desmaya, exhausto tras la enorme pérdida de energía que ha consumido en la batalla contra su programación subconsciente. Pagó un alto precio por esa
«victoria» contra el subconsciente: cuando recuperó el sentido, se había vuelto loco.


La mayoría de nosotros nos enzarzamos en batallas mucho menos dramáticas con nuestro subconsciente cuando tratamos de contrarrestar la programación que nos enseñaron de niños. Somos testigos de nuestra capacidad para aceptar trabajos en los que fracasamos o para permanecer en un puesto de trabajo que odiamos porque «no nos merecemos una vida mejor».
Los métodos convencionales para eliminar los comportamientos destructivos incluyen fármacos y terapia conversacional. Los métodos más innovadores prometen cambiar nuestra programación mediante el reconocimiento de que no tiene sentido «razonar» con el subconsciente. Estos últimos métodos resaltan la importancia de los descubrimientos de la física cuántica que relacionan energía y pensamiento. De hecho, estas modalidades que reprograman los comportamientos adquiridos previamente pueden denominarse en su conjunto «psicología de la energía», un floreciente campo basado en la nueva biología.

Pero, ¿no sería mucho más fácil ser educado desde un principio a fin de poder desarrollar todo tu potencial genético y creativo? ¿No sería mucho mejor convertirte en un padre responsable para que tus hijos y los hijos de tus hijos lo sean también? De esta forma, la reprogramación sería innecesaria y convertiríamos el planeta en un lugar más feliz y pacífico.
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