sábado, 21 de septiembre de 2013

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De El camino de Chuang-Tzu
de Thomas Merton

Entrenas tus ojos y tu visión anhela colores. Educas tus oídos y deseas sonidos deliciosos. Te deleitas en hacer el bien y tu bondad natural queda deformada. Te regocijas en ser justo y te vuelves más allá de toda razón. Te excedes en la liturgia y te conviertes en un comicastro. Excédete en tu amor  por la música y sólo interpretarás basura. El amor a la sabiduría lleva a una sabiduría prefabricada. El  amor al conocimiento lleva a la búsqueda de fallas. Si los hombres se mantuvieran como realmente son, tener  o prescindir de estas ocho delicias no significaría nada para ellos. Pero si se niegan a permanecer en su estado correcto, las ocho delicias se desarrollan como tumores malignos. El mundo cae en la  confusión. Ya que los hombres alaban estas delicias, y las anhelan, el mundo ha quedado ciego como una piedra.
Cuando el deleite haya pasado, aún se aferrarán a él: rodean su memoria de adoraciones rituales, caen de hinojos para hablar de él, tocan música y cantan, ayunan y se autodisciplinan en honor de las ocho delicias. Cuando las delicias se convierten en una religión, ¿cómo puede uno controlarlas?
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