martes, 9 de octubre de 2012

El Tesoro Perdido


De Cuentos Populares Tibetanos de Jordi Quingles

El sol poniente se hundía de los picos helados de las montañas y éstos se tornaban rojos como ascuas. En las azoteas de las casas de Lhasa, los niños hacían volar cometas de brillantes colores sujetas a hilos espolvoreados con el polvo de vidrio. Los niños corrían y brincaban entrelazándose  - con las cometas siguiendo sus movimientos -, mientras reían alborotadamente tratando de cortarse mutuamente los hilos de las cometas. Un niño de unos seis años estaba sentado junto a su tío, un monje vestido con hábitos de color marrón. Observaban a la cometa del niño elevarse cada vez más en el cielo. Sostenida por el viento, estaba tan alta, que parecía que no se movía. Sin dejar de mirar a la cometa, el niño dijo:

- Cuéntame un cuento, tío.

El monje sonrió entre dientes.

- Una historia antigua, pues

- Un padre le dijo a su hijo - empezó el monje —: Voy a morir pronto, hijo mío. Llévate mi oro a tu casa. Es tuyo. Pero recuerda que no has de fiarte de nadie. Ni siquiera de tu espos. El padre confiaba en que su hijo, Sonam, tendría presente su consejo y comprendería cómo se estilan las cosas en el mundo.

Pero Sonam tenía un gran amigo, de nombre Tamchu. De niños habían ido a la escuela juntos, y por las tardes habían jugado al juego del volante con el pie. Tamchu vivía en la aldea próxima con su mujer y sus dos hijos pequeños.

Un día Sonam decidió salir de peregrinaje al monasterio santo y pensó: "Cuando mi padre estaba vivo, me dijo que no me fiara de nadie". Pero cuando pensó en su amigo Tamchu, no podía admitir que estas palabras debieran aplicarse también a éste. No a Tamchu. Así pues, llevó sus dos bolsas de pepitas de oro a casa de su amigo y le dijo: `

- Tamchu, por favor, guárdame el oro mientras esté fuera. Este es el oro que mi padre me dio al morir.Tamchu dijo:

- Oh, sí, naturalmente. Guardaré tu oro con mucho cuidado, y cuando vuelvas de tu peregrinaje, aquí lo encontrarás. No tienes por qué preocuparte. Somos buenos amigos´.

- Así - continuó el monje -, pasó un año y Sonam volvió de su peregrinaje. Fue a casa de Tamchu y le pidió a su amigo: "¿Puedes devolverme mi oro, Tamchu?"

-¡Oh, lo siento muchísimo, Sonam!, ¡Qué desgracia, qué desgracia! ¡El oro se ha convertido en arena! - contestó Tamchu, mirando a su amigo con cara de estar muy asombrado.

Pero Sonam, mientras su amigo le contaba este singular acontecimiento, no pareció sorprendido y, después de unos minutos de silencio, dijo:

- Está bien, Tamchu, no te preocupes; hiciste todo lo que pudiste para vigilar mi oro.

Los dos hombres comieron juntos y pareció como si la pérdida del oro hubiera sido olvidada por completo. Al atardecer, Sonam dijo a su amigo:

- Tamchu, me gustaría cuidar de tus hijos durante unos meses, ya que no tengo familia propia. Me gustaría darles buena comida y buena ropa. Serían muy felices en mi casa.

- ¡Muy buena idea, Sonam! - dijo Tamchu, quien pensó: "Aunque ha perdido todo su oro a mis manos, quiere cuidar de mis hijos. Ciertamente, es muy buena persona". Y así, añadió: - Desde luego, Sonam. Llévate a mis hijos todo el tiempo que quieras.

Sonam se llevó a los niños a su casa y los cuidó muy bien. Pero compró dos monos pequeños y les puso los nombres de los niños. Durante los días que siguieron, adiestró a los monos para que cuando él llamase "¡Tendxin, ven aquí!", el mono mayor corriera hacia él, y que cuando llamase "¡Thupten, ven aquí!", el mono más joven fuera hacia él. Los monos comprendieron muy bien y aprendieron muy rápido. 
Cuando Tamchu fue a ver a sus hijos, Sonam mostró un triste semblante a su amigo:

- ¡Oh lo siento muchísimo, Tamchu! - dijo - ¡Qué desgracia!, ¡qué desgracia! ¡Tus hijos se han convertido en monos!

Tamchu quedó agobiado y llamó a sus hijos por sus nombres. Al instante, aparecieron los dos monitos y corrieron hacia él. Cogieron de la mano a Tamchu y bailaron a su alrededor como si fuesen chiquillos. Tamchu quedó muy apenado y preguntó a su amigo:

- Sonam, ¿qué podemos hacer?¿Cómo podemos hacer que estos monos se conviertan de nuevo en mis hijos?.

Sonam estuvo pensativo unos instantes y luego le dijo a su amigo:

- Eso es fácil, pero para ello necesitamos mucho oro.

- ¿Cuánto oro bastaría? - preguntó Tamchu.

- Unas dos bolsas de pepitas de oro, por lo menos.

- Tan pronto como pueda traeré las bolsas de oro - dijo Tamchu, que salió corriendo hacia su casa.

Más tarde, volvió y le dio el oro a su amigo. Sonam lo cogió y le dijo a Tamchu que esperase mientras él subía al piso de arriba. Al cabo de unos momentos, volvió a bajar.

- Ahí tienes, Tamchu. He transformado de nuevo a los monos en seres humanos, en tus hijos.

Tamchu estuvo encantado de recobrar a sus hijos, pero miró con empacho a Sonam. Pero enseguida, los dos amigos no pudieron evitar romper a reír.

Al terminar esta historia, el propio monje rompió a reír al ver cómo el hilo de la cometa de su sobrino había sido cortado mientras éste escuchaba el relato. Ambos contemplaron a la cometa flotar sobre el valle de Lhasa y volar hacia los dorados tejados del Potala.
 
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* Ten cuidado con la miel que se te ofrece sobre un cuchillo afilado

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