domingo, 13 de noviembre de 2016

El árbol de la Mujer Dragón

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 Cuento popular naxi
 
En la región de Lijiang vivía un rey cruel y codicioso que solo pensaba en tener bajo su dominio todos los territorios que rodeaban su reino. Constantemen te organizaba expediciones guerreras para someter a los pueblos vecinos; y cuando no lo lograba por la fuerza, tramaba intrigas para apoderarse de ellos.

Este mal rey tenía una hija joven, bella, inteligen te y buena a la que todos llamaban Longnü, que significa «mujer dragón». La joven no estaba de acuerdo con la conducta de su padre, sobre todo por los sufrimientos que imponía al pueblo ese permanente estado de guerra.

El rey Mutián sabía que al norte, en el país de los pumi, había prosperidad. Y deseaba extender su dominio sobre esas tierras fértiles, esclavizar a la población y apoderarse de sus cultivos y sus gana dos. Como los pumi tenían un ejército poderoso, el rey decidió que, por el momento, una alianza le se ría más útil que la guerra. Envió un emisario al rey pumi para proponerle el casamiento de sus hijos.

El hijo del rey pumi era tan atractivo y tan valio so como la princesa naxi. En compañía de su padre, visitó el palacio del rey Mutián. En cuanto se conocieron, los príncipes se enamoraron perdidamente y se sintieron muy felices de que sus padres se pusieran de acuerdo en concertar las bodas. Longnü partió hacia el país de su marido y comenzó una nueva vida en paz y felicidad, respetada y amada por el pueblo pumi.

Poco tiempo después murió el padre del príncipe, que subió al trono. Entonces, el rey Mutián le envió mensajeros al nuevo rey exigiéndole que se convirtiese en su súbdito. Con el apoyo de su esposa, él se negó. Mutián hubiera deseado aplastarlo con su ejército, pero el reino pumi estaba muy lejos y cada vez le costaba más conseguir soldados. Enfurecido, tramó uno de sus malvados planes.
 
El primer paso fue mandar llamar a su hija, diciéndole que estaba muy enfermo. Cuando ella llegó y lo encontró perfectamente sano, quiso volver a Yongning, capital del país de los pumi, pero su padre no se lo permitió. La princesa se había convertido en una virtual prisionera en su propio palacio.

Una noche, Longnü paseaba por el patio a la luz de la luna, cuando escuchó una conversación en los aposentos del rey.

—... y le dirás al rey pumi que también su mujer ha enfermado gravemente. Que debe venir a buscarla. Cuando esté aquí, acabaré con él... Por fin será mío el país de los pumi.

Horrorizada por las intenciones de su padre, la princesa lloraba en su habitación cuando sintió una caricia suave y tibia. Era su fiel perro amarillo. Eso le dio una idea. Dos cargas de aceite para la lámpara gastó la princesa antes de terminar la larga carta que le escribió a su marido explicándole todo lo que había pasado. Cortó un trozo de tela, envolvió la carta y cosió el paquete por dentro del collar del perro. Le acarició la cabeza y le palmeó el lomo.

Estaba aclarando cuando el perro salió del palacio, trotando con energía.
Apenas recibió el mensaje de su esposa, el joven rey reunió a la caballería, se colgó al hombro el arco y las flechas, tomó su sable, y partió con su ejército hacia la capital de Lijiang. El joven era valiente, pero el viejo rey Mutián era astuto y tenía experiencia. En cuanto tuvo noticias de que el ejército pumi había salido de su reino, organizó una emboscada a mitad de camino. La sangre de los pumi tiñó las aguas del río. Lleno de heridas, atravesado por flechas y lanzas, el rey pumi murió en la batalla junto con la mayor parte de sus soldados. Entre sus ropas, el rey Mutián encontró la carta de su hija. ¡De su propia hija! Ahora su furia no tuvo límites.

— ¡Traicionaste a tu padre! — le gritó a su hija en el palacio.

— Cumplí con mi deber de esposa — contestó ella, orgullosa.

— Tu marido ha muerto.

— Entonces, solo me queda irme con él — dijo Longnü, deshecha en llanto.

— Si lo que quieres es morir, no lo conseguirás tan fácilmente — le aseguró su padre.
 
Para castigar a su hija, el rey dio órdenes de que encerraran a la princesa en el pabellón que había en el centro del Lago de Jade, sin darle de comer ni de beber. Siguiendo sus instrucciones, los soldados rompieron cientos de tejas y tazones de porcelana y desparramaron por el piso los trozos rotos, cubriéndolo por completo, para que los pies descalzos de la princesa se lastimaran pisándolos.

La desdichada Longnü podría ver desde el pabellón el campo de batalla donde estaba todavía tendido el cadáver de su amado esposo, la tierra y las piedras cubiertas de sangre. Desesperada, comenzó a llorar y a gritar, yendo y viniendo sobre los filosos trozos de porcelana, como si no sintiera el dolor. Sus pies heridos pronto tiñeron de rojo el suelo del pabellón.

Con el curso de los días, la pérdida de sangre y la sed terminaron por secar sus lágrimas. Sus labios se agrietaron. Longnü, bella, inteligente y buena, se tendió en el suelo sanguinolento y se dejó morir.
 
Pero su sacrificio no fue en vano. Enfurecidos por los crímenes cometidos por su rey, los súbditos se levantaron en rebelión. Dieron sepultura al cadáver del joven rey pumi, atacaron y vencieron a los soldados del rey Mutián, quemaron el pabellón del lago y celebraron una solemne ceremonia fúnebre en honor de Longnü.

En las ruinas del pabellón quemado brotó un manzano silvestre, que creció con milagrosa rapidez. Sus ramas verde jade caían sobre la superficie del lago como si estuvieran contando una historia de dolor y tristeza, como si fuera la reencarnación de la princesa denunciando la crueldad de su padre. Lo llamaron para siempre «el árbol Longnü». 

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Los naxis, una minoría china descendiente de nómadas tibetanos, vivían hasta hace muy poco organizados en familias matriarcales, es decir, dominadas por mujeres. Cuando una pareja se casaba, el hombre y la mujer seguían viviendo en sus respectivas casas. El muchacho podía pasar la noche en la casa de su esposa, pero debía volver a la de su madre durante el día y trabajar para ella. Los hijos pertenecían a la mujer, que era responsable de su crianza. Solo las mujeres podían heredar. Las disputas eran zanjadas por mujeres mayores que hacían de jueces. Los pumi, por su parte, son un grupo étnico muy pequeño, que hoy consta apenas de 30 000 personas, en la provincia de Yunnan, tam
bién de ascendencia tibetana.

Este cuento naxi nos muestra a una protagonista fuerte, inteligente y llena de recursos propios. Es muy poco común que en un cuento popular de origen oriental se aplauda el comportamiento de una joven que desafía la autoridad de su padre.
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