martes, 21 de mayo de 2013

Los taoístas y la alquimia

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 De Historia de las creencias y las ideas religiosas
(De Gautama Buda al triunfo del cristianismo. Vol II)
de Mircea Eliade


Los alquimistas adoptaron y reinterpretaron algunos ritos y mitologías de los metalúrgicos, fundidores y herreros. En las enseñanzas de los alquimistas reaparecen las creencias arcaicas relativas al desarrollo de los minerales en el « vientre » de la tierra, la transmutación natural de los metales en oro, el valor místico del oro e igualmente el complejo ritual «herreros-cofradías iniciáticas-secretos de oficio ».

Los especialistas no están de acuerdo acerca de los orígenes de la alquimia china; se discuten todavía las fechas de los textos más antiguos en los que se habla de operaciones alquímicas. En China, como en otros sitios, la alquimia se define por una doble creencia:

a) en la transmutación de los metales en oro, y
b) en el valor « soteriológico » de las operaciones realizadas a fin de obtener ese resultado.

Las referencias precisas a estas dos creencias están atestiguadas en China a partir del siglo IV a.C. Se admite generalmente que fue Tzu Yen, un contemporáneo de Mencio, el « fundador » de la alquimia.
En el siglo II a.C, Liu An y otros autores reconocen claramente la relación entre la preparación del oro alquímico y el logro de la longevidad-inmortalidad.

Los recursos de la alquimia china, en tanto que disciplina autónoma, son:

a) los principios cosmológicos tradicionales;
b) los mitos relacionados con el elixir de la inmortalidad y los santos Inmortales;
c) las técnicas para la obtención de la longevidad, la felicidad y la espontaneidad espiritual.

Estos tres elementos —principios, mitos y técnicas— pertenecen al legado cultural de la protohistoria; sería erróneo suponer que las fechas de los primeros documentos que los mencionan señalan también su antigüedad. Es evidente la relación entre la «preparación del oro», la obtención de la « droga de la inmortalidad » y la « evocación » de los Inmortales. En efecto, Luán Tai se presenta ante el emperador Wu y le asegura que es capaz de realizar estos tres milagros, pero no logra «materializar» a los Inmortales.


El mago Li Chao-feiun recomienda al emperador Wu de la dinastía Han: « Sacrificad al horno (tsaó) y podréis hacer venir a los seres (sobrenaturales), el polvo de cinabrio podrá ser transformado en oro amarillo; cuando haya sido producido el oro amarillo podréis hacer con él utensilios para comer y beber, y entonces poseeréis una longevidad dilatada. Cuando vuestra longevidad sea prolongada, podréis ver a los bienaventurados (hsien)  de la isla P'ong-lai, que está en medio de los mares. Cuando los hayáis visto y hayáis realizado los sacrificios fong y chan, entonces ya no moriréis ».
La búsqueda del elixir, por consiguiente, estaba ligada a la de las islas lejanas y misteriosas en que vivían los Inmortales. Reunirse con los Inmortales significaba superar la condición humana y participar de una existencia atemporal y beatífica.

El deseo de obtener oro implicaba también una búsqueda de algo espiritual. El oro tenía carácter imperial: se encontraba en el «centro de la Tierra» y poseía relaciones misteriosas con el chúe (rejalgar o sulfuro), el mercurio amarillo y la vida futura (las « Fuentes Amarillas »). Con estas características aparece en un texto del año 122 a.C, el Huai-nan-tzu, en el que hallamos también atestiguada la creencia en una metamorfosis precipitada de los metales.105 El alquimista no hace en realidad otra cosa que acelerar el crecimiento de los metales.
 
Como su homólogo occidental, el alquimista chino contribuye a la obra de la naturaleza precipitando el ritmo del tiempo. El oro y el jade, por el hecho de participar del principio yang, preservan el cuerpo de la corrupción. Por el mismo motivo, los vasos hechos de oro alquímico prolongan la vida hasta el infinito. Según una traducción conservada en el Lie Hsien Ch 'tan chuan (« las biografías completas de los Inmortales »), el alquimista Wei Po-yang logró preparar las « pildoras de inmortalidad » ; después de ingerir, junto con uno de sus discipulos y su perro, algunas de aquellas pildoras, abandonaron la tierra en carne y hueso y marcharon a unirse a los demás Inmortales.


La homologación tradicional entre macrocosmos y microcosmos relacionaba los cinco elementos cosmológicos (agua, fuego, madera, aire, tierra) con los órganos del cuerpo humano: el corazón con la esencia del fuego, el hígado con la esencia de la madera, los pulmones con la esencia del aire, los ríñones con la esencia del agua, el estómago con la esencia de la tierra. Ese microcosmos que es el cuerpo humano se interpreta a su vez en términos alquimicos: « El fuego del corazón es rojo como el cinabrio y el agua de los ríñones es negra como el plomo », etc. En consecuencia, el hombre posee en su propio cuerpo todos los elementos que constituyen el cosmos y todas las fuerzas vitales que aseguran su renovación periódica.
Se trata únicamente de reforzar determinadas esencias. De ahí la importancia del cinabrio, debida menos a su color rojo (color de la sangre, el principio vital) que al hecho de que, puesto al fuego, produce el mercurio. Está, por consiguiente, emparentado con el misterio de la regeneración por la muerte (pues la combustión simboliza la muerte). De ahí resulta que el cinabrio puede asegurar la regeneración perpetua del cuerpo humano y, en resumidas cuentas, puede proporcionar la inmortalidad.

El gran alquimista Ko Hung (283-343) escribe que diez pildoras de una mezcla de cinabrio y miel tomadas durante un año hacen que los cabellos blancos se vuelvan negros y salgan de nuevo los dientes caídos; si el tratamiento se mantiene
más de un año, se obtiene la inmortaíidad.


Pero también se puede criar cinabrio dentro del cuerpo humano, especialmente por medio de la destilación del esperma en los « campos de cinabrio ». Otro nombre de estos campos de cinabrio, región secreta del cerebro provista de la « cámara semejante a una gruta », es k'uen-luen. Resulta, sin embargo, que el Kuenluen es una montaña fabulosa del mar del Oeste, morada de unos Inmortales. « Para penetrar ahí a través de la meditación mística, se entra en un estado "caótico" (huen), parecido al estado primordial, paradisíaco, "inconsciente" del mundo increado.»

Fijémonos en estos dos elementos:

a) la homologación de la montaña mística Kuen-luen y las regiones secretas del cerebro y el vientre;
b) la función asignada al estado « caótico », que, una vez logrado a través de la meditación, permite penetrar en los campos de cinabrio y hacer posible de este modo la preparación alquímica del embrión de la inmortalidad. La Montaña del mar del Oeste, morada de los Inmortales, es una imagen tradicional y muy antigua del « mundo en pequeño », de un universo en miniatura.

La montaña Kuen-luen tiene dos partes: un cono erguido elevado y un cono invertido." Dicho de otro modo: tiene la forma de una calabaza, igual que el hornillo del alquimista y la región secreta del cerebro. En cuanto al estado « caótico » obtenido a través de la meditación, indispensable para la operación alquímica, puede compararse con la materia prima, la massa confusa de la alquimia occidental." No ha de entenderse esta materia prima únicamente como una estructura primordial de la sustancia, sino también como una experiencia interior del alquimista. La reducción de la materia a su condición primordial de absoluta indiferenciación corresponde, en el plano de la experiencia interior, a la regresión al estado prenatal, embrionario. Pero, como ya hemos visto, el tema del rejuvenecimiento y la longevidad mediante el regressus ad uterum constituye uno de los primeros objetivos del taoísmo. El método más frecuentemente aplicado es la « respiración embrionaria » (tai-si), pero el alquimista obtiene también este retorno al estado embrionario por la fusión de los ingredientes en su hornillo.

A partir de determinada época, la alquimia externa (wai-tan) se consideró « exotérica », opuesta, por tanto, a la alquimia interior de tipo yoguico (nei-tan), declarada única « esotérica ». 
El nei-tan es esotérico por el hecho de que el elixir es preparado en el cuerpo mismo del alquimista mediante la aplicación de unos métodos de « fisiología sutil » y sin ayuda de sustancias vegetales o minerales. Los metales « puros » (o sus « almas ») son identificados con las distintas partes del cuerpo, y los procesos alquímicos, en lugar de realizarse en el laboratorio, se desarrollan en el cuerpo y en la conciencia del adepto. El cuerpo pasa a ser el crisol en el que el «puro» mercurio y el « puro » plomo, al igual que el semen viriíe y el aliento, circulan y se funden.

Al combinarse, las fuerzas yang y yin engendran el « embrión misterioso » (el « elixir de la vida », la « flor amarilla »), el ser inmortal, que terminará por evadirse del cuerpo a través del occipucio para subir al cielo. El nei-tan puede ser considerado como una técnica análoga a la « respiración embrionaria », con la diferencia de que los procesos son descritos en el lenguaje de la alquimia esotérica.
La respiración se homologa con el acto sexual y la operación alquímica, mientras que la mujer es asimilada al crisol.

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