miércoles, 23 de noviembre de 2016

La chachatatutu y el fénix

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Cuento tibetano

La chachatatutu* es el ave más pequeña y menos bonita de todas. Por el contrario, el fénix es el más bello y delicado de los pájaros.

Había una vez un chachatatutu que puso tres huevos en una mata de hierba. Pero cada día, cuando ella salía, un jerbo que tenía su madriguera cerca de ahí, acudía sin hacer ruido a sorber los huevos. De los tres huevos del nido, dos habían ido a parar al estómago del jerbo. La pobre chachatatutu, presa de la más viva desesperación, fue volando a buscar al fénix para reclamarle justicia contra el jerbo.

- ¡Oh, fénix! - dijo muy tristemente -. ¡Oh, red las aves, cuán desgraciada soy! Un maldito jerbo ha devorado dos huevos de los tres que he puesto. Con esto se ha desvanecido toda esperanza de tener dos encantadores pajaritos y vengo a pediros venganza y alivio para mis desdichas.

El fénix, no dignándose molestarse por una pequeña chachatatutu no más grande que una pulga, le dijo agriamente:

- ¿No ves lo ocupado que estoy todo el día? ¿Cómo te atreves a importunarme por una fruslería? Después de todo, la madre tiene que velar por sus hijos. Si tú no eres capaz de cuidarlos, ¿crees que alguien lo hará por ti? Cada uno tiene el deber de proteger a sus hijos.

La chachatatutu, indignada por la dureza del fénix, exclamó en un momento de despecho:

- Me he presentado ante vos porque sois el rey de las aves. Pero vos me despreciáis y tomáis mi desgracia por una pequeñez. Puede que os equivoquéis. ¡A veces una insignificancia mal resuelta puede acarrear un gran desastre! ¡No me lo echéis jamás en cara!

El fénix ni se molestó siquiera en escucharla y distraídamente se limitó a murmurar entre dientes:

- ¡Hem...hem... en efecto!

La chachatatutu tuvo miedo de que el fénix no la hubiese oído bien y le dijo:

- ¿Por qué hacéis "hem...hem..."? Si algún día una pequeñez ocasiona un verdadero desastre, no culpéis a nadie más que a vos mismo.

El fénix no le hizo caso y continuó refunfuñando con pmpaciencia: "Hem... hem... en efecto". La chachatatutu llena de tristeza, tuvo que volver a su nido. Luego, presa de indignación, tomó una brizna de hierba, hizo con ella una flecha, se subió a una rama y se puso al acecho, esperando el regreso del jerbo asesino.

Al cabo de poco tiempo, hizo su aparición el jerbo completamente confiado y dispuesto a sorberse el último huevo.

La chachatatutu, ciega de rabia, le lanzó su flecha, clavándosela en un ojo. Atormentado por un profundísimo dolor, el jerbo empezó a aullar y a dar vueltas hasta que, cegado, acabó por meterse en las narices de un león que estaba echando una siesta a orillas del mar. El león se despertó sobresaltado, sin saber lo que se le metía por la nariz, y dio un salto con tanta violencia que cayó de cabeza al mar.

Pero en el agua se encontraba nadando perezosamente un dragón, que al ver a un león precipitarse repentinamente contra él, se lanzó muy prestamente al espacio por miedo de verse devorado. Al atravesar el aire tropezó casualmente con el nido del fénix, rompiendo el huevo que allí se encontraba.

El fénix, ciego de furor, apostrofó al dragón:

- Tú eres el dragón y yo soy el fénix. Tú vives en el agua y yo en la tierra. ¿Acaso no sabes que el fénix sólo pone un huevo al año y tiene  un sólo descendiente? ¿Tan necesario era volar como loco fuera de tu reino acuático para derribar mi nido y romper mi huevo?

- ¡Oh, fénix! No es a mí a quien tienes que reprender - respondió el dragón -. Mientras yo me bañaba tranquilamente, un león se tiró al agua para devorarme. Como es natural, tuve que ponerme a salvo al instante volando hacia el cielo. Si he destruido tu nido y he roto el huevo ha sido por accidente. Si tienes algo que alegar, dirígete al león que me ha asaltado estando en mi casa.

El fénix se fue a buscar al león.

- ¡Oh, sapientísimo fénix! - dijo el león -, no eches maldiciones contra mí. Yo dormía apaciblemente en la playa cuando de repente un jerbo se metió por mis  narices. Empujado por el dolor, me tiré al mar. En realidad es el jerbo que merece tus reproches.

Entonces el fénix se fue en busca del jerbo.

- ¡Oh, noble fénix! - dijo tristemente el jerbo -, yo no tengo la menor culpa, es la chachatatutu a quien hay que imputársela. Yo me paseaba por la hierba y me hirió en el ojo con una flecha; entonces para resguardarme de sus ataques me metí en el primer refugio que encontré: las narices del león. Toda la cupa es de la chachatatutu y es ella a quien hay que censurar.

Al fénix sólo le quedaba hablar con la chachatatutu. La respuesta de ésta fue muy solemne.

- ¡Oh, fénix - dijo -, no podéis negar que estabáis prevenido! Recordad que me despreciasteis, no dignándoos siquiera escuchar lo que decía, por ser de cuerpo endeble y de alas cortas, porque no tengo mucha fuerza y menos belleza. ¡Vos tomasteis mis penas por una mezquindad que no valía siquiera un gramo de sésamo! ¡Respondisteis que las madres  deben velar su propio nido y que no os fastidiara más! ¿Y vuestra desdicha no puede ser también un grano de sésamo? ¿Por qué no vigiláis vuestro nido y vais por los alrededores buscando querella a todo el mundo? Cuando el jerbo sorbe mis huevos, eso no es nada. Pero si el dragón barre y rompe vuestro nido, ah, entonces es un desastre. ¿Esa es vuestra justicia? Yo tengo que poner mis tres huevos en la hierba y cada día buscar mi sustento. Vos sólo ponéis un huevo y, además, en la copa de un árbol. A vos os es más fácil vigilar vuestros nidos que a nosotras, las pobres chachatatutus, los nuestros. ¿Acaso no os advertí que si algún día ocurría un desastre por cualquier futilidad sólo a vos mismo tendríais que reprocharos?

El fénix, confundido, estaba fuera de sus casillas y sin responderle nada, emprendió el vuelo con la cresta baja.
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*En lengua tibetana. Se trata de un pajarito gris que hace su nido en la hierba.
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