viernes, 11 de noviembre de 2016

Ángel

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De Cuentos Esotéricos de John Richardson

Abraham Namboku Levi se hallaba más que satisfecho. Este hombre de 40 años había logrado la fusión de las 60 cadenas de televisión más importantes del mundo y había sido nombrado presidente de este poderosísimo grupo. Ningún ser humano desde los inicios de la historia, ni Atila, ni Alejandro Magno, ni Napoleón, ni Hitler, ni Stalin, había ostentado semejante poder sobre 2.500.000.000 de seres humanos.

Abraham podía hacer lo que quisiera, poner y quitar políticos, destruir ciertos principios morales y valorizar otros, hacer que los hombres se divirtiesen sanamente o insanamente. Abraham podía hacer lo que quisiera en este mundo porque era el primer hombre de la historia que detentaba un poder absoluto sobre las mentes de casi todos los hombres.

Sólo escapaban a su inmenso poder algún salvaje de la selva, algún que otro loco, los ciegos que además eran sordos, los sordos lo bastante ciegos y unos cuantos seres especiales que se resitían heróicamente a tener una televisión.

Este astuto hijo de japonés y de judía, reunía en su persona las capacidades comerciales y financieras de los pueblos elegidos de Oriente y Occidente.

Abraham estaba descansano en su inmensa finca a los pies del Etna cuando en su jardín se formó súbitamente un minivolcán del cual salió una brillante lava verde.Al poco tiempo, como por arte de magia, la lava se volvió negra, y surgió en medio de ella un ser bastante grande, también negro, de aspecto humano pero con pezuñas, un largo rabo y unas escamas negras.

Aquél ser dio muestras de estar bien educado, ya que enseguia se presentó para acallar los comprensibles temores del señor Namboku Levi:

- Soy Lucifer.

Sin inmutarse, Abraham le contestó con toda franqueza.

- Yo no creía en Usted.

- Sin embargo mis enemigos me llaman el Príncipe de este mundo, de su mundo.

- ¡Que poder el suyo!

- Efectivamente, aunque podría decirle a Usted exactamente lo mismo: ¡Qué poder el suyo!

- Usted tiene a su favor la existencia más larga que la mía, y ha debido de conocer muchos hombres tan poderosos como yo.

- No. A ninguno. Por eso estoy aquí.

En ese momento bajó un rayo del cielo acompañado de un torbellino y comenzó a soplar una brisa muy fresca, vivificante.

Cuando cesó el torbellino surgió un ser celeste con alas blanquísimas acompañado de una música angelical. Se presentó también de inmediato, demostrando que la educación no era exclusiva del Príncipe de este mundo.

- Soy el Arcángel Miguel.

- Os conocéis, supongo.

Miguel le aclaró enseguida la circunstancia.

- No solamente nos conocemos, sino que nos hemos citado aquí. Antes de que surgiese la televisión hemos luchado denodadamente el uno contra el otro. Cada cual ha marcado puntos alternativamente.

Lucifer intervino:

- Ambos sabíamos que durante siglos y siglos ninguno de los dos podía ganar de un modo absoluto.

- Sí, aunque sabíamos que al final ganaría yo. El jefe de los ejércitos del bien. Eso habíamos decidido.

- Pero ahora el bien y el mal dependen de ti.

- En realidad, el bien y el mal residen en la intención.

Abraham le interrumpió:

- No lo sabía. Creía que lo importante eran los actos.

Lucifer se lo aclaró:

Eso es algo que se ha discutido durante siglos, pero tiene razón Miguel. Estoy convencido de que mi poder se halla en la intención.

- Y el mío.

- Veo que estáis de acuerdo.

- Tenemos visiones opuestas, pero estamos de acuerdo en las reglas del juego. Volviendo a mi discurso inicial, si el bien y el mal residen en la intención, la humanidad ya no tiene intención alguna, ni buena ni mala, ya que esperan que este problema lo resuelva la televisión, que ahora depende absolutamente de Usted.

- ¿A qué han venido?

Lucifer se lo aclaró:

- Ya no lucharemos. Es inútil.

Los asesinos ya no quieren asesinar.

- Los santos no quieren santificarse

- Unos y otros miran la televisión.

- Por lo cual...

- Hemos decidido...

- Dimitir...

Esta última palabra la dijeron al unísono Miguel y Lucifer.

- Pero yo no tengo talla para reemplazaros. Soy sólo un hombre.

- Haz el bien.

- Haz el mal.

- El bien no vende y el mal absoluto espanta a los telespectadores. Además, no podría hacer el bien o el mal, porque apenas no los distingo. Casi siempre los confundo. Yo solamente quiero vender un producto. ¿Qué sucederá si os retiráis?

- Nacera algo nuevo, un híbrido entre el bien y el mal, una cierta mediocridad.

Miguel fue más vehemente.

- Una evidente y creciente mediocridad. El criterio para ascender en el mundo ya no será el bien o el mal, sino la mediocridad. Un hombre muy mediocre eliminará al hombre algo mediocre.

- En ese caso debo ser un hombre tremendamente mediocre.

- ¿No lo nota?

- ¿No lo siente?

- Sí. A veces. Mis padres no eran mediocres, tenían clase. O sea que esto irá empeorando.

Lucifer se mostró compasivo:

- Pienso que un mediocre es alguien que se cree próximo a Miguel pero que en realidad está más cerca de mí. O sea que muy lentamente la televisión me favorece.

- Esto es verdad, pero nuestra lucha ya no tiene sentido. O sea que en sus manos dejamos al mundo.

Lucifer se hundió en la tierra y Miguel ascendió raudo a los cielos, mezclándose en el aire notas de rock satánico y canto gregoriano.

Abraham Namboku Levi llamó a sus consejeros jurídicos y decidieron que, ya no tenían desde aquel momento en adelante un poder absoluto, debían hacer algo para luchar contra la mediocridad. En todas las televisiones saldría un spot televisivo diciendo:

"Vaya con cuidado. No sea mediocre."

Recibieron muchísimas cartas. Todas preguntaban lo mismo:

"¿Qué es ser mediocre?"
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